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Leopoldo Múnera, rector de la Universidad Nacional de Colombia: “Creo que he demostrado que no soy instrumento de nadie, ni del Gobierno ni de los estudiantes”

El politólogo, que se define como un socialista libertario, cuestiona a las gestiones anteriores por llevar adelante “un proceso de privatización” y promete una democratización en los órganos de gobierno de la institución

Leopoldo Múnera
Leopoldo Múnera, en su oficina en Bogotá, el 3 de septiembre de 2024.Chelo Camacho
Lucas Reynoso

Hace unos meses, la Universidad Nacional de Colombia estaba en ebullición. Los estudiantes, en paro, cantaban consignas en contra de Ismael Peña, designado como rector por el Consejo Superior Universitario (CSU). Leopoldo Múnera (Bogotá, 67 años), el candidato a ese cargo que había ganado una consulta no vinculante en la comunidad académica, participaba de las asambleas y llamaba a la desobediencia cívica. Finalmente, la entonces ministra de Educación, Aurora Vergara, desconoció la designación de Peña y consiguió que el CSU nombrara al preferido de estudiantes, profesores y egresados. Ahora, luego de tres meses en el cargo, Múnera atiende a EL PAÍS en un breve paso por sus oficinas en el edificio Uriel Gutiérrez, que estuvo tomado en esas tensas semanas. Está en medio de una gira por las nueve sedes de la universidad en todo el país y cuenta que su equipo trabaja a gran velocidad. “Espero que nadie se reviente”, dice.

Su llegada a la rectoría representa un giro de 180 grados en la principal universidad de Colombia. A diferencia de sus cuatro predecesores más inmediatos, no viene de las Ciencias o las Matemáticas. Profesor de Teoría Política, señala las relaciones de poder que atraviesan a la institución, cuestiona a las gestiones anteriores por llevar adelante procesos de “privatización” y promete la democratización del gobierno universitario. Hombre de matices, escoge cada palabra con cuidado. Se define como un “socialista libertario”, pero aclara que no le gustan las identidades cerradas y que ningún cambio es posible sin instituciones. Sabe que ahora está del otro lado, que representa a la universidad, y promete que será independiente del Gobierno que apoyó su designación y de los estudiantes que respaldaron su candidatura. “En mi trayectoria he demostrado que no soy instrumento de nadie”, asegura.

Pregunta. ¿Con qué se ha encontrado en estos primeros meses en la rectoría?

Respuesta. Hemos constatado lo que ya sabíamos: la gran complejidad de una universidad que tiene nueve sedes muy diferentes. Aunque hay estabilidad financiera, hemos tenido que enfrentar problemas de manejo administrativo, asuntos que tienen que ver con el proceso de privatización. Pero vamos bien, se ha conformado un equipo joven que está trabajando a una gran velocidad. Espero que nadie se reviente.

P. Uno de los principales cuestionamientos a las gestiones anteriores es lo que el movimiento estudiantil y usted denominan “privatización de la universidad”. ¿Cómo describe este proceso?

R. En los últimos años, la falta de financiación del Estado ha hecho que las universidades públicas busquen recursos a través de programas de extensión, de interrelación con la sociedad. El problema es que lo han hecho con criterios mercantiles, no académicos. Es inaceptable, por ejemplo, que una facultad sin experiencia en temas judiciales se gane un concurso para un proyecto sobre el nombramiento de jueces en Colombia. Presentan la oferta más baja, subcontratando personas, y no incluyen a la comunidad universitaria. Por otro lado están las corporaciones, organizaciones de régimen privado, con autonomía y una personería jurídica propia, que utilizan el nombre de la Universidad Nacional. En algunos casos administran recursos públicos con lógicas privadas que favorecen a grupos muy específicos de profesores, estudiantes o egresados. Finalmente, lo que pasa con los posgrados: no tienen matrículas tan caras como las universidades privadas, pero aun así son altas y eso hace que los mismos egresados de la Universidad tengan dificultades para ingresar a ellos.

P. ¿Ha encontrado indicios de corrupción?

R. Eso lo están presentando los medios de comunicación. Nosotros vamos con mucha cautela. Lo que hemos encontrado en un caso específico, el de la corporación Rotorr [creada por la exrectora Dolly Montoya y que recibió contratos por más de 80.000 millones], es que hubo cambios en los estatutos entre finales del año pasado y comienzos de este. Le quitaron control a la Universidad, aumentaron las funciones del director ejecutivo, eliminaron los topes para contrataciones directas, cambiaron la junta directiva, agregaron pasos para reformar los estatutos e hicieron más compleja la liquidación de la entidad. Rotorr surgió como una corporación para fomentar la ciencia, la tecnología y la innovación, pero se convirtió en un spin-off que puede tener ganancias y que ahora también se encarga de organizar eventos. Estamos examinando cómo se ha hecho la contratación, para ver si se requiere la intervención de los organismos de control y vigilancia.

P. Al recorrer el campus en Bogotá, sorprende ver la diferencia entre edificios deteriorados de Humanidades y otros más modernos de Ciencias. ¿Cómo se explica eso?

R. Hay mejoras en infraestructura que se han hecho con los recursos que consigue cada facultad, y eso produce diferencias. Es mucho más fácil hacer programas de extensión [y obtener ingresos] en las facultades que tienen un componente tecnológico, como Ingeniería o Ciencias. Para otras es más difícil: usted no vende servicios de Filosofía o de Antropología. Por eso vamos a recuperar un fondo de solidaridad y equidad, como el que existía hace 20 o 25 años. La idea es que la infraestructura se desarrolle en función de las necesidades de toda la Universidad, de todas sus sedes, no en función de quienes producen más dinero. De todos modos, tampoco es tan dicotómico. En la facultad de Artes, por ejemplo, ya puede ver una serie de nuevos edificios que son producto de un esfuerzo conjunto de la facultad y el resto de la Universidad.

P. Los últimos cuatro rectores han estado más vinculados a las Ciencias que a las Humanidades. ¿Cree que el hecho de que usted sea politólogo y abogado marcará una diferencia?

R. Sí. Tenemos una preocupación muy importante por el compromiso social que debe tener esta universidad y un componente muy importante de democratización interna, de cambios en las formas de gobierno [para dar un mayor rol a los estudiantes, profesores y trabajadores]. Además, consideramos que la reflexión pedagógica es fundamental. No hay que simplemente adaptarse a los cambios tecnológicos, hay que reflexionar más sobre lo que estamos haciendo por las transformaciones a nuestro alrededor.

P. La creación de residencias universitarias y las mejoras en los servicios de alimentación son algunos de los principales reclamos estudiantiles...

R. En eso estamos trabajando. En la alimentación, por ejemplo, tenemos un proyecto de economía circular. La idea es que produzcamos nosotros mismos los alimentos, con trabajo estudiantil, y que se fomente una alimentación más equilibrada.

P. Hace unos años, la exrectora Montoya le dijo a este periódico que el mural del Che Guevara era “de los estudiantes” y no de la institución, que ella preferiría murales artísticos como los de la Universidad Nacional Autónoma de México. ¿Usted qué opina?

R. Los murales son una expresión de la cultura política que se ha ido desarrollando en las universidades en Colombia. Y esa cultura política incluye a figuras como el Che o Camilo Torres, que es de las entrañas de la Universidad. Sería irreal negar lo representativos que han sido para el movimiento estudiantil. Uno no puede cancelar la cultura política con un decreto.

P. Montoya también dijo que meter la política o la religión puede acabar con la Universidad...

R. No hay que depender de la expresión de un partido o movimiento político. Eso pasa en algunas universidades de América Latina y no me parece sano. Pero la Universidad nunca ha sido ajena a la política. Las relaciones de poder existen dentro de las comunidades académicas y sus tendencias. También cuando hay una disputa por el gobierno universitario o en las relaciones con el Gobierno nacional, tanto en las que tenía Dolly [Montoya] como en las que ahora tengo yo. Negar la política es desconocer lo que es la vida académica, es tener una visión ilusoria.

P. Usted habla como un politólogo. ¿Hay una división entre disciplinas sobre cómo gestionar esta universidad?

R. No me gustaría decir que hay una diferencia solo disciplinar porque los campos de conocimiento no son homogéneos. En las Ciencias o la Ingeniería hay diferencias internas. Creo que podría decirse que hay más homogeneidad entre las personas que han llegado a la rectoría. Eso es normal por la manera en la que han sido nombrados los rectores de la Universidad Nacional, donde la participación de la comunidad no era muy relevante y la presencia del Gobierno era preponderante. Los últimos presidentes han tenido una orientación político-ideológica muy clara.

P. La universidad se había acostumbrado a que el Consejo Superior Universitario no eligiera al ganador de la consulta a la comunidad. ¿Qué fue distinto esta vez?

R. Varias cosas. Primero, tuvimos una participación histórica: votaron más del 77% de los profesores y la participación de los estudiantes fue del 44%, el doble que la vez anterior. Segundo, la comunidad entendió que había un proyecto diferente. Tercero, había otro Gobierno. El presidente vino y dijo que iba a apoyar la consulta, cuando todavía no se conocía el resultado. Después se hizo la votación y yo tuve una notoria ventaja.

P. Ese apoyo no lo tuvo en 2012, cuando también ganó la consulta...

R. Uno de los miembros del Consejo Superior me dijo esa vez que él consideraba que el programa que yo había presentado era el mejor, pero que yo no tenía buena relación con el presidente [Juan Manuel Santos] y que el rector debería tener buena relación con el Gobierno. Y que por eso no me iban a nombrar.

P. Una de las cosas que más le molestaron esta vez es que lo vieran como el candidato del presidente...

R. Es que no me respaldó desde el comienzo. No fue así. Había otros candidatos que decían que tenían el respaldo del presidente de la República, lo decían claramente en múltiples lugares. El cambio fue cuando él vino y se comprometió a apoyar al ganador de la consulta.

P. La entonces ministra de Educación, Aurora Vergara, se negó a firmar la designación de Ismael Peña y fue clave en que el Consejo volviera a votar. ¿Cómo mostrará su autonomía del Ejecutivo?

R. En el pasado no ha habido la preocupación de cómo puede desmarcarse el rector. Yo he sido un defensor de la autonomía universitaria desde siempre, y lo estoy demostrando. Por ejemplo, hemos manifestado nuestro desacuerdo con un decreto de formalización laboral. Queremos formalizar, incluir en la planta a una serie de profesores que están con una vinculación privada, pero hacen falta recursos. El decreto puede ser violatorio de la autonomía presupuestal y financiera de la Universidad.

P. También está aquí gracias al apoyo constante del movimiento estudiantil, que lo ve como un aliado o incluso como un instrumento para canalizar sus reclamos. ¿Cree que será un desafío marcar cierta distancia?

R. En primer lugar, le faltó mencionar que llegué a la rectoría por la consulta que se le hizo a toda la comunidad académica. Después, por un movimiento que no fue solo estudiantil: participaron también los trabajadores y los profesores. De todos modos, cuando hagamos propuestas que no son del gusto de una parte del movimiento estudiantil, enfrentaremos el debate como lo hemos hecho en el pasado. Estuve en la vicerrectoría de la sede Bogotá y nadie puede decir que yo hacía lo que querían los estudiantes. Todo lo contrario. Incluso me metí una vez en un tropel [una revuelta] en contra de una parte del movimiento, que consideraba que yo no debía estar ahí.

P. ¿Cómo fue ese momento?

R. Había sido asesinado un policía con una papa bomba. La situación se puso muy tensa, sobre todo en la entrada de la 26, y consideré que si seguía así iba a haber más muertos. Probablemente no solo del lado de la Policía, sino entre los estudiantes. Decidí irme hacia la 26 y me metí en el tropel. Hablé con la Policía, la saludé luego de que me mandaran varios gases lacrimógenos que afortunadamente no me dieron. Y se logró parar el tropel, no hubo más muertos. Creo que en mi trayectoria he demostrado que no soy instrumento de nadie.

P. ¿Qué cree que puede causar desacuerdos con el movimiento estudiantil en los próximos meses?

R. Creo que con frecuencia hay una estigmatización de ese movimiento estudiantil, de responsabilizarlo de cosas que le son ajenas y que hacen parte de las muchas transformaciones de este país en los últimos años. El movimiento que se manifiesta en las universidades con frecuencia ya no es solo universitario, sino que es juvenil urbano, con jóvenes que no tienen acceso a la educación superior. El microtráfico, por otra parte, rodea a las universidades, tiene presencia desde el exterior. Y luego está el conflicto armado, que ya no es con organizaciones guerrilleras centralizadas. Ahora están fragmentadas e intervienen también paramilitares y organizaciones ligadas con el tráfico de drogas. Todo eso incide. La Universidad está muy atravesada por la sociedad colombiana, y creo que con frecuencia no entendemos que estamos en Colombia, un país de enormes conflictos.

P. Entonces, ¿un hipotético tropel mañana no necesariamente refleja una tensión suya con el movimiento estudiantil?

R. Sería la manifestación de un movimiento juvenil urbano en el que participa el movimiento estudiantil. Si no se entiende que hay nuevos sujetos, no entendemos lo que pasa en las universidades.

P. ¿Ha hablado con el ministro de Educación, Daniel Rojas, sobre la reforma a la ley 30 para robustecer el financiamiento de las universidades públicas?

R. Dadas las dificultades que ha tenido el Gobierno para aprobar las reformas, se decidió priorizar la reforma de los artículos 86 y 87. No significa que la reforma se vaya a reducir, sino que se empieza con garantizar el financiamiento de universidades públicas. Más adelante se incluirán otros puntos, como reformas académicas, ampliación de la cobertura o bienestar estudiantil.

P. Para finalizar, una pregunta más propia de usted como profesor de Ciencia Política. ¿Cómo se define ideológicamente?

R. No creo en las identidades cerradas porque uno es muchas cosas simultáneamente. Pero históricamente me he identificado con el socialismo libertario. Creo en una construcción de sociedad donde la libertad sea fundamental y en la que su ampliación esté centrada en manifestaciones colectivas, con una democracia radical en el gobierno de la universidad y del país. Y creo en el concepto de la igualdad, en el reconocimiento de diferencias no jerarquizadas y en la solidaridad. Debemos entender que somos en sociedad en virtud de las relaciones que nos constituyen, no como individuos aislados.

P. ¿Hay una tensión entre esa parte libertaria y las instituciones?

R. Hay una tensión que es constitutiva de lo político. Es la tensión de la guerra civil española, que nos enseñó que la única manera de intentar transformaciones desde un socialismo libertario es viviendo entre lo que está institucionalizado y lo que no lo está. Por eso los anarquistas entraron al Gobierno. En este caso, no creo simplemente en el poder de las asambleas. Me parece que es una forma de asociación limitada, que abre la posibilidad a manipulación. Por eso hace falta una Constituyente universitaria que democratice nuestras instituciones de gobierno.

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Lucas Reynoso
Es periodista de EL PAÍS en la redacción de Bogotá.
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