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Javier Milei
Tribuna
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Libertad sin derechos: la utopía libertaria de Milei

La concepción de libertad libidinal que está en el ideario del presidente argentino es altamente vindicativa. ¿Qué hay para vindicar? Cada uno elige sus propios agravios entre las promesas incumplidas de la democracia

Policías antidisturbios durante una manifestación en contra del Gobierno de Javier Milei, en Buenos Aires, el pasado 22 de diciembre.
Policías antidisturbios durante una manifestación en contra del Gobierno de Javier Milei, en Buenos Aires, el pasado 22 de diciembre.JUAN IGNACIO RONCORONI (EFE)

Refundar no es lo mismo que gobernar. Pensadores como Nicolás Maquiavelo y Jean-Jacques Rousseau han argumentado que las acciones políticas que establece un Gobierno difieren de aquellas que se requieren para su estabilidad y supervivencia. ¿Qué nos dicen los primeros actos de Gobierno acerca de cómo el presidente Javier Milei intenta refundar y gobernar?

El decreto de necesidad y urgencia 70/2023 (DNU) y el proyecto Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos son estrategias de refundación. Intentan, en palabras de uno de sus integrantes, un “cambio de régimen”. Los juristas más reconocidos del país se han pronunciado en contra del decreto, entre otras cosas, porque es difícil identificar la condición de urgencia que la constitución establece. Para sus defensores existe, no obstante, una urgencia moral ineludible: abandonar el orden social vigente, viciado con mecanismos de reforma que nos hunden cada vez más en la densa maraña de regulaciones y leyes que cercenan nuestra libertad. El orden político actual constituye una trampa social que impide el cambio desde adentro. La urgencia moral consiste en reconocer que la solución solo puede venir por arriba: desde las “fuerzas del cielo”, sí, pero también desde el conocimiento técnico de unos pocos.

De la anarquía a la epistocracia

En su libro Anarquía, estado y utopía, Robert Nozick, tal vez el filósofo más brillante en el pensamiento libertario, postula la anarquía como condición inicial para demostrar que solo el Estado mínimo es moralmente aceptable. El DNU también siembra la anarquía legal generando un vacío jurídico, lagunas regulatorias, desorden administrativo y procedimental. Inyecta el caos suficiente para detonar la matriz de regulaciones asfixiantes y facilitar la posesión y el consumo de bienes y servicios prohibidos hasta ahora. La Ley de Bases, sin embargo, debería ser aprobada en los escenarios del viejo régimen: el Congreso, la calle, la Justicia y la sociedad civil. De ser así, caeríamos una vez más en la trampa democrática. El atajo que nos proponen, para finalmente consagrar el Estado mínimo nozickeano pergeñado en el documento fundacional, es la epistocracia, el Gobierno de los que saben.

Ya en la campaña electoral, Milei denostó la democracia desde el púlpito del conocimiento abstracto: un teorema. Desconociendo la profusa y valiosa literatura que refuta la validez del teorema de Arrow aplicado a la dinámica democrática, Milei sostiene que la democracia contiene un defecto epistémico insalvable: produce errores y malos resultados. La democracia no sabe ni puede agregar las preferencias individuales de manera tal que el resultado colectivo sea consistente con las demandas iniciales de sus ciudadanos. El procedimiento democrático —las elecciones y las deliberaciones parlamentarias— no permite conocer ni reagrupar las preferencias ciudadanas en políticas públicas que las satisfagan. El producto colectivo es siempre y necesariamente subóptimo. Un juego repetido que ha durado cien años, y magnifica, trágicamente, los errores pasados sobre los que actúa y decide. La democracia es, pues, una ingeniería de toma de decisiones deficiente que impide la salida desde adentro.

Si no es desde adentro, ¿desde dónde? La denominada Ley de Bases, inmediatamente degradada en ley ómnibus, remediaría el déficit epistémico democrático. Malamente redactada por los mejores y los más brillantes, el nuevo contrato social propone que nos gobiernen los que efectivamente saben proyectar las condiciones para generar resultados paretianos en un mercado desregulado. La tarea legislativa que, desde la óptica democrática produce conocimiento político y legitimidad, constituye para el presidente y sus técnicos una esfera de acción plagada de errores, vagancia e intereses enquistados. Corrupción y ocio en el Congreso; eficiencia y transparencia en el mercado. Las Bases constituye el documento fundante no de la democracia sino de la epistocracia que inaugura una nueva grieta entre los que reconocen la urgencia moral delegando los poderes plenipotenciarios del Congreso a los técnicos y los “orcos” que se oponen al Gobierno. Del Estado mínimo nozickeano, al Estado de excepción de Milei.

La génesis de un ordenamiento político moralmente bueno plantea un desafío circular e inescapable: ¿quién se encuentra habilitado para redactar un documento fundante virtuoso sin haber estado socializado él mismo en las virtudes que quiere impartir? Licurgo, Numa, Solon o Moisés son algunos ejemplos históricos de legisladores que superan el dilema imposible por ser tan excepcionalmente dotados que uno debería sospechar de su existencia. Ni “El jefe” es Moisés, ni el hubris epistocrático podría trazar los lineamientos del nuevo régimen desde afuera. Monumental atrevimiento de planeamiento e ingeniería social para un Gobierno que defiende el ideal de la sociedad como un “orden espontáneo”. Como contraparte, “la gris democracia”, así caracterizada por el senador Miguel Pichetto, ofrece una solución de poco lustre y engorrosa, pero que produce el conocimiento político legítimo para que el “nuevo régimen”, además de fundarse, perdure.

Utopía

En la última parte de su obra, Nozick nos propone una utopía. Ya establecido el Estado mínimo, los más ricos inspirados por la sociedad libre redistribuirán espontánea y privadamente su riqueza. Una red filantrópica no coercitiva que ayude a los más pobres generando voluntariamente un bien común. La utopía de Milei es otra.

En el debate sobre erosión democrática se suele mencionar una promesa rota que jaquea sus premisas normativas, esto es, el quiebre del compromiso intergeneracional de que los hijos gozarán de mayor bienestar material que sus padres. Existe, a mi juicio, otra promesa quebrada de la democracia liberal aun de mayor envergadura. Me refiero a la asociación, ya disuelta, entre libertad individual y derechos individuales. La democracia liberal se ha sostenido en la idea de que los derechos nos protegen y hacen más libres. No obstante, parte de la ciudadanía no cerciora en su vida cotidiana que sus derechos efectivicen su libertad. En parte, la resistencia de los trabajadores de plataformas digitales a ser sindicalizados yace en la percepción de que los derechos nos debilitan. No me dan libertad, me la quitan. Así, el Estado como garante de derechos es parte de la trampa social, no la solución. Que se haya horadado la dimensión ética del Estado es un quiebre significativo en la cultura política argentina. Resultado de un modo de gobernar que distorsionó la dimensión colectiva de la democracia hasta socavarla —un hecho social que Milei percibió claramente.

En ese contexto, Milei propone una nueva utopía: recuperar la libertad con menos derechos. Esto implica también una reconceptualización de la noción de libertad y su relación con otros valores democráticos como la igualdad, la reciprocidad, la solidaridad, y la existencia de lo público como experiencia ciudadana colectiva. Libertad, en el ideario cuasianarquista de Milei, consiste en la acción individual prácticamente sin restricción ética —la libertad como pulsión. Una concepción de libertad libidinal altamente estimulante y vindicativa luego de años de enojo, frustración, encierro y de privación material acumulados a lo que llamaban libertad. La utopía de Milei es la venganza de la libertad sin derechos. ¿Qué hay para vindicar? Cada uno elige sus propios agravios, hay muchos, demasiados, para elegir en la góndola de las promesas incumplidas de nuestra democracia.

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