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EL PULSO
Columna
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Sudán del Sur, las vueltas de la guerra

Cerca de 43.000 sursudaneses han huido a países vecinos. Acumulan tres conflictos civiles en 50 años. Así es la vida en sus pueblos, donde se asume esta tragedia como algo natural

Martín Caparrós
MARTÍN CAPARRÓS

El teniente segundo de Orientación Moral me dijo que su trabajo –el de los sursudaneses- era demostrar que el jefe enemigo de siempre, el presidente Omar Bashir, estaba equivocado:

–Él dijo que nosotros no podíamos formar un país porque sin un Gobierno fuerte caeríamos en una guerra étnica. Eso es ridículo. Somos sursudaneses, y eso es lo que importa.

Sudán del Sur es el país más nuevo: empezó el 9 de julio de 2011, tras décadas de lucha contra el Gobierno islámico del Norte. Sudán del Sur tiene pobreza y petróleo en grandes cantidades, y tenía poco más de un año cuando fui a trabajar a Bentiu, en la frontera con Sudán. Allí, Manquay era una aldea de unos cientos de chozas en el medio de la nada, el suelo seco, cuarteado, y un río oscuro. Las chozas eran cuadrados de dos por dos con paredes de cañas, el techo de bolsas de plástico negro; adentro, si acaso una silla de plástico marrón y un catre de madera, una pila de ropas en el piso de tierra. Entre las chozas, mujeres cortaban ramas o preparaban un fuego o barrían con escoba de cañas o molían granos a golpes de mortero o cargaban cubos de agua en la cabeza. Tres mujeres muy flacas, con sus camisetas amarillas, limpiaban y separaban hojitas de unas ramas: me dijeron que eran de aquel árbol más allá y que así no se podían comer, pero las iban a hacer sopa.

En Manquay vivían los soldados que peleaban en esa frontera –en la guerra oficialmente terminada contra el otro Sudán– y sus mujeres y sus hijos. Dos docenas de chicos saltaban alrededor, nos gritaban, me tocaban con miedo. Más allá, cuatro o cinco se disparaban con pistolas de barro; uno tenía un kaláshnikov de barro y los rociaba de metralla. Le pregunté si él les decía que jugaran a la guerra y el teniente me dijo que no. Las nenas jugaban menos: casi todas cargaban bebés.

–Creí que los oficiales tenían su casa –le dije, por no decirle que pensé que no vivían en la miseria.

–Un oficial debe estar con sus soldados. Usted nos ve así de pobres porque salimos de una guerra muy larga. Pronto cambiará.

El teniente de Orientación Moral tenía el tono de quien suele ser obedecido, casi dos metros de cuerpo poderoso y las seis líneas talladas en la frente que lo identificaban como nuer, la segunda etnia más populosa del país.

–¿Qué tipo de aliento y orientación les puedo dar si no me ven con ellos?

–Es una vida difícil.

–¿Quién dijo que hacer un país era fácil?

Me dijo, y que eran las enseñanzas de su padre y él las respetaba, que para eso su padre había muerto peleando contra el enemigo.

–Mi padre, tantos otros. Usted no sabe cuántos muertos hay acá en nuestras chozas.

En una de ellas, metros más allá, había una docena de mujeres sentadas en el suelo alrededor de un fuego de brasa donde se tostaban unos granos de café y se calentaba una pava con agua (en la imagen); me dijeron que no tenían plata para comprar sorgo y hacerse su vino, así que se contentaban con café –y una pipa de agua (en la imagen) que iba de boca en boca: fumaban con gestos de placer–. Tenían chiquitos prendidos a las tetas y se reían y hablaban todas al mismo tiempo. Una me preguntó si yo creía que de verdad se iba a acabar la guerra como andaban diciendo, y yo le dije que no sabía, que ojalá, que eso esperábamos. Y ella me dijo: claro, eso esperamos, pero le quiero hacer otra pregunta. Las palabras le silbaban en la boca; tenía, como muchas, la marca nuer para mujeres: un gran agujero donde debían estar sus cuatro dientes inferiores.

–Sí, por supuesto.

–Cuando se acabe la guerra y no necesiten más soldados, ¿qué va a ser de nosotras?

Hace poco más de un mes estalló en Sudán del Sur otra guerra: soldados dinka –de la etnia más numerosa, la del presidente Salva Kiir– están matando a miles de compatriotas nuer. Bentiu es uno de los focos más violentos: más refugiados, más muertos, más combates. Hay sitios donde la guerra parece natural.

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