Sierra Leona pone en cuarentena sus dos provincias más afectadas
El bloqueo pilla desprevenida a la población, que teme quedar desabastecida
Son las siete de la mañana. Al salir de Kenema en dirección a Kailahun, la carretera se adentra entre campos de arroz y un manto verdísimo de follaje. Sin embargo, tras la última curva, nos topamos con una aglomeración de personas con la evidente presencia de militares uniformados. No parece un control normal. Y no lo es. El tráfico está cortado por cuatro barreras sucesivas hechas con palos y bidones. A un lado de la carretera, una veintena de soldados con el fusil en la mano y cara de pocos amigos. Además, una decena de policías intenta informar a la gente, a ambos lados de las barreras, de lo que está ocurriendo. “Durante 90 días, nadie puede pasar, sólo los vehículos sanitarios, militares y las fuerzas de seguridad del Estado. El resto necesita un permiso especial del jefe de la Policía”. No hay una protesta, una palabra más alta que otra. Los fusiles impresionan.
Aunque el Gobierno había declarado el estado de emergencia sanitaria y corrían rumores sobre la adopción de medidas destinadas a la restricción de movimientos, el golpe ha llegado sin avisar. Sierra Leona ha decidido cerrar a cal y canto durante un periodo de entre 60 y 90 días la Región Oriental, donde se concentra la mayor parte de los casos de ébola, lo que en la práctica supone impedir el movimiento de vehículos y personas tanto en dirección a Kenema y Kailahun como desde estas dos ciudades hacia afuera. Es un bloqueo en toda regla. Ni camiones ni autobuses ni coches privados. Nada se mueve en ninguna dirección.
“Nos han convertido en prisioneros”, asegura Alpha Lamine, secretario general de la asociación de comerciantes local. “Aquí hay mucha gente que vive al día, que viene desde los pueblos cercanos al mercado para vender y el dinero que llevan a casa al mediodía es con lo que comen”. Si no les dejan venir, ¿qué harán? “Esta medida es muy peligrosa, no estábamos preparados, no nos ha dado tiempo a aprovisionar nuestros hogares”, responde.
La calle principal de Kenema es un hervidero de tiendas y negocios de todo tipo, desde un cyber café hasta venta de repuestos para motos, un proveedor de móviles o una gasolinera. Durante años, el oro y los diamantes de las minas cercanas han sido el motor de esta ciudad, donde han proliferado los oportunistas y buscadores de fortuna. Decenas de libaneses abrieron aquí supermercados. Ahora muchos de ellos se han ido a Freetown.
Los precios han empezado a subir a causa del ébola. El saco de 50 kilos de arroz que valía 20 euros ya cuesta 25. “Y si el Gobierno mantiene su decisión de mantener a Kenema bloqueada durante más de dos meses, no quiero ni pensar lo que puede ocurrir. Habrá violencia, de eso estoy seguro, porque no puedes quitarle el pan a las personas”, dice Lamine.
Nos han convertido en prisioneros”, dice un comerciante
En el Ayuntamiento, el administrador en jefe, Daniel Sa Momoh, argumenta: “Cerrar Kenema no es la solución. Tendrían que ir casa por casa haciendo pruebas a la gente, pero esto va a generar problemas. Si siguen adelante con esta medida, tendrán que mandar comida como ayuda humanitaria”. La gente no habla de otra cosa. Las radios empiezan a informar y se forman corrillos en la calle. “Mi madre vive en Makeni, ¿cómo podré ir a verla ahora?”, se pregunta una mujer.
En la estación de autobuses y taxis, Cyril Allie, secretario general de la Unión de Transportistas de Kenema se echa las manos a la cabeza. “¿Qué cómo estamos? Pues no muy contentos. Si este bloqueo se prolonga durante una semana empezarán las protestas, se va a convertir en un problema de seguridad ciudadana”. Durante todo el día sólo los trabajadores de los organismos sanitarios y las fuerzas de seguridad han podido entrar o salir de Kenema.
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