Mujeres perversas
La incorrección política sólo es divertida en primera persona. Sólo los latinoamericanos podemos contar chistes de sudacas (no, señor europeo, no lo intente, no es gracioso). Sólo los homosexuales están autorizados a llamarse entre ellos “maricones”. Sólo Woody Allen consigue burlarse de los judíos sin ponernos nerviosos. Y sólo una mujer como Gillian Flynn puede escribir un libro como Perdida.
Porque esta novela adictiva, que me tuvo hasta las cuatro de la mañana sin soltarla, es una pequeña revolución en los best sellers protagonizados por mujeres que hasta ahora habían sido un prodigio de mojigatería machista.
Tomemos por ejemplo la saga Crepúsculo, de Stephanie Meyer. ¿Qué es el chico, Edward? Un vampiro que vive de la sangre de otros seres humanos, a los que condena a una muerte en vida para la eternidad ¿Y qué es la chica? Buena. Ella es buena. Hasta se llama Bella.
De acuerdo, Crepúsculo fue concebida para público adolescente. Pues revisemos una novela para adultas. Vayamos a la Biblia del “porno para mamás”: 50 sombras de Grey. ¿Qué es Grey? Un sadomasoquista que sólo concibe las relaciones con mujeres si incluyen látigos, cadenas o velas ardientes. ¿Y qué es la chica? Buena. Buenísima.
Ambas novelas dieron pie no sólo a secuelas, sino a numerosas imitaciones, e incluso blogs de lectores que contaban sus propias versiones de las historias. En casi todas se repite el mismo modelo de género: el hombre es El Mal, ese ser oscuro proveniente de las tinieblas. En cambio, la mujer es noble, comprensiva y, siempre en la medida de lo posible, virgen.
Las cosas que les ocurren estremecen porque nos han ocurrido a todos”
Por Dios. He leído historias más progres en el Antiguo Testamento.
¿Por qué las protagonistas de estas historias, estas nobles beatas e inmaculadas, se sienten cautivadas por estos súcubos, estos engendros infernales, estos malévolos representantes de la perdición? Sin duda, ayuda el detalle de que ellos sean hipermillonarios, como Grey, o que tengan la cara de Robert Pattinson, como Edward. Pero hay algo más importante aún, algo que les da a las protagonistas femeninas una meta, un sentido último en la vida: ellas, sobre todo, quieren salvarlos.
¿Por qué sigue viendo Bella a Edward? Porque tiene la esperanza de que él cambie. Mientras lo intenta, se conmueve con las terribles limitaciones que sufre un vampiro, como tener prohibida la playa, que es una causa profunda de dolor. Pero lo mejor de tener un novio vampiro es que el contacto carnal podría convertirte en una no muerta, de modo que el sexo queda descartado. Esto mantiene su relación en un reconfortante plano platónico, y de paso, los padres de familia no les prohíben a sus hijas comprar el libro (no exagero. Hablamos de Estados Unidos, donde se aprobó la censura previa cuando Janet Jackson mostró un pezón durante tres nanosegundos).
A la protagonista de 50 sombras de Grey no le queda más remedio que tener sexo con el galán, pero después de cada porrazo se siente obligada a aclarar que esto no le termina de gustar. “Oh, Dios, ¿qué estoy haciendo?”.
A diferencia de estas novelas, Perdida reivindica el derecho de las mujeres a ser tan depravadas como el caballero más enfermo. Sólo por eso, el lector puede darse por satisfecho: hay algo nuevo bajo el sol de las desviaciones psicosexuales. Pero la autora no se queda ahí. En realidad, lo fascinante de esta novela es que el esposo está igual de tronado que la chica.
Perdida no es una historia de fantasía o lujo. La pareja protagónica es mediana en todos los sentidos: clase media, mediana edad. Los típicos que quisieron ser Manhattan pero terminaron en Missouri. Las cosas que les ocurren estremecen porque nos han ocurrido a todos: las frustraciones, los engaños, el tedio de la vida común. La enfermedad de cada miembro de la pareja es el otro miembro. Comparten incluso la locura.
Eso es precisamente lo que mantiene al lector enganchado: Perdida es un thriller sobre el matrimonio. Y seamos sinceros: vampiros o sadomasoquistas, no hemos visto muchos. Pero en matrimonios, todos somos especialistas.
Twitter: @twitroncagliolo
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