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Laura Ortiz, escritora: “Necesito un relato histórico para entender la cultura en la que vivo”

La autora colombiana presenta ‘Indócil’, una novela coral en la que recrea una olvidada huelga de inquilinos en Argentina a inicios del siglo XX

Laura Ortíz, en Bogotá, el 20 de septiembre de 2024.
Laura Ortíz, en Bogotá, el 20 de septiembre de 2024.NATHALIA ANGARITA

Los años que vivió Laura Ortiz Gómez (Bogotá, 38 años) en Argentina le dejaron no solo una maestría en escritura creativa, sino dos libros publicados: Sofoco, libro de cuentos que ganó el premio Elisa Mújica en 2021, publicado por Laguna Libros en 2022, y la novela Indócil, recientemente publicado por Editorial Planeta. Los dos libros están marcados por la distancia. Cuando llegó a Argentina, Ortiz comenzó a sentir con mayor fuerza sus raíces y eso la llevó a escribir sobre Colombia, el país que tanto había recorrido como promotora de lectura. Con la novela se fio a la inversa: narra a Argentina desde Colombia. Recibe a EL PAÍS justamente tras ese regreso, en Bogotá, para conversar de esa nueva obra, que recrea una olvidada huelga de inquilinos en la Argentina de inicios del siglo XX. “Necesito un relato histórico para entender la cultura en la que vivo”, relata para explicar el tema que eligió para su primera novela

Pregunta. ¿Por qué se interesó por la huelga de las escobas?

Respuesta. Necesito el relato histórico para entender la cultura en la que vivo, y sentí un choque cultural muy grande cuando llegué a Argentina. Me sentía muy extraña. Tomé tres herramientas para familiarizarme: los libros, la música y la historia. Argentina recibió muchas oleadas de inmigración y por ese lado me empecé a conectar con el barrio donde vivía, San Telmo, que recibió muchos inmigrantes.

Luego, en una parte más anecdótica y personal, yo vivía en una casa de comienzos de siglo XX que estaba realmente derruida, pero las condiciones de alquiler eran muy usureras. En la casa se dañaba el agua o la cloaca y los dueños nunca querían hacerse cargo de las reparaciones. Además, los alquileres subían sin que hubiera un techo legal y, como hay tanta inflación, era normal un aumento del 60% semestral. Comencé a a obsesionarme con el tema de los inquilinos y de los alquileres. Pensaba “¿cómo es posible que, en una ciudad con tanta movilización, con tanta protesta, no haya un espacio de defensa de los inquilinos?”. Empecé a rastrear el problema y encontré que en 1907 ya habían sucedido huelgas de inquilinos, migrantes, que pedían cosas que en este momento sería muy sensato pedir. Entendí que era un problema histórico.

P. Su novela devela una gran investigación…

R. Quería entender el momento y encontré un correlato muy interesante: a comienzos de siglo no solo hubo una gran inmigración europea, sino que fue el momento de las campañas del desierto —porque fueron varias— unas expediciones militares financiadas por las familias más ricas de Argentina, que siguen siendo las familias más ricas de Argentina, para hacer una gran matanza indígena. Pensé en cómo se constituye una nación desde muy temprano: “Vamos a matar a todas estas comunidades indígenas, apropiarnos de estas tierras fértiles y a abrirnos a la inmigración europea”, porque querían “mejorar la raza”. Con la “mala suerte” de que se querían llenar de ingleses y alemanes y los que llegaron fueron españoles e italianos pobres. Muchos de ellos venían con ideas anarquistas, que desafiaban incluso la propiedad privada. Esto generó, en ese momento, pánico social.

P. ¿Por eso resultó tan importante el anarquismo para su novela?

R. Investigué mucho sobre el anarquismo de comienzos de siglo XX y me interesó que eran muy progresistas. Ellos, los anarquistas fundan la FORA, la Federación Obrera Regional Argentina, la primera organización obrera argentina que fue la base de las las organizaciones sindicales peronistas. Me pareció interesante que estuviera borrada esa memoria de la movilización social obrera en Argentina, que no es una invención de Perón, del socialismo o del comunismo.

También fueron relevantes en la prensa, que proliferaba en ese momento. Los periódicos eran sostenidos por los lectores y funcionaban como una especie de red social, de Twitter. Había peleas: una persona escribía, otra le respondía y los diarios publicaban todo ello. Las mujeres comenzaron a hablar mucho. La voz de la mujer fue un periódico anarquista dirigido por mujeres. Y apareció la huelga de las escobas, un fenómeno muy lúcido, porque la lideraron las mujeres y fue casi como un performance, arte de de vanguardia, con todo el simbolismo asociado. Las mujeres eran quienes trabajaban en las casas, no solo haciendo el trabajo doméstico, sino que muchas de ellas lavaban o cosían para otros. Así que no fue solo una huelga por un lugar donde vivir, sino por sus medios de producción. Que se defendieran con escobas tenía la simbología de las brujas pero también de lo doméstico. Ahí dije: “Quiero que las protagonistas sean mujeres”. Después pensé: “Y si son lesbianas, ¿cómo sería visto en esa época?”.

P. La está hecha a varias voces, como un coro. No son las mujeres solamente, incluso habla la casa. ¿Cómo las eligió?

R. Al comienzo pensé en hacer cuentos, porque pensaba que no iba a poder sostener un arco narrativo tan largo. Ahí apareció el primer capítulo, en el que la voz es de la casa. Pensé cómo habría sido en ese entonces la casa que yo habitaba, cómo hablaría. Las casas cercanas han sido remodeladas, y alojan cafés, librerías, galerías, pero la mía siguió siendo una casa monstruo. Tenía la marca del tiempo, sin ninguna reparación, y entonces daba un poquito de miedo, como una casa fantasma. Me parecía muy lindo pensar en la temporalidad de una casa, porque nosotros tenemos vidas más cortas que ellas, y ellas tiene una memoria a la que es importante de volver. Así apareció la voz.

Después fue la de la la niña indígena tehuelche. Quise contar la campaña del desierto pero era muy difícil, entonces la narré muy rápido en la voz de los huesos. Desde ahí empecé a pensar en que cada personaje tuviera un capítulo para hablar.

P. En la novela, los niños aparecen como de la nada. ¿Por qué?

R. Vi muchas fotografías de la época. De los conventillos [viviendas colectivas, inquilinatos], de la FORA y otras obreras, y me impactaron mucho las imágenes de los niños. La infancia no existía en ese entonces como el derecho que entendemos ahora, desde muy chiquitos eran fuerza de trabajo. Muchas amigas y amigos me contaron historias de su tatarabuelo que había llegado a Argentina a los 12 años, niños que atravesaron el océano para hacerse el mundo en un país con otro idioma. Esas historias me impresionaron mucho y me pregunté cómo habrán sido esas infancias.

También pensé en la dimensión del juego, en cómo los niños pueden pensar el mundo desde desde un marco completamente distinto a los adultos. Ahí aparecieron los personajes de Ulises y Acrasia, como otra manera de mirar el mundo del cuidado, de entenderse unos con otros.

P. Escribió en sus redes sociales que esta novela es como un poema, ¿por qué?

R. Creo que el primer capítulo la marcó mucho. Hay un ejercicio muy difícil en la escritura que es encontrar el tono. Yo ya sé que quiero decir, pero no encuentro la música, no encuentro desde donde denunciarlo. Esta vez la voz de la casa apareció muy pronto, pero exigía ser una de alguien que no sabe español. La casa no tiene gramática o apenas está aprendiendo el idioma —yo estaba escribiendo sobre la cultura de los migrantes— y hace unos vericuetos raros con el lenguaje. Eso genera una impronta tan fuerte que me dije “Uy, esto es demasiado ilegible, no sé si alguien se va a soportar este libro”. Pero ya era muy difícil bajarme a un lenguaje muy neutro. Así que, al final, casi que las voces son lo más importante de esta novela, como un poema. También hice un trabajo de condensación de mucha información, y el poema tiene la cualidad de condensar muchos sentidos en muy corto espacio.

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