Las mil y una formas de reparar las heridas de la colonización en el Caribe
En las islas, el concepto de restauración es heterogéneo. Mientras académicos se aferran a este como principio de justicia social, otros colectivos ahondan en la autoreparación
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En abril de 2024, el espécimen de un lagarto de 40 centímetros de largo, conocido como el galliwasp gigante de Jamaica, que hoy se presume extinto, viajó desde el Museo Hunterian de la Universidad de Glasgow, Escocia, a su tierra natal: Jamaica. Conservado en un frasco con formol y bautizado con el apodo de Celeste por su nombre científico -Celestus occiduus-, el ejemplar fue repatriado gracias a un acuerdo con la Universidad de West Indies como un acto de reparación por el pasado esclavista y colonial que sufrió la isla. El animal, que había sido extraído del país caribeño alrededor de 1850, fue retornado como medida simbólica por un pasado en el que hasta la ciencia y la investigación fue colonizada.
Después de que la Universidad de Glasgow reconociera públicamente que se había beneficiado del comercio de esclavos, en 2019 se unió a la de West Indies para explorar cómo reparar a los países que aún cargan con estas cicatrices. Juntos, crearon el Centro de Investigación para el Desarrollo Glasgow/Caribe, por el que buscan recaudar 20 millones de libras (alrededor de 25 millones de dólares). Esta es una de las mil caras de la reparación histórica con la que se pretende resarcir el daño de la colonización y la esclavitud en los países del sur global.
El término, que surgió en el contexto de la primera Conferencia Panafricana celebrada en Londres en 1900, sirvió para empezar a diseñar la ruta a favor de las luchas de los africanos y afrodescendientes por su emancipación total. Aunque tiene múltiples modalidades —que pasan por la devolución de arte a los territorios o la reparación económica o psicológica— hay un primer paso indispensable: reconocer los hechos. Para la académica puertorriqueña Bárbara I. Abadía Rexach, profesora en San Francisco State University, las afrorreparaciones son “imperativas” para establecer responsabilidades y “buscar soluciones a los problemas que han aquejado históricamente a las comunidades negras, pero actualmente están muy distantes de la realidad, son lentas y, para muchos pueblos, son nulas”, explica.

A pesar de ser un asunto de Estado y un crimen de lesa humanidad, según la ONU, en la región este tipo de peticiones las suelen liderar los movimientos civiles antirracistas. “Buscamos que sea saldada una deuda histórica que ha sido una real pesadilla para nuestros pueblos”, afirma el historiador y gestor cultural dominicano Darío Solano. “Parte de la relevancia de las reparaciones es que no se vuelvan a repetir. Hoy más que nunca es necesario articular un gran movimiento en pro de las reparaciones”.
El vicerrector de la Universidad de West Indies, Sir Hilary Beckles, uno de los mayores referentes en el ámbito de las reparaciones, recuerda que el propósito de las naciones que fueron construidas a través de la esclavitud era extraer la riqueza de estos pueblos y comunidades para transferirla a las naciones industrializadas del norte. “Si queremos un desarrollo sostenible, tenemos que solucionar este problema. Y la mejor manera de hacerlo es mediante un marco de justicia reparadora en el que los países que han extraído la riqueza de nuestro pueblo tengan que devolver una parte de esa riqueza para facilitar el desarrollo básico”, advirtió el también presidente de la Comisión de Reparaciones de la Comunidad del Caribe (Caricom) en un video que hizo Naciones Unidas para conmemorar el Día Internacional de Recuerdo de las Víctimas de la Esclavitud y la Trata Transatlántica de Esclavos.
Nacida en 2013, esa comisión caribeña busca preparar los argumentos jurídicos para un potencial caso en que los Gobiernos de las antiguas colonias reparen a comunidades indígenas y afrodescendientes de la región cuyos ancestros fueron víctimas de esclavitud, comercio de esclavos, apartheid racial y genocidio. El Caricom ha hecho un llamado directo a Europa a través de un plan de diez pasos para lograr esa reparación, empezando por una “una disculpa completa y formal” en la que acepten la responsabilidad, y se comprometan a la no repetición y a reparar el daño causado.
Los otros pasos son crear programas de desarrollo para pueblos indígenas; financiación para que las comunidades que quieran regresar a África lo puedan hacer; restauración de la memoria histórica; asistencia en remediar la crisis de salud pública que dejó la esclavitud; programas educativos; mejora de los intercambios de conocimientos históricos y culturales; rehabilitación psicológica como consecuencia de la transmisión de traumas, y el derecho al desarrollo mediante el uso de la tecnología. Como último punto está el que es, quizá, el tema más sonado y álgido: la anulación de la deuda y la compensación monetaria.

Haití, la última nación en sumarse a la Comisión de Reparaciones de Caricom, es el ejemplo perfecto del efecto de bola de nieve que provoca la ausencia de reparación económica. Más de dos siglos después del periodo de esclavitud, el primer país americano en independizarse del poder colonial (1804) está sumido en una crisis de seguridad y política sin precedentes.
Los libertadores de la primera república negra independiente del mundo ejecutaron a los 4.000 colonos y destruyeron los campos donde los haitianos habían sido esclavizados. Pero el costo de la libertad fue caro. Francia accedió a reconocerla como nación con una condición: una indemnización de 150 millones de francos (unos 21.000 millones de dólares de hoy), para compensar la pérdida de tierras y esclavos; un monto equivalente a diez veces los ingresos del Estado. Tardaron 122 años en pagar la deuda de la Independencia e, irónicamente, Haití se convirtió en el único país del mundo que “reparó” a su propio colonizador.
Aunque algunos presidentes haitianos le han solicitado al país europeo la devolución de esa deuda y los intereses, Francia se ha negado. Para Jennie-Laure Sully, miembro de la organización Solidaridad Quebec-Haití y activista antiimperialista, hablar de reparación es, “en la mayoría de casos, una retórica vacía”. “Las potencias extranjeras que gobiernan Haití permiten que se hable de reparaciones porque saben que no hay nadie que pueda hacer algo para que realmente se lleven a cabo”, lamenta. Este discurso crítico con las reparaciones se repite en el Caribe. Para muchos activistas y académicos, exigir reparaciones es un saludo a la bandera, ya que han sido pocos -y entre dientes- los gestos de perdón y reparación.
La interpretación de las reparaciones es tan diversa como las propias islas del Caribe. Muchos rastafaris de Jamaica dijeron que sería volver al continente africano. Desde Barbados, han abogado por reformar el sistema financiero que ahoga a países afectados por eventos climáticos extremos de los que no son responsables. En República Dominicana, un país cuyo discurso público niega su pasado de esclavitud, el día de su abolición se conmemora casi a escondidas y las reparaciones no están en la agenda política; y, en Puerto Rico, hay leyes que abogan por el fin de la discriminación por pelo afro o color de piel.
En Cuba, la estrecha relación económica con España ha desmontado el discurso de la reparación. Rolando Rensoli, secretario del Grupo Coordinador del Programa Nacional contra el racismo y la discriminación racial Color Cubano, señala que la isla no puede pensarse como una “nación fracturada”: “Somos genéticamente mestizos, fenotípicamente diversos y étnicamente somos un solo pueblo”. Según dice, en Cuba existen 105 tonalidades de las 110 del mundo. Y aunque no niega que exista la discriminación o que la petición de reparación tenga lugar, descarta que por el momento se hayan hecho este tipo de solicitudes.

Para Geydis Fundora, socióloga y profesora titular de la Universidad de La Habana, la herencia de la Revolución cubana achicó algunas de las muchas brechas de la colonización con respecto al pueblo negro. El acceso a la educación pública o a la vivienda fue parte de un proceso de autorreparación y equidad que se moldeó desde dentro. Sin embargo, opina, “aún hace falta corregir las brechas que quedan en el camino. La perspectiva decolonial no es aún una reflexión crítica que haya entrado con fuerza en el Gobierno”, apunta. “Uno de los retos actuales es ir posicionando estas miradas que sí se están abordando en los espacios feministas y antirracistas e incorporarlo en las políticas públicas”.
Dados los contextos históricos y las diversas lenguas de los países del Caribe, para los académicos consultados, es normal que las distintas reivindicaciones se hayan dado de forma paralela e independiente. Abadía Rexach, sin embargo, lamenta que la región se haya centrado en las diferencias y no en lo que le une. “En Puerto Rico, vemos el mundo a través de los ojos de Estados Unidos, entonces no necesariamente se conocen las reivindicaciones de los vecinos antillanos. Si pudiéramos cumplir los sueños de Ramón Emeterio Betances y otros filósofos que soñaron con un pancaribeñismo, con un solo Caribe, la historia de la reparación histórica aquí sería distinta”. Frente a la perspectiva cultural, “muy dispersa, basada en la recuperación y validación de la memoria histórica” sobre la que se ha reconstruido la agenda de reparaciones en el Caribe, el dominicano Solano propone buscar punto de encuentro y superar posiciones fragmentadas. “La diáspora africana tiene derecho a mejor suerte”, asegura.
De la escuela a la tierra: la autorreparación en Barbados
Mientras, en otros lugares del Caribe como Barbados, se ensayan otras formas de reparación. La abogada Tempu Nefertari, quien fue directora adjunta de la Comisión de Asuntos Panafricanos, ha empujado lo que ella llama la autoreparación. “Las reparaciones, primero que todo, tienen que abordar el capital humano”, comenta. Como parte de su trabajo defendiendo derechos infantiles, empezó a implementar talleres en colegios para mejorar la autoestima de los estudiantes porque había detectado que tenían “un complejo de inferioridad”. El programa incluía ejercicios de reconocimiento de las raíces africanas, clases sobre reyes negros, vestidos y gastronomía africana y concursos de trenzado de cabello. Incluso trabajaron con un libro que planteaba que Jesucristo podría ser negro. “A algunos padres les molestó tanto que dijeron que sus hijos no participarían más en los talleres”, recuerda la abogada.
Creado en 2010, el programa para fomentar la autoestima de los niños de ascendencia africana se expandió a otras islas del Caribe y sirvió de base para uno similar de la Comisión de Asuntos Panafricanos de Barbados llamado Mabalozi, embajador en suajili, que incluyó la instauración del mes de la historia negra en los colegios de la isla. Aunque ambas iniciativas ya terminaron, Nefertari – quien en este proceso de búsqueda se cambió su propio nombre a uno africano – cree que estos ejercicios son vitales. “Si las personas no son conscientes de los daños, no van a ser capaces de pedir una reparación”.





Aldair Sky Sobers también trabaja en la autorreparación. Mientras camina por tierras que antes fueron una plantación de esclavos, explica que ahora se las arrienda al Gobierno para desarrollar el trabajo de The Sojourner Foundation, la organización benéfica que lidera y en la que trabaja con jóvenes. “Mucha de la conversación alrededor de la reparación ha venido de los espacios del Gobierno, en los que ni siquiera reconocen que han sido cómplices”, comenta. “Hay que tener cuidado en intentar ser liberadores, pero sin ser opresores”. Para él, la reparación es, un acto de sanación. “Y toda curación, en realidad, se trata de tener acceso a la tierra: poder plantar alimentos, ver cómo crecen y luego poder comerlos”.
Eso es lo que hace con su fundación. “Si las personas jóvenes tienen acceso a la tierra, tienen también libertad”, insiste, haciendo énfasis en que la tierra no es una propiedad, sino un espacio para descasar, para entender cómo funcionan la paciencia y la disciplina, y para ejercer la justicia climática y la soberanía alimentaria. “Hay una liberación en poder cultivar mis propios alimentos en lugar de tener que seguir las normas y esperar a que llegue un barco o a que los precios sean razonables”.
Bajo una idea similar, la profesora Zaira Simone-Thompson, coordinadora del grado menor de Estudios Caribeños de Universidad de Wesleyan, en Estados Unidos, explica que, aunque la compensación y la redistribución de riqueza es importante, no reemplaza la urgencia “de rediseñar un currículo educativo y hacer un proceso que sea controlado por la gente del Caribe afro”. A pesar de que nació en Brooklyn, ha dedicado su trayectoria académica a explorar las prácticas de reparación en el Caribe, incluyendo la propuesta de diez pasos de Caricom.
“El hecho de que el capitalismo racial pueda sobrevivir incluso en la ausencia de los agentes coloniales, me hace pensar que las transformaciones tienen que ser más profundas”, asegura. Simone-Thompson defiende la necesidad de una autorreparación que define como “las dimensiones sociales, culturales y psicológicas de la curación” en un artículo en el que explica cómo quitar de la Plaza Nacional de los Héroes, en Bridgetown, Barbados, la estatua de Lord Horatio Nelson —un esclavista considerado un héroe para los británicos— generó una conversación sobre reparación.
La autorreparación, continua Simone-Thompson, “puede incluir el restablecimiento de prácticas culturales y espirituales que se han visto obstaculizadas o marginadas por formas de violencia racial, mientras que las reparaciones como los pagos o la restitución de bienes pretenden enmendar daños más materiales”. Reparar, dice la académica, es acabar “con la nostalgia colonial”.

