¿Ideologías o ideologización?
El debate sobre la desfinanciación del Icetex es un ejemplo de cómo se puede marchitar un sistema con argumentos simplistas. Mientras las ideologías nos ayudan a entender el mundo, la ideologización nos lleva a aceptar sin reflexión
Como seres pensantes, estamos llenos de ideas. Esto nos humaniza y nos habilita en el diálogo con los demás. A través de nuestro modelo de pensamiento —el que cada uno construye—, entendemos y navegamos el mundo. Todos poseemos ideologías que buscan explicar y dar sentido a la realidad.
Hasta aquí, todo es comprensible y útil. Sin embargo, el problema surge cuando nos alejamos de la crítica y del aprendizaje, cuando dejamos de cuestionar nuestros razonamientos y de escuchar para, en cambio, agudizar los argumentos hasta la radicalización. En ese momento, más que tener una ideología, estamos ideologizados. Por eso, hoy propongo meditar en torno a dos preguntas fundamentales: ¿Cómo moldean las ideologías nuestra percepción del mundo y nuestras decisiones? ¿Qué papel juega la filosofía cotidiana en la búsqueda de un pensamiento más crítico y abierto que evite la ideologización?
Esta reflexión surge del momento que vivimos en Colombia —que no dista de lo que ocurre en tantos otros territorios—, donde la fuerza de las ideas está cediendo espacio al temido fenómeno de la ideologización. Para comprender la distorsión de una idea, tomemos como ejemplo esta afirmación: “La educación para los jóvenes es un derecho y es necesario fortalecer la educación pública”. Todos estamos de acuerdo con ella y, lo que es más importante, nos compromete con el cierre de brechas en la educación del país. La cuestión se complica cuando detrás de esta noción surgen planteamientos que desfiguran la idea, como asegurar que la educación privada es culpable de las desigualdades; que es necesario debilitar el sistema mixto de educación para fortalecer lo público; y que la única manera de cumplir con la promesa de un futuro educativo para los jóvenes es desmantelar los mecanismos que sostienen el actual sistema.
Este abordaje, de naturaleza binaria y reduccionista, conlleva acciones que, en el corto plazo, complican aún más la realidad de los jóvenes. Nos pone ante una falacia, pues la idea original, con la que podemos estar de acuerdo, no tiene correlación directa con las demás y su imprecisión conduce a una trampa que lleva a aceptar verdades simplistas y a desconocer la multiplicidad de factores inherentes a las condiciones de la realidad. Aquí se manifiesta la tendencia a plantear ideas simples para solucionar problemas complejos.
El debate actual sobre la desfinanciación del Icetex, mecanismo con el cual millones de jóvenes han podido ampliar sus libertades al decidir sobre la educación a la que han querido acceder, es un claro ejemplo de esta distorsión. Marchitar un sistema con argumentos simplistas que enfrentan lo público y lo privado, es poner la ideologización por encima de las ideas de libertad y desarrollo humano.
La ideologización transforma concepciones y valores en sistemas de pensamiento rígidos, que ofrecen una visión dogmática de la vida en sociedad. Este fenómeno crea la categoría de “verdad absoluta”, limitando la capacidad de las personas para cuestionar, reflexionar y considerar otras perspectivas. Imaginar un país donde habite una única visión es ignorar la capacidad de reflexión de su gente y alimentar narrativas que nos confrontan con nuestra capacidad de razonar.
En este sentido, la filosofía se presenta como una cura a la ideologización, pues nos enseña que las ideas no son un fin en sí mismas, sino un proceso continuo de aprendizaje y cuestionamiento. A través de la reflexión filosófica, podemos desmantelar las ilusiones que nos mantienen atrapados, permitiéndonos explorar el mundo sin caer en el reduccionismo. A quienes afirman que no es momento para filosofar, porque piensan que quien promueve una ideología está filosofando, solo les diré que filosofar es todo lo contrario a aceptar verdades únicas.
Con frecuencia circula una expresión según la cual “el problema no son las ideas en sí, sino las formas en que se materializan (los cómo)”, para referirse al desacuerdo con las acciones del actual gobierno en Colombia. Es cierto que tal vez las propuestas no sean las adecuadas, pero el problema de fondo radica en que las ideas que están en la base se han convertido en dogmas, lo que significa que no se pueden poner en duda dentro de un sistema y que están llenas de falacias, esos errores de razonamiento que llevan a conclusiones incorrectas y engañosas.
No hay solución que sirva ante la radicalización de una idea porque implica concentrarse en una única solución en lugar de abordar el problema en sí como centro de la reflexión. Justamente lo que falta es filosofar: permitirnos las preguntas, la búsqueda y la reflexión.
En resumen, la distinción entre ideología e ideologización es fundamental para comprender cómo nuestras creencias moldean nuestro comportamiento y nuestras interacciones en la sociedad. Mientras que las ideologías pueden ser herramientas útiles para entender el mundo y guiarnos en nuestras decisiones, la ideologización nos lleva a una aceptación acrítica que limita nuestra capacidad de reflexión y diálogo.
La invitación, entonces, es a promover un enfoque filosófico que no solo nos permita cuestionar las ideas que sostenemos, sino que también nos abra a la diversidad de perspectivas y experiencias. Al hacerlo, nos liberamos de las cadenas de la ideologización y cultivamos un pensamiento crítico que enriquece nuestras vidas y nuestras comunidades. En un mundo cada vez más polarizado, donde las verdades absolutas parecen prevalecer, la filosofía nos propone regresar a la búsqueda constante de entendimiento.
Así que, ante el dilema de ideologías o ideologización, elijamos filosofar. Construyamos puentes en lugar de muros para encontrar un camino hacia una sociedad más consciente, inclusiva y reflexiva.
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