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Bogotá
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Monumento nacional a la desidia

El Parque Nacional es un monumento a Colombia, pues muestra el constante maltrato a las poblaciones más vulnerables y la nula capacidad del Estado para resolver problemas que parecen sencillos

Parque Nacional Olaya Herrera
Una joven va en busca de agua para el campamento, en diciembre de 2021 en el Parque Nacional.Nadege Mazars (Getty Images)

Sin saberlo, o tal vez sin darnos cuenta, el Parque Nacional Olaya Herrera, decretado monumento nacional en 1996, se convirtió en un espejo o, mejor, monumento a lo que es Colombia. A su desidia. A su desdén. A su descuido. Al su eterno aplazamiento en todo. A su dolorosa capacidad destructiva. Al olvido.

Ya perdí la cuenta de cuántos meses lleva un grupo de indígenas asentado en la parte baja de ese que durante décadas fue uno de los parques más bellos de la ciudad. Ya dejé de contar las semanas y los meses porque se convirtió en tortura. Ya dejé de esperar que pase algo porque, como en Colombia, lo que uno sueña que ocurra no ocurre y siempre lo que parece que mejorará termina empeorando.

Hace tres meses, la entonces directora de la Unidad de Víctimas del Gobierno de Petro (el Gobierno del cambio, dicen) celebraba en un comunicado de prensa su participación en una reunión con el líder de las decenas de indígenas que se convirtieron en habitantes permanentes del parque. ¿Qué celebraba? Que en dicho encuentro, en el que también participaron el Ministerio del Interior, el ICBF y la secretaría de Gobierno de Bogotá, acordaron entregar kits humanitarios.

Sí: kits humanitarios. No celebró el regreso de los indígenas a sus tierras o su reubicación en algún territorio. Celebró la entrega de una ayuda que, suponía uno, les deberían estar garantizando desde hace largos meses cuando empezaron la toma del parque. Celebró lo mínimo.

Es lo mismo que en Colombia, donde celebramos los cortos instantes de esperanza que nos ofrecen los políticos, hasta que nos estrellamos con la vergonzosa realidad. Celebramos que llegan los carrotanques a La Guajira. Hasta que descubrimos que era una compra corrupta. Celebramos que nos anuncian el nuevo sistema de salud para los profesores. Hasta que nos damos cuenta que los anuncios de decenas de clínicas de alto nivel comprometidas a atender a los docentes no son más que un listado de centros de salud a los que mandaron una propuesta que no se ha consolidado.

El Parque Nacional Olaya Herrera con sus 90 años a cuestas es un monumento a Colombia, pues muestra tanto el constante maltrato silencioso a las poblaciones más vulnerables, así como a la nula capacidad del Estado para resolver problemas que parecen sencillos.

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¿Qué piden los indígenas? Tierras o vivienda digna. ¿No es ese uno de los estandartes del autodenominado Gobierno del cambio? ¿No son los indígenas uno de los integrantes de la nación colombiana que más menciona el presidente en sus discursos? ¿No sería un buen ejemplo de más acción y menos discurso el resolver la situación humanitaria de hombres, mujeres y niños que viven en un parque de Bogotá en cambuches de plástico desde hace meses?

Si responden “que Bogotá resuelva”, habla de desidia. Si dicen que no hay tierras será una falacia, pues este Gobierno se ha dedicado a entregar tierras. Si dicen que los indígenas están pidiendo lo imposible, entonces habrá falta de transparencia. Porque desde que llegaron los indígenas el pedido ha sido el mismo. Lo mismo que en Colombia donde no cambiamos el clamor, así cambien los gobiernos.

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