“Para que la gente tenga confianza en Italia, hay que decir la verdad”
Diego Della Valle combina su afición a la ‘dolce vita’ con un espíritu rebelde que le lleva a tronar contra los políticos que, a su juicio, pierden el rumbo. Uno de los hombres de negocios más ricos del mundo tiene un plan: involucrar a otros empresarios de éxito en el rescate de su país.
De vez en cuando, Diego Della Valle la lía. Cualquier día, sin avisar, este empresario italiano de éxito, uno de los hombres más ricos del mundo según la revista Forbes, propietario de la firma de zapatos Tod’s y mecenas de la restauración del Coliseo, se acerca a un micrófono o compra una página de los principales periódicos de Italia y pone de vuelta y media a quien considera oportuno. Desde Silvio Berlusconi hasta Matteo Renzi –a quienes apoyó al principio de sus carreras políticas– pasando por la familia Agnelli, propietaria de la Fiat. Ahora, además de señalar la paja en el ojo ajeno, Della Valle tiene un plan para arrimar el hombro ante la grave situación social, política y económica que atraviesa Italia.
Usted dijo recientemente que Matteo Renzi y Sergio Marchionne –el consejero delegado del grupo Fiat Chrysler Automobiles (FCA)– eran dos charlatanes, gente sin palabra. Llama mucho la atención que uno de los empresarios italianos más importantes se exprese públicamente con esa beligerancia. Mire, en Italia hay siempre esta actitud un poco de curas viejos –que no es la del papa Francisco, que me gusta mucho– que es la de decir y no decir, de expresar opiniones falsas, de ocultar las propias preferencias… Aquí, tradicionalmente, solo se expone el que no tiene nada, pero el que tiene un papel relevante no lo hace. Yo creo que todos somos personas libres, cada una con sus opiniones, y que no hay que tener miedo a expresarlas. Cuando lo he considerado oportuno, he criticado a Berlusconi en el sitio más público del mundo, en la televisión, o pagando una página de publicidad en los periódicos, y allí ha terminado nuestra relación. Pero no había nada personal.
Ahora tiene un gran desencuentro con Sergio Marchionne, a quien acusa –junto a la familia Agnelli– de haberse llevado la Fiat de Italia cuando el país más necesita inversión y empleo. Y tampoco en este caso hay nada personal. Pero si queremos que la gente tenga de nuevo confianza en el país, es necesario decir la verdad. Si no, la gente no entiende. Y cuando decimos que hay una política que no funciona, que hay una clase dirigente que no funciona, la Fiat es el ejemplo macroscópico de todo esto. Es una empresa y una familia que han tenido ayudas de Italia durante 30, 40, 50 años, y en el momento en que el país tiene necesidad de que sea apoyado, de que exista una unidad nacional, ellos escapan y se van donde les es más cómodo. Fiat tendrá la sede legal en Holanda, la fiscal en Reino Unido y cotizará en Nueva York. Pero en Italia solo dejará los problemas. Más de 18.000 trabajadores sin empleo, planes anunciados por Marchionne que nunca se llegan a ejecutar. Y encima tienen la arrogancia de querer hablar de Italia. Es intolerable.
Si el triunfo personal no es puesto a disposición de los demás, se convierte en algo vacío”
¿Quién es Diego Della Valle? Hace años que no me hago esa pregunta… Pero, fundamentalmente, soy una persona afortunada, porque hago aquello que soñaba hacer desde niño y he tenido la fortuna de poder hacerlo según el ADN que a mí y a mi hermano nos transmitieron nuestros padres. Intentar que de nuestro éxito también se beneficien los demás. Un respeto social fuerte. Y, objetivamente, hoy después de tantos años le puedo confesar que esa manera de hacer las cosas reporta también una satisfacción personal. El hecho de fabricar productos bellos, que la gente está contenta cuando los compra, que son fabricados por personas que están felices de hacer lo que hacen, y que además una parte de los beneficios son puestos a disposición de los que tienen necesidad o del territorio donde están nuestras fábricas… Es un poco la cuadratura del círculo. Y esto es lo que hemos buscado estos años y queremos reforzar en los próximos…
¿Por eso decidió que Tod’s asumiera la restauración del Coliseo? Sí, porque somos una familia orgullosa de ser italiana. Nuestro grupo es italiano, vive del made in Italy, y el Coliseo es el más grande ejemplo de ese concepto. Estamos muy orgullosos de poder hacerlo, pero no solo nosotros, sino también nuestros empleados y nuestros clientes. Cuando usted compre un par de nuestros zapatos pensará que además está contribuyendo a restaurar un trocito del Coliseo. Y, además, ha servido de ejemplo, ha estimulado a otros. La fuente de la plaza de España ha sido reparada, se está rehabilitando la Fontana di Trevi…
¿Qué se propone hacer ahora? Quiero construir una operación que yo llamo “competitividad y solidaridad”. Se trata de que los emprendedores y las empresas que vayan bien destinen un pequeño porcentaje de sus beneficios a sostener las necesidades del territorio donde se asientan o a carencias importantes que tiene ahora Italia. No se trata de una teoría. Se puede hacer. Hay centenares de emprendedores italianos en disposición de hacerlo. Se crearía además una cadena solidaria fortísima y obtendríamos grandes resultados. En primer lugar, desde el punto de vista práctico de ayudar a la gente. Y en segundo, y casi más importante, desde el punto de vista de valores: que las personas que tienen necesidades no se sientan que se las deja solas. Este es el concepto. Tenemos además grandes compañías estatales, muy exitosas, para las que sería muy fácil evitar que, por ejemplo, Pompeya se cayera a pedazos. Las cinco o seis empresas más importantes tendrían que hacerse cargo de lo más urgente.
Una idea la suya que une dos palabras que no suelen ponerse de acuerdo: competitividad y solidaridad. Sí, habitualmente son competitivas las personas de éxito, que tienen muchos medios y que suelen olvidar la solidaridad. Y, en cambio, son muy solidarias las personas que no tienen tantos medios. Vamos a ver si conseguimos cruzar esas dos realidades. Hay países como Italia, o como España, en los que cada vez es más necesario crear una unidad nacional entre las personas más allá de la política, que demasiadas veces se preocupa solo de ella misma. Hoy el balón está en nuestro tejado. Y, por tanto, quien de nosotros es más visible se debe poner a disposición de los demás.
¿Ha hablado ya con otros empresarios? Sí, sí, he hablado con mucha gente. Creo que algunos, aunque no de un modo articulado, ya lo venían haciendo y vamos a ver si en el plazo de algunos meses conseguimos crear un grupo potente. No importa que sean grandes empresarios. Da igual que sean medianos o pequeños. Es el principio lo que cuenta. Y luego se debe explicar a los jóvenes, que piensan que el éxito en sí es muy importante, que si el triunfo personal no es puesto a disposición de los demás se convierte en algo vacío. Debemos lograr que en un futuro cercano no sea considerado un hombre de éxito el hombre rico que ha ganado mucho dinero con su trabajo, sino el que, además, haya sido capaz de compartirlo con los demás y con su entorno.
Diego Della Valle
Se empeña en que, antes de la entrevista, el periodista visite su fábrica de zapatos en la región de Le Marque (Italia central). Enseguida se descubre por qué. Los operarios que fabrican a mano el famoso gommino –un mocasín ligero– y otros productos exclusivos de la marca Tod’s o Hogan lo hacen rodeados por obras de arte, una guardería infantil, un gimnasio, un restaurante con productos ecológicos y una biblioteca. Y todo, al lado de sus casas. En el mismo lugar en el que Dorino, el padre de Diego (Sant’Elpidio a Mare, 1953) y Andrea, inició su trabajo de artesano sobre un banco de zapatero que sus hijos han conservado en el lugar más noble de la factoría. Como recordatorio de que “las raíces son muy importantes en la vida”.
¿Dónde quería llegar cuando se hizo cargo de la empresa familiar? Hace algunos años, mi madre, que ya falleció, vino a desayunar a mi casa. Yo recordaba que, cuando niño, ella se sentaba de un cierto modo cuando quería decirme algo importante. Aquella mañana me di cuenta de que se había sentado así, y le pregunté: mamá, ¿pasa algo? Y me dijo: “No, estoy mirando que, en vez de desayunar, estás tomando apuntes, respondiendo al teléfono. Y solo son las siete de la mañana. No te veo sereno, y es porque tú tienes un gran problema. Tú miras siempre adelante y jamás atrás. Y si mirases atrás podrías recordar qué cosas te gustaban cuando eras un niño. Y te darías cuenta de que has conseguido todo lo que querías. ¿Por qué entonces tienes tanta prisa?”. Ahora, cada mañana al salir de casa, recuerdo aquella frase de mi madre.
A menudo se ha pensado que usted, que además de empresario de éxito tuvo un papel relevante en la cúpula de Confindustria (la confederación de industriales italianos), daría antes o después un salto a la política. ¿Es ahora el momento? No. Ahora tenemos un montón de políticos, en Italia, en Francia, en España, que tienen todos 40 años o menos… Creo que seré más útil a mi país si me ofrezco para construir un consenso en torno a una clase dirigente joven que tal vez tenga necesidad de consejo, de experiencia, incluso de nuestra energía. En este sentido yo estoy dispuesto. Pero no hace falta hacer política. Soy mucho más creíble si hago una operación de este tipo que si decido meterme en política y alguno –como siempre sucede– pueda pensar que es para conseguir algo. Yo no necesito nada. Me basta con tender una mano para construir la clase dirigente del país. Pero debemos hacerlo ya, para no lamentarnos después.
Ahora, sobre todo en países como Italia y España con niveles muy elevados de paro juvenil, la situación de los que empiezan es especialmente difícil. ¿Qué se puede hacer? Tenemos que echarles una gran mano. Deben sentir que detrás de ellos hay alguien que los sostiene. Si un muchacho tiene ganas de trabajar, una carrera o un oficio, y pasa años y más años mandando un currículo y ni siquiera le responden, es normal que se deprima. Nuestro deber es hacerle sentir que no deben abandonar porque todos estamos dispuestos para buscarles una oportunidad. Mi generación fue la de los nietos de la guerra y, por tanto, tuvimos poco acceso al bienestar, y eso nos endureció. Nosotros teníamos problemas, pero en condiciones de oportunidad para todos; ahora apenas hay oportunidades… Por eso los muchachos de ahora son mucho más frágiles, pero también mucho más serios. De ahí que los Gobiernos deban centrarse hoy solo en las necesidades verdaderas de las familias. Como la economía no va, muchas familias no encuentran trabajo ni siquiera para uno de sus miembros, el abuelo tiene una pensión insuficiente, van a los hospitales y funcionan mal, existe un problema de seguridad en algunas zonas del país hasta el punto de que hay viejecitos que no salen de casa por miedo a que la ocupen en su ausencia. Todas estas son cosas terribles. Hay muchos motivos actualmente para no tener confianza. Por eso, para mí las prioridades de hoy son la salud, la seguridad, el trabajo y la escuela. Estas cosas deben ser garantizadas rápidamente a todos. Y yo creo además que se puede hacer. A pesar de la crisis, tenemos los instrumentos para hacerlo.
Dígame cómo… Yo he pensado un modo. Pero es el pensamiento de un aficionado. Cuando veo en televisión estas pobres familias que llegan de África con sus hijos, en barcos que se hunden, sé que hay gente a la que se le viene a la cabeza que entre aquel grupo vendrán algunos bribones que tal vez le robarán la radio del coche rompiéndole la ventana. El miedo hace que, de forma involuntaria, podamos perder la humanidad, pero si pensásemos que aquellos podrían ser nuestros nietos, todo sería distinto. Italia es un país de gente generosa y, dado que este flujo de emigrantes no se consigue frenar, sería perfecto ordenarlo. Con oficinas de colocación en los lugares de procedencia. Uno dice quién es, dónde quiere ir y qué cosa hacer. En Italia, y en Europa, se necesitan muchas personas que se dedican a trabajos que en nuestras naciones ya nadie hace y, por tanto, sería una operación sinérgica perfecta. Recibirlos, acogerlos, buscarles una casa donde pagarían un alquiler porque tienen un trabajo. No se trata de regalos. Y además para evitar todos estos muertos en los naufragios yo digo: mandemos naves de pasajeros, las ponemos en los límites de las aguas territoriales. Cada nave representa una nación y así cada uno va a su destino, tratados de forma civilizada. Hoy la situación está fuera de control. Se pueden hacer muchas cosas. Solo hay que tener ideas…
Y, por ejemplo, ¿de qué forma remediaría la sensación de inseguridad que se vive en algunas zonas periféricas de Italia y que ha llevado a vecinos de algunos barrios de Roma y Milán a atacar con palos y botellas centros de acogida para inmigrantes? Si un anciano tiene miedo a que le roben o le ocupen la casa mientras va al supermercado sería necesario que el Ejército, que hoy a menudo no hace nada activo, se ponga en los lugares neurálgicos del país, no para hacer operaciones de represión, sino para controlar que las cosas funcionen. En 24 horas, incluso en menos tiempo, se puede proteger un país. Son cosas que se pueden hacer rápidamente y se deben de hacer ya. Naturalmente, para poner en marcha todo esto se necesita un pragmatismo que la política no suele tener. Sobre todo se necesitaría tener las manos libres. Esto es, un jefe del Gobierno que decide una cosa y la puede hacer porque la burocracia y la política que están detrás lo secundan. Esto hoy no sucede. Por eso sería necesario ver cuánto hay que esperar para tener un Gobierno que pueda hacer las cosas que dice que va a hacer.
Usted apoyó al primer ministro Matteo Renzi cuando llegó al Gobierno, pero en las últimas semanas está siendo muy crítico con él. ¿Sería partidario de unas elecciones anticipadas? Hoy en Italia hay una situación anómala. Hay un Gobierno que no es el espejo de la composición del Parlamento y, por tanto, no puede gobernar porque tiene que llegar a acuerdos con unos y con otros. En medio de una crisis tan complicada, los dirigentes se están dedicando a hacer política de bajo nivel. Es como si tuviéramos en un quirófano a un enfermo grave y los doctores se pusieran a discutir de quién es el bisturí. Es una esquizofrenia. Si no hay una solución responsable por parte de los políticos, la primera cosa que hay que hacer es ir a votar.
¿Renzi lo ha desilusionado? Él debe decir al país que las cosas están mal y que necesita tiempo para poner todo en orden. Y cuando digo que hay que ir a votar es para que el vencedor, sea Renzi u otro, sea capaz de llevar adelante un proyecto. Hay un camino largo por recorrer, donde quien tiene más debe dar más. No se puede seguir pidiendo a la gente corriente tantos sacrificios. Ya han dado todo lo que podían, y, por tanto, ahora es la clase dirigente la que tiene que ponerse a disposición del país. Yo estoy preparado para dar un paso adelante. Este concepto de competitividad y solidaridad es un activo que los principales empresarios –y también de los medianos y los pequeños– podemos crear, financiar y poner a funcionar. Rápidamente. No se trata solo de eficacia. Significa además un valor distinto. A la gente le gusta ser solidaria sin que el Gobierno le obligue a hacerlo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.