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Seseña, orgullo del ladrillo

La ciudad fantasma de El Pocero, símbolo de la burbuja inmobiliaria en España, cobra vida con el desembarco de miles de familias

Íñigo Domínguez
Samuel Sánchez
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El despertar de Seseña

Lo normal es haber pasado cerca de Seseña por la autovía A-4 en la provincia de Toledo, al sur de Madrid, y pensar que qué horror. Pero empieza a ser habitual conocer a alguien que vive allí y que dice que está fenomenal. Porque cada vez hay más gente en la ciudad residencial El Quiñón, llamada Francisco Hernando, el famoso Paco El Pocero. Hay pruebas definitivas: un quiosco que vende periódicos, una poderosa contratendencia, y uno de los colegios con más alumnos de Castilla-La Mancha. Más de 800 de infantil y primaria. Ante la demanda, han tenido que poner clases en barracones prefabricados. Cuando abrió tenía menos de 100. Era 2008, justo cuando estalló la burbuja inmobiliaria y Seseña se convirtió en el paradigma de la España surrealista del ladrillo.

Ir a Seseña a escuchar las voces de dentro es un viaje extraño. Al alba se va en dirección contraria a un atasco apocalíptico. El paisaje es de polígonos, oficinas de inspección técnica de vehículos (ITV), complejos para bodas y eventos, desguaces de excavadoras, anuncios gigantes de hamburguesas, fábricas de puertas, de pladur y un toro de Osborne. Se ven al fondo las moles de El Pocero, pero no hay ninguna indicación, algo acorde a la teoría del no lugar, de los espacios impersonales contemporáneos. Hay que saber el truco para entrar por una vía de servicio. Muchos no vivirían ni locos en este lugar, pero hay que dejar fuera los prejuicios: la gente aquí dice que es feliz.

No se ve a nadie, pero según los últimos datos municipales viven 6.411 personas. El doble que hace cuatro años. ¿Dónde están? Lo explica la estructura del lugar. La mayoría, en Madrid, trabajando, y además la gente entra y sale de casa directamente del garaje, sin pisar el exterior. Puedes estar solo en la calle pero rodeado de gente, invisible dentro de los bloques con piscina. El principal momento para comprobar que hay vida, y demostrarlo fotográficamente, es la entrada y salida del colegio: aparecen de forma mágica cientos de personas, estalla un gran bullicio y desaparecen en 15 minutos. Luego vuelve el silencio, como cuando pasa un tren.

Son todo parejas jóvenes, la edad media es de 32 años. “Por los niños” es una de las frases más oídas cuando les preguntas por qué decidieron venir aquí. Sigue una lista de comodidades: los pisos están muy bien y a buen precio, estás a media hora de Madrid, piscina en verano, un gran parque con lago artificial, aceras grandes, un campo de fútbol estupendo… La idea de felicidad es algo muy personal y este país se ha vuelto muy prosaico. Para ir al cine tienes que acercarte a un centro comercial de Pinto o Getafe. Pero es que ya ni en Aranjuez, con casi 60.000 habitantes, quedan cines.

Al contrario que en otros proyectos de la era del ladrillazo, quienes han trabajado en Seseña dicen que Hernando no escatimó gastos ni materiales para que fuera de óptima factura. El Pocero levantó esto para hacer historia y, de hecho, es un fascinante objeto de estudio para periodistas o sociólogos. O arquitectos, como el hispanofrancés Alexandre Ratier, que vaga entre los edificios para hacer una tesis sobre el fenómeno Seseña en la École Spéciale d’Architecture de París. Ratier se sorprende de la calidad de construcción, con diseños similares a zonas caras de Madrid, y cree que tiene algo de empresa ambiciosa: “Uno no hace una chapuza y le pone al parque el nombre de su mujer”. María Audena, el nombre que se lee en el pórtico de entrada al parque como si fuera la Metro Goldwyn Mayer, es la esposa de Hernando, que también colocó en una rotonda una estatua de sus padres.

Cuando abrió el colegio había menos de 100 alumnos. Hoy son más de 800 matriculados

“Una de las penas de Paco en la vida es que su padre no le haya visto triunfar. Lo perdió cuando era joven”, comenta Alfredo Urdaci, el conocido periodista que entre 2009 y 2012 trabajó para él como asesor de comunicación. “Paco es hijo de una época en España, de hambre, donde sobreviven los más echados para adelante. Su carácter es el que es y luego cultivaba esa imagen de iletrado, que es falsa. Alguien con quien era muy fácil meterse, un apestado entre los empresarios; te llamaba gente para quedar con él pero en un sitio donde no les viera nadie. No sabía manejar la comunicación y había entrado en un juego en el que iba a perder. Mi trabajo fue sacarle de los medios”, recuerda.

La expresión que se acuñó en aquella época, cuando Seseña se convirtió en símbolo de los engendros urbanísticos, y que todos odian es “ciudad fantasma”. Los vecinos culpan de ella a los periodistas y desconfían de ellos. Es difícil empezar las conversaciones. Por ejemplo, en una inmobiliaria:

–Es un reportaje para desmitificar eso de que esto es una ciudad fantasma.

Samuel Sánchez

–Pues si ha venido con esa idea, ya se la puede quitar.

Al explicarle lo que es desmitificar, dice que bueno. Es una de las agencias que se ven en varias calles y confirman que cada vez se venden más pisos. Quienes llegaron primero, en 2007, pagaron hasta 250.000 euros por uno de más de cien metros cuadrados. Fue el primer núcleo de la urbanización, de 3.600 vecinos. Ahora se están vendiendo a menos de 100.000 euros en la llamada segunda fase. Ha estado años bloqueada a falta de la licencia de ocupación y por fin salió a la venta en 2011, cuando los sacaron incluso a 50.000. Los bancos que se cobraron las deudas de El Pocero con pisos –Santander, Popular, Caja del Mediterráneo y Novacaixa Galicia– no veían la hora de quitárselos de encima. Esta segunda oleada, 2.300 viviendas, es la que ha revitalizado El Quiñón.

No obstante, la segunda fase sigue teniendo un aspecto desolado, no hay ni una tienda. Está alejada por descampados de la primera, donde ya tienen farmacia, carnicería, bares, veterinarios, peluquería, tienda de móviles. Hay incluso una diminuta iglesia en un bajo. “Esto es tierra de misión”, describe el cura, Miguel Ángel Gómez, de 40 años. El domingo va a misa un centenar de personas. En un año ha tenido 60 bautizos y una boda. Cuenta que el principal problema de sus fieles es el paro. En unas casetas prefabricadas cercanas, una asociación de vecinos imparte clases de zumba y baile moderno.

“Tranquilidad” es otra palabra recurrente. Es verdad, yendo por allí durante una semana te come la soledad. Cuando anochece solo se mueve la fuente de luces de colores. Dicen que se anima en verano y el fin de semana a la hora del aperitivo, aunque en febrero, con el frío, no cambia mucho. El dueño del bar Triana, Andrés Agudo, corrobora: “Empecé hace dos años con un local de 80 metros cuadrados. A los dos meses se me quedaba pequeño. Este es de 200 metros y trabajamos nueve personas. Los fines de semana se llena”.

“Esto es tierra de misión”, dice el cura de una diminuta iglesia en un bajo

En el bar de una familia china se ve un cartel de un tal Fernando: “Busco personas a las que les guste jugar al ajedrez”. El señor Fernando, de 75 años, comenta al teléfono que el cartel lleva ahí cuatro años y alguno llama. Los mejores, los cubanos. “El problema es que juegas una vez y luego se van, hay mucha movilidad, mucha gente de alquiler”, explica. Él es de Madrid de toda la vida y, tras comprar aquí, tuvo el piso vacío tres años. “Al final nos vinimos aunque no me apetecía, pero te adaptas, y ahora estoy muy a gusto”.

Angel Pérez, de 33 años, ha comprado hace poco un piso de cien metros cuadrados por 90.000 euros. Donde vivía, en Aranjuez, uno parecido cuesta mínimo 130.000. “Para mí en otro sitio habría sido imposible”, resume. Lo imposible que aquí es posible sigue siendo la mejor razón para ir a Seseña. Para comprar el pan, Ángel debe atravesar un páramo de película de extrarradio de Pasolini, pero está contento. En los bajos de su edificio abrieron hace un año una oficina municipal. Han pasado ya más de 5.000 personas, sobre todo para saber cómo empadronarse. “Si esto hubiera nacido al norte de Madrid, nadie hubiera dicho nada, pero como fue al sur…”, dice un empleado, que ve prejuicios clasistas en la polémica que rodeó a Seseña.

Esa segunda fase, lista para vivir desde 2008, pero deshabitada hasta 2011, fue la que creó el estigma de la ciudad fantasma. Los vecinos acusan a las teles de ir solo a esa parte a grabar sus imágenes. Vienen de entonces ideas como que allí no hay agua, pues el Ayuntamiento, gobernado en aquella época por Izquierda Unida (IU), negó con ese argumento las nuevas licencias. “Siempre tengo que decir que claro que tenemos agua y luz, como personas normales, no sé qué se cree la gente”, dice Virginia Domínguez. Compró de las primeras, en 2007, sobre plano. “Cuando esto empezó a ser noticia y decían que no daban las licencias, lloraba porque pensaba que me iba a quedar sin casa”, recuerda. Luego ha sido feliz, con dos hijos de 11 y 15 años. Se queja de que los periodistas, cuando la han entrevistado, solo querían que hablara mal de Seseña. María Celada, de 36 años, que se vino desde el centro de Madrid, nota las caras raras de la gente cuando dice que reside aquí: “Tengo que dar explicaciones. Pero seguramente vivo con más lujos que ellos”.

Así funcionan los hechos consumados, son irreversibles. Construyes y la gente acude tarde o temprano. “Los vecinos son terceros de buena fe”, en definición jurídica del actual alcalde, Carlos Velázquez, del Partido Popular (PP). Llegó en 2011 al Ayuntamiento y fue quien cerró entonces un acuerdo con El Pocero para dar vía libre a las licencias de ocupación pendientes. “Había que desbloquear la situación, mirar hacia delante; es lo que querían los vecinos”, resume en su despacho. Se buscó una vía de suministro de agua y Hernando pagó 6,7 millones de euros que debía al municipio.

Por fin el Ayuntamiento “recepcionó” la urbanización, así dicen aquí. Es decir, el núcleo de toda la vida de Seseña, a cinco kilómetros, aceptó incorporarlos al municipio y prestarles servicios. Hasta entonces vivían en un limbo legal, no solo en medio de la nada. Eso, los servicios, son ahora los problemas reales de la gente. Se veían venir: falta un acceso a la autovía, pues ahora es poco más que un camino asfaltado; un ambulatorio, otro colegio, una guardería, un cajero, mejores conexiones de autobús con Madrid… “Esto no está mal hecho, en España se construye bien, pero es un arquetipo del desarrollo urbano español sin sentido de las últimas décadas”, explica Ratier. “Históricamente las poblaciones nacían cerca del agua, de un recurso valioso, por una actividad o por su posición geográfica. Pero esto es solo porque el suelo no vale nada y construir es rentable. No se genera riqueza, depende del capital de los que viven aquí, que van a buscar dinero a Madrid y lo traen. Es un modelo revolucionario para España. Será muy interesante analizar cómo evoluciona, porque irá afrontando nuevos problemas que no han hecho más que empezar”.

Samuel Sánchez

Hablando con los vecinos les notas la esperanza de que esto sea cada vez mejor, una fuerte implicación en la comunidad, un orgullo de fondo. Son como colonos de las pelícu­las del Oeste. Antonio Martín, funcionario de 47 años con tres hijos, llegó en 2012 y ya ha presentado denuncias para intentar que algo se mueva. “Estamos bien, pero hay demasiadas cosas que no funcionan”, explica. Ha llevado cuatro veces al pequeño al hospital de Aranjuez, a 20 kilómetros, y le han mandado la factura, porque en teoría les toca ir al de Toledo, que está a 50.

Luego depende con qué compares y de dónde vengas. Si para gente de zonas masificadas del sur de Madrid esto ya es muchísimo mejor, qué será para Bo Zhang, una mujer de 45 años, y Chang Zhang, el cajero, que llevan el supermercado Dia. Si vienes del centro remoto de China, quizá Seseña es Hollywood. “Llevo en España desde 2002, he vivido en muchos sitios y aquí estoy contenta”, dice ella. También una de sus empleadas, Ligia Avelar, portuguesa y con dos hijos, está encantada. Reside aquí desde el principio, 2007. Eran nueve en su edificio y ahora está lleno: españoles, ecuatorianos, peruanos, marroquíes, polacos, ucranianos y rusos. “Eso es muy bueno para los niños, que crezcan juntos con todas las razas”, explica. La salida de clase, es cierto, es una alegre mezcla de culturas. Un niño de 11 años entra a hacer la compra. Va solo, aquí no hay peligro. Explica que de mayor va a ser policía:

–¿Ah, sí?, y ¿por qué?

–Falta justicia. Y está el tema del yihadismo.

Resopla con preocupación. Pero los niños de Seseña son felices, están orgullosos de su pueblo. Menos mal, porque sus padres vinieron por ellos.

Seseña, con su tormentosa génesis, sale adelante y en esta historia hay un perdedor, el anterior alcalde, Manuel Fuentes, de IU. Se enfrentó a El Pocero, frenó la urbanización y lo que consiguió fue que en las elecciones de 2011 le votaran solo 38 personas. Lo explica así: “Hicimos todo lo contrario de los alcaldes corruptos de aquellos años, en plena época del ladrillo defendimos la legalidad y el interés general, pero los ciudadanos se pusieron en nuestra contra. ¿Qué vas a hacer? Los problemas de ahora son el resultado”. Cuenta que en su primera reunión El Pocero le dijo: “Pídeme lo que quieras”. “No, lo que voy a pedir es para el pueblo”, replicó. Es célebre, según su relato, que el constructor le gritó que era gilipollas por ser el único alcalde honesto de España.

El Pocero sigue siendo el agente urbanizador: Aún debe hacer aquí obras pendientes

En El Quiñón, en cambio, casi nadie habla bien del exalcalde, pintado como un cabezota o alguien que quería un escaparate político. Y, la verdad, nadie habla mal de El Pocero. Los vecinos ventilan la historia como líos que les superan de leyes y politiqueo, que no entienden y ya no importan. La buena fe a veces no tiene buena información. Escuchándolos, uno ya no sabe si Hernando era un mafioso o un santo. Su biografía, ya conocida, es la de una infancia de miseria absoluta, sin estudios, hasta construir su primer bloque de pisos en Vallecas con 20 años y conseguir un yate.

Tuvo amigos importantes, como José Bono, presidente de Castilla-La Mancha hasta 2004, y un cura jesuita, el padre Cesáreo, al que luego dedicó una calle, le cedió unos terrenos en Seseña a mediados de los noventa. Estaba en quiebra, tras salir escaldado de Villaviciosa de Odón, y empezó con 12 chalés. Luego 800. Después tuvo la visión de la gran ciudad en el desierto, 13.000 viviendas. En torno al nacimiento de El Quiñón hay un asunto turbio, a la espera de un juicio que comenzará este año, aunque la investigación no ha implicado a El Pocero: el alcalde que la aprobó en 2003, el socialista José Luis Martín, cuyo patrimonio ascendía a un taxi, ingresó 2,4 millones de euros justo en esas fechas. Explicó que le había tocado la lotería.

Al final la ciudad se hizo y Eduardo Zaplana, ministro de Trabajo, concedió a Hernando la Medalla al Mérito en el Trabajo en 2004. Aunque ahora figura en el número siete de la lista de grandes morosos de Hacienda. Su empresa ONDE 2000 debe 86,1 millones. Fracasó en su intento de meterse en proyectos en Guinea y Arabia Saudí, lleva años desaparecido de la vida pública y no da entrevistas, pero lo cierto es que sigue siendo el agente urbanizador de la zona: aún tiene que hacer obras pendientes, algunas peliagudas, como desviar la línea de alta tensión que pasa de forma ilegal al lado de los edificios. Es un gran embrollo legal por desentrañar. Y quedan edificios fantasma. Nada más llegar, te recibe uno colosal de siete plantas con una fachada de 34 ventanas de largo y todas cerradas.

En los últimos años han abierto varios negocios.
En los últimos años han abierto varios negocios.Samuel Sánchez

Capítulo aparte, porque no es culpa de El Pocero, es la famosa montaña de neumáticos, una ladera negra que domina la vista. Un vertedero ilegal nacido en 1999 y cerrado en 2009. Se acumularon 100.000 toneladas de ruedas y, según el Ayuntamiento, quedan 80.000 tras retirar una parte. Es uno de los muchos quebraderos de cabeza del alcalde, Carlos Velázquez, que asegura que en tres años estará limpio. Pero nadie habla de los neumáticos. En Seseña hay una especie de punto ciego, una parte que la gente no ve. Igual que no se plantean mucho de dónde viene esto, en decenas de conversaciones con vecinos nadie menciona nunca, ni como mal menor, que a lo mejor es un poco feo. “¿Feo? Para nada”, responden con incredulidad. No les deprime, no les da bajón pasear al perro en estos descampados solitarios moteados de bolsas de plástico. Se aferran a lo material, a lo práctico, a lo que se pueden permitir, a lo suyo. Y lo cierto es que Valdemoro, que está a cinco minutos, es peor. Seseña no es una excepción, ya es normal.

“El leitmotiv de la vida de Paco no es el dinero, yo le he visto despreciarlo, es el afán de reconocimiento. El decir: ‘Yo no era nada, estaba destinado a ser un muerto de hambre, a comer de los vertederos de Tetuán. He salido de eso y he hecho una ciudad”, reflexiona Urdaci. La idea esencial de Seseña era edificar pisos de lujo para obreros. Como de clase alta para clase más baja. Siempre hay demanda para eso, otros con un sueño parecido al suyo. Urdaci está convencido de que El Pocero quiere terminar de construir Seseña, la otra mitad que se quedó a medio hacer. Para cumplir su sueño, solo espera que despierte el mercado inmobiliario.

elpaissemanal@elpais.es

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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