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Luciany Aparecida: “Mujeres como yo siempre hemos contado historias, pero ahora nos quieren oír”

La autora invitada por Brasil a la Filbo cuestiona el racismo y la heternormatividad y reconoce que admira a Lula “por ser un hombre soñador”

Luciany Aparecida, autora brasileña, en Bogotá.
Luciany Aparecida, autora brasileña, en Bogotá.ANDRÉS GALEANO
Noor Mahtani

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Luciany Aparecida sabe que el racismo no se construyó en un día. Más bien, cuenta, es una estructura compleja que se encargó de deshumanizar los cuerpos negros e intentó emblanquecer el pasado de Brasil desde todos los ámbitos. También desde la literatura. “Fueron medidas concretas. Por eso, para derribarlo hacen falta medidas igual de concretas”, zanja. Así, nada de lo que viste, dice, hace o lee es casual. Aparecida (1982, Vale do Rio Jiquiriçá, Bahía) no se esconde; está construyendo su propia armadura igual de sofisticada y rígida para resistir un sistema que le dijo que mujeres como ella no podían escribir. Y mucho menos ser la invitada especial de Brasil en la Feria del Libro de Bogotá (FilBo). El 17 de abril, en la inauguración del evento, frente a los presidentes de Brasil y Colombia, eligió (también) cuidadosamente a quién citar en su discurso. “Maria Firmina dos Reis [la primera novelista negra de Brasil] nunca vivió en una nación libre de esclavitud, pero la imaginó”, narró. “Leer y escribir es sobre el coraje de entregarse a un mundo desconocido y desearlo mucho”. Precisamente eso, el coraje, la memoria, el género y el color es lo que atraviesa toda la obra de esta vibrante brasileña que reivindica el soñar como “un acto revolucionario” y la belleza de la valentía. “Que la naturaleza reconforte en momentos de luto es algo universal”, dirá en unos minutos.

En octubre publicó su primera obra Mata Doce (Alfaguara, 2023) tras cuatro obras que atribuyó al nombre de Ruth Ducaso, una “firma estética”. Estos días está cumpliendo otro de sus grandes sueños: pasear por Bogotá, una ciudad que conoció a través de cuentos y telenovelas en la casita de campo en la que creció junto a sus abuelos. “Las ciudades grises como estas son símbolos de riqueza. Los días grises donde vengo yo son muy felices porque llueve”.

Este viernes, vestida de blanco, como marca la tradición afrobrasileña candomblé Jeje, Aparecida recibe a América Futura en la recepción del hotel en que se hospeda, a escasos metros de la feria. “Las mujeres como yo siempre hemos contado historias, la diferencia es que ahora hay gente que nos quiere oír. El mercado editorial empieza a entender que nosotras también vendemos”, narra en un perfecto portuñol y con una sonrisa amplia.

Pregunta. ¿Quién es Ruth Ducaso?

Respuesta. Es una firma estética que me inventé para publicar libros. Muchos pensaban que era un pseudónimo o heterónimo, en referencia a Fernando Pessoa [precursor de esta figura en lengua portuguesa] pero no quería ligarme a su tradición sino a la de las mujeres afrodescendientes que reinventaron sus nombres reales, después de la esclavitud. En mi caso, hago referencia a mi abuela. Ruth es el nombre de mi abuela y Ducaso es porque en portugués se dice “voy a contarte la historia do caso… [significa “del caso” y fonéticamente suena como du caso]”. Todo lo que firmo es a partir de una historia de mi abuela. A las mujeres durante la esclavitud les cambiaban el nombre. Muchas, al reconquistar su libertad, volvían a esos nombres o inventaban otros, que es lo que hice yo.

P. ¿Y por qué este romance tenía que llevar su nombre?

R. En la pandemia, en Brasil vivimos una situación muy tensa por la situación política, giramos a la extrema derecha. Había un discurso muy violento en contra de las mujeres como yo, de la comunidad LGTBI… Y sentí un deseo de escribir para actuar de una manera más directa al lector o lectora. Quise empezar a ver y no solo a contar una historia política o de la sociedad. Con la firma estética me centraba en eso: en la estética, el ritmo literario, el formato... Bajo mi nombre, siento que puedo tocar el corazón de las personas. Y yo quiero que quienes tienen los ojos vendados, prefieran enamorarse de nosotras, en lugar de querer matarnos. Quiero que se enamoren de las mujeres del campo y que se relacionen de otra manera con la naturaleza, lo rural, lo religioso...

P. ¿Hay un mensaje para la población blanca de Brasil?

R. También. No quiero que solo la población negra lea mis libros. Quiero que los lean todos. No vamos a llegar a ningún lado solas, llegamos juntas. Cada uno ocupa su hogar, pero las personas con mucho privilegio también pueden hacer muchas cosas. Una de ellas es leer un libro de una mujer como yo. Esto ya es revolucionario. Vivimos en una sociedad que cree que nosotras no podemos escribir en un evento de tan alto nivel como este.

P. En todas sus obras existe una tendencia a la polifonía. ¿Es ceder la palabra a personajes que no suelen tenerla un acto político?

R. Quiero pensar a mis personajes de manera compleja. En la literatura brasileña, las mujeres como yo fuimos solamente un tipo de personajes, sin complejidades. Y lo que quiero hacer es convertirnos en personajes más complejos. La protagonista de mi libro es la taquígrafa y es la que escribe las cartas de los del pueblo. Esto te permite escuchar qué es lo que un hombre de 80 años tiene que decir del mundo. Hay personajes negros, viejos, un hombre blanco que comete un acto muy violento… Y escuchas a todos ellos por sus cartas. Por eso quería escribirla desde la polifonía y la no linealidad. Quería escribir un libro que se pareciera a la memoria.

P. Antes hablaba del Gobierno de Jaír Bolsonaro. ¿Se siente en el área de la cultura el cambio de Gobierno?

R. Mucho. Un ejemplo es esta feria. La presencia de la comitiva brasileña no existiría si no existiera la literatura y la cultura como una cosa positiva para la nación. Pensar la lectura para personas que no son de clases favorecidas es revolucionario porque la escena literaria está aún en las manos de un grupo de élite. Quien escribe, produce y tiene acceso… son personas que viajaron, hablan varios idiomas… Es como si las demás personas tuvieran nada con lo que contribuir. Los movimientos políticos como Lula [da Silva] generan movilidad cultural, no solo la social. Ahora vuelve a existir un ministerio de Cultura, por ejemplo.

P. ¿Lo conocía en persona?

R. No y fue muy emocionante. Vengo de una tradición de mujeres de Lula… El gran acontecimiento de estar a su lado es por conocer personalmente a un hombre soñador. Y eso es fabuloso. Estoy cerca, sacándome una foto o abrazando a un hombre que soñó y que sigue soñando. Y él parte de un lugar muy sensible, piensa la literatura, la cultura desde ahí: desde los sueños. Cuando él estuvo preso, lo que más hizo fue leer. Y salió de la cárcel hablando de los libros que leyó. Eso es de una sensibilidad enorme. Estoy viva en una época en la que también lo está un gran soñador.

P. ¿Y usted, con qué sueña?

R. Ay… (Risas). Ahora quiero que traduzcan Mata Doce al español y poder dialogar con el resto del continente. Tenemos muchas historias en común y tenemos mucho de lo que charlar.

P. La escritora Micheliny Verunschk dice que Mata Doce “es una historia de fantasmas de aquello que persiste en nosotros”. ¿Cuáles son los fantasmas de su país?

R. El racismo. Ese es el mayor y es un fantasma construido intelectualmente. No salió de la nada, existe una estructura social. A finales del siglo XIX, la nación brasileña crea la teoría del emblanquecimiento para trabajarlo en la medicina, la psicología y en la literatura. La idea es borrar toda la ascendencia negra, cualquier referencia afrobrasileña y marcar un Brasil blanco. Eso se trabaja desde muchas áreas y continúa hasta hoy. Es tan concreta la forma en la que se articuló, que la reacción también ha de serlo.

P. ¿Qué lugar en América Latina podría ser Mata Doce, con esa mezcla de oscuridad y luz?

R. Mis referencias son Bahía, pero una persona se va a reconocer en los sentimientos. Eso está en todos lados. La melancolía, la soledad, la tristeza… Que la naturaleza reconforte en momentos difíciles es algo universal.

P. Hay una parte de su libro en la que dice: “Poseer un rosal entre baldosas sólo podría ser la historia de una mujer valiente”. ¿Cree que las mujeres estamos cansadas de ser valientes?

R. Sí, es verdad… Lo que pasa es que el rosal ha sido un espacio guardado para las mujeres blancas. Por mucho que sea delicada, existe una valentía de las mujeres negras en esos espacios pensados para las mujeres blancas. La sociedad nos pide estar en otros lugares. Para ellos, estar donde están no tiene nada de valiente, pero para nosotras es muy corajoso. Hacer lo que uno siente es valiente.

P. En sus estudios como investigadora teje las relaciones entre nación, migración, historia, memoria... Y en la literatura que escribe subyace la intersección entre sexos, razas, estratos... ¿Por qué es importante para usted contar todas las capas?

R. Las personas negras siempre fuimos leídas con simplicidad. Y muchas veces una tiene que probar que lo que hace tiene validez literaria. Porque nos dicen que, al denunciar, no estamos escribiendo literatura. Y es un discurso aún muy violento.

P. ¿Le pasó a usted?

R. Mi obra llega en un momento en que tiene una buena recepción. Hay cada vez más voces negras de la afrodiáspora que van abriendo el camino: Edwidge Danticat, Zadie Smith, Eliane Marques, Conceição Evaristo, Carolina María de Jesús… Hay muchas mujeres en esto. Y desde hace mucho tiempo. La diferencia es que el mercado editorial ahora empieza a entender que nosotras también vendemos.


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