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Bogotá
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La cultura ciudadana se agotó. ¿Y ahora qué?

Durante casi tres décadas, más que a la consolidación de la transformación que planteó Mockus en los noventa, somos testigos de la desconfiguración de lo público, de la desigualdad, y de la nostalgia por un cambio cultural que no se concretó

Racionamiento de agua en Bogotá 2024
Ciudadanos hacen fila para recibir agua de un camión en La Calera, a las afueras de Bogotá, el 16 de abril.Fernando Vergara (AP)

La crisis del agua que Bogotá enfrenta ha puesto nuevamente en evidencia la fragilidad social de nuestra ciudad. Tenemos una enorme dificultad para entender que somos más fuertes y mejores cuando nos unimos en un esfuerzo conjunto, todos los sectores, sin excepción. Desafortunadamente, en la capital de Colombia, la ciudad con más y mejores oportunidades de educación y cultura, se refundió, desde hace varias décadas, nuestra capacidad de construir un proyecto colectivo.

Desde mi perspectiva hay tres factores principales para que esto se haya dado. Primero, la desfiguración de lo público como elemento central de una sociedad y su consiguiente debilitamiento sistemático. La idea de que lo público no era de nadie (salvo de la minoría que se roba el país); que era malo o destinado para los menos favorecidos; que era ineficiente y que la mejor respuesta a las necesidades era lo privado. El transporte público, el espacio público y la educación pública, por dar algunos ejemplos, así lo evidencian. Segundo, la incapacidad de las élites urbanas de liderar la construcción de una ciudad que aprovechara su diversidad y su potencial para generar mejor calidad de vida para la mayoría de sus habitantes. Bogotá es una ciudad con una segregación profunda, una desigualdad muy marcada, y el ascenso social, con contadas excepciones, no es amplio ni democrático. Tercero, lo anterior ha traído como consecuencia el hundimiento del civismo, y con él, el debilitamiento de la solidaridad, la cooperación y el respeto por los principios básicos que nos permiten vivir en comunidad.

Veamos. En 2019 la Encuesta de Cultura Política evidenció que el 92 % de las personas no confiaba en desconocidos; en 2021 el porcentaje aumentó a 94 %; y en 2023 llegó a 95%. En Bogotá, según una encuesta de la Alcaldía Mayor de 2021, más del 60% de las personas no confía en los demás. No hay respeto, ni convivencia donde no hay confianza. El historiador británico Ben Wilson en su libro Metrópolis (Debate, 2022) afirma: “Lo que impide que el hormiguero humano degenere en violencia es el civismo, los códigos explícitos y tácitos que rigen las interacciones cotidianas entre las personas”. Y esos códigos en Bogotá se perdieron hace años.

Yo tenía 17 años cuando Antanas Mockus se convirtió en alcalde de Bogotá, a mediados de los años 90 del siglo pasado. La bajada de pantalones como rector de la Universidad Nacional lo había convertido en un rockstar. Su hablar enredado de filósofo y matemático le había dado un aire de sabiduría en una ciudad que le había apostado a la educación de su clase media. Los mimos y las cebras, la campaña de racionamiento de agua, la reducción de homicidios, la hora zanahoria, las tarjetas cívicas, entre otras transformaciones, se grabaron en mi cabeza y en la de millones de personas en Bogotá. Sentíamos que éramos diferentes, modernos, civilizados…

A partir de ese momento la cultura ciudadana se convirtió en símbolo de una transformación. O al menos eso creímos.

Durante casi tres décadas, más que la consolidación de esa transformación lo que se acumuló fue una nostalgia creciente por un cambio cultural que no se concretó. Que no dejó de ser una promesa rota de los políticos de turno que la usaban para conseguir votos en campaña, pero incapaces de hacerla realidad más allá de insípidas campañas publicitarias; o un anhelo de quienes aquí vivíamos por un pasado ideal que no existió.

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Desafortunadamente la cultura ciudadana no logró ser de la ciudad ni de sus habitantes. Hoy en Bogotá impera la ley del más fuerte, la del más vivo, la más individualista… El incivismo campea por doquier.

¿Qué hacer entonces?

Hace unos años, en un artículo que titulé Transmilenio y el mono que llevamos dentro, llamé la atención sobre una idea que hoy tiene más vigencia que nunca: juntos podemos conseguir mejores resultados que individualmente. ¿Cómo es posible que nuestros parientes primates se caractericen por aspectos que nosotros hemos dejado de lado?

Según los estudios del primatólogo holandés Frans de Waal, quien investigó por años a chimpancés y bonobos, para que ellos puedan sobrevivir y vivir en comunidad son fundamentales la empatía o la capacidad de ponerse en el lugar del otro; la reciprocidad o la lógica del apoyo mutuo; y el valor comunitario del equilibrio entre competencia y cooperación.

Podemos apelar a la cooperación, la empatía, la compasión y el altruismo como la base del cambio cultural que necesitamos para reconstruirnos como comunidad. Basta con mirar cuatro comportamientos de los chimpancés y de los bonobos que así lo evidencian. Primero, el macho alfa no solo es un matón egoísta que acumula privilegios para sí. Por el lugar que ocupa en la comunidad, también puede proteger a los desvalidos, mantener la paz, tranquilizar a los angustiados y restaurar la armonía en los conflictos. Segundo, matar a una hembra es una estupidez porque atenta contra la vida misma de la comunidad. Tercero, aunque en las comunidades hay conflictos y competencias, éstas tienen mecanismos sociales de pacificación para evitar que la violencia se desborde. Cuarto, la supervivencia del grupo está asociada a que todos los individuos cumplan con las normas sociales.

Qué diferentes seríamos como sociedad si pusiéramos en práctica comportamientos como estos.

Volviendo al agua, basta ver que, a pesar del inminente riesgo de que la ciudad se quedara sin el líquido, los cortes se acataron a regañadientes y muchos encontraron cómo burlarlos. La cultura ciudadana se agotó, pues no innovó y no logró responder de manera efectiva a las actitudes que llevan al deterioro del civismo; porque durante años repitió respuestas que no funcionaban y apostó a insulsas campañas publicitarias. Esto no significa que no debamos buscar caminos para recuperar la confianza y la solidaridad, que son esenciales para los profundos cambios de comportamiento que requerimos como sociedad.

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