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La Perseverancia de Bogotá busca la cura definitiva contra el hampa

El tradicional barrio obrero experimenta un cambio: delincuencia por turismo comunitario. Los robos caen 26% en la primera mitad del año

El barrio La Perseverancia, en Bogotá, el 25 de septiembre de 2024.
El barrio La Perseverancia, en Bogotá, el 25 de septiembre de 2024.NATHALIA ANGARITA
Camilo Sánchez

El barrio La Perseverancia nunca fue la mejor carta de presentación de Bogotá. Es, cuentan, un arrabal de raíces obreras convertido en germen de atracadores desde hace décadas. Aquí, a un brinco de la Avenida Circunvalar y del Planetario Distrital, un joven de veintipico de años apodado El ratón emprendía en los noventa sus excursiones delincuenciales con una pandilla conocida como “Los de la Primera”. Asaltaba con pistola a parejas de despistados y turistas que llegaban hasta un mirador de los cerros, cercano a Monserrate, para contemplar la perspectiva del centro de la capital. Por ese y otros delitos pagó casi 15 años de cárcel.

Su nombre es Alexander Rivera y hoy tiene 50 años. Hace siete dejó el mundo del hampa para convertirse en guía turístico. “De los 25 que estábamos en la banda de la Primera quedamos seis o siete. La mayoría se puso a trabajar y el resto están muertos. Uno aprende que el camino de la delincuencia solo tiene tres destinos: una cárcel, un hospital o el cementerio”, recuerda en una cafetería típica bogotana antes de tomar un sorbo de tinto, la preparación más popular del café colombiano.

Alex Rivera, conocido como 'El Ratón', un guía turístico del barrio La Perseverancia, en Bogotá.
Alex Rivera, conocido como 'El Ratón', un guía turístico del barrio La Perseverancia, en Bogotá.NATHALIA ANGARITA

Los robos en La Perseverancia bajaron un 26% en los primeros ocho meses del año, según datos de la Secretaría de Seguridad. Rivera no duda un ápice en atribuirlo a la treintena de guías comunitarios que, con la ayuda de plataformas como BePelican, han tratado de reescribir el relato de una zona donde aún se respira zozobra a ciertas horas: “Tenemos la voluntad de cortar la cadena. Nadie quiere que su propia familia siga el mismo rumbo. Yo nunca estuve en la cárcel, pero dos de mis 17 hermanos sí, y créame que es un infierno lleno de historias de maltrato, de golpizas, de extorsiones”, resume Melisa Jaramillo, vecina y guía de 35 años.

Las calles escarpadas de “La Perse”, como se conoce al barrio, están llenas de gatos y aún conservan algo de su tesitura industrial. Edificada a partir de 1912, las casas de una planta alojaron a los primeros trabajadores de Bavaria, la mayor cervecera del país, entonces ubicada a unos centenares de metros, en una zona más llana. Lo cuenta Luis Ruiz, sindicalista retirado de 78 años, y una de las voces mejor autorizadas para desandar esta historia que daría para un documental en Netflix.

Su tío adoptivo trabajaba en una emisora donde él aprendió todos los detalles de obras como La sinfonía de los juguetes, atribuida a Leopold Mozart, el padre de Wolfgang Amadeus. O la Quinta sinfonía de Tchaikovski. Y a la música añadió su gusto por la chicha, una bebida alcohólica tradicional elaborada a partir de maíz germinado. Un trago engarzado a la memoria de La Perseverancia, donde cada octubre se celebra un festival en nombre de la bebida. Ruiz se confiesa “catador de chicha”: “Yo llegué acá con un año y he vivido toda mi vida aquí. Esto se conocía como el cinturón rojo de Bogotá. Pero el barrio empezó a coger mala fama en la época de la violencia partidista”.

Luis Ruiz, habitante del barrio La Perseverancia.
Luis Ruiz, habitante del barrio La Perseverancia. NATHALIA ANGARITA

Aquello fue a finales de la década de los cuarenta del siglo pasado. Ruiz lo cuenta con la mirada clavada en la colorida estatua del asesinado líder liberal Jorge Eliécer Gaitán (Bogotá, 1899-1949), quien dio su último discurso en este punto, un día antes del magnicidio. Se trata de una de las múltiples claves políticas que hoy sirven como herramienta de trabajo para los guías comunitarios de un sector que suma entre 6.000 y 8.000 habitantes. Son los lentes a través de los cuales han aprendido a apropiarse de la riqueza de su memoria. Un cambio de enfoque que ya ha hecho escuela en otros ‘barrios bravos’ del mundo como las comunas de Medellín, las favelas cariocas o el inmenso Tepito en la Ciudad de México.

En los años setenta y ochenta, solo para formarse una idea del ambiente, los vecinos celebraban cada vez que algún pariente o conocido era liberado tras cumplir su condena de cárcel. El lugar de encuentro era la céntrica Plaza del Trabajo, sobre la calle 32. Hasta allí llegaban en una suerte peregrinación pagana para ofrecer una serenata en honor al barrio. La primera canción, invariable en el ritual, era un tango de Carlos Gardel, titulado Ladrillo (1934):

En la penitenciaria

Ladrillo llora su pena

cumpliendo injusta condena,

aunque mató en buena ley.

Hoy los turistas pueden trepar sin carga de temor hasta la deteriorada iglesia Jesucristo Obrero, una mole blanca en estilo modernista, inaugurada en 1934. O descubrir las placas esquineras que celebran a asociaciones comunitarias como los Vikingos, de acento revolucionario desde mediados del siglo pasado, cuando los tentáculos de las guerrillas del EPL, de corte maoista, y el M-19, de visos urbanos, impartían su catequismo revolucionario en la zona. “En esta casa vivió Elena Rodríguez. Ella estuvo en Rusia, en Rumania. En esa época participamos en la Juventud Trabajadora de Colombia y aprendimos de concientización política”, se entusiasma Luis Ruiz.

***

La cercana fábrica de Bavaria cerró en 1973. Esa fecha sirve de referencia para comprender el declive pronunciado de estas calles que forman parte de la localidad de Santa Fe. Por eso los hermanos Nicolás y Santiago Mojica, dos treintañeros boyacenses convencidos de la fuerza del turismo comunitario, aterrizaron hace unos siete años en “La Perse”, con la apuesta de ganarse la confianza de sus vecinos y convencerlos de que existen otros caminos para combatir problemas crónicos como el desempleo juvenil. O la exclusión que se reproduce frente a la escasa formación educativa o un pasado judicial turbio.

Barrio La Perseverancia, en Bogotá, el 25 de septiembre de 2024.
Barrio La Perseverancia, en Bogotá, el 25 de septiembre de 2024.NATHALIA ANGARITA

Los Mojica cuentan que incluso ellos casi son víctimas de un atraco en una de sus primeras aproximaciones. Derribar las barreras con tipos como El Ratón, El Salado o Chayanne, resultaba en principio una temeridad. Pero el esfuerzo ha empezado a dar resultados. Con dosis visibles de empeño han empezado a transformar la sensación de agobio permanente. Santiago y Nicolás subrayan a menudo que no se trata de asistencialismo, un concepto arraigado en Colombia, donde los asuntos de políticas sociales aún conllevan cuotas importantes de caridad o beneficencia y no de una intención elemental de justicia. Su objetivo es empoderar a la comunidad con herramientas sólidas para que se inserten, de ser posible en un plano de igual a igual, en un sistema económico refractario.

Melisa sabe bien que es una oportunidad única para arrojar luz sobre las viejas tinieblas. Lo repite en la última estación del recorrido, la obra del artista nortesantandereano Eduardo Ramírez Villamizar, llamada Monumento 16, pero conocida como Torres del Silencio. Una escultura brutalista sobre una colina de los cerros orientales de Bogotá donde se apelotonan las historias de atracos en las páginas de los diarios. Ahora funciona como una suerte de círculo espiritual para exorcizar viejos estigmas.

El Ratón, Luis y Melisa finalizan la ruta con un ejercicio sensorial donde los visitantes experimentan la mística del bosque con los ojos vendados. Prueban frutos y olores de hierbas nativas. Aprenden algunos nombres de aves. También abrazan árboles. Los guías contraponen el ajetreo de la ciudad con la tranquilidad de un lugar utilizado en otros tiempos por seguidores del zoroastrismo, un culto ancestral de raíces iraníes. Melisa confiesa que la actividad ha conmovido a más de uno hasta el punto del llanto. A Ratón se le ilumina la cara. Y en un recordatorio de que el mundo nunca deja de dar vueltas, asegura que con los vientos de agosto el monumento de concreto emite un silbido profundo.

Luis Ruíz, Melisa Vargas y Alex Rivera en la estructura Torres del Silencio, en el barrio La Perseverancia en Bogotá.
Luis Ruíz, Melisa Vargas y Alex Rivera en la estructura Torres del Silencio, en el barrio La Perseverancia en Bogotá.NATHALIA ANGARITA

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Camilo Sánchez
Es periodista especializado en economía en la oficina de EL PAÍS en Bogotá.
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