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Los piojos prefieren las cabezas limpias

No estigmatice a las personas con parásitos en el pelo. No es un problema de higiene. Ni de edad

Sergio C. Fanjul

Un "piojoso", en el lenguaje popular, es ese que descuida su higiene personal: el que no se lava. Pero nada más lejos de la realidad, y conviene recordarlo en fechas como estas, al comienzo del curso escolar, para que no se estigmatice a ningún niño con piojos. Ni a ningún adulto, porque ellos también pueden sufrirlos. "Los piojos no se eliminan mediante el lavado con agua y champú, por lo que la higiene habitual no es suficiente para eliminarlos ni para prevenir la parasitación", explica la pediatra María Rosa Albañil Ballesteros, coordinadora del grupo de Patología Infecciosa de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap). De hecho, los piojos suelen preferir el pelo limpio al sucio (y el liso al rizado). Cuatro de cada diez hogares con niños en edad escolar han sufrido casos de pediculosis (como se denomina a la infestación por piojos) al menos una vez. Su cotidiana existencia está, sin embargo, traspasada por los mitos.

El piojo es un insecto del que existen 3.000 especies, aunque solo tres pueden infestar al ser humano. El más común es el de la cabeza (pediculus humanus capitis), que mide en torno a los tres milímetros. Para estos animales, nuestras cabezas son frondosas selvas por las que les gusta transitar a gran velocidad (gracias a sus fuertes patas), y también viajar de una a otra: la transmisión de los piojos suele suceder de "pelo a pelo", por contacto directo entre las cabezas, aunque también puede suceder de otras maneras, al compartir peines, cepillos, sombreros o almohadas. "Los piojos no saltan pero pueden desprenderse al cepillar un cabello con electricidad estática", apunta Albañil. Tampoco vuelan.

¿Por qué atacan a los niños?

En realidad los piojos no tienen ninguna preferencia especial por los más pequeños, solo los frecuentan más porque estos conviven con más cercanía en los colegios y guarderías, y porque en más ocasiones comparten utensilios de uso personal. El roce también hace el cariño para los pediculus. "La transmisión no está en relación con la edad sino con la proximidad y el contacto estrecho, por eso también hay que buscar casos en el ambiente familiar de una persona parasitada independientemente de su edad", dice la pediatra. Cuidado: juntar las cabezas para tomarse un selfie puede constituir un puente de plata para el transvase piojil. Y atención a los hipsters: según informa el Centro de Información sobre la Pediculosis, nada les impide extenderse a pestañas, cejas... y barba.

Afortunadamente, el piojo, parásito que lleva conviviendo desde tiempos inmemoriales con el ser humano (no pueden vivir más de dos días sin uno de nosotros, pues se alimentan de nuestra sangre), no transmite enfermedades, solo un molesto picor, que muchas veces delata su presencia en la cabeza de los niños que se rascan demasiado (tampoco nos volvamos paranoicos: se pueden rascar sin que haya piojos). Dicen que en la corte del francés rey Luis XIV, el Rey Sol, proliferaban los piojos bajo los pelucones, así que rey y cortesanos llevaban un artilugio en forma de mano de marfil para rascarse disimuladamente.

Acabe con ellos

"Uno de los mayores problemas es la reinfestación", según explica Josep Manel Casanova, profesor titular de Dermatología de la Universidad de Lleida, "ocurre cuando se da una nueva parasitación tras haber recibido el tratamiento". Los piojos pueden haber sido eliminados, pero mantener sus huevos cubiertos de queratina, las liendres, amarrados fuertemente a los cabellos gracias a un pegamento no soluble en agua (de ahí que el mero lavado no sirva), que den lugar a nuevos piojos en un corto espacio de tiempo (alrededor de una semana). Y vuelta a empezar.

Otros problemas que se pueden dar son el mal diagnóstico, la aplicación incorrecta del tratamiento (aquí tiene uno sin vinagre), "o que los parásitos se hayan vuelto resistentes al tratamiento químico", según explica el dermatólogo. Una investigación desarrollada el año pasado en la Universidad de Illinois encontró que gran parte de los piojos estudiados habían desarrollado mutaciones con un alto nivel de resistencia a insecticidas como los piretroides. Estos especialistas, los dermatólogos, se dedican más que a los piojos de la cabeza a otros tipos como son los del cuerpo o los genitales, las célebres ladillas, que se dan por contacto sexual. Cuando se encuentra una persona con piojos hay que buscarlos también en los sujetos con quien haya tenido contacto, limpiar los utensilios que haya utilizado y aspirar telas o tapicerías del hogar. "Lo que no pueda ser lavado debe ser envuelto en plástico durante dos semanas", dice Albañil: "Además, no es conveniente utilizar los llamados champús preventivos, porque no está demostrado que sean útiles y pueden provocar que el piojo se haga resistente a los tratamientos".

Entre los remedios para fulminarlos, están los productos químicos (peliculicidas), que se aplican sobre todo en forma de cremas, los llamados productos naturales ("en general menos regulados y menos estudiados que los pediculicidas, por lo que se conoce menos su eficacia", dice la pediatra), los productos que producen oclusión (fundamentalmente aceites y sustancias grasas), la extracción manual o con peine fino (la “lendrera”, que se recomienda para complementar las otras medidas y eliminar las liendres) o los dispositivos que dispensan aire caliente (no recomendados para uso en domicilio), entre otros. A pesar de este odio moderno hacia tales insectos, conviene recordar que hubo una época en que los piojos fueron muy valiosos: en el Nápoles de la Segunda Guerra Mundial, los soldados estadounidenses los compraban a los chavales de la calle (los scugnizzi) para infectarse y que así les mandaran de nuevo a casa; y hay quien dice que los hippies de los 60 comerciaban con ellos en sus festivales. Realidad o leyenda, según el caso, quien tenía un piojo tenía un tesoro.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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