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Margarita Rosa de Francisco: “Tengo complejo de reina de belleza”

La actriz y escritora conversa con EL PAÍS sobre su más reciente libro ‘Margarita va sola’. Lo presenta este sábado en la FILBO

Margarita Rosa De Francisco
Margarita Rosa De Francisco en la casa de sus padres en Bogotá, Colombia, el 17 de abril de 2023.Diego Cuevas
Diana López Zuleta

Margarita Rosa de Francisco (Cali, 57 años) ha sufrido de belleza. A los 19 años fue reina y pronto inició una fulgurante carrera en la televisión colombiana. Es, quizá, la actriz más reconocida del país gracias a los personajes protagónicos que encarnó en numerosas telenovelas desde la década de los 80, que continúan vivos en la memoria de los televidentes y apuntan a la inmortalidad. Sin embargo, tras su colosal éxito profesional se escondía una mujer infeliz e insegura: el velo de su belleza nublaba su ser. “No pensé que hacerme mayor me produciría tanto alivio”, dice. Su belleza era una puerta, pero también una cadena de la que ha logrado liberarse. Hace unos meses decidió cerrar sus redes sociales, aunque tiene una cuenta anónima en Twitter y conserva su perfil en TikTok, una red más amigable.

Margarita recibe a EL PAÍS en el apartamento de sus padres, en el norte de Bogotá, ciudad desde donde presenta su segundo libro, Margarita va sola (Penguin Random House). De figura esbelta y voz cautivadora, vive desde hace varios años en Miami. La tarde es lluviosa y los truenos estallan precedidos por los flashes de los relámpagos. Una gata barcina merodea en la sala de muebles blancos. En la manera como habla, despacio, se nota la influencia de la filosofía (cursa octavo semestre). No es que responda con circunloquios, pero rechaza de plano, con aire meditabundo, las ideas preexistentes. En el libro, se examina a sí misma en pasajes ágiles y, por momentos, contemplativos. Es un compendio de textos diversos, mezcla de diario, reflexiones y trozos narrativos, también de ficción. Su escritura es volcánica.

Pregunta. Subestima lo que hace. Dice que no se considera una escritora.

Respuesta. Me cuesta trabajo decir que soy escritora porque tengo un complejo de reina de belleza y de modelo, como si tuviera que pedir permiso al gremio de los escritores, al editorial o al de los intelectuales para sentir que puedo llamarme así.

P. Habla en el libro de “gestionar duelo de la vida, a lo cual todos tenemos derecho”.

R. Para mí la vida es un constante duelo, vivo pensando que se va a ir en cualquier momento. Estamos siempre siendo testigos de que la vida se le va a la gente, a los animales, al planeta.

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P. Dice que el cuerpo es una gran cicatriz del efecto de vivir, “lo que va quedando mientras uno está viviéndolo”. ¿Vivir vendría siendo como una herida permanente?

R. Al considerar la vida como un duelo, no considero que la vida sea una herida. Pero sí que hiere la existencia en la medida en que uno está viviendo; más que un sustantivo, es el movimiento de herir. La herida tiene esa connotación horrible de lastimar, pero considero que no es necesariamente solo herir. Cuando digo “cicatriz” es también la marca, en el cuerpo se va marcando el paso de la vida, y uno va viendo el paso del tiempo en su cuerpo como si la vida se fuera cicatrizando a través del cuerpo, va quedando la marca de que pasó la vida por ahí.

P. Dice que sus «yo» como identidad se han ido cayendo: la actriz, la cantante, la bella, la dura del gimnasio. Una vez caídos todos los vestidos, ¿no debe quedar algo, una especie de «yo» verdadero?

R. No creo que haya un yo verdadero, uno está siempre rehaciendo su subjetivad, ese yo. Creo que no hay manera de pasar por este mundo —y pasar socialmente por la vida— sin tener ese yo que te haga entrar en relación con todo. Inevitablemente este yo es el único punto de vista que tengo para ver cómo viven los otros y ver “la realidad”.

P. ¿Ha contemplado la posibilidad de que tengamos un «yo» que va cambiando, como nuestro cuerpo?

R. Esas son de las cosas que me gustaría pensar con más tiempo. Porque fíjate que lo que expreso mucho en el libro, y que me ha hecho mucho mal, es ese binarismo de alma y cuerpo; eso ha sembrado en mí una división por la que siento que el cuerpo va por un lado y la supuesta alma —que ya no sé qué es— por otro. Entonces, ¿qué es ese yo? ¿El yo no es el cuerpo? ¿No es suficiente yo el cuerpo, que es el que piensa? Porque si las neuronas se dañan, él no puede pensar, ni el alma ni nada. Me parece complejísimo, porque si yo me veo como cuerpo y digo “el yo es el cuerpo”, entonces estoy pensando físicamente. O sea que no existe el yo.

P. ¿Considera que ha sido feliz?

R. Creo que he sido muy infeliz la mayoría del tiempo, cuando estaba joven. Desde que empecé a sentirme mayor siento mucha paz, me levanto contenta.

P. Dice en el libro que despertar en la mañana le parece un milagro, que lo disfruta.

R. Para mí es un motivo de asombro permanente, desde chiquita hasta el día de hoy, todos los días me despierto y digo “¡Wow!” Increíble que nos haya ocurrido la vida, me ocurrió lo imposible, ese estar uno vivo, consciente de sí mismo. Antes me angustiaba mucho eso, por eso tuve que ir tanto a terapias, y hoy en día siento el mismo asombro, pero ya se me cansó la angustia.

P. Sufría ataques de pánico.

R. Muy severos.

P. ¿Han cesado?

R. Tengo muchos menos, porque un ataque de pánico es como un asalto: viene de pronto y no tiene pies ni cabeza, ni uno sabe exactamente qué lo dispara. Pero las veces que me ha pasado ya no actúo como antes, sino que lo siento y dejo que esa energía o esa vibración —lo que sea que se llame— pase por mi cuerpo y se vaya.

P. ¿Esa angustia que sentía tenía que ver con ser joven o con la presión del éxito?

R. Con todo eso, con la presión de valer. Siempre he dudado de mi inteligencia, siempre me he sentido bruta. Con respecto a los hombres siempre me sentí menos inteligente por default.

P. Cuando actuaba, ¿también le pasaba?

R. Sí, siempre, y más si tenía que actuar con alguien que yo admirara mucho, especialmente hombres. Me sentía menos valiosa como mujer y como profesional, tenía que estar en una carrera de demostrar. Si estaba estudiando algo, que sí era inteligente; si competía en un concurso de belleza, que sí era bella; que podía ser la más berraca haciendo ejercicio, como si tuviera que ganarme una medalla por cualquier empresa que decidiera iniciar.

P. ¿Todavía va a terapia?

R. No, ya no voy más, me quedé con mis males así (risas). Uno nunca se cura del todo. A mi psicoanalista infantil le tocó hacer maravillas para que yo pudiera hablar. A mí el psicoanálisis me ha ayudado mucho a saber pensar, a respetar el pensamiento, porque ellos no te ponen trabas, puedes asociar las ideas más absurdas. Es un ejercicio literario por su relación con las palabras, porque el lenguaje importa muchísimo, ninguna palabra se pierde, así des un traspiés ese lapsus tiene valor.

P. Estuvo durante mucho tiempo en un mundo bastante superficial, muy interesado en el culto a la imagen. ¿Cuándo nació su interés por la filosofía?

R. He tenido una actitud filosófica desde siempre. Me he preguntado por las cosas más obvias: ¿Por qué está uno vivo? ¿Por qué estamos todos acá? ¿Por qué yo soy yo y no soy tú? Son cosas que preguntan los niños. Los filósofos se hacen esas mismas preguntas para sacarles todo el jugo, porque no tienen respuesta. Me interesa en ese sentido la filosofía, me parece un viaje bellísimo.

P. ¿Qué fue lo que más le hastió de las redes sociales?

R. Mi propia participación, el no tener a veces control sobre lo que escribía, porque lo hacía en caliente y luego me arrepentía; el hecho de que es un espacio reactivo donde no se puede debatir realmente sobre nada. Uno no se puede detener en el pensamiento de alguien y rumiarlo un poquito y luego sí responder. Me cansé de mi propia personalidad tuitera.

P. Primero se ha liberado de los estándares de belleza y luego de las redes sociales. ¿Cree que ambas cosas tienen que ver con una misma idea, la proyección hacia los otros?

R. Sí, he vivido esa gran tensión entre querer exhibirme —porque tengo como parte de mi personalidad ese afán de llamar la atención— y lo que me jala a la privacidad de mi vida —que es algo que aprecio mucho—, el silencio. Entonces, sí tiene que ver con esa proyección, porque mi vida ha sido una constante exposición pública, y he hecho de mi vida un espectáculo muchas veces.

P. Desde niña vivió en función de la belleza, una belleza que era para los otros. Sentía que los personajes que interpretaba eran tan reales como usted. Con el tiempo le gustó que deformaran su belleza para interpretar un personaje de la película Paraíso travel, y después de eso inventó La Ranga. ¿Sentía que su belleza y los personajes eran como caretas de algo monstruoso en usted, como si fuera a la vez la bella y la bestia, pero la bestia debía permanecer oculta?

R. Yo no lo veo tanto como una dualidad. Cuando actúo en La Ranga siento que soy yo, entonces me pregunto ¿quién seré yo? Me ha pasado con los personajes que he podido comprender mejor desde mí misma. Con Gaviota me pasaba, por ejemplo, que decía: “Yo no estoy haciendo a Gaviota, yo soy ella”, siento que me expreso a través de ella. He estado viviendo a la par que mis personajes, también un poco conflictuada con eso, con que soy a la vez lo que interpreto, y cuando quiero ser yo misma no me hallaba, estaba mejor haciendo el personaje que siendo Margarita. He sido de esas mujeres que no sabe cómo ser ella, me pasó por mucho tiempo.

P. Y eso tiene relación con lo que los otros esperaban de usted.

R. Sí. Cuando tenía un novio, me hacía una idea de qué era lo que él quería y trataba de actuar. Claro que nunca tenía éxito mi actuación. Curiosamente, cuando la cosa es muy pública, cuando veo que la gente espera algo de mí, trato de hacer lo contrario, o algo escandaloso que los defraude.

P. ¿Cuándo se dio cuenta de que quería vivir “el espectáculo de su envejecimiento”?

R. La pandemia tuvo mucho que ver, porque todos vimos que la muerte estaba muy cerca, sentí que algo catastrófico iba a pasar. Ahí empecé a ver que la vida era ese momentico, entonces cambió mi actitud hacia mi propio cuerpo, hacia el envejecimiento.

P. ¿Considera que puede haber belleza en la vejez? ¿No será que a cierta edad ya no importa tanto la belleza, sino otras cosas?

R. Para mí la belleza no es un concepto, es más una epifanía. La belleza sorprende, asalta; a veces uno se sobrecoge por cosas que no son supuestamente bellas. Aunque a veces me miro al espejo y no me guste, y me comparo con cómo era antes, empiezo a encontrar una belleza en ese proceso, en ese duelo, en ese drama que toda belleza tiene.

P. En el título del libro se ve a sí misma sola, en tercera persona. Escribir es solitario, comparado con la actuación ¿Es liberadora esa soledad de la escritura?

R. Sí, es liberadora, mucho más que la actuación. Últimamente estoy muy peleada con mi profesión de actriz porque no la disfruto.

P. ¿Por qué?

R. Porque no gozo todo lo que es accesorio: el maquillaje, la espera, estar todo el día en el set, luego estar tratando de recrear los sentimientos. Por la técnica que uso me toca escarbar mucho y me estresa, peleo conmigo misma. Con la escritura, aunque también se trata de rasguñar, soy responsable de todo; en la actuación, no, uno depende de mucha gente y me produce cierta claustrofobia no poder salir corriendo de mi trabajo; en cambio, si no quiero escribir por días, no escribo, pero cuando vuelvo me recibe, y esa autonomía que me da la escritura creo que es lo más valioso.

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Diana López Zuleta
Periodista y escritora, autora de 'Lo que no borró el desierto' (Planeta, 2020), el libro en el que destapa quién fue el asesino de su padre. Ha sido reportera para varios medios de comunicación.

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