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En colaboración conCAF

Renato Opertti: “Tenemos un sistema educativo con actores crispados en discusiones ideológicas”

El experto de la Unesco propone transformar la educación para fortalecer las competencias fundacionales y ofrecer a los alumnos herramientas para pensar

Renato Opertti
Renato Opertti en su casa en la ciudad de Montevideo, Uruguay, el 17 de agosto de 2024.NATALIA ROVIRA

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América Latina tiene un problema muy serio: la mayoría de sus jóvenes no domina conocimientos suficientes en lengua, ciencia y matemática, según el último informe PISA. Estas competencias fundacionales, como se las conoce en el ámbito educativo, son consideradas las herramientas básicas para pensar de manera autónoma. “Si no las manejamos, tendemos intuitivamente a aceptar lo que está en función de nuestras creencias sin procesarlas”, sostiene Renato Opertti (Montevideo, 62 años), presidente del Consejo Asesor de la Organización de Estados Iberoamericanos y experto en educación de la Unesco. Para Opertti, este problema explicaría en parte la creciente desafección democrática entre los jóvenes de la región, donde por otro lado la seguridad coloniza el debate de políticas públicas. “Se cree que todo es un tema de más represión olvidando que los cimientos educativos están muy mal”, subraya.

Opertti recibió a América Futura en su casa de Montevideo, para conversar acerca de su libro Sobre educar y aprender para futuros mejores, el último de cuatro ensayos postcovid que escribió para aportar ideas y propuestas para la transformación educativa en la región. “La educación tiene que fundar un nuevo modo civilizatorio, porque hoy está más incrustada en mantener la insostenibilidad, asociada al cambio climático y a la pérdida de biodiversidad, que a interpelarla”, dice Opertti, que también coordina la Cátedra Unesco de Educación Híbrida en la Universidad Católica del Uruguay.

Pregunta. Usted propone transformar la educación, ¿con qué propósito?

Respuesta. El principal propósito de la educación está en formar seres libres y autónomos con capacidad de tomar posición propia, que logren manejar las alfabetizaciones fundacionales: la lengua, la ciencia, la matemática. La educación tiene que formar a los estudiantes en un humanismo universalista y es una herramienta para que las sociedades logren mayores niveles de justicia social y redefinan su relación con la naturaleza. Otro aspecto descuidado es el de una educación que nos encuentre con nuestro espíritu, que no tenga dificultades en discutir las contradicciones humanas.

P. ¿Cuál es el principal desafío que enfrenta Latinoamérica para alcanzarlos?

R. Un problema muy serio es que la mayoría absoluta de los jóvenes de 15 años no maneja los conocimientos suficientes de lengua, ciencias y matemáticas, según evaluaciones de PISA/OECD. La prioridad es lograr un salto de calidad en esos aprendizajes, porque sin esa base estamos hipotecando las posibilidades futuras de varias generaciones. Además, es un llamado de atención en cuanto a si esto no implica minar las bases de la democracia.

P. En su libro sugiere que hay un estrecho vínculo entre la desafección democrática que existe en la región y estos magros resultados en educación.

R. Hay estudios en América Latina que muestran que una preocupante proporción de jóvenes está dispuesta a “sacrificar” la democracia si hay crecimiento económico. ¿Por qué hacemos énfasis en las alfabetizaciones fundacionales? Porque son las herramientas para pensar. Si no las manejamos, tendemos intuitivamente a aceptar lo que está en función de nuestras creencias sin procesarlas.

P. ¿En qué se ha fallado?

R. Uno de los grandes problemas de la región es la bajísima percepción que tienen sus élites políticas y sociales del valor de la educación para la inclusión, la convivencia y la democracia. La seguridad coloniza el debate de las políticas públicas, se cree que todo es un tema de más represión olvidando que los cimientos educativos están muy mal. La educación no es prioritaria en las agendas internacionales: solo el 2% de la cooperación internacional se destina a educación. Por otro lado, tenemos un sistema educativo con sus actores crispados en discusiones ideológicas sin poner el acento en lo fundamental.

P. Reivindica el rol activo del educador como agente de cambio. ¿Qué preocupación comparten, por ejemplo, una maestra del campo argentino con otra de Guatemala?

R. Para un educador la mayor satisfacción es lograr que el alumno desarrolle su potencial, su talento, su creatividad. Hoy el educador siente que esa posibilidad está cercada, por un lado, por un sistema educativo que en general no le da el apoyo necesario y, por otro, por relaciones complicadas con las familias. Muchas veces el educador se siente en el banquillo de los acusados: acusado por el sistema educativo, por las familias, por la política. No quiero decir con esto que no haya que cambiar profundamente la formación docente.

P. ¿Es común en toda América Latina?

R. Eso pasa en América Latina, no tanto en otras sociedades. En las nórdicas, por ejemplo, ese asedio no existe porque se cumple un principio fundamental: la confianza mutua entre educadores, alumnos, centro educativo y comunidad. Las relaciones de confianza generan una educación más fluida, menos trabada por los enfrentamientos. No es que no los haya, pero hay una base común que todos respetan y tiene que ver con el prestigio profesional del educador, algo que en América Latina hemos perdido.

P. Señala que la humanidad está en un punto de inflexión en referencia a la insostenibilidad de los estilos de vida predominantes y a la explotación ilimitada de recursos naturales. ¿La educación ha sido funcional a este capitalismo desenfrenado que describe?

R. La educación no ha logrado formar a las nuevas generaciones en valores y comportamientos que permitieran revertir este modelo explotador de la naturaleza. Por eso la educación tiene que fundar un nuevo modo civilizatorio, porque hoy está más incrustada en mantener la insostenibilidad, asociada al cambio climático y pérdida de biodiversidad, que a interpelarla. La educación tiene que recobrar el sentido de emancipación de las personas, dándoles las herramientas y los conocimientos para que interpelen un capitalismo que no repara en la relación de interdependencia entre los humanos y la naturaleza. Si la educación reproduce o no este modelo es un debate central, pero muchas veces se pierde porque las discusiones están acaparadas, por ejemplo, por las tecnologías, en un derrotero de “tecnosolucionismo”.

P. ¿Cómo abordar el uso de las tecnologías digitales en las aulas?

R. Primero, entendiéndolas y jerarquizándolas como un instrumento de apoyo en los procesos de enseñanza, aprendizaje, evaluación. Segundo, estudiando su conveniencia en la especificidad educativa, porque uno de los problemas es que no han sido diseñadas con fines educativos. Tenemos que preguntarnos de qué manera las tecnologías aportan valor a la relación insustituible entre alumno y educador. Tercero, hay que tener claridad sobre las cuestiones éticas, desarrollando en los alumnos la capacidad de interpelar a las tecnologías. La inteligencia artificial podrá ser un apoyo en la medida en que potenciemos la inteligencia humana.

P. La investigadora Maryanne Wolf habla de la “reconquista de la atención del estudiante” y de la importancia de la formación en lectura profunda. ¿Cómo hacerlo en tiempos de inmediatez digital?

R. No hay educación sin atención y la atención implica profundidad. El Informe Mundial de Seguimiento de la Educación 2023 hace referencia a estudios que muestran que cuando el alumno está en clase y recibe una notificación de una aplicación, le lleva 20 minutos volver a prestar atención. La presencia de las tecnologías digitales no puede ir en desmedro de la lectura impresa. Si queremos una sociedad más democrática y ciudadanos más vigilantes, como señala Wolf, necesitamos que los alumnos comprendan los textos que leen.

P. Su trabajo refleja la importancia de la educación híbrida, que combine las clases presenciales con la formación en línea. Es un desafío, porque la pandemia mostró la profunda brecha digital que existe en el continente.

R. Quizás Uruguay sea el país latinoamericano que está en mejores condiciones de universalizar la educación híbrida, porque logró universalizar el acceso a las tecnologías en la educación primaria y media, con plataformas y recursos educativos gratuitos. Pero todavía no lo ha hecho. Avanzar hacia modos híbridos implica una inversión muy fuerte del Estado en garantizar lo que Unesco llama el derecho a la conectividad gratuita en la educación. Sin eso, los modos híbridos reproducen la desigualdad y acrecientan las brechas sociales.

P. Precisamente, este es el continente más desigual del planeta con una marcada segregación social y territorial. ¿Qué consecuencias tiene en la educación?

R. Por esa segregación la educación es crecientemente separadora. Tiene que ver con el separatismo que proviene de la sociedad, pero también del sistema educativo. Cuando separamos, sin vasos comunicantes, a los alumnos en educación técnica o media, el sistema termina reproduciendo la segregación que hay afuera. Las sociedades nórdicas son más igualitarias e inclusivas porque la educación lo transmite y no genera circuitos diferenciados. Hay que pensar en una educación por ciclos etarios, de los tres a los 18 años, sin interrupciones, integrando espacios de aprendizaje, formales y no formales. La distinción tradicional entre educación primaria y media es obsoleta.

P. Esto supone revolucionar el actual modelo educativo.

R. La educación está basada en un esquema fijo de contenidos, de tiempo de instrucción, de metodologías, cuando debería ser todo lo contrario. Una educación que es flexible cambia el punto de partida. Porque la educación que no se ajusta a la necesidad de cada alumno penaliza a los más pobres, que no tienen otras formas de compensar las deficiencias de la educación. En parte por eso en América Latina tenemos el problema de expulsión de los estudiantes de la educación media.

P. Lo llama expulsión, no abandono ni deserción.

R. Esa expulsión tiene que ver con la incapacidad de atender la diversidad de cada alumno y de imponer un modelo que termina siendo altamente regresivo. Hay que balancear e integrar las metodologías de enseñanza y de aprendizaje para lograr una educación de escucha atenta a cada alumno. Es un cambio de paradigma que implica entender la educación como un asunto intergeneracional de ida y vuelta.

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