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Bogotá intenta recuperar su época dorada como epicentro del teatro internacional

El Festival Internacional de Artes Vivas busca retomar el legado de Fanny Mikey, una carismática gestora cultural que llevó grandes producciones extranjeras a los capitalinos

Artistas presentan la obra ‘Pedaleando al cielo’ de la compañía belga Theater Tol, durante la inauguración del Festival de Artes Vivas de Bogotá, en la Plaza de Bolívar, el 4 de octubre de 2024.
Artistas presentan la obra ‘Pedaleando al cielo’ de la compañía belga Theater Tol, durante la inauguración del Festival de Artes Vivas de Bogotá, en la Plaza de Bolívar, el 4 de octubre de 2024.Mauricio Dueñas Castañeda (EFE)
Lucas Reynoso

El Sábado Santo de 1988, el corazón de Bogotá se llenó de diablillos. Un fauno apareció sobre las ruinas del Palacio de Justicia, unos demonios dispararon cañones desde el Capitolio y unos amantes del fuego despertaron a un dragón chino. Hubo estallidos de colores por todos lados y el olor a pólvora impregnó el aire. “¡Somos los demonios de cartón, habitantes de la República de la libertad y del teatro!”, exclamaron unos desde el cielo, según narró una crónica de El Tiempo. Alrededor de 80.000 personas observaron maravilladas cómo el grupo de teatro catalán Els Comediants clausuraba el primer Festival Iberoamericano de Teatro. Casi cuatro décadas después, esa noche sigue grabada en la retina de quienes anhelan las épocas en las que la capital se teñía de fiesta, recibía artistas de todo el mundo y brillaba como uno de los epicentros del teatro internacional.

Aquellos años estuvieron marcados por el magnetismo de Fanny Mikey, la gestora cultural que fundó el Festival Iberoamericano y lo consolidó como la gran cita teatral de América Latina. Con su carisma, casi ningún empresario o político se le resistía cuando ella llamaba para pedir cuantiosos recursos. Por ello, el Festival logró traer todo tipo de obras internacionales: desde la adaptación que de La última cinta de Krapp del estadounidense Robert Wilson hasta la versión de Crimen y castigo del polaco Andrzej Wajda. En 2006, Bogotá llegó a albergar a 142 compañías teatrales de 42 países distintos y a tener más de 2.000 artistas en escena. El problema, sin embargo, fue que el festival dependió demasiado del encanto de Mikey —hasta el logo llegó a tener su distintiva peluca roja—. Cuando ella murió, en 2008, la gran cita comenzó a marchitase.

Dos gestores culturales, Fabio Rubiano y Octavio Arbeláez, ahora buscan recuperar ese legado. Lograron hace un año que el ministro de Cultura, Juan David Correa, se comprometiera a darles 4.000 millones de pesos (alrededor de un millón de dólares). Después, la Alcaldía de Bogotá sumó 4.000 millones y la Cámara de Comercio de Bogotá otros 1.300 millones (unos 320.000 dólares). Con esos números, más algunos fondos internacionales, decidieron que estaban listos para crear el Festival Internacional de la Artes Vivas (FIAV). “Desde hace cuatro años que queríamos hacerlo y las entidades a las que acudíamos se interesaban, pero nunca tenían los recursos suficientes. Y no íbamos a conformarnos con un festival pequeño. No por soberbia, sino porque hubiera sido uno más, sin el impacto que queremos”, comenta Rubiano por teléfono.

Reminiscencia Julián Díaz
Julián Díaz, actor de la obra ‘La Vorágine’ de Mapa Teatro, al interior de la estructura principal de la instalación.MARIA ANDREA PARRA VELEZ

El nuevo festival comenzó el pasado viernes 4 de octubre y se extenderá hasta el próximo lunes 14. En rigor, no es el sucesor directo del Iberoamericano, que aún subsiste en un formato reducido. Incorpora el concepto de Artes Vivas para poner en valor una oferta más amplia que incluye el performance, la danza, el circo y la ópera. No carga con las deudas que agobian a su predecesor y que hubieran imposibilitado la recepción de fondos públicos. Aún es relativamente pequeño: 29 compañías de 14 países, 43 grupos de Bogotá y 18 del Pacífico colombiano —la región nacional invitada de honor—. No obstante, la propuesta se inspira en el legado de Mikey y, en palabras de Rubiano, busca que Bogotá “vuelva a ser un eje internacional de las artes escénicas”. La idea es incluso recuperar la fecha original de Semana Santa para la próxima edición, en 2026.

Hasta ahora, los organizadores están contentos. Rubiano señala que las 23 salas participantes están llenas: se han vendido 20.000 tiquetes en los primeros cinco días. Arbeláez, por su parte, rechaza la comparación con las cifras arrolladoras del Festival Iberoamericano. “Corrían otros tiempos: había más recursos y había al frente una gestora como Fanny Mikey. Hoy en día la dimensión no se da por los números, sino por tener contenidos relevantes en la escena del mundo”, remarca el gestor cultural, encargado de la dirección artística, en una llamada. Para él, lo significativo es haber traído Hotel Pro Forma, una ópera coral y multimedia de Dinamarca; Azira’i, un monólogo de una actriz indígena de Brasil que entremezcla el portugués con lenguas originarias; y Diptych, una obra de teatro-danza de Bélgica.

Reminiscencia
Malicho, director y dramaturgo de la obra ‘Reminiscencia’, durante un ensayo en el Teatro Delia Zapata, en Bogotá, el 9 de octubre de 2024.NATHALIA ANGARITA

El factor internacional

Sandro Romero es uno de los teatreros entusiasmados por la llegada del FIAV. Participa como creador con su obra Pola ardiente, asiste como espectador a un mínimo de dos obras internacionales por día, lleva un diario del festival en su Facebook y hará parte en estos últimos días de los encuentros entre dramaturgos locales y programadores internacionales. Director y crítico teatral de 65 años, considera que el FIAV no debe interpretarse como un renacimiento del teatro bogotano o colombiano: el circuito local, dice, ya creció en la última década y goza de buena salud. Más bien, afirma que la importancia del festival radica en recuperar los nexos internacionales que se debilitaron tras la decadencia del Iberoamericano. Esto incluye tanto la posibilidad de ver teatro extranjero como hacer contactos para llevar obras colombianas al exterior.

“Mi generación se formó en la tradición colombiana de la creación colectiva, del teatro político y de izquierdas de los setenta. Luego apareció el Festival Iberoamericano y pudimos formarnos con otras cosas que no habíamos visto nunca. El teatro de Bertold Brecht, el Berliner Ensemble, vino por primera vez en los noventa. Antes lo admirábamos como un modelo literario o intelectual, pero no habíamos visto cómo se montaban sus obras”, cuenta por teléfono. Cree, entonces, que es importante llenar el vacío que dejó el Iberoamericano para nutrir la calidad de las obras locales: “Hay algunos grupos de teatro de nuevas generaciones que piensan que el teatro es solo lo que se hace en Colombia. Y no es así, falta una visión más amplia”. Según Romero, el desafío en los próximos años no estará tanto en entusiasmar al público local que ya colma las salas, sino en cumplir con las expectativas que pueda despertar el FIAV en el circuito internacional.

Pedaleando el cielo
Obra ‘Pedaleando al cielo’ de la compañía belga Theater Tol, en la Plaza de Bolívar.Mauricio Dueñas Castañeda (EFE)

Tras las conversaciones telefónicas, el chileno Malicho Vaca dialoga con medios de comunicación en el Centro Nacional de las Artes, a una cuadra de la Plaza de Bolívar. Se prepara para presentar Reminiscencia, un monólogo que surgió en Zoom durante la pandemia y que entrelaza la historia de sus abuelos con las revoluciones de su país —fotos y videos de ellos aparecen junto a mapas de Chile que proyecta detrás del escenario—. Cuenta a este periódico que Octavio Arbeláez fichó su obra para el FIAV en el Festival de Aviñón, uno de los más célebres de Europa. Para él, Bogotá puede recuperar su lugar en el teatro internacional: “Cuando yo era chico, veíamos a Colombia como un mercado sumamente importante para internacionalizarse. Era como un pulmón que nos daba para respirar. Luego, durante una década, eso se difuminó, se apagó, y hubo frustración. La aparición de este festival, entonces, es un síntoma positivo”.

La vulnerabilidad ante la voluntad política

Los organizadores del Festival Internacional de Artes Vivas (FIAV) ya planean una segunda edición para la Semana Santa de 2026, unas semanas antes de que Colombia tenga elecciones presidenciales para elegir al sucesor de Gustavo Petro. La gran incógnita, sin embargo, es qué pasará después. Gran parte del financiamiento actual depende del Ministerio de Cultura y la voluntad política del Ejecutivo de izquierdas. Todos saben, además, que tampoco hay posibilidades de volver al modelo anterior de una gran figura como Fanny Mikey que consiga grandes apoyos con su carisma —no ven ningún liderazgo similar—.

Alberto Sanabria, viceministro encargado de los Patrimonios y la Gobernanza Cultural, considera que hay que conformar una entidad autónoma. “No es posible dejar de contar con apoyo del sector público. Pero tenemos que ver cómo crear un modelo que no dependa de la voluntad política del Gobierno de turno. Estamos estudiando esquemas de festivales como el de Cádiz o Avignon, que tienen una participación importante del sector privado”, subraya. Para él, hay que comprometer al movimiento teatral local, recuperar la confianza de los inversores privados y sumar más empresas patrocinadoras que aseguren la sostenibilidad a largo plazo. 

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Lucas Reynoso
Es periodista de EL PAÍS en la redacción de Bogotá.
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