El mundo en una chakra: una huerta que también es casa, despensa, farmacia y escuela
Los sistemas de sembrío campesinos en los Andes y la Amazonía de Ecuador fueron reconocidos por la FAO por su importancia global
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Un pedazo de tierra sembrada con plantas alimenticias no solo permite la supervivencia, sino que proyecta, como una rosa de los vientos, los rumbos que puede tomar la vida. Porque ese pedazo de tierra no es solamente espacio aprovechable y materia orgánica; es también brújula de organización y entraña de conocimientos. Los alimentos son el centro del uso y las operaciones, pero las funciones de las chakras (palabra escrita con k desde que en 1998 en Ecuador se unificó el alfabeto quichua -kichwa- y se eliminó el uso de la c, entre otras letras) pueden ser abordadas desde diversas perspectivas: económica, ecológica, social, cultural, espiritual, tecnológica. Esa dimensión holística es lo que valoró la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para otorgarles, en febrero pasado, el reconocimiento de Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial (Sipam). Con estas incorporaciones, la red mundial de la FAO suma 74 sistemas reconocidos en 24 países. En América Latina y el Caribe ya existían cinco en cuatro países: uno en Brasil, uno en Chile, uno en Perú y dos en México.
Los acreedores en Ecuador fueron la Unión de Organizaciones Campesinas de Cotacachi (Unorcac), en la sierra norte del país, y la Corporación de Asociaciones de la Chakra Amazónica, en la provincia de Napo. “El reconocimiento se basa en un expediente que es presentado por los mismos artífices de los sistemas y que evidencia que contribuyen a la seguridad alimentaria, la seguridad de los medios de vida y la agrobiodiversidad nativa, los conocimientos ancestrales, la organización social, los valores culturales y el manejo integrado de paisajes”, explica Érika Zárate, especialista internacional en agricultura familiar para la FAO. “Pero además del expediente, se debe adjuntar un plan de conservación de ese patrimonio, y lo que finalmente se busca es que actores públicos o privados se comprometan con la conservación de ese conocimiento”, aclara. La distinción no involucra ningún incentivo económico, pero debería abrir las puertas a fondos de cooperación y constituir un instrumento que permita incidir en decisiones de política pública.
Una de las fincas visitadas por la comisión de la FAO que otorgó el reconocimiento es la de Magdalena Laine, mujer kichwa de 56 años, esposa y madre de ocho hijos, dedicada a la agroecología por herencia y vocación. La finca queda en Cumbas Conde, comunidad aledaña a la ciudad de Cotacachi, provincia de Imbabura, en una estribación a 2.500 metros sobre el nivel del mar flanqueada por el inactivo volcán que lleva el mismo nombre de la ciudad y que desde la cosmovisión andina carga una energía protectora femenina: la mama Cotacachi. El terreno tiene más de una hectárea y es un ejemplo prodigioso de los atributos de la chakra. La zona de vivienda se encuentra en una elevación cercana al centro del terreno y sus tres alas conforman una U con un patio en el medio. Están las habitaciones y el comedor; un cuarto para la crianza de cuyes (cobayas, conejillos de Indias), y otro para guardar herramientas y acopiar maíz, fréjol, habas y más frutos de la cosecha. En el patio central se seca la ropa lavada, se enciende un fogón para cocinar con leña, se pasean gallinas con sus pollitos y, cuando se da la ocasión, se bailan los agasajos familiares y las festividades que marca el calendario agrícola.
Alrededor hay más de 10 parcelas de diversas dimensiones, de las cuales nueve están rebosantes. La que descansa estuvo sembrada con chochos (lupino, altramuz), cuatro buenos quintales que hoy se conservan en sacos de yute y polipropileno para más tarde ser consumidos (cocidos y desaguados hasta quitarles el amargor, como es costumbre), o para de ahí tomar unos cuantos kilos y venderlos en la feria del domingo, o para aportar al banquete que deberá prepararse en algún bautizo o en un matrimonio, y, por supuesto, para reservar lo necesario como semillas.
La variedad de alimentos en la finca es asombrosa. En el caso de esta familia, el trabajo para mantenerla es realizado por todos: Magdalena, su esposo y los cinco hijos que todavía viven con ellos, más su hija Cecilia Cumba, que va dos veces por semana para, junto a su esposo, atender la parcela de maíz, uvilla y amaranto (ataco, sangorache) que tienen en esa propiedad. Ahora mismo ellos luchan contra una plaga que atacó las plantas de uvilla, un hongo que prácticamente calcina las hojas. Tienen 500 plantas y está afectada casi la mitad. Para sembrar ese lote invirtieron 500 dólares entre la compra de plantas, maderos y alambre para que trepen las enredaderas. Confían en que, pese a todo, en abril tendrán una buena cosecha. La uvilla será vendida a una empresa que las deshidrata y las convierte en mermelada, donde pagan 90 centavos de dólar el kilo.
Si bien el trabajo de la tierra es un asunto familiar que se transmite y se compromete de generación en generación, es común que las chakras sean mantenidas principalmente por mujeres, algo que también destacó la FAO para otorgar dicho reconocimiento. “El rol de la mujer es relevante sobre todo por el compromiso que han tenido no solo de cuidar su chakra, su espacio privado, sino las chakras de la comunidad”, explica Érika Zárate. “Con eso contribuyen a cuidar su medio de vida, su entorno y su cultura, porque la chakra no es solamente una parcela de producción, sino que es un lugar donde se cría, se crea y se transfiere conocimientos”.
En esta primera parcela a un costado de la casa hay col, acelga, espinaca, coliflor, jícama, ají y amaranto blanco y negro con su espigada exhuberancia. Hay también borraja, tomillo y mejorana, plantas que, como medicinales que son, fueron sembradas ahí para que protejan a las otras de las plagas. La salud de todas es en apariencia impecable, pero Magdalena Laine explica que, bajo las enormes hojas de esas coles, unas 40 en tres hileras, no han desarrollado los repollos y que por lo tanto terminarán alimentando a los cerdos, cuyes y conejos que luego aportarán los excrementos. Junto a los de las vacas y gallinas que también tiene, conformarán el poderoso abono con el que fertilizan los sembríos.
En los elementos de esta breve fotografía del trabajo en la chakra se distinguen algunas de sus virtudes como sistema. La siembra de especies asociadas es una herencia ancestral que frente a los sistemas de monocultivo tiene varios beneficios, entre ellos una mayor eficiencia del uso de tierra y agua, la reducción de poblaciones de plagas y el reforzamiento del control biológico, el aumento de la diversidad de macro y microorganismos benéficos, y el mejoramiento de la fertilidad del suelo. Gracias a su lógica circular, nada se desperdicia, pues los alimentos no idóneos para el consumo humano se destinan a los animales o, en última instancia, se amontonan en las composteras o al pie de las mismas plantas para podrirse y enriquecer el suelo. El aprovechamiento, entonces, sigue la siguiente secuencia: humanos, animales, tierra, más la habitual reserva para semillas. Evidentemente, los cultivos de la chakra se fertilizan sin químicos, solo con abonos orgánicos que se producen casa adentro gracias al aporte de los animales. Los animales son comida para los humanos, vehículo de alimento para la tierra, fuente de ingresos económicos o materia de intercambio.
Una parcela contigua concentra la combinación esencial del sistema chakra, legado directo de los pueblos originarios y lo que en Mesoamérica se conoce como milpa: maíz, fréjol y calabazas, en este caso sambo y zapallo. A esta asociación, que en algunos lugares se la conoce como “las tres hermanas”, usualmente se le añaden otras plantas para sacarle aún más provecho al sistema. Es común el ají (chile), que hay en esta parcela, donde además hay bledo, quelites, mashua y oca blanca y roja, tubérculos andinos, estos últimos, que por un lado padecen riesgo de extinción al ser cada vez menos consumidos por la población general, y por otro lado han experimentado un cierto renacimiento en el ambiente de la alta gastronomía local.
Más extraño y todavía en mayor peligro de desaparecer es el miso, un extravagante tubérculo andino con las raíces enredadas y multifornes que Magdalena saca de la tierra con esfuerzo y lo presenta sonriente como la rareza que es. Tiene un valor energético hasta cuatro veces mayor que el de la papa, y es capaz de resistir en condiciones de frío extremo. Pero todavía más entusiasmo le provoca hablar del maíz, el cultivo que en general domina las chakras andinas en cuanto a volumen de producción y a lo fundamental que es para la alimentación cotidiana, pero también en lo que respecta a su relevencia cultural y simbólica. Es uno de los cinco cultivos más importantes del mundo y el que mayor rango de adaptación tiene, pues crece desde el nivel del mar hasta por encima de los 3000 metros de altitud. Según el Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias de Ecuador, en el país existen 29 razas de maíz, de las cuales 17 provienen de la región Sierra.
Cada año el Comité Central de Mujeres de la Unorcac organiza en Cotacachi el Muyu Raymi, una feria que tiene como objetivo promover el intercambio y circulación de semillas nativas y apoyar procesos que fortalezcan la soberanía alimentaria. Si bien allí está disponible una gran variedad de semillas de tubérculos, cereales, leguminosas, plantas frutales y hasta ornamentales, las que predominan no solo por su número sino por la belleza de sus formas y la fascinante paleta de colores que abarcan, son las de maíces. Hermosamente dispuestas sobre manteles en el piso, mujeres campesinas suelen mostrar alrededor de 20 mazorcas distintas. Magdalena Laine, que suele participar en la feria, cultiva varias de ellas. “Sembramos el mishca sara para hacer tostado, porque es bien suavito; el maíz bola para harinita, para mote; también el chulpi, el canguil, el morocho, el blanco para hacer chicha, o el amarillo para tostar y hacer harina y mezclarle con un poco de cebada, eso es bueno para las coladas del desayuno”. Para que se sequen y no les afecten plagas como el gorgojo, a las mazorcas enteras se las forra con sus propias hojas estirándolas hacia arriba desde el extremo inferior, el llamado catulo, y luego se las amarra entre sí con una de esas hojas, en pares o en grupos de hasta cinco, y a la intemperie se las cuelga de un clavo sobre la pared. Esa magnífica obra de artesanía, que a la vez que conserva los granos adorna los hogares campesinos, se llama guayunga.
En esta parcela, otra instantánea de los atributos de la chakra: la preservación de semillas nativas a través de la reproducción y el intercambio; el cultivo de especies en peligro de extinción que en ámbitos urbanos pasan desapercibidas, y la multiplicidad de usos que se le puede dar a un cultivo tan rico y versátil como el maíz, al que en varias lenguas nativas, con sobrada razón, se lo llamaba con palabras que también significaban vida.
La chakra también concentra la comprensión del paso del tiempo y de la forma en que las grandes fuerzas (el sol, la luna, el agua) operan sobre la tierra. Para los pueblos nativos de los Andes, entre ellos los quichuas, el año se estructura en dos solsticios y dos equinoccios que marcan, cada uno, una fase del ciclo de vida de las personas y de la producción agrícola. Estas fases, al entenderse como regalos de la naturaleza, se agredecen y se festejan. “En relación a la chakra se dan todas las festividades que tenemos”, dice Magdalena Fueres, presidenta del Comité Central de Mujeres de la UNORCAC. “Por ejemplo, el Pawcar Raymi (21 de marzo) es la fiesta del florecimiento y los primeros frutos; el Inti Raymi (21 de junio) es el agradecimiento a la cosecha, el Kolla Raymi (21 de septiembre) es cuando la tierra está fértil e iniciamos la labor agrícola; y el Kapac Raymi (21 de diciembre) es cuando la chakrita está recién en aporque, o sea, en deshierbe”. Y en ese marco temporal se inscriben otras tantas costumbres directamente vinculadas a la chakra. “La minga (el trabajo solidario en común), la pambamesa (comida comunitaria gracias a la generosidad de la tierra), la medicina natural, y en general toda la organización del tejido social en las comunidades indígenas, más aún en Cotacachi, quizá porque aquí todavía hay solidaridad y tendencia a lo comunitario, y también porque hay más necesidades”, añade Fueres.
Por lo demás, la asombrosa variedad de sembríos en la finca de Magdalena Laine cubre todos los rincones: cebada, quinua, centeno, habas, arveja, papa china, aguacate, limón, chigualcán, uvilla, unos cuantos tipos de papa, y fréjol rojo, amarillo, negro, azul y otros con nombres amenos como matambre, vaquita y perugachi. Como en toda chakra, el principal destino de los alimentos es el consumo propio, y luego está la venta en las ferias locales, el regalo o intercambio entre familiares y vecinos, y las reservas para semillas y para cuando las cosechas son poco generosas. Pero con tal abundancia no habrá plaga o inclemencia del tiempo que ponga en riesgo la alimentación de esta familia y por lo tanto de la comunidad. Al contrario, parecería que en Cumbas Conde, bajo la protección de la mama Cotacachi, la vida es una pambamesa.
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