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LA ZONA FANTASMA
Columna
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Que no dimitan

Javier Marías
Sonia Pulido

Si no fuera todo tan ultrajante y la gente no estuviera sufriendo tanto; si durante un año de Gobierno del PP no se hubieran creado más de medio millón de desempleos nuevos y no se estuviera asfixiando a los ciudadanos con subidas continuas de impuestos y bajadas de salarios; si no hubiera tantos desahucios legales pero ilegítimos e inmisericordes, y los bancos salvados por el dinero de la población no estuvieran negándole modestos créditos a esa misma población para salir adelante, habría que celebrar este periodo y agradecer a ese partido, el Popular, que nos obsequie días tras día (ayudado por las demás formaciones, justo es reconocerlo) con espectáculos de hilaridad incomparable.

Ya saben, uno se harta de lo malo, y hay jornadas en las que el ánimo se rebela contra el abatimiento. Si a la situación indignante y deprimente añadimos un espíritu alicaído incesante (no que no haya motivos), entonces no se puede vivir. Así que a ratos uno logra mirar el entorno con distanciamiento, como si la catástrofe no fuera con uno ni con sus allegados, y se descubre soltando carcajadas encadenadas. El Gobierno, su partido y sus portavoces recuerdan cada vez más al piloto de coches Carlos Sainz, que padece calamidades inverosímiles en las pruebas que dispu­­ta desde hace demasiados años. El hombre intenta explicárnoslas y maldice su mala suerte, pero ha llegado un momento en el que, lejos de dar lástima, su empeño se ha convertido en algo cómico. ¿Qué le puede acaecer ahora?, se preguntan sus seguidores, confiando, en el fondo, en que por una vez salga airoso de sus competiciones. Al fin y al cabo no hace ningún mal ni engaña, y nadie le desea el infortunio. Los políticos (los más) son otra cuestión: ellos sí dañan a incontables personas, y tratan de engañar a la mayoría.

Que no se vayan, que sigan haciendo el idiota y soltando memeces, provocando la irrisión de la ciudadanía"

Pero, con todo, no me digan que no tiene gracia que el mayor hazmerreír del momento, un tal Floriano, se ponga un día ante las cámaras, con sus espantosos corbatones de gangster secundario, y suelte que es imposible despedir legalmente a un tal Sepúlveda, ex-marido de ministra implicado en la trama Gürtel, y a la mañana siguiente sus jefes despidan a ese ex tan legal y tranquilamente. O que jure que el ex-tesorero Bárcenas está apartado del PP desde hace tiempo y acto seguido se descubra que hasta anteayer estaba cobrando de él no se sabe si un finiquito generoso o un generoso sueldo raro. O que el propio Bárcenas asegure que la letra de sus supuestas cuentas no es la suya, y a continuación un batallón de grafólogos expertos dictamine que le pertenece sin asomo de duda. O que Montoro grite (con su vocezuela) que nadie inmerso en un proceso se ha beneficiado de su amnistía fiscal y en seguida aparezca una lista de reos acogidos a su merced. O que Wert reduzca el número de profesores, incremente el de alumnos por aula, suba las tasas universitarias a lo bestia y al instante anuncie que con todo eso la educación va a mejorar un huevo. O que ese Ignacio que nos ha dejado en malhadada herencia Esperanza, se ponga hecho un basilisco con el obispo de Getafe por advertir éste de los peligros de Eurovegas y lo mande a ocuparse de sus competencias –es decir, a cerrar el pico– cuando a él y a su partido les ha parecido siempre de perlas que los obispos se manifestaran furiosos contra leyes aprobadas por el Parlamento y aceptadas por la sociedad en su conjunto. O que Rajoy reconozca carecer de palabra y haber incumplido todas sus promesas, tras haber pedido dos minutos antes que se le crea cuando niega haber cobrado jamás dinero negro. O cuando publica, muy ufano, sus declaraciones de la renta para “demostrar” que nada oculta, cuando a Hacienda, justamente, no se le va a enseñar ninguna irregularidad ni sobresueldo; es como si un sospechoso de tráfico de drogas invitara a la policía a registrar su domicilio, donde es evidente que ningún presunto narco guardaría sus alijos. O que se descubra que hay un restaurante barcelonés por el que pasaban todos los políticos de todas las formaciones –no sé cómo no se chocaban–, las cuales, al parecer, encargaban espiar a sus rivales y correligionarios, con micrófonos bajo las mesas clave, a la misma agencia de detectives, que no debía de dar abasto y que tal vez, armada un lío, entregaba las grabaciones a quien no correspondía. O que Gallardón, tras encarecer los trámites para apelar a la justicia, declare que así ésta estará más al alcance de todos, incluidos los pobres. O que Camps y Barberá, además de trajes y bolsos caros, hicieran honor a su españolidad recibiendo de una empresa regalos tan nuestros como jamones y vino. Jamones y vino.

Hay días en que uno se sobrepone al panorama tétrico, y entonces lo ve todo tan chistoso que, lejos de unirse a las voces que piden la dimisión de este Gobierno y de otros políticos de diferentes partidos, desea que duren, que no se vayan, que sigan haciendo el idiota y soltando memeces, provocando la irrisión de la ciudadanía, rizando el rizo de la majadería, justificando los desmanes y embustes con razonamientos ridículos (es un decir, lo de razonamientos); y que continúen exhibiendo en televisión a ese Floriano que, si no fuera tan atravesado, guardaría cierta semejanza con Chico Marx, el soso de los famosos hermanos; con sus corbatones. No me digan que, dentro del desastre, no es un detalle que nos diviertan tanto.

elpaissemanal@elpais.es

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