El momento de hacer cosas
Las impresoras 3D significan un gran cambio que augura una revolución que acercará la fabricación a su destinatario final
Algún día tendremos una fábrica sobre nuestra mesa y, en vez de elegir lo que consumimos, tendremos el poder de fabricarlo nosotros mismos. El colectivo Maker (de make, en castellano “hacer”) aboga y lucha por un futuro así, que, por otro lado, ve inevitable. “La producción se deslocalizará, y se fabricará lo que se necesite y allí donde se necesite. Nos encontramos ante un cambio de paradigma”, explica Adam Jorquera, cofundador, junto con Javier Gordillo, de la escuela taller Los Hacedores. Precisamente Los Hacedores son los organizadores del M-Make, un foro de la creciente comunidad maker española que se celebra este fin de semana dentro del festival de tendencias urbanas Mulafest en el Ifema, Madrid.
Las actividades de los makers giran en torno a un aparato tecnológico del que no se para de hablar últimamente, la impresora 3D, con la que fabricaremos aquello que necesitemos, y que traerá, si todo sigue como este colectivo espera, grandes cambios a la sociedad. Otros de sus caballos de batalla son el conocimiento colaborativo o las tecnologías abiertas. En el encuentro del Mulafest participarán otros proyectos como Clone Wars, Crowd Design, León 3D, Printed Dreams, Familiar, Cooking Hacks o Moebyus Machines, entre otros.
En un ático del centro de Madrid con excelentes vistas a los tejados de la capital, tienen su sede Los Hacedores. Aquí se ven los coloridos cachivaches que enseñan a crear de la nada, mediante modelado 3D; gafas de sol, calaveras a tamaño real, cadenas o rodamientos. “Basta poder imaginar una cosa para materializarla”, dice Jorquera. Eso sí, es necesario aprender a diseñar en 3D, que es lo que se enseña en este espacio y en las charlas y talleres que imparten para empresas o instituciones como La Casa Encendida, el Museo Thyssen-Bornemisza, la Fundación Telefónica o el Instituto Europeo de Diseño. Tienen una buena metáfora para nuestros tiempos: “Estamos en la era Gutenberg, no en la era Epson”, dicen, “cuando se crearon las primeras impresoras todo el mundo pudo utilizarlas, sin embargo, cuando se creó la imprenta muy pocos sabían leer o escribir. Y la gente fue aprendiendo. Ahora tenemos que aprender a leer y a escribir en esta nueva tecnología”.
Quieren, pues, democratizar la impresión 3D y acabar con lo que podríamos llamar analfabetismo en tres dimensiones. Esto es una de las patas de la llamada Tercera Revolución Industrial, un concepto esbozado por el tecnólogo y economista estadounidense Jeremy Rifkin, en la que también se implican avances como la comunicación instantánea, el reciclaje de materias primas o las energías renovables.
Basta poder imaginar una cosa para materializarla”. Eso sí, es necesario aprender a diseñar en 3D. Aprender a leer y a escribir en esta nueva tecnología y democratizar el sistema
¿Podrán las impresoras 3D autorreplicarse como hacen los seres vivos? El Proyecto Reprap, iniciado en 2005 por el profesor de la Universidad de Bath Adrian Bowyer, trabaja en este sentido. En 2008 la máquina bautizada como Darwin (les gusta usar nombres de científicos evolucionistas) tuvo su primera “hija”, en la que casi la mitad de las piezas fueron fabricadas por la impresora “madre”. Los árboles genealógicos han ido creciendo y también el porcentaje de la máquina hija que ha sido creada por su progenitora, hasta en más de un 60%.
El colectivo Clone Wars trabaja dentro de la comunidad Reprap hispanoparlante: “Tratamos de documentar todo lo necesario para que cualquiera pueda fabricar su propia impresora 3D con elementos que pueda encontrar en su comunidad local, y luego difundir el conocimiento adquirido”, dice Julio Galarrón, uno de sus miembros. Para los makers esto de compartir el conocimiento es algo fundamental, de hecho, aunque estos artilugios existen desde hace algo más de tres décadas, el éxito de la impresión 3D comenzó cuando empezaron a expirar las patentes de las máquinas y todo el mundo pudo ponerse a pensar sobre el asunto y a compartir los nuevos hallazgos, igual que ocurre con el código abierto o, sin ir más lejos, con la ciencia en general, en la que se publican los resultados de las investigaciones. Todos a una, las ideas tienen que fluir para avanzar: “Resulta absurdo proteger las ideas. Como dice Chris Anderson, que fue editor en jefe de la revista Wired, hay que cobrar por los átomos, pero regalar los bits”, apunta Jorquera.
Alejandro Fábregas es miembro del colectivo Builders del que emanan otros como Crowd Desing o Weareglocal, centrados en el diseño y fabricación de mobiliario. Su iniciativa Builder House consiste en unos pisos compartidos en Madrid, solo amueblados con una cama, en el que los ocupantes tienen que construir ellos mismos el resto del mobiliario. “Se trata de crear muebles con diseños propios, utilizando materiales locales y conocimiento global”, explica Fábregas, “aunque muchas veces, en los ejemplos que se dan, parece que las impresoras 3D solo sirven para hacer prototipos y juguetes, también sirven para hacer cosas útiles y reales, como unas gafas de sol o una pieza del somier de una cama”. Julio Galarrón señala su bicicleta: algunas de sus piezas las ha creado en su impresora 3D.
¿Y cuáles son las limitaciones? “Sobre todo el tamaño”, explica Galarrón, “aunque se puede sobredimensionar la impresora, eso lleva mucho tiempo. Respecto a los materiales, además de gran variedad de plásticos, ya se puede trabajar con conglomerado de madera o polvo de metal”. Y la experimentación sigue: en mayo saltó a las noticias que la empresa china Winsun construye (o, mejor dicho, imprime) casas enteras con una mezcla de fibra de vidrio y cemento. Al final el mecanismo de este tipo de impresión es bien simple: colocar el material que se necesite en el punto del espacio donde tiene que estar.
Respecto a otra de las grandes noticias de la impresión 3D, la fabricación de armas, los makers prefieren sacarlo del foco: “Ésta es una máquina maravillosa que puede hacer muchísimas cosas”, dice Javier Gordillo, “hablar de las armas como han hecho los medios de comunicación es puro sensacionalismo”.
“El movimiento maker trata de volver a empoderar al individuo”, dicen Los Hacedores, “el sistema posindustrial nos ha despojado de toda capacidad de hacer y el mundo se ha dividido en los que producen las cosas y los que las consumen. Ahora volvemos a tener capacidad de acción”. Es hora, pues, de hacer cosas. Literalmente.
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