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Si lo dice un famoso, seguramente es falso, caro o malo para la salud

Como Javier Cárdenas, las celebridades suelen confundir a la sociedad con mensajes pseudocientíficos

De izquierda a derecha, Javier Cárdenas, Gwyneth Paltrow, Mariló Montero y Robert de Niro.
Javier Salas

En los últimos días se ha vuelto a visibilizar un problema que los estudiosos tienen identificado desde hace tiempo: los famosos pueden ser un gran problema cuando se lanzan a opinar sobre cuestiones de salud. Lógicamente, no se trata de que no tengan derecho a equivocarse sino del increíble poder que ejercen sobre la población con sus mensajes. Javier Cárdenas resucitando un peligrosísimo bulo sobre las vacunas y el autismo (una relación mil veces desmentida por la ciencia) o Rosa Montero denunciando una campaña orquestada contra la homeopatía (en el mismo periódico que ha publicado una veintena de temas críticos en el último año). Pero también están Isabel Preysler y sus batidos verdes, los faciales con caca de pájaro de los Beckham, los tratamientos detox de Gwyneth Paltrow, Mariló Montero dudando de si el alma del muerto se trasplanta con sus órganos o la última dieta de cualquier famosa televisiva.

"Se han convertido en una de las fuerzas más perniciosas de nuestra sociedad, contribuyendo a malas decisiones para la salud, al malgasto de dinero en belleza y productos inútiles", critica Caulfield

Aunque en los casos más recientes la idea surge de su boca o su pluma, en algunos casos no llegamos ni a saber si el famoso realmente practica esa técnica, si es una fabulación de un tabloide que se extiende rápidamente por páginas del corazón o si se trata de una campaña comercial preparada para Instagram. En cualquier caso, la experiencia recomienda recelar siempre de estos consejos o alegaciones. Y son muchos los motivos que llevan a reclamar el mayor de los escepticismos.

Sabemos que, en el marco más estricto de la publicidad pagada y explícita, la mayoría de los anuncios (80%) que muestran a una celebrity son de comestibles malsanos: futbolistas con lácteos azucarados, actrices con hamburguesas, cantantes con bebidas azucaradas... Si sale un famoso, casi seguro que no debería figurar habitualmente en su dieta, según ese estudio de la revista Pediatrics. Y, aunque sepamos que es un anuncio, la publicidad alimentaria funciona, y por eso se intenta restringir su aparición en comerciales para menores. Hay casos en los que ni la televisión pública cuida de su audiencia en programas de salud, como el caso de Saber vivir, en el que la mayoría de los consejos no tenían validez científica.

En otros casos, podemos estar cayendo sin más en un engaño que llena de dólares la cuenta del famoso, como sucede en el caso de Gwyneth Paltrow. La actriz, consciente de la influencia que tienen los reclamos de salud de los famosos, decidió montar un negocio millonario para aprovecharlo. El boletín de su portal de productos pseudoterapéuticos, Goop, cuenta con casi un millón de seguidores, y su negocio ha conseguido recaudar millones de dólares. Paltrow lo mismo vende inservibles huevos de jade para la vagina, que según cuenta mejoran la fertilidad, como carísimos tratamientos detox que no solo no sirven sino que ignoran por completo el conocimiento más básico de cómo funciona el cuerpo humano, como aseguran todos los expertos.

El 80% de los anuncios de alimentación con famosos son de comestibles poco o nada recomendables para la salud

Casi todo lo que recomienda Paltrow es falso o malo para la salud, pero la actriz en cambio fuma y toma el sol sin protección, lo que motivó que Tim Caulfield, experto en salud pública y fenómenos mediáticos, le dedicara un libro titulado ¿Está Gwyneth Paltrow equivocada en todo?. "Se ha convertido en una de las fuerzas más perniciosas de nuestra sociedad, contribuyendo a malas decisiones para la salud, al malgasto de dinero en belleza y productos inútiles, a una menor comprensión sobre cómo funciona la ciencia y al aumento de la insatisfacción con nuestra propia apariencia y, quizá, con nuestras propias vidas”, escribió Caulfield sobre la influencia de las celebrities.

Hay famosos que dicen cuidar su piel con sanguijuelas, como Demi Moore, pero son más conflictivos los consejos que afectan a situaciones más cercanas al gran público. Como por ejemplo las vacunas. Famosos como Jim Carrey, y más recientemente Robert de Niro o el citado Cárdenas, han propagado el rumor infundado sobre su relación con los trastornos del espectro autista. ¿Cuánto daño puede hacer que incluso el presidente de EE UU, Donald Trump, haya coqueteado con los antivacunas, en un país que sufre la resurrección de enfermedades por culpa de esta corriente? En estos momentos, el sarampión está resurgiendo con fuerza en distintos puntos de EE UU y Europa, países ricos que tenían bajo control este tipo de enfermedades.

El efecto halo hace que confundamos un rasgo positivo con el resto de cualidades, pero ser guapo no implica ser experto en epidemias

Un estudio reciente mostraba que uno de cada ocho pies de foto de las revistas del corazón hacían alusión a la gordura o al peso de los famosos, esencialmente de las mujeres (un signo de celulitis en la playa implica cachondeo público, pero si ellos engordan están fofisanos). Y este es otro apartado en el que los famosos hacen mucho daño. Cada vez que se quiere introducir una dieta en el mercado, el star system funciona como pista de despegue. Dietas que no funcionan, generando frustración y malos hábitos alimenticios, como muestran muchos estudios que cita Caulfield. Pocas cosas más inútiles que seguir las recomendaciones de belleza de actrices, actores o modelos que se dedican profesionalmente a estar irresistibles, por no hablar de que su atractivo es innato: "Tener a las personas que han ganado la lotería genética estableciendo los estándares universales de belleza es como usar a los pívots de la NBA para motivar a la gente para que sea más alta", dice el experto.

Un estudio publicado en la revista British Medical Journal trataba de desentrañar los mecanismos de todo tipo —sociológicos, psicológicos, económicos, mercadotécnicos, etc.— que nos hacen tan vulnerables ante los personajes populares. Uno de los más importantes es el llamado efecto halo, cuando generalizamos un rasgo positivo (como la fama o el éxito en el cine) al resto de las cualidades del personaje. Pero, lógicamente, ser guapo y millonario no implica que seas experto en epidemias. También se activan las disonancias cognitivas: si me cae bien Cárdenas y me divierte su programa, me cuesta creer que sea un desinformado que difunde sandeces, y presupongo que algo de razón tendrá. Y en la cabeza de la celebrity seguramente está funcionando el efecto Dunning-Kruger: cuando menos sabemos de un tema específico más creemos controlar de la materia.

Los famosos también pueden ser de gran ayuda, si quisieran, porque podrían usar su gran capacidad para atraer la atención de los medios y la gente. Por ejemplo, Charlie Sheen volvió a popularizar los riesgos asociados al sida al reconocer que era portador del VIH. Algo parecido sucedió en España con Pasqual Maragall y el alzhéimer. Y en medicina se habla con naturalidad del efecto Angelina Jolie, por cómo consiguió dar a conocer las posibilidades del análisis genético para prevenir el cáncer de mama. Aunque, eso sí, provocó que el interés por estas pruebas se desmesurara. Por eso, estos personajes pueden servir para abrir debates, pero que siempre deben ser reconducidos y enmarcados por auténticos expertos. Y si los famosos meten la pata, que lo harán, deberemos acudir corriendo a informar con periodismo científico enrabietado.

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.

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