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el pulso
Columna
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Un país excesivo

De Stéfano está en contacto directo con seres espirituales que lo guían y cuyos mensajes transcribe en un idioma de diez mil años

Patricio Pron

Al escritor argentino Adolfo Bioy Casares le gustaba decir que los argentinos nos suicidamos arrojándonos desde lo más alto de nosotros mismos, pero lo cierto es que no solemos suicidarnos mucho porque nos da pena dejar al mundo sin el placer de nuestra compañía. Nuestra megalomanía se pone de manifiesto incluso en nuestro himno nacional, que nos invita a vivir “coronados de gloria” o jurar “con gloria morir”, dos cosas que son bastante incómodas, sobre todo si es invierno y tienes que volverte a tu casa caminando, pero las manifestaciones de nuestro convencimiento de haber sido señalados por el dedo de Dios se presentan en todos los ámbitos. Piénsese en Matías De Stéfano, el joven argentino (Venado Tuerto, 1987) que dice ser la reencarnación de un habitante de la Atlántida.

Al parecer, De Stéfano está en contacto directo con seres espirituales que lo guían y cuyos mensajes transcribe en un idioma de diez mil años de antigüedad que sólo él recuerda. (En sayontu, hijos se dice “ánumi”, y Europa, “Baldutu”, por ejemplo). No sólo recuerda este idioma, sino también el origen del universo y cómo comenzó la humanidad, todo lo cual sólo puede resultar envidiable a alguien que, como yo, en este momento ni siquiera recuerda dónde ha dejado las llaves. Aunque no son pocos quienes afirman que Matías De Stéfano es un engaño, hay algo profundamente verdadero en sus afirmaciones y en la convicción inherente a su historia de que los argentinos seríamos (contra toda evidencia) el Pueblo Elegido, descendiente de la mítica raza de los Atlantes. Allí afuera hay un argentino que puede explicarnos el origen del universo, pero es difícil imaginar que también sepa cómo explicarnos nuestros excesos a los argentinos, los cuales (pero esto es sabido) siempre entramos a las librerías a comprar un mapamundi de Argentina, y nunca lo encontramos.

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