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En colaboración conCAF

Latinoamérica se sube a la utopía del urbanismo feminista

Las ciudades del continente americano son machistas. La planificación territorial con perspectiva de género son su remedio

Urbanismo feminista
Un grupo de vecinas realiza un mapeo urbano junto con personal del Observatorio de Fenómenos Urbanos y Territoriales de la Universidad de Tucumán.NATALIA CZYTAJLO (Cortesía)

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Imagine: Está usted caminando por la vereda de una ciudad cualquiera una tarde de verano. Sobre su cuero cabelludo incide un rayo solar. El termómetro marca más de 30 grados. Busca el lado sombrío de la vía, pero cada árbol está a 200 metros. Su temperatura corporal aumenta al empujar durante más de un kilómetro un carrito de bebé de unos diez kilos. No hay rampas, así que en cada esquina se esfuerza por bajar y subir sin golpear el cuerpo frágil de la criatura que transporta. Debe evitar ser embestido al cruzar las anchas calles que privilegian el tráfico. Llega a la parada de autobús. Espera entre 10 y 20 minutos. Cuando llega, está repleto. Tiene 30 segundos para subir el cochecito por las empinadas escaleras. Desabrocha al crío, lo alza en brazos con una mano y con la otra intenta plegar el cochecito para subirlo. Una vez arriba, libera una mano en busca del boleto. Abre las piernas para no perder el equilibrio porque el vehículo retoma la marcha y la inercia lo empuja violentamente hacia atrás. Logra pagar y desplazarse por el pasillo del transporte hasta un asiento que un sensible pasajero le cede. Las circunstancias se repiten en cada parada. Habrá varias porque debe llegar a tiempo a la cita con el pediatra, hacer las compras para la cena, pasar por la farmacia y regresar a su hogar antes de que esté demasiado oscuro y se apodere de usted un temor irrefrenable a sufrir un asalto o una violación en cualquiera de los rincones oscuros y desolados de su recorrido.

La secuencia podría resultar inverosímil para un ciudadano, pero familiar para una ciudadana. Escenas semejantes son descritas por la doctora en filosofía Leslie Kern en el libro Ciudad Feminista (2019) subtitulado La lucha por el espacio en un mundo diseñado por hombres. Es el patrón que une a muchas urbes modernas nacidas a fines del siglo XIX proyectadas bajo el paradigma patriarcal y capitalista. “Toda la planificación urbana parte de un conjunto de presupuestos acerca del habitante urbano ‘típico’: sus viajes diarios, sus planes, sus necesidades, sus deseos y sus valores. Qué sorpresa: ese ciudadano es varón. Es marido, padre y sostén de familia; no tiene discapacidades; es heterosexual, blanco y cisgénero”, sentencia Kern en su escrito. Esta profesora de geografía, medio ambiente y directora de estudios sobre mujeres y género en la universidad de Mount Allison de Sackville, en Canadá, subraya lo que varios estudios demuestran: que el trazado de los viajes de las mujeres es más complejo que el de los hombres porque, simplemente, se ocupan de más cosas. Por eso, sus trayectos son poligonales. Los masculinos, en cambio, pendulares. De casa al trabajo y del trabajo a casa. Una lógica meramente productiva.

Las mujeres caminan y usan el autobús más que los varones, que acaparan el uso del automóvil. Muchas veces, cuando ellas no están en casa limpiando, cocinando o cuidando de la familia, están haciendo recados con varias paradas. A pesar de que en América Latina y el Caribe más del 50% de quienes usan el transporte público son mujeres, los recorridos de ese servicio están regidos por el desplazamiento pendular masculino. Así lo muestra un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo de 2016 citado en el Manual para la planificación y diseño urbano con perspectiva de género del Banco Mundial. Este trabajo apunta, además, que por sus trazados poligonales y la inseguridad a la que se exponen, las mujeres gastan más tiempo y dinero en trasladarse, lo que agrava su situación económica. El diagnóstico sobre género y movilidad es el mismo en casi todo el mundo: la división sexual del trabajo deja huellas de desigualdad en el mapa.

La carga de los cuidados

El peso está en las tareas de cuidado. En ningún país existe igualdad en su distribución. Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), esas labores no remuneradas constituyen el principal obstáculo para la participación de las mujeres en los mercados de trabajo. No tienen tiempo para conseguir ingresos porque trabajan gratis en sus casas para sus familias. En 2018, según ese estudio —el último disponible— esa era la realidad de 606 millones de mujeres en el mundo en edad laboral. Los varones excluidos del mercado, en cambio, eran 41 millones y sus razones eran “estar estudiando, enfermo o discapacitado”.

Listado de garantías urbanas para las mujeres.
Listado de garantías urbanas para las mujeres.

Esa sobrecarga puede medirse con reloj. Incluso entre las que perciben ingresos, las mujeres dedican 4 horas y 25 minutos diarios al trabajo no remunerado mientras que los varones emplean apenas 1 hora y 23 minutos. Estas (y otras) desigualdades de género se reflejan también en el espacio. De eso se ocupa el urbanismo feminista.

Para la doctora en Ciencias Sociales Natalia Czytajlo, especializada en hábitat, género y ciudad e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET), las ciudades “no siempre están pensadas para mejorar la vida de las personas”. Según la arquitecta tucumana, la agenda urbana es la de la producción y no la de la calidad de vida de las personas, en la que “prevalece una perspectiva racionalista, con líneas rectas donde no se priorizan los espacios de encuentro y predomina el automóvil”. Czytajlo hace sus investigaciones con esa perspectiva difundida en Estados Unidos y el norte de Europa en la década de los 60, que tuvo como referente a la periodista y activista Jane Jacobs, autora de Muerte y vida de la grandes ciudades (1961).

Esa mixtura no casual. “Las disciplinas más espaciales como la geografía, la arquitectura y el urbanismo son las más tardías en incorporar estos indicadores porque la sociología, por ejemplo, cuenta con herramientas específicas como la del uso del tiempo, que desarrolla la española María Ángeles Durán, que permiten probar que el uso del tiempo es desigual”, explica la investigadora. “Esas herramientas empiezan a permear el campo del conocimiento de la geografía, del urbanismo porque se comienza a trabajar la idea de que la ciudad es un objeto de estudio interdisciplinar en el que las mujeres han sido omitidas, por lo que no podía ser estudiada solo por arquitectos”.

En América Latina, esta perspectiva está presionando desde la teoría un cambio en la práctica. Las investigadoras esperan que los datos y conocimientos que producen generen cambios en el corto plazo en las políticas públicas que asumen los gobiernos. Por ejemplo, la Red Mujer y Hábitat reúne los esfuerzos de 13 países de la región. Y Czytajlo participa en dos proyectos que están mostrando resultados como la Red contra el acoso callejero, que crea espacios de resguardo inmediato y trayectos seguros para las mujeres en la localidad tucumana de Tafí Viejo, y el mapeo de las zonas más vulnerables que requirieron atención urgente durante la última pandemia por la covid19.

El problema es transversal. El entramado de las ciudades modernas excluye a las mujeres de los ejes fundamentales del urbanismo, como lo son el espacio público, los equipamientos urbanos y los espacios verdes. E, incluso, los hacen lugares de riesgo. “Hay un montón de trabajos que muestran problemas específicos, como la violencia y la percepción de inseguridad. En Argentina, por ejemplo, recién en 2019 se tipifica como delito el acoso callejero. Antes existía la violencia intrafamiliar o doméstica contra las mujeres, pero la violencia en el espacio público no era reconocida penalmente”, aclara Czytajlo.

En cuanto al equipamiento urbano, no existe mucha perspectiva feminista, aunque hay algunas excepciones. “La experiencia de Bogotá es paradigmática. Emprendieron un proceso de institucionalización de la agenda de los cuidados e incluyeron la participación de los movimientos de mujeres en las políticas públicas”, cuenta Czytajlo. Así se crearon espacios que cuidan a quienes cuidan. En estos equipamientos, bautizados como las Manzanas de Cuidado, las mujeres pueden descansar, estudiar, distenderse o recibir atención psicológica y jurídica, lo que beneficia especialmente a las víctimas de violencia. “Hay otras iniciativas valiosas en Chile y Argentina que buscan identificar qué equipamientos urbanos son necesarios para atender los cuidados y qué demandas hay al respecto. No solo en relación a menores, sino en una población cada vez más envejecida. Porque en algún momento todas nos convertimos en cuidadoras o en sujetos de cuidados. Seamos o no madres”, apunta la urbanista argentina.

La inclusión tiene cara de mujer

Una ciudad feminista es una ciudad inclusiva en general. Calles con aceras más anchas en las que se reduce la movilidad del automóvil, más arboles, bancos para descansar, bebederos de agua, cestos de basura en las esquinas, rampas, iluminación, espacios abiertos y de socialización. Facilitar la vida urbana de las cuidadoras es facilitar la vida de quienes son cuidados: ancianos, personas con discapacidad, bebés y niños. Para Czytajlo, el objetivo es la salud y el problema, el sistema.

Las ciudades modernas son incómodas también para las nuevas masculinidades. Las zonas industriales no contemplan espacios de cuidados para los hijos pequeños de los trabajadores o sus familiares con necesidades especiales y suelen carecer de espacios verdes biodiversos.

La feminización de las ciudades necesita, a la vez, de una transformación ecológica. Se trata de defender una idea de ciudad que favorezca la reproducción de la vida en todas sus formas y la sostenga con una calidad de vida digna. “Se necesita mayor inversión en nuevas tecnologías y formas de producción amigables con la naturaleza y la vida”, asegura la urbanista, que integra la línea de investigación urbanismo, arquitecturas y diseño feministas coordinada por la reconocida arquitecta argentina Ana Falú, asesora en género en ONU Hábitat.

Una ciudad feminista, sostiene Kern en su libro, “debe ser una ciudad en la que se desmantelen las barreras —físicas y sociales—, donde todos los cuerpos sean bienvenidos y tengan lugar”. Con foco en el cuidado, “pero no porque las mujeres deban seguir siendo sus principales responsables, sino porque la ciudad es capaz de distribuir el trabajo de cuidado de forma más pareja”.

¿Cómo iniciar el cambio? La escala más factible, para Czytajlo, es el barrio. “Ahí es posible pensar de otro modo, con el accionar comunitario y sus necesidades reconocidas”. Ahora deje de imaginar y observe ¿Es su ciudad una ciudad feminista?

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