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Mesa de diálogo del norte del Cauca: el laboratorio de paz que busca reconciliar un territorio desangrado por viejas disputas

En uno de los rincones de Colombia más afectados por los conflictos territoriales y los grupos armados, líderes gremiales, campesinos, indígenas y afros, vienen trabajando desde 2022 para crear un diálogo que ponga fin a décadas de desconfianza y de sangre

Encuentro de la Mesa de Diálogo del Norte del Cauca.
Encuentro de la Mesa de Diálogo del Norte del Cauca.CORTESÍA

En Colombia, la posesión de la tierra ha sido una herida fundacional, una grieta viva que atraviesa el país, sus épocas y sus violencias. Sin embargo, en el norte del Cauca se viene gestando una iniciativa que busca sanar esa llaga a través, principalmente, del poder de la palabra. Se trata de la Mesa interétnica, intercultural e intergremial para la resolución dialogada de los conflictos sociales, constituida oficialmente en 2022 y cuyo nombre hace honor a su diversidad: allí convergen indígenas, afros, campesinos, cultivadores de caña, trabajadores de la agroindustria, ingenios azucareros, ONG y entidades gubernamentales.

Este espacio, que vincula a actores de ocho municipios del departamento, es una apuesta por crear una conversación plural e incluyente, en la que todas las partes involucradas ejerzan su voz y construyan soluciones colectivas a una disputa histórica por la tenencia de tierras. Hasta ahora, en medio de un contexto recrudecido por las vicisitudes del conflicto armado, indígenas, afros, campesinos y agroindustria siempre se habían visto como “enemigos”, según reconoce Cristóbal Guamanga, líder campesino, vicepresidente del Sindicato de Pequeños Agricultores del Departamento del Cauca e integrante de la Mesa.

Para comenzar a trabajar juntos, el primer paso consistió en crear esa confianza que, durante generaciones, había estado perdida. “Cuando empezamos a reunirnos todo el mundo estaba muy prevenido, pero, aun así, seguimos participando, hasta que empezamos a vernos realmente las caras y a generar canales de diálogo”, asegura Claudia Calero, presidenta de la Asociación de cultivadores de caña de azúcar de Colombia (Asocaña), que también está la Mesa. Esta persistencia fue, en sí misma, un acto de voluntad política.

“Ha habido tensiones que han sacudido las fibras de algunos de nosotros, pero hemos ahondado en la confianza y en estrategias comunitarias. Los líderes hemos podido convertirnos en pacificadores porque la situación del territorio nos estaba diciendo que había que juntarse, dialogar y consensuar”, explica Roxana Mejía, que está en la Mesa como representante de la Asociación de consejos comunitarios del norte del Cauca, que agrupa a 43 comunidades de negritudes de ese departamento.

Esa insistencia en desmantelar el horror a través del diálogo empezó a dar frutos cuando, en octubre de 2023, todas las partes acordaron un pacto de no agresión. “Creemos que tantos años de violencia, en los que todas las partes hemos sufrido las consecuencias, ya son suficientes”, afirma Guamanga. “Todos los que luchamos por la tierra estamos pensando en el futuro de los hijos de nuestros hijos, y el objetivo es que no maten a nadie”.

Todavía hay muchos desafíos por delante, como, por ejemplo, la presencia de grupos armados que exacerban los conflictos sociales, económicos y territoriales, y afectan principalmente a las comunidades. Pero algunos logros concretos, que tienen que ver con el cierre de la brecha de desigualdad en esa región, empiezan a generar esperanza.

Por ejemplo, durante la COP16, la cumbre global sobre biodiversidad que se llevó a cabo en Cali el pasado octubre, varios voceros de la Mesa —encabezados por representantes del Gobierno nacional— informaron sobre el inicio de la entrega de aproximadamente 1.500 hectáreas de tierra para las comunidades afros, indígenas y campesinas. Además, según datos oficiales, cerca de 600 familias de la zona se beneficiarán con otros proyectos de economías sostenibles y soberanía alimentaria.

“Uno no come tierra, sino lo que esta produce y, en ese sentido, estamos trabajando para que esa entrega de tierras sea integral, que incluya programas de mejoramiento de cultivos, industrialización, conformación de empresas comunitarias y comercialización”, dice la presidenta de Asocaña, organización que viene de firmar un convenio con el Ministerio de Agricultura por 60.000 millones de pesos para este fin.

Más allá de esos logros tangibles, que dignifican la cotidianidad de las comunidades, la Mesa de diálogo del norte del Cauca ha permitido, sobre todo, borrar fronteras imaginarias y crear puentes entre quienes comparten el territorio. “Le hemos apostado a creernos, a probar que la palabra y el diálogo son posibles, que se pueden construir caminos de entendimiento, expresando nuestros sentimientos y respetando las diferencias”, asegura William Camayo, líder indígena y autoridad de la Asociación de cabildos indígenas del norte del Cauca, que también es parte de la Mesa.

Aunque la construcción de confianza es, en sí, un gran avance, el camino continúa. De cara a lo que vendrá, los integrantes de la Mesa buscan seguir dejando un testimonio: cuando hay “juntanza” –término que usan las comunidades para hablar de reunión y encuentro–, hay maneras de sanar incluso las heridas más profundas. “En el norte del Cauca todos cabemos, de aquí nadie se tiene que ir –concluye Mejía, la líder afro–. Soñamos con ahondar y trascender para demostrarle a Colombia y al mundo que a partir del diálogo y del respeto por la palabra se puede construir paz y vivir en armonía en nuestros territorios”.

*Apoyan Ecopetrol, Movistar, Fundación Corona, Indra, Bavaria y Colsubsidio.

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