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Luis Carlos Reyes: “El manejo de política económica de Colombia tiene que salir de la mediocridad”

El nuevo director de la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN), doctorado en economía de la Universidad Estatal de Michigan, habla de la reforma tributaria. Asegura que buscan llevar la tributación del capital en Colombia “más o menos al mismo nivel de Estados Unidos”

Luis Carlos Reyes, nuevo director de la DIAN
El nuevo director de la DIAN, Luis Carlos Reyes, en el edificio del Ministerio de Hacienda, en Bogotá, el 25 de agosto de 2022.Camilo Rozo
Catalina Oquendo

Luis Carlos Reyes (Bogotá, 38 años) está en el centro de uno de los proyectos más importantes para el gobierno de Gustavo Petro, la ambiciosa reforma fiscal. Este doctor en economía de la Universidad Estatal de Michigan, es el nuevo director de la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN). Hijo orgulloso de migrantes que tuvieron que salir del país después de la debacle económica de 1999, como académico hizo análisis de las sucesivas propuestas de reforma fiscal que ha enfrentado el país. Se describe como un economista “de formación neoclásica, pero con una preocupación por la equidad y por la reducción de la pobreza” por su historia personal y recibe a EL PAÍS en su despacho donde destacan un escudo de Colombia hecho por su abuelo, que fue artesano, y un tablero que recuerda su paso por la academia, como docente.

Pregunta. ¿Cómo ha sido ese paso de la academia al Gobierno? ¿Con qué se ha topado?

Respuesta. Tengo el privilegio de haber estado en la academia, pero en el lugar estratégico que es el Observatorio Fiscal de la Javeriana, del que soy cofundador y fui su primer director. Desde ahí tratábamos de suplir una necesidad que veíamos en el país y era la falta de entidades por fuera del Gobierno que analizaran los cálculos oficiales del Ejecutivo en lo que tiene que ver con reformas tributarias y gasto público. En España, por ejemplo, está el Instituto de Estudios Fiscales; en Estados Unidos está el Tax Policy Center. Así que ya llevábamos más de más de cuatro años mirando al sector público desde la academia.

P. Entonces no fue un salto drástico.

R. Habría sido pavoroso un salto del salón de clases a las realidades de la política pública. Aunque sí es un salto interesante a lo que veníamos observando de manera muy atenta desde la sociedad civil. Lo que nos proponíamos inicialmente en el Observatorio era que los medios de comunicación y el ciudadano de a pie tuvieran acceso a la misma calidad de información que tiene el Gobierno para sus decisiones. Rápidamente nos dimos cuenta de que el mismo Congreso de la República no tenía información satisfactoria para plantear alternativas a las políticas que venían desde el Ejecutivo. Desarrollamos entonces una relación de trabajo con congresistas de todos los partidos políticos, desde el Centro Democrático hasta el Polo Democrático, que se nos han acercaron a pedirnos información. Ahora, como dice el dicho, el riesgo más grande de hacer buenas sugerencias es que de pronto lo ponen a uno en un cargo implementarlas. Esa es mi situación hoy.

P. ¿Bajo qué corriente económica se inscribe?

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R. Mi familia se fue de Colombia cuando yo tenía 15 años y regresé a los 30. Eso me permitió formarme en Estados Unidos desde mis estudios de pregrado, de maestría y doctorado, además de trabajar en el Gobierno de ese país. Pero lo formador para mí, como economista, fue la crisis económica de 1999 en la que millones de colombianos perdieron todo lo que tenían y tuvieron emigrar, a Estados Unidos unos y muchos otros a España. La mía es una familia de inmigrantes a la que, afortunadamente, le fue muy bien. Entonces, mi formación es la de un economista neoclásico y mainstream, ortodoxo. Pero creo que tengo un enfoque distinto que viene de que la realidad personal y me permite ver las fallas estructurales en la economía colombiana. Nunca he visto con lentes color de rosa la estabilidad económica relativa que ha tenido el país, el crecimiento más o menos sostenido. Incluso dentro de esa estabilidad hay una profunda mediocridad en los temas económicos de los que se enorgullece una tecnocracia que ha sido muy influyente. Desde mi experiencia personal esa “estabilidad” me falló, le falló a mi familia, como a millones de colombianos a finales del siglo pasado.

P. ¿Y eso lo mueve ahora que está en el Gobierno?

R. Esa inquietud fue suficiente para que, incluso 15 años después, esté aquí pensando qué es lo que hace falta ¿Por qué Colombia a principios de los años 50 tenía un PIB del doble del Corea del Sur, y hoy tiene menos de la tercera parte del PIB de ese país? No quiero desconocer los logros, pero es necesario un escepticismo. No todo puede estar tan bien como lo presume cierto grupo de tecnócratas. Hay mucho por mejorar en la economía del país, que ha tenido un crecimiento francamente mediocre si se le compara con los casos de éxito. Es un debate eterno que he tenido con amigos y colegas que dicen ¿por qué vamos a compararnos con los más exitosos? Contentarse con el promedio es literalmente la definición de mediocridad y la mediocridad me parece una aspiración muy pobre para lo que necesita este país. No hay que ser heterodoxo para darse cuenta de que el manejo de política económica de Colombia tiene que cambiar radicalmente, si es que vamos a salir de la mediocridad.

P. Parece que todo está circunscrito a la reforma, el presupuesto para proteger a los líderes sociales, la política de seguridad

R. La reforma tributaria es una manera de encontrar el sustento material de la garantía de los derechos que están en la Constitución del 91. Desde ese punto de vista es simultáneamente la propuesta más conservadora y más radical de este Gobierno. Se suele decir que la Constitución nuestra es bellísima, pero que este país no da para tanta belleza, que es muy idealista, demasiado poco práctica, hasta que podríamos habernos quedado con la de 1886. Entonces, la garantía de esos derechos fundamentales es el eje del gobierno y la reforma tributaria es la herramienta para financiarlo. Todo lo demás son detalles. El espíritu central de reforma es la progresividad, entre otras, porque eso no es un capricho de ningún gobierno, ni una política de izquierda, sino que está en la Constitución.

R. Pero ya se conocen enormes críticas de distintos sectores. ¿Cómo las recibe?

P. Percibo que se espera que ante las críticas la reacción sea, como ha ocurrido en otras reformas, ‘¿cómo se atreven a cuestionar esta cosa tan técnica?’ Pero la verdad es que ese es el tipo de debate que debe tener una democracia madura. Hicimos una propuesta sustentada del programa de gobierno por el que votaron más de 11 millones de personas y, como se prometió, se presentó el primer día para debatir, a través de mecanismos democráticos que incluyen el debate del Congreso, una prensa libre y una opinión pública vigorosa. La aspiración no es que la tributaria salga exactamente como se planteó, sino que se enriquezca y nutra.

R. Pero hay preocupaciones concretas, por ejemplo, de los empresarios

P. Se necesita que nos sinceremos en el debate con respecto a la tributación del capital. No estamos proponiendo nada que no esté dentro de los órdenes de magnitud de tributación que hay, por ejemplo, en Nueva York o en California, centros del capitalismo mundial. No estamos hablando ni de Suecia o Noruega.

P. Una de las principales es la doble tributación

R. Se ha dicho mucho que es un peligro que haya doble tributación con los impuestos a la renta de las empresas y además con unos impuestos progresivos a los dividendos. Hombre, pues en Estados Unidos no solo hay doble, sino cuádruple tributación, se tributa seis veces incluso porque pagan impuestos tanto las empresas como los dividendos a nivel federal, estatal y en algunos casos, también municipal. Si uno suma todas esas cosas, lo que nosotros estamos proponiendo no es nada salido del ámbito de lo razonable. Lo que estamos proponiendo es llevar la tributación del capital en Colombia más o menos el mismo nivel de Estados Unidos, entiéndase grosso modo de las empresas más lo que tributan los dividendos o las distintas maneras en las cuales las empresas reparten utilidades a sus socios.

P. Al nivel de Estados Unidos

R. Sí. Uno puede decir que si está en Nueva York o California, de pronto paga todos esos impuestos porque cuenta con la infraestructura de esas ciudades, porque tiene un mercado laboral en el que puede contratar a los egresados de Nueva York y California y Colombia no es ninguno de esos dos sitios. Entonces aparece el problema del huevo o la gallina, porque esas sociedades precisamente tienen esos niveles de infraestructura, de educación, de capital humano, porque tienen unos sistemas tributarios que recaudan un porcentaje del PIB muchísimo más alto y que recaudan más impuestos del capital. Entonces esa es una crítica que, como todas, vale la pena tener en cuenta, pero no pienso que deba darse en términos alarmistas.

Luis Carlos Reyes, nuevo director de la DIAN
El nuevo director de la DIAN, Luis Carlos Reyes, en el edificio del Ministerio de Hacienda, en Bogotá, el 25 de agosto de 2022.Camilo Rozo

P. También hay críticas a la reversibilidad de los llamados impuestos saludables

R. Es una preocupación perfectamente entendible y la razón por la que se pusieron en la reforma tributaria es porque es algo que estaba en el programa de campaña y se quiere discutir en el Congreso. Pero, a diferencia de reformas tributarias del pasado en las que aumentar los impuestos a los bienes de consumo diario era una parte muy importante del recaudo, esta no es una medida de recaudo, sino de salud pública que entra en el contexto de lo tributario. Quizás lo políticamente más conveniente habría sido no discutirlo ahora para que no hubiera ruidos, pero se está cumpliendo una promesa de campaña.

P. Otro de los ruidos y dudas se refiere a las rentas de personas naturales…

R. La claridad principal es que nadie que tenga ingresos de menos de 10 millones de pesos mensuales va a pagar un peso más en impuestos. Eso quiere decir que el 99% de los colombianos no cabe en el grupo para el cual se van a hacer modificaciones. Obviamente ese otro 1% y, con justa razón, está muy interesado en cuáles van a ser esos cambios exactamente.

P. Para mucha gente es sorprendente el dato de que solo el 1% de los colombianos gane más de 10 millones.

R. Algo que dicen los que tienen- tenemos- ingresos de más de 10 millones de pesos es que no son ricos simplemente por ganarse 10.000.001 pesos. Eso ya es una pregunta filosófica de ¿qué es exactamente ser rico? Pero si uno se pone a pensar en el nivel de vida material que esto representa, y acabo de hacer la conversión en euros, estamos hablando de ingresos de más o menos 2 mil euros al mes. Pero al hacer esa conversión no a una tarifa nominal, sino en términos de poder adquisitivo, esos ingresos en la práctica serían unos 7.300 dólares al mes o más de 6.000 euros al mes, en términos de lo que se puede comprar con ellos. En España esto sería un grupo mucho más amplio que el 1% porque es un país más próspero.

P. Muchos no se sienten ricos…

R. La sorpresa de este 1% de verse caracterizado como el más rico de los colombianos, cuando ellos al viajar a Estados Unidos o Europa, o a Australia se sienten muy de clase media, es grande. Es cierto que son lo que se denomina clase media global, gente que alcanza a cubrir sus necesidades básicas y un poco más, que tiene para ir de vacaciones, alcanza a ser dueño de parte de su casa. Claramente no estamos hablando de gente que anda en yates privados. Sin embargo, creo que ha sido valioso que la gente se dé cuenta dónde está en este 1%. Es decir, dónde está en la distribución de ingresos del país, porque la segregación económica que hay en Colombia es monstruosa. Es importante abrir los ojos a esta realidad. No estamos diciendo que el 1% ellos sean ricos, simplemente que son personas que tienen una capacidad contributiva mayor a lo que están contribuyendo actualmente.

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Catalina Oquendo
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia. Periodista y librohólica hasta los tuétanos. Comunicadora de la Universidad Pontificia Bolivariana y Magister en Relaciones Internacionales de Flacso. Ha recibido el Premio Gabo 2018, con el trabajo colectivo Venezuela a la fuga, y otros reconocimientos. Coautora del Periodismo para cambiar el Chip de la guerra.

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