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Intrigas cortesanas y guisantes

En el huerto del Palacio de Versalles se crearon microclimas y condiciones para producir lechugas en enero y fresas en marzo

Andrea Aguilar
Cordon Press

No se ajusta a los estrictos cánones del roman o novela sino a los del relé o relato. En su primer libro el periodista francés Frédéric Richaud se adentra en el espléndido huerto del Palacio de Versalles de la mano de su creador, Jean-Baptiste de la Quintenie. El misterioso abogado, que plantó su carrera como letrado por la cosecha de frutas y verduras, es el protagonista de esta historia en la que tras los guisantes y los higos se escucha el rumor de fondo de las guerras emprendidas por Luis XIV, las intrigas cortesanas y otras voces que denuncian la injusticia del régimen absolutista. Hay bailes de máscaras en el Louvre, juicios por envenenamientos, favoritas del rey –como Mademoiselle de Fontanges , que al quedársele enganchado en un árbol su sombrero, optó por atarse con una cinta sus bucles e instauró una nueva moda de peinado–, planes de ampliación del palacio para acoger permanentemente a la corte, y sobre todo, una constante lucha contra las heladas y la carencia de agua y de abono.

'El jardinero del rey'

El libro de Frédéric Richaud recuerda lo que era motivo de orgullo para el monarca Luis XIV. En el margen de lo que sería el Distrito de San Luis, el rey del Sol encargó a Jean Baptiste de la Quintenie la creación de un huerto que abasteciese a la corte. Las obras empezaron en 1678 y el huerto empezó a producir en 1683. Este se convirtió más adelante en la sede del École Nationale Superiore du Payssage.

El “Intendente para los cuidados de los vergeles de frutales y de hortalizas de Versalles” construyó los primeros invernaderos en Francia, logró cultivar suficientes hortalizas para abastecer a la corte durante todo el año y se ganó el respeto y la confianza del rey, un monarca por quien Quintenie, en el relato de Richaud, no puede evitar sentir ambivalencia: le permite construir su pequeño edén, pero ¿a costa de qué? Él logró drenar las nueve hectáreas de tierras pantanosas, y en ellas crear pequeños microclimas amurallados que permitieron obtener, para asombro de todos, lechugas en enero o fresas en marzo. Pero sus frutos que con tanto mimo y ciencia cultivaba apenas duraban unas horas en los frívolos banquetes. “No os imagináis cuán grato me resulta encontrar refugio en el hueco de una parcela aislada, a cualquier hora del día o de la noche, lejos, tan lejos de todo”, escribe a Phillippe de Neuville.

Sutil y pausado, El jardinero del rey no es un tratado de jardinería, ni una biografía; a partir de mínimos datos biográficos y de la correspondencia del maestro jardinero, se construye esta historia cortesana, un fresco con un único punto de vista, el del misántropo horticultor.

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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