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En colaboración conCAF

¿Qué saber sobre el oropouche, un poco conocido virus que ahora llama la atención de Latinoamérica?

La OPS ha emitido varias alertas por el aumento de casos reportados, especialmente en Brasil. Transmitido principalmente por un mosquito y con síntomas similares al dengue, se estudian posibles muertes y su relación con la pérdida de vegetación

Un mosquito es capturado para su estudio en la transmisión de enfermedades, en São Paulo (Brasil), en marzo de 2024.
Un mosquito es capturado para su estudio en la transmisión de enfermedades, en São Paulo (Brasil), en marzo de 2024.Isaac Fontana (EFE)
María Mónica Monsalve S.

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La Amazonia de Brasil fue el primer lugar en donde se alertó sobre el incremento de casos de oropouche, un virus que genera síntomas muy similares al dengue. “Aunque desde los años 80 en la región se han dado estos brotes, fue aproximadamente a finales de 2023 cuando notamos que, hasta ahora, no habíamos tenido uno tan grande”, explica Marcus Lacerda, médico e investigador en enfermedades infecciosas de la Fundación Oswaldo Cruz (Friocruz), institución científica adjunta al Ministerio de Salud de Brasil.

En Manaos, lugar en el que el instituto siempre le ha seguido el rastro a este virus, los casos positivos empezaron a incrementar y, con el tiempo y tras la alerta dada por los expertos, también aumentaron en Presidente Figueiredo, Maués, Tefé y Manacapuru. “El oroupuche usualmente se ha reportado en el Amazonas y en zonas rurales, pero desde el año pasado también se han visto casos en ciudades”, agrega el experto.

A pesar de que hasta hace poco el oropouche se había mantenido por fuera de la esfera pública, se trata de un virus que se identificó en 1955 en Trinidad y Tobago, en una villa por la que se le otorgó su nombre. Con síntomas que generalmente son leves, como fiebre, náuseas, erupción y dolor de cabeza, el virus suele ser transmitido al humano por medio del mosquito Culicoides paraensis, también conocido como jején en algunas partes de América Latina y Centroamérica. Su foco, hasta ahora, había sido el Amazonas, zona en donde, según la Organización Panamericana de Salud (OPS), se han dado la mayoría de los casi 30 brotes que se han vivido en la región. Episodios, todos, que se habían vivido sin mayor atención.

“Los brotes de oropouche suelen pasar muy rápido, en dos o tres meses”, calcula Lacerda. Y como se entendía que este virus causaba una fiebre que no era ni común ni letal, eran pocos los ojos tratando de entender su comportamiento. Sin embargo, entre 2023 y 2024, la situación cambió. El aviso que se dio desde Manaos generó que otras regiones e, incluso países, fortalecieran su vigilancia y lo empezaran a rastrear, llevando a que la OPS emitiera varias alertas epidemiológicas sobre el tema a lo largo de este año. En la más reciente –del 2 de agosto – se explica que, hasta finales de julio, se habían reportado 8.078 casos confirmados: 7.284 en Brasil, 356 en Bolivia, 290 en Perú, 74 en Colombia y 74 en Cuba, país que lo reportó por primera vez este año, lo que respaldó no solo la hipótesis de que hay un reciente aumento de casos, sino de que el virus está siendo identificado en nuevas áreas.

Relación entre virus y naturaleza
Un hombre retira el agua estancada de un bote como prevención de la propagación del mosquito Aedes aegypti en Niteroi (Brasil), en una fotografía de archivo. Leo Correa (AP)

Para tener una referencia de por qué la alerta sobre el aumento de casos reportados, sirven dos datos. En Brasil, durante lo que va del 2024, hay ocho veces más registros que todo lo reportado durante 2023. En Colombia, según datos dados por el Instituto Nacional de Salud, solo 87 pruebas dieron positivo en un estudio sobre oropouche que se hizo a lo largo de 2019 y 2020.

Pero la OPS también ha lanzado otras alertas. El 18 de julio comunicó que se habían identificado posibles casos de transmisión maternoinfantil del virus oropouche aún bajo investigación en el estado de Pernambuco (Brasil), detonando en abortos espontáneos. El 25 de julio comunicó que las autoridades brasileñas reportaron dos muertes por fiebre de oropouche en Bahia, algo sobre lo que no existían informes en la literatura médica a nivel mundial.

Son datos, sin embargo, que hay que analizar con pinzas, advierte Lacerda. El aumento de casos reportados de oropouche, por ejemplo, no solo se explica por que el virus se estaría transmitiendo más, sino porque una vez la OPS alerta sobre su vigilancia, los países empiezan a hacer más pruebas para detectarlo. Cuando una persona llega con fiebre a los centros de salud en regiones amazónicas, lo usual es primero confirmar si se trata de dengue. Si la persona da negativo para dengue, es cuando se explora si lo que puede tener es oropouche a través de una prueba de laboratorio. Con la alerta de la OPS, esa toma de pruebas creció y por, ende, también lo hizo el reporte de casos.

Sobre la transmisión maternoinfantil y las muertes por oropouche, el experto también aclara que “todavía es muy pronto para sacar conclusiones”. La causa relación, por así decirlo, todavía está siendo estudiada y lo que están haciendo estas alertas es decirles a los sistemas de salud de la región que es momento de vigilar: no solo los casos de oropouche, sino a las mujeres embarazadas en zonas donde está el brote. “El riesgo acá es no darle su debida importancia, porque no queremos que se repita la historia del zika”, recuerda.

“Las alertas que da la OPS son para que la gente se prepare para estos brotes, para que seamos más los que estemos estudiando el oropouche porque así tendremos respuestas más rápido”. Las alertas, insiste, son para evitar que los sistemas de salud colapsen, pues así el oropouche no sea – hasta donde se sabe – un virus letal, sí empezó a emerger paralelamente al gran brote de dengue que se vivió en Latinoamérica. Es decir, se trata de dos enfermedades febriles que requieren sistemas de salud robustos.

Los virus y la pérdida de naturaleza

Deforestación de la Amazonia
Zona de la selva del Amazonas deforestada para plantar soja cerca de Porto Velho (Brasil), en 2019.VICTOR MORIYAMA / New York Times / ContactoPhoto (NYT)

El doctor Daniel Romero-Álvarez, epidemiólogo y ecólogo de enfermedades infecciosas de la Carrera de Ciencias Biomédicas de la Universidad Internacional SEK, Quito, Ecuador, empieza la conversación con un dato contundente: “el 70% de las enfermedades infecciosas vienen del ecosistema”, dice. Por esto le interesó concentrarse en este campo. Por eso llegó a investigar sobre el oropouche.

En 2016, junto a otro colega y aprovechando que Cusco, Perú, estaba viviendo un brote de oropouche, buscó explorar una hipótesis que habían arrojado varios científicos: que el cambio de paisaje era un motor para la aparición de la fiebre de oropouche. Cruzaron datos satelitales de pérdida de vegetación con los mapas donde se estaban presentando los casos y así notaron que “potencialmente la perdida de vegetación se relaciona con la presencia de casos humanos de oropouche”.

Al igual Lacerda, Romero-Álvarez es precavido al elegir las palabras con las que explica los hallazgos de su investigación. Como científicos, saben que encontrar la relación causal de algo necesita datos, evidencia y tiempo. El oroupouche se ha estudiado tan poco que el camino para llegar allí es todavía lejano. “Pero sí hay una posible relación con la deforestación”, insiste. No solo lo vio en el brote de Perú en 2016, sino en 35 brotes que han ocurrido en Suramérica entre 2000 y 2019, incluyendo uno en Argentina. En este último estudio, que publicó en 2023, también advierte que “los modelos estiman que hasta 5 millones de personas corren riesgo de exposición al oropouche en Latinoamérica”.


“Al mosquito que transmite el virus, que también se le conoce como arenilla, le encanta vivir en cáscaras de cacao y banano. Entonces, muchas veces, cuando se deforesta se hace para poner plantaciones de estos productos que son ideales para el mosquito”, explica.

Pero la pérdida de vegetación no es el único factor que podría estar impulsando al mosquito. Desde el INS de Colombia también hablan de otros dos elementos que relacionan al oropouche con la pérdida de la naturaleza. El primero, es que el virus se mantiene en reservorios con los que cada vez estaríamos teniendo más contacto al destruirles el hábitat, como los primates no humanos, los monos, las ratas de monte, los osos perezosos y algunos pájaros. Lo segundo, es que el cambio climático ha favorecido al vector o mosquito que transporta los virus, evidencia que ya se ha visto para la malaria y el dengue.

“A los patógenos se les debería estudiar antes de que llegaran al humano, como organismos”, dice Romero-Álvarez. “Pero como hay poco dinero en prevención, no estamos estudiando desde antes cuáles son esos patógenos con potencial de afectación”. Algo que parece estar pasando con el oropouche que, hasta ahora, se está conociendo más allá del Amazonas.


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Sobre la firma

María Mónica Monsalve S.
Periodista de América Futura en Bogotá, Colombia. Antes trabajó en El Espectador. En 2020 fue ganadora del Premio Simón Bolívar por mejor reportaje. Máster en Cambio Climático, Desarrollo Sostenible y Políticas de la Universidad de Sussex (Reino Unido).
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