Héctor Carabalí: defensor de la población afro del norte del Cauca
En los últimos años, este líder social ha sido frentero en su lucha contra el narcotráfico y la minería ilegal que devasta su región. Tiene asiento en la Mesa Departamental de Víctimas y es Consejero Mayor del Consejo Comunitario Cuenca Río Timba Marilópez
El pasado 20 de septiembre estalló un carro bomba a 50 metros de la estación de Policía de Timba, un corregimiento del municipio de Buenos Aires, al norte del departamento del Cauca. El llamado Estado Mayor Central, la más grande coordinadora de grupos disidentes de la antigua guerrilla de las Farc, reconoció la autoría del atentado, que dejó cinco personas heridas y dos fallecidas; una de ellas, la profesora Luz Stella Balanta, que esa mañana pasaba por ahí en su motocicleta. Su muerte sacudió a Timba y se convirtió en otro capítulo de la larga noche de terror que vive esa región, golpeada durante años por sucesivas olas de violencia ejercida por actores armados.
“Fue durísimo. Stella deja un vacío muy grande. Ella fue mi maestra en quinto de primaria, me vio crecer en la comunidad, era consejera espiritual, guía, hermana. Siempre me decía que me cuidara. Me gustaba hablar con ella porque tenía una gran comprensión de la realidad del país”.
La voz de Héctor Marino Carabalí (Buenos Aires, Cauca, 1973) no se quiebra, pero se intuye un rictus de dolor al otro lado de la línea. Tantos golpes parecen haber curtido a este líder social que hoy tiene asiento en las mesas Municipal y Departamental de Víctimas, es el Consejero Mayor del Consejo Comunitario Cuenca Río Timba Marilópez y vocero político de la Coordinación Nacional de Pueblos, Organizaciones y Comunidades Afrocolombianas (Conafro).
Como líder social, Carabalí formó parte, junto a dirigentes de otras comunidades, de la delegación de la sociedad civil que estuvo en La Habana durante los diálogos de paz con la extinta Farc y que se apuntó el logro histórico del Capítulo Étnico del Acuerdo, que prevé la participación y protección de los derechos de los pueblos étnicos. También es vocero de la Instancia Especial de Alto Nivel con Pueblos Étnicos (IEANPE) para el seguimiento de la implementación del Acuerdo Final.
Carabalí recuerda con dolor a su maestra Luz Stella, pero también menciona a Daniel, un vecino que apoyaba labores sociales y a quien en el año 2000 los paramilitares bajaron de una chiva y asesinaron unos metros más allá, tan cerca como para que se escucharan los disparos. El río Cauca devolvió los cuerpos de otros dos hombres asesinados ese día, pero Daniel nunca apareció. “Todos estos años lo hemos seguido esperando”, se lamenta. A su memoria llega también la imagen de un desplazamiento masivo por orden de los paramilitares y de las masacres, una tras otra. También la figura de un amigo y hermano, Ibes Trujillo, compañero de liderazgo, sacado de su finca y asesinado en julio de 2018.
Un panfleto circuló por esos días con la foto de Héctor, un fusil encima y una recompensa de 4.000.000 de pesos [unos 1.400 dólares] por quien le diera muerte. Como si fuera el salvaje oeste. “Se dijo de mí que iba a correr la misma suerte que Ibes, entonces tocó salir”, cuenta.
Cuando Héctor nació cortaron su ombligo y lo enterraron en el suelo de la casa de los abuelos. Eso, cuenta él, es una manera de aferrarse a la tierra y de volver a ella. Tal vez por esa razón regresó del destierro (que pasó entre Bogotá y otro país) tres años después, a pesar de las amenazas. Y porque no podía dormir pensando en los que había dejado. “Yo tengo un amor, un arraigo, por eso no me olvido de la relación espiritual directa que hay entre la tierra y el ombligo”.
Desde pequeño fue un niño curioso, inquieto, ávido de respuestas. A los 8 o 9 años se colaba en las reuniones de sus mayores —”¿ustedes qué es lo que hacen?”, les preguntaba— y, aunque lo sacaban, volvía. El viejo Miguel Ángel Carabalí, primo hermano de su mamá, fue quien le vio madera y empezó a cultivar su carácter. Cada sábado lo invitaba a su casa para hablarle de sus luchas, de sus tradiciones y de los líderes y lideresas que peleaban por la dignidad del pueblo negro. De él aprendió y también de otros maestros como Manuel Ascensión Escobar, Claudia Mosquera o Clemente Lucumí. Hoy, él es ejemplo y formador de los jóvenes de su comunidad.
“Me metí en la cabeza que no podemos ser inferiores al compromiso que nos delegaron nuestros ancestros. Y me tomé esto tan a pecho que es mi vida completa”, afirma.
Sus primeros pasos como líder social se encaminaron hacia la creación de organizaciones juveniles de derechos humanos, la oposición a la construcción de una represa sobre el río Timba y hacia el ejercicio político como concejal de su pueblo. En los últimos años, su lucha ha sido contra el narcotráfico y la minería ilegal –que devasta su región–, y en defensa del Acuerdo de Paz.
A pesar de su delicada situación de seguridad, de no poder recorrer su territorio en libertad ni acompañar como quisiera a su gente, sigue apostándole a la paz y pidiendo una solución negociada al conflicto, ahora tan agudizado en su territorio. “Es que entre hermanos no nos podemos seguir desangrando”, concluye.
*Apoyan Ecopetrol, Movistar y Fundación Corona.
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