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Juventud
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

“Esta juventud de ahora”

No nos apuremos por madurar a nuestros jóvenes, apurémonos por madurar todos un poco, para llegar al desarrollo y la plenitud de lo que nos exige la realidad

Un grupo de jóvenes se reúne en una terraza.
Un grupo de jóvenes se reúne en una terraza.RicardoImagen (Getty Images)

Sentirnos jóvenes, vitalmente productivos y gozones, es una demanda natural que cada vez nos abraza a más, y que se extiende en el tiempo. Somos jóvenes de 40 y 50 años, arrolladores y dispuestos a renovar el mundo cada día porque eso de la juventud, sobre todo, se ha convertido en una disposición hacia el mundo, la de transformarnos, la de sentirnos un poco más inmortales.

Obviamente la longevidad, la posibilidad de vivir por más años, ha alargado nuestros ciclos vitales, adultos más jóvenes, y jóvenes más niños. Estudios recientes indican que la adolescencia se está extendiendo hasta los 24 y 30 años, y esto sin duda nos debe invitar a preguntarnos por la juventud y los jóvenes, los de verdad. ¿Cómo comprenderlos mejor? ¿Cuáles son los retos que tenemos ante una sociedad que madura con más lentitud?

Cuando se trata de explicar o hablar sobre ese ciclo vital denominado formalmente juventud, nos ubicamos con cierta superioridad moral, sin tener en cuenta nuestro propio proceso, para llegar al “Esta juventud de ahora...”, refiriéndonos a una perspectiva relativa en la que comparamos su historia con la nuestra, así como lo hicieron nuestros ancestros con nosotros, distanciándonos de la comprensión del desarrollo de nuestra sociedad. Todo parece indicar que la juventud de cada época termina siendo un poco más inmadura que la que la antecedió, tiene más tiempo para vivir, tiene más oportunidades y posibilidades para aprender, se le extienden sus ciclos y pueden vivir más experiencias.

Lo problemático es que insistimos en usar los mismos referentes, las mismas prácticas de crianza, de educación, laborales y sociales; y dentro de todo terminamos negándonos la comprensión del contexto en el que hoy nuestros jóvenes tejen su vida. Lo más cercano que estamos de comprenderlo es referirnos a las generaciones Y, Z..., a sus características previas dentro de un mundo con más conexión y también con más estímulos y menos dificultades aparentes. Pero esa perspectiva nos queda corta porque no meditamos sobre lo esencial, que finalmente sugiere que debemos reflexionar sobre cómo madura nuestra juventud, qué sueña, qué espera.

Aproximarnos a la pregunta acerca de esta juventud —que se mueve en una época de transición, de cambio de paradigma de conocimiento, tan expuesta al mundo y a la vez tan desconectada de lo cotidiano y vital, tan audaz y genial, así como frágil y vulnerable— es reflexionar acerca de lo que quieren y necesitan los jóvenes, más allá de lo que creemos nosotros que son y prefieren. Es irrumpir en nuestros prejuicios para amplificar nuestra comprensión, y pasar de lo que creemos que son para tratar de escucharlos y conocerlos.

En un estudio reciente y muy valioso hecho en Colombia por la Fundación Empresarios por la Educación, para comprender a los jóvenes y su relación con la educación y en el que se encuestaron a jóvenes entre 12 y 28 años, que representan a 10,8 millones de ellos en todo el país, hay varios hallazgos que nos ayudan a tumbar varios mitos sobre lo que creemos que esperan de la vida, sus expectativas y preferencias, particularmente en cuanto a su educación. Conocer algunos de esos elementos tal vez no sirva para entender mejor a “esta juventud de ahora”.

Empecemos por saber que los jóvenes quieren estudiar y aprender, disfrutan el colegio, tienen aspiraciones sobre el futuro, creen más en la utilidad de la educación que en su importancia porque piensan que esta les permite progresar. Sorprende, por ejemplo, ante tanto que podemos hablar sobre su falta de aspiraciones y disciplina, que el factor que más consideran importante para tener éxito educativo y laboral es el mérito, es decir el esfuerzo, la dedicación y el trabajo duro; aprender valores como la tolerancia les importa y lo quieren; y creen que la educación impulsa el cambio de la sociedad.

Todo esto me recuerda que años atrás, en mi experiencia como secretaria de Educación, en algún ejercicio de evaluación sobre los factores de éxito de los jóvenes en el aula, nos encontramos que cuando los estudiantes tenían profesores exigentes, retadores y que les ponían límites, lograban mayores resultados, pero además los admiraban. Hoy, nuestro jóvenes siguen queriendo que los acompañemos en su proceso de maduración, creen en ambientes de aprendizaje que les permitan crecer en espacios seguros y de bienestar.

La juventud, la de ahora, y tal vez la de siempre, lo que más quiere es compañía, aprender de la sociedad, le cuesta más en estos entornos crecer, tiene más información, vive en el mundo en el que los adultos también somos un poco menos maduros, en el que la inteligencia también es artificial, y la tecnología lo cambia todo a pasos agigantados; pero sabiendo que igualmente necesita conectar, interpretar el mundo, comprender, quieren contención y amor.

Hoy, los jóvenes tienen más aspiraciones sobre el futuro que años atrás, quieren crecer más rápido y a la vez se enfrentan a que es más difícil porque la complejidad ya nos habita a todos un poco más. Y tal vez, como escribiera la filósofa María Zambrano en 1964, lo que necesitamos es “…seguir hablando de los jóvenes. Y mejor aún si se pudiera seguir o empezar a hablar con los jóvenes y borrar de nuestro vocabulario la frase ‘esta juventud de ahora’…”.

Una sociedad con más ímpetu y una juventud extendida, en cuanto a valores y expectativas, en la que múltiples generaciones nos encontramos alrededor de una vida más nutrida de experiencias, necesita madurar de manera compartida en el respeto por los procesos de cada uno, sabiendo que debemos prepararnos para la contención emocional de nuestro jóvenes, conectando mejor la escuela y la universidad, y a esta con las organizaciones para generar espacios de aprendizaje, responsables sobre una idea, que es la de cultivar una humanidad más preparada para lo incierto, lo rápido y lo cambiante; que esté preparada para afrontar los desafíos de nuestras propias creaciones. No nos apuremos por madurar a nuestro jóvenes, apurémonos por madurar todos un poco, para llegar al desarrollo y la plenitud de lo que nos exige la realidad.

@eskole

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