“No hay libertad para el pueblo judío si no hay libertad para el pueblo palestino”: los judíos colombianos que rechazan la guerra en Gaza
Cuatro ciudadanos seguidores de las tradiciones hebreas coinciden en la necesidad de encontrar una solución que asegure un hogar para todos
A miles de kilómetros de las matanzas que asolan a Gaza, en Colombia el debate sobre la respuesta de Israel a la devastadora incursión del grupo islamista Hamás ―donde secuestraron a 200 personas y mataron a otras cientos― casi no ha incluido a las voces judías que anhelan una paz pronta para Israel y Palestina. La Confederación de Comunidades Judías de Colombia calcula que en el país viven alrededor de 6.000 judíos, una presencia de vieja data que creció en los años treinta del siglo XX, antes del Holocausto. Es una comunidad pequeña pero muy unida, que hacia afuera puede parecer hermética, aunque vive en constantes discusiones internas.
Algunos de sus integrantes, usualmente los más jóvenes, tienen posiciones críticas por el actuar del Gobierno de Israel. Para Jerónimo Sudarsky, judío nacido y criado en Colombia, ello da cuenta de la diversidad de pensamiento en la enorme diáspora judía. Sudarsky, miembro de una familia que llegó al país en los años treinta, es tajante en señalar que Israel comete violaciones del Derecho Internacional Humanitario en Gaza. Pide pasos urgentes para lograr un desescalamiento. “Lo primordial es permitir el tránsito de ayuda humanitaria y atender la crisis”. Su convicción por la paz, inició en su tierra natal, donde trabaja desde hace años como investigador del también cruento conflicto colombiano. Allí aboga por salidas negociadas a él.
“No hay libertad para el pueblo judío si no hay libertad para el pueblo palestino. Creo que los futuros están entrelazados y no verlo es seguir avivando la violencia”, dice con claridad Daniel Schwartz, un historiador judío de 27 años que se sitúa en una posición similar a la de Sudarsky. Ambos forman parte de un grupo de debate respetuoso con otros jóvenes judíos, que nació de manera orgánica con la idea de alimentar el diálogo entre ellos. Sobre todo si se trata de un tema que toca fibras delicadas y dolorosas de la historia de persecución a su pueblo.
Michael Rosental, por su parte, señala que ha dedicado una gran parte de sus 23 años al activismo y la educación judía. Su familia llegó hace un siglo y su abuelo fue de los primeros abogados judíos de Colombia. Rosental alega que es urgente que se permita el ingreso de ayuda humanitaria a Gaza, que se creen zonas seguras para los desplazados y que se promueva el bienestar de los civiles gazatíes. Tampoco duda en llamar tragedia humanitaria a lo que allí sucede.
Contra los discursos de odio
Una sinagoga vandalizada con estrellas de David y la embajada de Israel marcada con la esvástica nazi fueron dos ataques antisemitas registrados en Bogotá en los últimos meses. Por los mismos días, el conocido caricaturista Matador publicó un dibujo que fue rechazado por muchos por ser violento contra la población judía. Por otro lado, como una cara de la misma moneda, en redes sociales se han usado sin temor las palabras “terrorismo” o “yihad” como sinónimo de musulmán. Un panorama de descalificaciones graves y constantes que ha empeorado para árabes y judíos en los últimos 90 días, desde el 7 de octubre, día de la incursión de Hamás.
Los discursos islamófobos y antisemitas han ido al alza con la nueva guerra, y para estos jóvenes judíos no son fenómenos aislados, sino discursos de odio motivados por una aguda desinformación con respecto a la guerra. Para Rosental, estas violencias deben combatirse con el mismo ahínco. “Se ha estigmatizado a personas que no son culpables por lo que hizo Hamás. Eso y las comparaciones con el nazismo no tienen ninguna relación con la realidad. Esa inversión del Holocausto, buscando utilizar esa calamidad contra nosotros, es antisemitismo de libro. Nada de esto debe ser tolerado”, agrega.
“Lo único que se ha ganado es estigmatizar a dos poblaciones que necesitan reconciliación y dejar de demonizarse uno al otro”, zanja Michael, quien llama a manejar con responsabilidad estos temas desde la opinión pública. Comienza por el presidente de su país, Gustavo Petro, que en diferentes ocasiones ha llamado nazi al Ejército israelí y ha comparado a Gaza con el campo de concentración de Auschwitz. Sudarsky apunta al mismo problema, en particular, a comentarios que desconocen los aportes y la presencia de las diásporas palestina y judía en Colombia, en una sociedad a la que ya hace mucho tiempo han logrado integrarse de diferentes maneras.
Voces por el cese alrededor del mundo
Los reclamos de Sudarksy, Rosental o Schwartz no son nuevos. Cada día nacen más organizaciones de judíos que piden una salida negociada al conflicto de antaño entre Israel y Palestina. Jewish Voice for Peace ha sido una de las que mayor protagonismo ha tomado, esto después de que activistas se tomaran varios monumentos icónicos como la Estatua de la Libertad, en Estados Unidos. Su lema es: “No es nuestro nombre”. No son los únicos. Poco a poco, en diferentes países, se han registrado imágenes de musulmanes y judíos, incluso rabinos, que se manifestan juntos, se abrazan y le dan al mundo imágenes alentadoras. Ya en Israel se erigió Neve Shalom, un pueblo creado para que palestinos y judíos convivan en plena armonía.
A algunas de esas organizaciones que hacen presencia en Israel hace alusión Eli Akerman, un judío nacido en Colombia que hace tres años decidió emigrar. Actualmente, vive en Jerusalén, en la zona del Monte Scopus y estudia en la Universidad Hebrea. Por algún tiempo participó en actividades del movimiento Standing Together, que se autodefine como una organización “judío-árabe de base que lucha por la paz, la igualdad y la justicia social en Israel/Palestina”.
Explica que decidió irse a Israel con la intención de ayudar a construir sociedad y hacer una familia allí. A la par, tiene la intención de ser un agente de justicia social, valores que él entiende como una de las bases del sionismo, en el que se recoge. En consecuencia, resalta la necesidad del reconocimiento mutuo. “Los israelíes tienen que entender que los palestinos están aquí para quedarse y que debemos verlos como aliados en la paz”. Akerman vive con un sentido de identidad muy fuerte: “Al final del día Israel es el lugar de los judíos, siento que esta es mi casa y es importante que eso sea reconocido por los palestinos”, sentencia.
Familiares, amigos o amigos de ellos fueron víctimas de los crímenes de Hamás el 7 de octubre. Por eso cree que es tan difícil lograr puntos neutros. Además, él vivió en carne propia la zozobra que se instaló por muchas semanas al comienzo de la guerra en la sociedad israelí. Así que se siente con la autoridad para reclamar que la empatía debe atravesar a los dos pueblos. En una entrevista telefónica con EL PAÍS, repite una y otra vez la palabra unidad.
Cada uno de estos jóvenes considera más viables o duraderas soluciones diferentes, pero todas apuntan hacia un mismo camino: la posibilidad de un hogar para ambos pueblos. En palabras de Schwartz, “reconocer que el otro es un interlocutor válido”. Al final, todos mencionan, de una forma u otra, la honda marca que dejó el Holocausto en generaciones enteras. Ese dolor que trae consigo la guerra explica, quizá, que los más jóvenes responden con una férrea voluntad de reconciliación. Se niegan a convertirse en testigos pasivos de la banalización de la violencia.
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