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El idilio mexicano de Serrat

El cantautor celebra su amor con México con un disco que sale a la venta el 17 de mayo con El País

Juan Villoro
El cantante Joan Manuel Serrat, en un acto promocional.
El cantante Joan Manuel Serrat, en un acto promocional. samuel sánchez

Hace un cuarto de siglo, en un concierto en el palacio de Bellas Artes de México, Joan Manuel Serrat bromeó acerca de su primer viaje al Distrito Federal: “Nunca olvidaré el año de 1969, que fue tan importante para esta ciudad y para mí, porque entonces se inauguró el metro”. Esperó a que se apagaran las risas para añadir en el tono tranquilo en que menciona las grandes cosas: “Y también me presenté aquí”.

Serrat en Bellas Artes, grabado en varios conciertos de 2013, es el saldo de dosis idénticas de trabajo y afecto. Como detalle especial, el viajero frecuente rinde tributo al amor sentido en este país cantando “Un mundo raro”, de la inmortal inspiración de José Alfredo Jiménez. Como tantos episodios de la música mexicana, éste evoca una pasión que sólo sobrevive en la nostalgia: “Y si quieren saber de tu pasado/ Es preciso decir una mentira…”.

Los amoríos de México con Serrat son de otro tipo. Para ilustrarlos, acudo a un recurso que garantiza franqueza: el expediente personal. La mitología del cantante marcó a mi generación y definió las fiestas donde tratábamos de imitarlo. Un personaje de mi primer libro, La noche navegable (1980), malinterpreta una canción de Serrat y quiere “pintar el infierno de azul” (no entender puede convertirse en una forma involuntaria de crear).

Por esa misma época, mi hermana Carmen, que cursaba el bachillerato, descubrió la poesía a través del álbum que Serrat dedicó a Miguel Hernández, y comenzó a escribir. Más de tres décadas después, publicó un texto donde señala que la frase que alude al origen mítico de los cuentos, “Había una vez”, generalmente es antecedida por otra: “Había una voz”. Mi hermana argumenta que el primer contacto con las historias es oral y suele asociarse con el afecto que le tenemos a quien las narra.

Imagen incluida en el libro disco 'Serrat en Bellas Artes'.
Imagen incluida en el libro disco 'Serrat en Bellas Artes'.

Como ha ocurrido a tantos antes y después que yo, un día me enamoré de una chica enamorada de Serrat. Se llama Margarita y nació en Tampico. Para oír a su ídolo, viajaba en autobús a lo largo del día, disfrutaba en el D. F. el eterno prodigio del concierto y volvía al Golfo de México en autobús nocturno. La diosa Fortuna me auxilió en una de nuestras primeras citas: el 29 de enero, cumpleaños de Margarita, el astro se presentaba en el Auditorio Nacional. Ella no pudo rechazar la invitación. Como tantas parejas, iniciamos nuestra vida con esa música. En 2001 fuimos a vivir a Barcelona, la ciudad donde nació mi padre, en compañía de nuestros hijos. La madre de Margarita, fan inquebrantable del autor de Mediterráneo, preguntaba de tanto en tanto con una voz surgida del otro lado del océano: “¿Ya se encontraron a Serrat?”. Ella vive en Tampico, ciudad pequeña donde resulta imposible no toparse con alguien en el mejor puesto de jaibas. Pasaron tres años sin que viéramos a Serrat comprando tomates en el mercado o en el asiento de junto del Camp Nou. Mi suegra no podía creer en tanta falta de casualidad.

El último día de nuestra estancia, Margarita salió a la calle y encontró una figura conocida en la puerta del edificio: Joan Manuel Serrat. Gritó con la febril alegría de quien vuelve a tener 15 años y entre abrazos, lágrimas y besos, le preguntó al cantante qué hacía ahí: “Me detuve en esta puerta, supongo que a esperarte”, contestó alguien curtido en mil encuentros de ese tipo. Los ángeles conocen su trabajo.

Después de 20 años de magia, el romance entre Margarita y yo terminó como terminan las canciones tristes. Pero hay cosas que perduran: ella sigue enamorada de Serrat.

 Serrat no ha dejado de ser el poeta que llega a México en busca de amor y trabajo, dos cosas que se han convertido en una sola

Tolstoi dijo que las familias felices no tienen historias. Por suerte, las disfuncionales tienen muchas. El 3 de noviembre de 2012 mi padre cumplió 90 años y el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM le rindió un homenaje. Fue el último acto público en el que participó. Luego de oír los halagos que siempre lo pusieron nervioso, habló del tema que lo ocupó en sus años finales: el movimiento zapatista. Hizo un llamado a pasar de la democracia representativa a la democracia directa, defendió la noción de autonomía indígena y señaló que la lucha política es un continuo aprendizaje: “Se hace camino al andar”, concluyó.

De jóvenes, los filósofos suelen llevar guitarra. Mientras mi padre citaba a Machado, unos alumnos entonaron la canción de Serrat. A sus 90 años, el profeta de las luchas sociales nacido en Barcelona cerró su trayectoria escuchando la música del hijo del anarquista.

Como el titiritero que protagoniza una de sus primeras canciones en castellano, Serrat no ha dejado de cantar “sus sueños y sus miserias”. No le han faltado recompensas, pero la gloria también sufre reveses. Cuando Rubén Blades regresa a Panamá luego de grabar un disco de oro, filmar una película y polemizar con algún líder de América Latina, encuentra a un conocido que sólo tiene esta cosa que decirle: “Te estás quedando calvo, ¿verdad?”.

Serrat puede recoger un doctorado honoris causa, pero es enemigo jurado de los pedestales y prefiere hablar de la madrugada en que lo corrieron de un bar en Francia cuando cantaba “La verbena de la paloma” en compañía de su amigo de hierro, Daniel Samper Pizano. Contrasté esta historia con Samper y el maestro de la crónica respondió lo siguiente: “Nos encontramos en el Tour de Francia de 1984, él iba enviado por una cadena de radio española y yo por El Tiempo de Colombia. Al llegar a Grenoble, los ciclistas colombianos ocupaban muy buenas posiciones, así que Joan, su mujer (Yuta) y yo decidimos ir a celebrarlo en un buen restaurante. Merced a la alegría que nos produjo ‘el ruiseñor del vino’ (du pays) nos dio a Serrat y a mí por cantar La verbena de la Paloma, mientras Yuta procuraba fingir que no tenía nada que ver con nosotros.

Fachada del palacio de Bellas Artes de México, sede cultural de referencia del país.
Fachada del palacio de Bellas Artes de México, sede cultural de referencia del país.

“Reconozco que el canto a capella no es el más adecuado para interpretar aquello de ‘Una morena y una rubia, hijas del pueblo de Madrid’ y reconozco que quizás la euforia resultaba algo prematura, pues al final no logramos subir al podio. Pero aun ahora considero injusto e inamistoso que el dueño del local nos exigieran con zafiedad y casi con violencia que abandonáramos el establecimiento a eso de la 1 y 50 a.m. (es falso que fueran ya las 2). Al fin y cabo, la obra es una joya del género chico y Serrat no estaba cobrando un solo duro por su inesperada presentación”.

Por su parte, el diplomático francés Pierre Charasse cuenta que cuando era cónsul en Barcelona invitó a su casa a Serrat. Después de la cena, el cantante aceptó interpretar algunas piezas. El recital doméstico prosperó de maravilla hasta que la Guardia Urbana llamó a la puerta. Los vecinos se quejaban del escándalo. Charasse recurrió a las habilidades aprendidas en las oficinas del Quai D’Orsay e invitó a los inconformes a participar en la reunión. Pero desde que Jesús trató de explicar la ley en Nazaret, sabemos que los profetas no siempre triunfan en su tierra. Los vecinos prefirieron dormir.

A los 71 años, Serrat habla con gusto de los desatinos y las sorpresas de una vida pródiga. En centenares de conciertos recurrió a un gesto que se volvió canónico. Después de recitar a Machado, el caminante salía del escenario mientras la música proseguía. Su legado eran sus huellas.

En 2014, para celebrar sus 50 años en los escenarios, lanzó una Antología desordenada, donde interpreta 50 canciones en compañía de sus amigos. En su dúo con Paquita la del Barrio, canta: “No hago otra cosa que pensar en ti/ Por halagarte y para que se sepa… Miré por la ventana y me fugué/ Con una musa que iba en bicicleta”. Incólume, la diva de la colonia Guerrero le responde: “Pues aprovecha que te has puesto en pie/ Ve por la chava y búscate otra vieja… No pienses tanto, tanto y tanto en mí/ Mejor búscate una chamba”.

Joan Manuel Serrat no ha dejado de ser el poeta errabundo que llega a México en busca de amor y trabajo, dos cosas que al cabo de los años se han convertido en una sola.

Si Cortés enfrentó a un imperio donde los corazones se ofrendaban en sacrificios humanos, Serrat entendió que la verdadera conquista es amorosa. Llegó a México cargado de música, sentimientos y los consejos de algún gitano.

Así se robó los corazones.

Este texto del escritor mexicano Juan Villoro está incluido en el libro-disco Serrat en Bellas Artes, que sale a la venta el 17 de mayo. 

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