El santuario de mariposas que se convirtió en refugio de animales en la Amazonia peruana
La austriaca Gudrun Sperrer fundó ‘Pilpintuwasi’, un mariposario y centro de rescate que salva de la crueldad y el tráfico ilegal a diversas especies
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“Mira, acá está naciendo una, con su ala toda arrugada”, dice con delicadeza Gudrun Sperrer, una asistenta social austriaca que, desde hace tres décadas, se dedica a criar algunas especies de mariposas en medio del bosque amazónico. El insecto lepidóptero de la especie ‘ala de cristal’ (Greta oto), en efecto, comienza como a desperezarse, a salir de su crisálida, a vivir.
El instante natural y mágico ocurre en una sala de Pilpintuwasi (‘Casa de las mariposas’, en quechua), el predio de 20 hectáreas que ella gobierna cerca del pueblo de Padre Cocha, a unos 20 minutos en bote desde Iquitos, yendo por el río Nanay. “Es un momento muy difícil -agrega-, porque aún está feíta, gordita. Tiene que defecar un poco para perder peso y poder volar”.
Conservar y vivir
Sperrer recuerda que la idea de fundar este lugar en uno de los países con más diversidad de mariposas en el planeta (al menos 3700 especies, el 20% del total mundial), surgió en 1985, luego de que visitó el zoológico de Schonbrunn en Viena, donde la nueva atracción era justamente un mariposario. Vivía en la Amazonia peruana desde 1982 y se dio cuenta de que allí había algunas especies que ella había visto en medio de la selva.
Volvió a Iquitos decidida a dejar su trabajo como profesora de inglés en la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana (UNAP) para dedicar su vida a las mariposas, algo que hizo definitivamente en 1995. “Pensé que sería muy bonito criar un animal con el que no me encariño, porque el problema con otros animales, como los mamíferos, es que te encariñas mucho”, cuenta.
En medio del recinto lleno de orugas y pupas, donde junto con sus trabajadores hace una labor cuidadosa para que las mariposas se reproduzcan, se puede dudar de tal distancia emocional. Habla con pasión, tiene un conocimiento detallado de ellas; sabe cuánto se demora cada especie en crecer y desarrollarse, desde que es larva hasta su hora final.
“La morpho (mariposa azul) -explica-, tarda seis meses en pasar por todas las fases de crecimiento, y al final puede vivir sólo 10 días”. Las alas de cristal no demoran tanto, pero en su vida tienen que enfrentar varias amenazas, entre ellas la de los humanos. Porque muchas personas “no saben que de allí sale una mariposa y creyendo que es un gusano la matan”.
Pilpintuwasi se convirtió en el zoocriadero ‘La casa de las mariposas’ en 2002, luego de que su creadora sorteó varios trámites propios del Estado peruano para autorizar una iniciativa de este tipo. “La burocracia siempre lo complica todo”, afirma Sperrer. Para entonces, ya estaba transformándose también en un centro de rescate animal, función que cumple hasta hoy.
Fue la consecuencia esperable de comenzar a recibir otros animales desde el 2000, cuando arribó un huapo colorado (Cacajao calvus), primate amazónico que, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), se encuentra en estado vulnerable. Sperrer lo acogió y hoy moran acá cuatro ejemplares, tres hembras y un macho. Uno de ellos se asoma, de pronto, por encima de las mallas que cubren una sala donde comienza el recorrido de los visitantes.
Huyendo de la crueldad
Otro invadió hace dos días la sala de las orugas y se comió algunas. Son, digamos, traviesos. Por eso, en esta misma sala han puesto la foto de un huapo junto con un cartel que advierte: “Si te sigo, llama a los trabajadores o voluntarios. Gracias”. Gozan, además, de un cierto status en este centro. Son los únicos animales que pueden desplazarse libremente por los árboles; no permanecen en una jaula, como otras especies que están en rehabilitación.
Pilpintuwasi alberga 93 animales rescatados. Entre ellos varios monos pichicos (Saguinus fuscicollis), una chozna (Potos flavus), dos jaguares (Panthera onca), dos osos hormigueros, dos ocelotes, varias especies de loros y tres tucanetas marrones. Es una fiesta animal, pero a la vez sus inquilinos son sobrevivientes de algunas historias de horror.
Según cifras del Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor), entre 2022 y 2024 fueron decomisados 8.331 ejemplares vivos de fauna silvestre. De ellos, 3.105 fueron entregados a centros de conservación o rescate, como Pilpintuwasi. En el 2001, las especies decomisadas fueron 5.000, y entre el 2000 y el 2017, los decomisos fueron 79.025. Esto da una idea de la magnitud atroz del tráfico ilegal de especies, que mueve millones.
Entre los animales más maltratados están los jaguares como Prince, que llegó a este centro en marzo de este año, luego de estar por 15 años encerrado en una pequeña jaula de cemento de un centro de esparcimiento, propiedad del ex gobernador de Loreto, Yván Vásquez Valera, hoy preso por corrupción. Le habían cortado las orejas y la punta de los colmillos, le daban de comer fetos de animales. Cuando llegó, estaba débil y no podía ni subir a un tronco, recuerda Sperrer.
Lo trajeron en coordinación con el Serfor y ahora se le ve repuesto. Ha agarrado músculo, se mueve más. Pero guarda la huella del maltrato que sufrió y ya no es candidato para la reinserción en su hábitat, uno de los propósitos fundamentales de cualquier centro de rescate o conservación. La razón: ha perdido facultades, ya tiene cierta edad, no podría proveerse por sí solo de sustento.
Antes también estuvo en este lugar Pedro Bello, otro jaguar que, como cuenta Sperrer, llegó muy pequeño, en una caja y con el cuerpo lleno de gusanos. El problema con este felino es que se le caza furtivamente para aprovechar su piel y sus colmillos por sus supuestas propiedades afrodisíacas.
Volver o no volver
También está la historia de dos monos maquisapas (Ateles belzebuth) que vivieron encadenados por siete años. A veces, explica Yoana Núñez del Prado, la veterinaria de Pilpuntuwasi, el problema no es sólo que se tortura a los animales, sino que las especies silvestres quedan “improntadas”, es decir demasiado acostumbradas a la cercanía humana.
Al perder el temor, se vuelven dependientes, pueden convertirse en presa fácil de los depredadores o de los propios humanos. Por otro lado, están los costos sanitarios que, según Sperrer, en el caso de los monos pueden ser muy altos. “La liberación de un mono puede costar hasta cientos de dólares, ya que tienes que hacer descartes de hasta seis enfermedades”, explica.
Con todo, Pilpintuwasi ha reinsertado 20 animales: algunos perezosos, monos pichicos, una anaconda o monos leoncitos. Siempre con el permiso oficial, porque solo tiene en custodia a los animales. Durante la pandemia, fue dificilísimo sostener este y otros centros de rescate. Porque no había comida, ni recursos, ni visitantes. Y porque mucha gente pensaba que sólo los humanos importaban.
“Yo soy asistenta social y también me preocupa la humanidad”, recalca Sperrer, quien conoció en persona a la legendaria Jane Goodall. “Pero estamos destruyendo el planeta, que primero era de los animales”. Y apunta que, si acabamos con los jaguares, habrá muchos roedores; si desparecen las mariposas, desaparecerán también muchas aves, o no habrá polinización. “Cada especie importa, todo está interrelacionado”, dice con una mariposa colgada de su mano.
Cerca se escucha el chillido de unos monos y el grito de unos loros. También se ven otras mariposas volando en un jardín, quizás a punto de depositar sus huevos y reforzar nuevamente el ciclo de la vida. “De 100 a 150 huevos que pone una mariposa diurna, solo nacen unas cinco nuevas”, observa ella, convencida de que la naturaleza sabe lo que hace.
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