Una musa en el ojo del huracán
Estrella del firmamento cinematográfico, imagen de firmas y objetivo constante para los medios. La actriz Gwyneth Paltrow no deja indiferente a nadie
Medio año en la existencia de una celebridad da lo que para otros llevaría toda una vida. En febrero, Gwyneth Paltrow recibía a la prensa bajo una de las peores tormentas de nieve de los últimos tiempos en Nueva York para presentar Ma Vie, la tercera fragancia de Hugo Boss para la que ejerce de imagen. Por entonces, el tema espinoso era su enganchada con Graydon Carter. El editor de Vanity Fair había encargado un reportaje sobre los entresijos vitales de la actriz y ella puso todos los medios a su alcance para frenarlo. Vía correo electrónico, solicitó a sus allegados: “Amenazan con sacarme en portada de Vanity Fair sin mi participación. Si te piden declaraciones o comentarios sobre mí, por favor, no los hagas”. El correo se filtró a la prensa el pasado diciembre y arrancó una bola de nieve que, aún en el día de nuestra cita, amenazaba con arrollarla.
–¿Ha hecho las paces con Graydon Carter?
–Todo eso fue ridículo: yo no tengo ningún problema con él y él no tiene ningún problema conmigo. Fue una cosa muy rara. Pero ya ha pasado y no pasa nada –dice en ese perfecto español que pulió en sus veranos de adolescencia en Talavera de la Reina (Toledo)–.
Imposible saber si la estudiada sonrisa con que acompaña su escueta respuesta, cincelada a lo largo de 41 años de exposición mediática, logrará sepultar esta polémica, que hoy suena muy lejana ante otras que le han sucedido, como su separación de Chris Martin, el cantante de Coldplay, anunciada un mes después de este encuentro promocional.
No leo nada sobre mí. hay determinadas cosas que me hacen daño. la gente no me conoce, me ven como a Una figura en una pantalla”
La actriz no se ha prodigado mucho más desde entonces. Son escasas sus comparecencias públicas tras el anuncio del fin de su matrimonio de diez años a través de Goop.com, la web donde Paltrow vende productos de belleza, decoración y moda y da consejos para viajar, vestir, cocinar… “Llevamos más de un año trabajando duramente, a veces juntos y otras por separado, para ver qué habría sido posible entre nosotros. Hemos llegado a la conclusión de que, a pesar de lo mucho que nos queremos, nos separamos. En cualquier caso, somos y seguiremos siendo una familia, y en muchos aspectos estamos más cerca de lo que hayamos estado nunca”, escribían junto a un ensayo de 2.000 palabras sobre el desamor firmado por el doctor Habib Sadeghi, guía holístico de la actriz, y su esposa, la dentista Sherry Sami.
El comunicado conjunto, acompañado de una foto de la pareja, se titulaba Separarse conscientemente o Conscious uncoupling, en inglés, un neologismo que se ha explotado con cierta maldad en titulares y juegos de palabras. Incluso Joel Stein, columnista estrella de Time, reflexionó sobre “perfeccionar el arte de separarse conscientemente”: “Esta es mi oportunidad de hacer algo mejor que Gwyneth Paltrow. Ella cocina mejor, viste mejor, practica deporte mejor, es mejor madre, canta mejor, se va de vacaciones mejor y tiene una red de contactos muchísimo mejor”.
Esta acumulación de virtudes, en parte, se ha convertido en la condena pública de la mujer que en cierta ocasión dijo que la vida es “la búsqueda del equilibrio entre los cigarrillos y el tofu”: se la ama o se la odia. Es lo que Graydon Carter llama “las dos escuelas de pensamiento opuestas sobre Paltrow”. Pocos días después de la entrevista promocional para Hugo Boss, el editor de Vanity Fair le dedicaba su carta mensual al “asunto Paltrow”, recordando que la ha sacado cinco veces en portada, que fue vecina suya cuando era novia de Owen Wilson y que la ha tenido cenando en su casa de Nueva York.
Planteó hacer un reportaje centrado en su figura tras contemplar cómo pasó, en una sola semana, de ser “la celebridad más odiada” (según la revista Star) a “la mujer más guapa del mundo” (según People). Y escribía: “La mitad de las féminas de mi equipo editorial la admiraban por crear una familia sana en mitad de la vorágine del estrellato. Envidiaban sus abdominales, sus piernas y el hecho de que haya hecho un negocio de ser un gurú del estilo de vida. Y la otra mitad parecía tenerle antipatía exactamente por las mismas razones”.
Cuando me vi la cara paralizada por el bótox dije: ‘nunca más’. me da mucho miedo que me cambien el rostro”
No hace falta ir muy lejos para encontrar esa mezcla de devoción y animadversión que suscita. En su propio perfil de Instagram, donde se prodiga poco, los comentarios van del insulto sin miramientos a la defensa encendida. ¿Por qué cree que la odian tanto?, le preguntamos. “No leo nada sobre mí. Hace tiempo que decidí no hacerlo. Soy humana y determinadas cosas me hacen daño. Muchas veces la gente habla sin saber. He llegado a la conclusión de que no hablan sobre mí, porque no me conocen, no están en mi vida, ni en mi cuerpo, ni en mi cabeza. Para ellos soy una figura en una pantalla”, reflexiona.
Paltrow explotó en mayo, en la conferencia tecnológica Code, en Los Ángeles: “En Internet encuentras comentarios fuertes sobre ti y tus amigos. Es algo muy deshumanizado. A partir de ahí, se extraen conclusiones sobre ti”, esgrimió a micrófono abierto. La actriz no imaginaba que entre los que la detestan afloraría entonces una figura como la de Cindy McCain, esposa de John McCain, el republicano que perdió las presidenciales ante Obama. “Gwyneth Paltrow es un chiste. ¿Su vida es como estar expuesta a que te peguen un balazo? Mis dos hijos militares deberían tener una conversación con ella. Puede que debiera salir a patrullar con algunos soldados, seguro que para ella es como dar un paseo por la alfombra roja”, se explayó por Twitter.
En esa misma conferencia, se la vería compartiendo apps con Sergey Brin (cofundador de Google) y bromeando con Satya Nadella (director ejecutivo de Microsoft). En su discurso, Paltrow también declararía: “Me importa una mierda si los chicos de Facebook piensan que mi web, Goop, mola o no”. Ella misma se excusaría entre bambalinas: estaba algo nerviosa por hablar ante una audiencia especializada sobre una materia que no es la suya.
Su inquietud resultaba comprensible. En esos días de vuelco vital trascendía que Goop, la apuesta online que hizo en 2008 por convertir su persona en marca y su estilo de vida en negocio, había perdido 210.000 euros en el último ejercicio financiero y que su deuda ascendía a un millón de euros. También que Sebastian Bishop, el director ejecutivo de esta aventura, abandonaba el barco debido, según las conjeturas, a que su dueña quiere relanzar Goop desde EE UU, dejando atrás Reino Unido, donde tenía su sede física. Antes de que saltara la noticia, en nuestra conversación la actriz ya lo apuntaba: “Siempre tendré una oficina en Londres, pero ahora la principal será la de Los Ángeles, porque me acabo de instalar definitivamente allí. Actualmente tengo a 12 personas trabajando en Goop. Para mí es un orgullo sacar un proyecto así adelante. Me sorprende lo mucho que ha crecido teniendo en cuenta que empezó como una distracción. Fue en la época en la que yo me pasaba el día en Londres, lloviendo, metida en casa dando de mamar a los niños [aún hoy se ha establecido a sí misma un límite de un solo rodaje al año]. Como soy una persona muy creativa, quería hacer algo. Mis amigas siempre me llamaban para que les detallara mis recetas o para que les recomendara dónde comer o dormir si iban de viaje. La idea fue crear una especie de libro negro de información. Y, a la vez, pensaba: ‘Si hay marcas que me están pagando para presentar sus productos, imagino que podría hacer eso para mí misma’. Y ahora es cuando me siento realmente lista para ello: tengo una mente empresarial más desarrollada, creo…”.
La actriz habla con un entusiasmo similar sobre su regreso a Los Ángeles –“donde están muchos de mis pocos amigos de verdad”–, la ciudad que la vio crecer y que le allanó el éxito desde la cuna. Su padre es el difunto productor Bruce Paltrow; su madre, la actriz Blythe Danner; y su padrino, Steven Spielberg. Pertenece a lo que el diseñador Jason Wu llama “la auténtica realeza de Hollywood. Tiene un aura de riqueza y glamur. Tiene una carrera y una familia. Es sofisticada y fuerte. Gwyneth representa valores que le interesan mucho a cualquier marca: es guapa, moderna e inteligente”, nos decía el diseñador sobre su musa pocas horas después de estrenarse como director creativo para el prêt-à-porter de Hugo Boss sobre la pasarela neoyorquina.
En la presentación de Ma Vie, junto a la actriz, estaba también su fiel estilista, Elizabeth Saltzman, una mujer con el instinto necesario para encontrar el look adecuado con el que cimentar la imagen de las estrellas a las que viste. Paltrow es su clienta predilecta, dice. “Es una mujer lo suficientemente segura de sí misma como para saber que esto es un negocio: no estamos jugando a disfrazarnos ni a vestir y desvestir Barbies, sino a vender moda con la mejor imagen posible. Y ella la tiene. Además, no le dan miedo los retos. Está muy bien eso de llevar bonitos vestidos de gala en tus apariciones públicas, pero si no tomas riesgos, si no tratas de transmitir algo más con lo que te pones, ¿qué sentido tiene? ¿Ser una cara bonita? La alfombra roja de los Oscar está llena de ellas, ¿pero quién se acuerda al año siguiente de lo que llevaron? Sin embargo, lo que lleva Gwyneth suele trascender”, presume, remitiendo al longilíneo vestido color marfil con capa de Tom Ford que llevó a los Oscar en 2012.
A Saltzman se la recomendó Giancarlo Giammetti, pareja sentimental de Valentino y cómplice en la construcción de ese imperio de la alta costura. La actriz ejerció durante años de musa y amiga de la pareja y ellos se convirtieron en uno de sus máximos apoyos cuando su padre murió. Ella no se cansa de recordar su agradecimiento. En la fiesta de presentación del documental de Valentino, El último emperador, contaba a un reportero de The Wall Street Journal: “Mi padre estaba enfermo y empeoró cuando vino de vacaciones a Roma conmigo para celebrar mi 30º cumpleaños. Prácticamente murió en mis brazos de neumonía. Fue horrible. Pero allí estaban Giancarlo y Valentino apoyándome en todo momento, como dos enviados divinos. Haría cualquier cosa por ellos”.
Su catálogo de amistades célebres solo es superado por el de sus examistades. Fue compañera de piso de Winona Ryder en los noventa y cuenta la leyenda que mantuvieron una irreconciliable disputa por hacerse con el protagonista de Shakespeare enamorado (que le valdría el Oscar a Paltrow). Con Madonna compartía los sudores del gimnasio hasta que cada una decidió fundar el suyo propio (la cantante, la cadena Hard Candy; y la actriz, asociándose con la monitora estrella Tracy Anderson); desde entonces no se las ha vuelto a ver juntas. Y en 2012, los tabloides daban cuenta de su bronca con Kate Moss cuando ambas fueron invitadas al 60º cumpleaños de Philip Green, dueño de Topshop, en México. La actriz salió a correr por la playa y se cruzó con Moss armada con un paquete de patatas fritas: “¿Por qué estás tan obsesionada con el deporte?”, le dijo la top; “para no parecerme a ti cuando me haga vieja”, respondió Paltrow. La reina de las pasarelas, sin importarle estar rodeada de testigos, le tiró las patatas a la cara.
En lo que respecta a su dimensión pública, la rumorología sobre la envidiada rubia adquiere tintes épicos. Quizás por eso se muestra tan comedida cuando le preguntamos cómo forjó su íntima amistad con Jay-Z y Beyoncé. “En nuestra relación hay como un equilibrio. Mi marido es muy parecido a Beyoncé: todo el día obsesionado con el trabajo; la calidad lo es todo para ellos. Y Jay-Z y yo somos más relajados”. Sus niños, Apple (10 años) y Moses (de 8), les llaman tío Jay y tita B.
Al tiempo de redactar estas líneas, la prensa se divide entre una posible reconciliación con Chris Martin (han pasado el verano juntos en los Hamptons) y atribuirle un nuevo novio, Brad Falchuk, el cocreador de Glee (serie donde ella ha ejercido de invitada estelar las últimas temporadas).
Sabemos que hace ejercicio un mínimo de cinco veces a la semana, que impone a sus hijos una dieta libre de gluten, que solo se pinchó bótox una vez y que no repetiría. Cuando se le comenta de corrido, se ríe. “Procuro que mis hijos coman lo más sano posible, como cualquier madre. Lo del bótox es totalmente cierto. Cuando me vi la cara paralizada dije: ‘Nunca más’. Yo quiero verme bien, y te puedo asegurar que pruebo todos los métodos de belleza posibles, pero me da mucho miedo que me cambien el rostro, no quiero que me corten con un bisturí”.
El tiempo apremia, y la sombra de la publicista que espera en la puerta también. Como la charla debería ir sobre fragancias y cosmética, derivamos hacia cómo los perfumistas se inspiran en los olores de la infancia para crear. Ella interrumpe: “¿Sabes qué olores me vienen a la memoria cuando pienso en España? Las paellas a la leña que preparaba mi familia española [los Ruiz] en una casa que tenían en el campo, cerca de Toledo. Como no había electricidad ni agua corriente, íbamos con velas y pasábamos allí los fines de semana. Es algo que jamás voy a olvidar”.
Entre sus planes inmediatos está rodar en España con Carlos Saura a la dirección y con Antonio Banderas en el papel de Picasso en la película 33 días, sobre la realización del Guernica. Paltrow hará de Dora Maar. “Están empeñados en hacerla en inglés para que tenga mejor acogida en su distribución. Pero yo pienso que se debería rodar en los idiomas en los que sucedió lo que narra la película, ¿no crees?”, esboza antes de despedirse con una sonrisa calcada a la del inicio de la conversación. Quizás sea ese gesto de templanza ante el interlocutor lo único que permanezca inalterable en la existencia de esta superestrella. Por mucho que las aguas revueltas le lleguen al cuello.
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