El terror que frena la lucha contra el cáncer
Arranca en Chicago el mayor congreso mundial de oncólogos, en el que se presentan desde enfoques para mejorar la depresión a las últimas inmunoterapias
El cáncer no solo daña el cuerpo, también erosiona la mente. Un estudio reciente mostraba que los pacientes oncológicos tienen un riesgo de suicidio un 55% mayor que quienes no sufren la enfermedad. Otros datos indican que entre el 50% y el 70% de las mujeres jóvenes que han superado un cáncer de mama tienen miedo a sufrir una recaída. “En los quince minutos que tenemos con un paciente, solemos centrarnos en la enfermedad, en cómo va la recuperación, en si está funcionando el tratamiento”, explicaba ayer en el día que comenzaba la reunión anual de la Asociación Americana de Oncología Clínica ASCO 2017 Joshua Jones, del Hospital de la Universidad de Pensilvania. “Hemos asumido que el miedo a las recaídas es real y que puede ser un problema, pero solemos dejar ese miedo fuera de la consulta”, añadía el médico en la reunión que se celebra entre el 2 y el 6 de junio en Chicago (EE UU).
Jones hacía estas declaraciones durante la presentación de tres estudios que tratan de entender mejor cómo paliar el estrés y el miedo asociado a distintas etapas de la convivencia con el cáncer. En un año en que los cerca de 38.000 asistentes a la gran reunión de la lucha contra el cáncer no esperan anuncios revolucionarios, sus organizadores quieren mostrar los resultados de enfoques menos frecuentes que van más allá de la compresión de la biología de la enfermedad o los desarrollos tecnológicos para combatirla.
Después del cambio climático el cáncer puede ser otra víctima de las políticas de Donald Trump
En el primero de los estudios, Jane Beith, investigadora de la Universidad de Sidney (Australia), enseñaba los resultados de un proyecto para tratar de “conquistar el miedo” y reducir así los niveles de temor a las recaídas en supervivientes de cáncer de mama, colon y melanoma. Según explicaba en su presentación, ese miedo empeora la calidad de vida, incrementa el estrés y hace que los pacientes olviden ocupaciones tan humanas como hacer planes de futuro. Además, dificulta el tratamiento, porque el terror a enterarse de que el cáncer ha vuelto hace que la gente vaya demasiado al médico, incrementando el gasto sanitario, o lo evite completamente, poniéndose en riesgo a sí misma. Beith explicaba cómo cinco encuentros con un terapeuta durante diez semanas ayudaron a reducir los miedos. Los participantes recibieron terapias para centrarse en el momento presente, lograr dirigir el foco de atención o seguir planificando para el futuro.
Un segundo estudio, liderado por Gary Rodin, del Centro Princesa Margarita para el Cáncer, explicaba la aplicación de psicoterapia para ayudar a pacientes en fases muy avanzadas de la enfermedad. Aplicando una técnica de psicoterapia bautizada como CALM, se ayuda a reflexionar a los pacientes sobre ellos mismos y sus relaciones con sus seres queridos, su propósito en la vida o la esperanza y la mortalidad. Después de seis meses de tratamiento, un 65% de los pacientes sometidos a la técnica CALM que estaban deprimidos vieron reducidos sus síntomas frente a un 35% de aquellos que recibieron el tratamiento convencional. De los que no estaban deprimidos, solo un 13% del grupo CALM sufrió depresión frente a un 30% del otro grupo.
Dentro de las grandes líneas de tratamiento del cáncer, a pesar de que los participantes reconocen que no habrá grandes cambios de paradigma, como el que supuso la presentación de las primeras inmunoterapias eficaces, en ASCO 2017 se seguirán conociendo formas de mejorar las opciones de muchos enfermos. Una de esas maneras son las nuevas combinaciones de inmunoterapias. Este enfoque consiste en superar las barreras que tiene el sistema inmune para reconocer a las células cancerosas como una amenaza para nuestro organismo o de atacarlas y destruirlas en caso de reconocerlas.
En ocasiones, los linfocitos, que se encargan de librarnos de organismos que nos pueden poner enfermos, ni siquiera se encuentran en el entorno de las células malignas. Otras veces, las reconocen, pero no pueden superar su sistema de defensa. El más conocido de estos sistemas y el más aplicado para luchar contra el cáncer consiste en la producción de una proteína bautizada como PL1, que hace las veces de escudo protector para los tumores frente a la proteína PDL-1 con la que los linfocitos se pegan al cuerpo extraño que van a destruir.
Las personas con cáncer sufren un 55% más de riesgo de suicidio que quienes no padecen la enfermedad
Durante el congreso, se presentarán algunas combinaciones de fármacos para lograr llevar a los linfocitos hasta las células cancerosas, que las infiltren y que superen sistemas de defensa como el PL1. La combinación es necesaria porque para lograr que los glóbulos blancos realicen cada una de estas tareas puede ser necesario un fármaco diferente.
Dietmar Berger, director de desarrollo clínico para oncología de la farmacéutica Roche, con la que asiste este periódico, comentaba durante una presentación para periodistas que la “combinación está en el centro” de su enfoque. Pero esa combinación de fármacos adecuada requiere recabar antes mucha información. “El cáncer es una enfermedad genética y necesitamos mejorar los diagnósticos moleculares para saber cómo va a responder cada individuo particular a un tipo de cáncer particular”, señalaba Berger. “Cada persona es diferente, sus genes, su sistema inmune, las bacterias que tiene en su intestino… El cáncer es personal y el tratamiento del cáncer debe ser personalizado”, explicaba.
El carácter genético del cáncer también está cambiando la forma de tratarlo. El análisis genético de gran cantidad de tipos de cáncer, como el que realizan compañías como Foundation Medicine, ha permitido determinar que existen las mismas mutaciones en diferentes órganos. De esta forma, un fármaco que es eficaz para una variante que aparece en el hígado, también sería útil cuando esa misma variante se expresa en el colon. El objetivo no sería tanto un órgano concreto como una mutación específica.
La medicina personalizada está consiguiendo mejorar las posibilidades de supervivencia de los enfermos de cáncer, pero también está incrementando los costes. José Tabernero, director del Vall d’Hebron Instituto de Oncología (VHIO), y presidente de la Sociedad Europea de Oncología Médica (ESMO) a partir del año que viene, comentaba la necesidad de buscar la manera de racionalizar los costes para hacerlos sostenibles. “Una de las posibilidades que se están estudiando consiste en pagar por los medicamentos en la medida que sean eficaces para el paciente, algo que la tecnología actual permite medir y cuantificar”, señala Tabernero. “Esta es una forma de compartir riesgos entre el Estado y las empresas farmacéuticas”, añade. En una presentación organizada entre ESMO y ASCO, se tratarán las posibles estrategias para permitir que los fármacos más innovadores estén disponibles para todos los pacientes y que los que son demasiado baratos ya por haber perdido las patentes no dejen de producirse porque no dan beneficios.
En los próximos días, muchos de los grandes expertos en cáncer del mundo seguirán presentando y discutiendo los últimos avances contra la enfermedad. Hoy será el gran día del congreso que acoge Chicago, una ciudad que presume de algunos de los rascacielos más espectaculares del planeta. Entre ellos, una de las torres del omnipresente Donald Trump, que también despierta inquietud entre los participantes en ASCO 2017. Después de retirar su apoyo al combate del cambio climático, el cáncer puede ser una nueva víctima del presidente de EE UU. Su proyecto de presupuesto, que deberá aprobar el Congreso, incluye recortes de 5.800 millones de dólares para los Institutos Nacionales de Salud (NIH, de sus siglas en inglés), el principal financiador de la investigación biomédica, y de 1.000 millones para el Instituto Nacional del Cáncer (NCI).
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