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Ecuanimidad o histerismo

No creo que pudiera salir como Presidente de la República alguien que gustara a los que han pedido el referéndum

Javier Marías

Dado que nos gobierna desde hace tiempo con mayoría absoluta y arbitrariedad permanente, de la derecha española, más bien desalmada, he hablado aquí muchas veces. Lo preocupante es que, si uno echa un vistazo a la llamada izquierda, se encuentra con una muy rara y que hace escaso honor a su nombre. Me quedé de piedra cuando, en un debate previo a las elecciones europeas, oí al candidato de Izquierda Unida hacer una apasionada loa de Putin, es decir, de un individuo que también es el ídolo de la extrema derecha europea (empezando por Marine Le Pen); que ha llenado su país de oligarcas; que ha cercenado la libertad de prensa y no está claro que no haya tenido algo que ver en el asesinato de periodistas críticos; que va de la mano con la Iglesia ortodoxa más retrógrada; que encarcela a disidentes; que persigue a los gays y considera “propaganda homosexual” cualquier intento de respirar de este colectivo; que exhibe sus ansias expansionistas e “imperialistas”; que, aunque haya sido elegido, en modo alguno gobierna democráticamente (siempre hay que recordar que también los nazis fueron votados, y que con eso no basta para legitimar indefinidamente a un Gobierno: la legitimidad se tiene que refrendar día a día). Se entiende que la extrema derecha adore a Putin. No que lo admire una formación que se dice democrática y de izquierdas.

Aparece otra, Podemos. Al ver que militaba en ella el antiguo Fiscal Anticorrupción, Jiménez Villarejo, figura sensata y respetable, uno concibe cierta esperanza. Pero resulta que también es muy rara: varios de sus dirigentes son admiradores confesos de Hugo Chávez, un militar golpista; luego elegido, sí (aunque nunca arrepentido de su golpe fallido; al contrario), pero hay que aplicarle lo dicho antes entre paréntesis. Y Chávez, como su grotesco sucesor Maduro, convirtió rápidamente una democracia formal en una cuasi dictadura. Para mí, admirarlo es algo menos grave que admirar a Pinochet o a Franco, y algo más que admirar a Berlusconi, tan afín a él. Que cualquier “izquierda” lo considere un referente hace dudar de que la denominación sea verdadera.

Estas “izquierdas” han salido en tromba, tras la abdicación del Rey, a reclamar un referéndum sobre monarquía o república. (También podrían pedirlo sobre las listas cerradas, las autonomías, la ley ­D’Hondt y cien cuestiones.) Bien está, y en la teoría también yo prefiero las repúblicas. Sin embargo la teoría es teoría, y uno procura contar con la realidad. No creo que esos partidos sean tan ingenuos como para pensar que podría salir como Presidente de la República elegido alguien que a ellos les gustara. ¿Julio Anguita? (Santo cielo, la de sermones y regañinas que nos caerían.) Es imposible. Lo más “de izquierdas” que podría darse es, me temo, José Bono, que siempre me pareció un submarino del PP inserto en el PSOE. Lo más probable es que nos cayera como Presidente un Aznar, una Esperanza Aguirre, acaso un Rouco Varela. ¿Felipe González? Dudo que se prestara, y en todo caso no sería del agrado de quienes más claman por la República. Debe uno colegir, por tanto, que éstos preferirían un estandarte como los mencionados antes que el Príncipe, o Felipe VI cuando se publique esto. Y uno se pregunta, de nuevo, qué clase de izquierda es esa que en la realidad quiere a Aznar, a Bono o a Aguirre como Jefe del Estado. Si pudiera ser Vicente Del Bosque … Pero juiciosamente no está en política.

Con Don Juan Carlos ha habido en los últimos años un histerismo contradictorio. Mientras numerosos políticos corruptos (del PP, y del PSOE, y de IU, y de CiU, etc) recibían la más absoluta tolerancia de los ciudadanos, que volvían a votarlos pese a los abrumadores indicios, al Rey se lo ha salpicado –empapado– porque un yerno, y quizá una hija, hayan podido incurrir en prácticas turbias. Nadie es responsable de las acciones de sus padres, y nadie de las de sus vástagos. La gente se rasgó también las vestiduras porque el Rey cazó un elefante. No me parece simpático –no me gusta la caza–, pero vaya novedad. Se sabía de siempre que Don Juan Carlos se cobraba piezas, y no veo peor cargarse a un paquidermo moribundo que abatir a una saltarina liebre. En poco tiempo parece haberse olvidado no ya su actuación durante el 23-F, sino que fue el Rey quien traicionó al franquismo (por suerte) y se empeñó en instaurar la democracia. Quien consiguió que el Ejército dejara de ser una amenaza para los españoles y se abstuviera de intervenir en política. Quien se ha mostrado imparcial y respetuoso. Quien ha trabajado a destajo en sus misiones representativas y en la consecución de importantes contratos para las empresas nacionales. Quien ha mediado discretamente en unas cuantas crisis, por ejemplo con el Canadá o Marruecos. Quien ha sido eficaz, ecuánime y utilísimo. Su hijo Felipe da buena impresión: no parece menos imparcial, ecuánime, democrático y respetuoso. En un país tan propenso a eso, el histerismo, y tan sectario, no tengo inconveniente alguno en dejar de lado la teoría. Me parece mucho más deseable que la Jefatura del Estado recaiga en alguien en verdad apolítico (que no pertenezca a “la casta”, como dicen ahora copiando el viejísimo apodo italiano), que en cualquier individuo severo, poseído de su verdad y proclive al sermoneo y la riña, se llame Anguita o Rouco Varela.

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