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Rosa García: “Ser un país de servicios nos debilita”

La presidenta de Siemens en España, forja un discurso directo y práctico con recetas para recuperarnos de la crisis. Considera que hemos sido muy duros con nosotros mismos, y cree que el mundo que estamos construyendo es mejor que el heredado.

Jesús Ruiz Mantilla
Rosa García, de orígenes humildes, hoy es una de las mentes empresariales más reputadas de España.
Rosa García, de orígenes humildes, hoy es una de las mentes empresariales más reputadas de España.Samuel Sánchez

De niña era capaz de apreciar la belleza de los teoremas. Pronto se dio cuenta de que los demás no lo llegaban a entender así. Los números desde un punto de vista estético. Como la física cuántica y la informática mezcladas con el arte. Algo que también llegó a ser una obsesión para Steve Jobs. Rosa García se metió en dicho mundo fascinada por eso, pero después descubrió además hasta qué punto la técnica unida al negocio puede cambiar el mundo. ¿Idealismo? Sí, dice García. Y a mucha honra, aunque se pueda dejar la vida en ello.

Hoy, esta mujer de orígenes humildes es una de las mentes empresariales más reputadas de España. Al frente de la alemana Siemens –“una empresa que lleva 120 años en nuestro país, como para decir que no es española también”, asegura–, apuesta por la industrialización y la innovación para después de la crisis. Empeñada en aplicar una mayor conciliación laboral y familiar, dirige un gigante que utiliza la alta tecnología en la vida común. Activa en las propuestas, avivadora de debates, esta madrileña madura, madre de tres hijos y triunfadora en el ámbito multinacional –también fue ejecutiva de Microsoft–, está empeñada en ofrecer al capitalismo un rostro humano con su veta de utopía posible.

Usted iba para profesora, pero ¿por propia vocación o porque se empeñaron sus padres? Por mí, por mí. También, cuando era niña, me hubiera gustado trabajar en un zoo… Pero al decidirme, ya más mayor, me apetecía ayudar a los jóvenes, no a los niños, a los adolescentes, en la enseñanza media, para su formación. Yo resultaba buena en todos los campos técnicos. Me di cuenta de que en las matemáticas era donde yo podía ser más útil porque, aparte de considerarlas un juego, me sentía capaz de ver lo que muchos no aprecian: su belleza. Cuando me demostraban un teorema, podía decir: “¡Qué elegante!”.

¿Aplicaba la estética a las matemáticas? Y veía su vertiente intelectual, me gustaba que la línea racional fuera limpia, directa.

Creo que estamos construyendo un mundo mejor del que heredamos”

¿Por eso ha acabado trabajando en una empresa alemana? No, por eso no. Era simplemente que me sentía capaz de apreciarlas como una obra de arte. Yo quería enseñarlas bien.

¿Por qué costará tanto enseñarlas bien? Hay que hacerlo con sentido práctico, aplicadas a lo cotidiano y con paciencia. Con gráficos tangibles y dándoles un aspecto lúdico.

¿La vida le enseñó después que las resoluciones no tienen nada que ver con las ciencias exactas? Eso es así, la vida es demasiado compleja como para poder programarla. Pero la matemática impone un carácter especial. Una sensación de tranquilidad. Si te invadía la sospecha de que no sabías nada, te ponías a indagar para ver qué podía salir de ahí. Esa es una ventaja. Después, hay personas a las que los números les hablan. Sacan conclusiones, identifican tendencias de las hojas de cálculo. Los matemáticos no somos mejores sumando o restando o calculando porcentajes. Pero si me enfrento a una hoja de cálculo, detecto señales que ayudan a ver oportunidades de negocio o cosas por el estilo.

Guían, claro, pero ¿ayudan también a tomar decisiones complejas, o para eso necesitas otro instinto que muestre el mejor camino? Los números ayudan a entender el pasado.

Pero de eso se ocupaba la historia… Son buenos para transformar ese pasado y convertirlo en algo más eficaz. No resuelven el futuro, pero entre esos números, más una suma de aplicación de tu conocimiento además de intuición, encuentras caminos, soluciones. También hay que escuchar: a clientes y competidores, estar informado; yo me leo como poco al día cinco periódicos, aunque no sólo por placer, sino con mentalidad de estructura de negocio.

Las matemáticas han guiado su carrera, pero a lo grande. Luego llegó al mundo de la tecnología. ¿Cuánto tardó en darse cuenta de que ahí se fraguaba la mentalidad de un nuevo poder para su generación? Entré en ese mundo con vocación de servicio, no de poder.

Samuel Sánchez

Ya, pero ¿no hablamos de un servicio que tendría el poder de transformar nuestras vidas? Entré de casualidad. Quería un curso de capacitación, necesitaba un dinerillo para ayudar a la familia.

¿Un dinerillo? En mi familia venían bien esas ayudas. Mi madre era ama de casa y mi padre trabajaba en el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial. No pudieron acabar la escuela; mi padre se autoformó. Yo tenía hermanos mayores y mi padre me dedicó más tiempo al ser la pequeña. Me enseñaba a sumar, a leer, y al llegar a la escuela entré directamente en primero. Había sido el juguete de la familia.

¿Con un padre que había sido más abuelo, quizá? Sí… en ese sentido, sí. Lamentaba no haber tenido tiempo para mis hermanas con tres trabajos como ejercía a la vez y conmigo se resarció. Él buscaba la excelencia y me aconsejó que el trabajo reflejara quiénes éramos. Eso me marcó. Era una maravilla tener un padre que valoraba el esfuerzo y una madre que era algo así como el psicólogo del barrio. De ella aprendí la empatía, saber escuchar, el respeto a la gente. He tenido mucha suerte.

Pero volvamos a la tecnología… Ah, sí. Pronto me di cuenta de que cambiaba la vida de la gente y no pude volver atrás, se me pasaron las ganas de ser profesora. Deseaba, a través de ese mundo, ayudar a la sociedad.

Pero ese discurso, ¿no es un poco un rollo que se inventan desde ahí para, realmente, vendernos el producto con envoltorio de Ong? ¿De verdad se lo creen? Nos lo creemos…

Pues convénzame. Quizá seamos unos naíf…

No lo creo. Nos levantamos por la mañana para aportar tecnologías que ayudan a dejar a nuestros hijos un mundo mejor. Un niño con cáncer, pongamos por caso. Nuestros escáneres detectan los problemas antes, pueden guiarnos a afrontar tratamientos con radio más ajustados… Es cierto que vendemos ese material a los hospitales, pero lo hacemos guiados por la pasión de mejorar las cosas.

Esa mentalidad también la tendrá la competencia. Bueno, los hay que tenemos más capacidad de crear orgullo de pertenencia que otros.

¿No es un rasgo generacional más que de empresa? ¿Es casual que esos aspectos empezaran a existir a medida de que gente nacida en los sesenta los impusiera? ¿Un cierto idealismo aplicado a la empresa? ¿O es marketing? Nos lo creemos. Nos levantamos cada mañana y lo intentamos… Sí, somos idealistas, pero con una mentalidad de este siglo. Creemos que la economía es importante, pero sólo si está al servicio de la sociedad, más que enfocada al negocio propiamente o a los consumidores.

Fantástico. Pero ¿no es una treta? No, de verdad, no.

Prefiero esa que la otra, pero suena a treta, al fin y al cabo. Me la creo, pero, además de eso, hay que tratar de hacerse con los mejores en cada campo; si los dejamos en manos de la competencia, mal. Es ese idealismo mezclado con capital humano, el que crea empresas muy especiales, donde al empleado se le escucha, se le apoya, se le trata como una persona, es propietario, parte del proyecto…

¿Aprendió todo eso en Microsoft? Fue la primera gran empresa en la que trabajé.

Y entonces, ¿por qué le entró una crisis vital y se propuso buscarse a sí misma? Vamos a ver. Lo que pasó es que, después de 20 años trabajando, los últimos 3 en un puesto internacional y en plena crisis, me encontraba muy enferma. Estaba muy cansada, sentía que tenía abandonada a la familia, pedí un año sabático para decidir qué hacer, recuperarme físicamente y poner orden en mi vida.

En lo peor de la crisis hemos sido muy duros con nosotros mismos”

¿Estaba enferma o deprimida? Enferma, enferma, de eso que dices: “Dios, me acabo de marear, tengo que apoyarme en una pared”. O que te levantas en un lugar extraño y piensas: ¿”Dónde estoy? ¿Qué hora es?”.

¿Dónde andaba cuando le pasó eso, si se acuerda? En un hotel…

¿De qué ciudad? Creo que era en Dinamarca…

¿No está segura? Sí, creo. Es que en ese tiempo sólo dormía el sábado en mi casa y visitaba 14 países habitualmente… Salía el domingo por la noche, cenaba del minibar, me levantaba por la mañana, comía mucho, trabajaba, trabajaba, trabajaba, cogía otro avión…

¿Se acuerda siquiera de lo que vendía? Vendían los de los países respectivos…

Y mientras la vida se le iba lentamente, ¿mantenía ese entusiasmo de ahora? ¿Iba a cambiar el mundo y crear una sociedad mejor con sus productos? Sí…

¿Se da cuenta de lo curiosa que puede llegar a ser esa mentalidad? Puede ser siniestro. No, no es siniestro.

Bueno, pues bien… El problema con la otra empresa es que no unía el software con el hardware… Los problemas reales del planeta, los que nos plantean retos como es la organización de la globalización para que no sólo se fabriquen productos en los países asiáticos o se agoten los recursos sin que eso nos impida vivir con calidad, pero sin destruir el medioambiente; los problemas de la sobrepoblación y sus enfermedades, la urbanización, la contaminación… Para todo eso, el software solo no sirve, por eso me cambié. Pero lo hago porque, llámame ilusa, este es un momento crucial.

¿En qué sentido? En plena crisis, pensé que desde nuestra empresa podíamos ayudar a que nuestro país fuera mejor…

Hombre, desde Siemens, quizá pueda contribuir usted como española a ablandar el corazón de hierro que demuestran en ciertos asuntos los alemanes. Con muchas más cosas.

¿Por ejemplo? Reforzando el tejido industrial. Ayudando a que la sanidad sea más barata sin que perjudique al paciente, o a salir al extranjero para construir grandes infraestructuras… Hemos sido muy Pepito Grillo, con muchos informes en los que remarcábamos que España tiene un problema industrial, pero dando soluciones sin que alentáramos a comprar nuestros productos. Insistiendo en la innovación, en cambiar la formación.

Durante su crisis personal, ni sus hijos la conocerían. He tenido mucha suerte. Si hay algo que he hecho bien ha sido educar a mis hijos. Es verdad que en aquel tiempo perdía el día a día. Me preocupé por mi hijo mayor, veía que el sábado y el domingo se quedaba en casa. Yo le pregunté: “¿Qué pasa? ¿No tienes amigos?”. Y me respondió: “Muchos, mamá, lo que pasa es que los puedo ver entre semana y a ti sólo el fin de semana”. Me di cuenta de que la familia, no sólo mi marido, estaba adaptando su forma de vida a la mía y me pareció injusto. Cuando iba a dejarles al colegio, ni conocía a las otras madres. Durante ese año sabático, los llevé todos los días al colegio, volví a la universidad, asistí a conferencias, presentaciones de libros. Recuperé la forma física y en un año me di cuenta de que mi mente volvía a pensar con frescura.

Rosa García

Nacida en Madrid en 1965, es presidenta y consejera delegada de Siemens en España, aparte de miembro del consejo de administración de Bolsas y Mercados de Valores. Estudió Ciencias Matemáticas en la Universidad Autónoma de Madrid.

En 1991 se incorporó a Microsoft Ibérica como directora de soporte técnico, para trasladarse en 1996 a la matriz de la compañía en Redmond (EE UU) y trabajar conjuntamente con el CEO y presidente Steve Ballmer como responsable de proyectos estratégicos corporativos. En dicha empresa también fue nombrada presidenta de Microsoft Ibérica y vicepresidenta de Microsoft Western Europe, hasta que en 2012, tras un retiro, entró en la alemana Siemens.

Y su marido, ¿qué decía? En casa tenemos la responsabilidad distribuida entre los cinco. Donde pudo colaborar, era el momento que ayudaba. Él era el que conocía a las otras madres del colegio, a los profesores, los médicos. Gracias a Dios, nuestra generación ha roto los roles tradicionales sobre lo que debe ser una madre y un padre. Pero no nos echamos nada en cara respecto a las decisiones importantes.

¿Aquel trauma ha sido el que le ha animado a implantar reglas importantes de conciliación laboral en su actual empresa? Ya lo había implantado antes.

Pero no se aplicaba usted el cuento. Tienes razón, yo no.

¿Y ahora? ¿Predica con el ejemplo? Cada vez más.

¿Cómo es su día a día? Me levanto un poco antes de las siete de la mañana, organizamos desayunos, vestimenta y mochilas. Intento regresar hacia las ocho de la tarde, me dedico a la pequeña generalmente, luego a los mayores, me acuesto, antes leo un rato.

¿Con qué se entretiene? Me gusta leer, la fotografía, caminar por el campo y el monte; si no andamos 12 kilómetros un día de vacaciones, no son vacaciones.

¿Cómo es el mundo que estamos construyendo? No sé si soy una optimista compulsiva, pero creo que es mejor del que hemos recibido.

¿Por qué? Si hablamos de negocios, los empresarios buenos saben que este siglo es el de la innovación y el talento. Nos gusta dejar florecer y crear entornos para estar a gusto trabajando. La tecnología también ha logrado que la transparencia empresarial sea más posible. En el pasado, una buena jefa de gabinete podía evitar que se supiera o ­amortiguar el efecto de haber cometido un acto poco decoroso. Ahora resulta imparable con las redes sociales y aparece al día ­siguiente en los periódicos. Esa ética no queda en una mera estética para la galería. La sociedad penalizará ciertos comportamientos, dejará de comprar ciertos ­productos si no te avienes a esa práctica, valores y transparencia. Los ciudadanos hemos cobrado mucha más fuerza. Eso, unido a la ebullición de la tecnología, que simplifica y facilita nuestras vidas, ayuda a un futuro mejor.

¿También en España? Este país tiene cosas muy buenas. Creamos felicidad alrededor nuestro más que en otros sitios. Nuestra gente hace que los extranjeros se sientan bienvenidos. Es bello, comemos bien; junto con esa cultura existe un talento innovador. En el pasado se nos achacaba la etiqueta de chapuza. Buscábamos salidas raras. Esa búsqueda de soluciones ha hecho ahora que se aprecie más al alto ejecutivo español porque encuentra soluciones más innovadoras que las que aportan otras culturas como la anglosajona, o la alemana, o la china… Si a todo eso le damos un impulso mayor con dos aspectos, mejoraremos.

¿Cuáles? Crecer en innovación y en patentes, industrializarnos más, insisto, porque ser un país de servicios nos debilita ante las crisis. El empleo industrial es de más calidad, más fijo y está mejor pagado. Si mejoramos nuestra situación geoestratégica en el mundo como puerta de Europa para África y Latinoamérica, tendremos un país con mucho futuro.

¿Va para presidenta del Gobierno? ¿Repite esto usted en los despachos de quienes toman decisiones? Esa tendencia de la que habla a la felicidad es heroica porque, desde hace tiempo, nuestros dirigentes parecen empeñarse en gobernar a veces contra la gente. En el extranjero se aprecian dos cosas inesperadas. Una es la madurez con la que se han encajado los recortes de la crisis. Es el sacrificio de la sociedad lo que saca al país de la situación, con poder y confianza. Madurez, pragmatismo y rapidez de reacción. Ahora resulta que en los periódicos cuentan que España podría volverse a convertir en una locomotora europea. Esto ha sorprendido al mundo, como ha sorprendido que en los peores momentos fuéramos tan duros con nosotros mismos. Más críticos de lo que los demás se mostraban respecto a nosotros. Otra cosa que nos aprecian es el orgullo, no agachar la cabeza. Este país es mucho más que sus políticos.

Esperemos… Es un país que se debe preguntar qué desea ser de mayor. Dependiendo de la respuesta, las acciones serán diferentes. Podemos ser parque de atracciones de Europa, residencia de ancianos del continente o un país en que queramos ser reconocidos por la innovación. Cada receta tiene su solución. Siempre dentro de una integración europea.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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