Hugh Jackman, el rey del musical
Es uno de los artistas más rentables de Broadway. Ahora deslumbra en Hollywood con ‘Los miserables’.
Salvando las distancias, España y parte de Europa viven tiempos obscenamente similares a los que describió Victor Hugo en su obra magna Los miserables. Es cierto que ya no existen los trabajos forzados, la explotación infantil ha sido borrada del mapa europeo y la Iglesia no tiene el poder que ostentaba en el siglo XIX, pero la brecha entre ricos y pobres se ha disparado, los derechos sociales por los que lucharon los revolucionarios franceses están siendo desmantelados e incluso la prostitución, a la que se vio abocada tras su despido Fantine, una de las protagonistas de la novela, se ha convertido en la vía de la supervivencia para miles de españolas (según un estudio reciente de Médicos del Mundo).
Es muy posible que los gobernantes actuales prefirieran que el pueblo expresara su malestar social cantando, como lo han hecho desde 1980 en los teatros de medio mundo los personajes de un libro universal convertido en uno de los musicales más celebrados de la historia. Pero, de momento, los únicos que cantan en España son los actores de la superproducción de Hollywood Los miserables, estrenada el pasado 25 de diciembre y considerada por la crítica internacional como la mejor adaptación cinematográfica que se ha hecho del libro homónimo y el musical.
La historia se desarrolla a lo largo de tres decenios y su hilo conductor es la persecución implacable a la que el policía Javert (Russell Crowe) somete al exconvicto Jean Valjean (Hugh Jackman), que, tras cumplir 19 años de trabajos forzados por robo, buscará la redención reconvirtiéndose en benévolo empresario, defensor de los débiles y adoptando a Cosette, hija de la prostituta Fantine (Anne Hathaway). El relato de Victor Hugo indaga en temas universales relacionados con la condición humana y que recorren un libro de casi 1.500 páginas que el director de la película, Tom Hooper, oscarizado responsable de El discurso del rey, ha convertido en una cinta de casi tres horas. Pese a la ausencia de diálogos (todo se canta), resultan sorprendentemente amenas, y eso que su protagonista, Hugh Jackman, uno de los reyes del musical de Broadway, reconoce que se trata del género más difícil de llevar al cine.
Los musicales o se hacen bien o son muy malos. No hay medias tintas y te expones mucho”
“El musical no tiene buena reputación en el celuloide, pero hay un motivo: los musicales o se hacen bien o son muy malos, no hay medias tintas. Te expones mucho y por eso se hacen muy pocos; si hay algo fuera de sitio, todo el edificio se derrumba. En este caso, Hooper se ha arriesgado mucho al filmarnos cantando en directo. Nadie lo había hecho antes. Eso le confiere un realismo y una fuerza increíble a la película”, afirma este australiano de 44 años. No será él quien hable mal de una cinta que por primera vez en su filmografía le da la oportunidad doble de brillar como actor y además de lucirse haciendo lo que hasta ahora parece que público y crítica más han apreciado en él: cantar.
Vestido con un elegante traje gris que parece estar hecho a medida y luciendo esa irresistible y estudiada barba de dos días que tanto furor causó entre las neoyorquinas que hacían cola para verle el pasado año en el espectáculo Hugh Jackman, back on Broadway (uno de los más rentables de la historia del musical), el actor recibe en una suite de un hotel londinense. La cola de periodistas para entrevistar a Jackman es interminable y resulta sorprendente que sea capaz de no hacerte sentir miserable, como sí ocurre con muchos otros actores que suspiran ante las entrevistas. “Recuerda que yo quise ser periodista y es una profesión a la que respeto mucho, porque crea dilemas éticos y puede ser muy complicada. Creo que es tan difícil sobrevivir como periodista como lo es sobrevivir como actor. Y aunque sé que no se puede llamar entrevista a un encuentro breve, si estás realmente alerta y presente puedes conocerme”.
“Alerta” y “presente” son dos palabras sacadas del léxico de la Escuela de Filosofía Práctica a la que Jackman acude desde hace casi veinte años. Oficialmente se trata de una escuela de filosofía que sigue las enseñanzas védicas y sirve de alimento para el espíritu. Algunos Gobiernos, como el belga, la llegaron a incluir en su lista oficial de sectas y entre sus exalumnos hay quienes comparten esa opinión. Según Jackman, la escuela es la roca, el cimiento de su vida. “Gran parte de mi existencia es grande, exterior, y la raíz filosófica de la vida es interior, así que para mí la habilidad de estar ahí fuera está muy conectada con mi capacidad de mirar hacia dentro, y también con la capacidad de estar alerta y no vivir una vida mecánica, sino el examen de la vida, ¿entiendes?”. No exactamente, pero tampoco conviene ahondar en disquisiciones filosóficas.
Jackman es uno de los artistas más rentables de Broadway, donde su primera incursión estelar, The boy from Oz, en 2003, le descubrió al mundo como un actor de múltiples registros capaz de bailar, cantar y dominar en solitario un escenario (en 2009 lo demostró a escala planetaria presentando la ceremonia de los Oscar). Nadie lo hubiera imaginado al verle debutar en la película X-men en 2000, con la que este australiano se dio a conocer al mundo. Sin embargo, con apenas 10 años, uno de sus profesores en su Sidney natal ya vio claro ese talento. “En el colegio aconsejaron a mi padre que me metiera en una escuela de baile, pero mi hermano se mofó de mí y yo renuncié. Soy el anti-Billy Elliot”.
Aquella experiencia le marcó y hoy la tiene muy presente en la educación de sus dos hijos. “Hay que enseñarles a ser ellos mismos y a tomar decisiones sin esperar a que la edad les haga inmunes al qué dirán. El talento es el mapa que dibuja las lecciones que tienes que aprender en la vida. El éxito es irrelevante, lo fundamental es hacer lo que te interesa, lo que te llena. Si no, pasarás tu vida viviendo la vida de otro. Y eso siempre acaba mal, te lleva al desastre”. En su caso le llevó a viajar durante un año, a matricularse en Económicas, a renunciar, a abrazar el periodismo y finalmente a abandonar sus tímidas aspiraciones radiofónicas para dedicarse a la interpretación, algo que siempre había considerado un hobby. Entre 1994 y 1998 tocó todos los géneros: la televisión, el teatro, el musical y el cine australianos. Su primer gran salto internacional lo dio en 1998 como protagonista del musical Oklahoma! en el West End londinense. Luego llegó Lobezno y la interminable saga X-men, de la que sigue siendo protagonista, pero hasta que no ganó el premio Tony al mejor actor por The boy from Oz su nombre no empezó a cotizarse en ese Hollywood que tiende a encasillar a sus habitantes y donde a Jackman se le asociaba con películas de superhéroes.
De pequeño aconsejaron a mi padre que me metiera en una escuela de baile, pero soy el anti-Billy Elliot”
A partir de su abrumador éxito de público y crítica en Broadway, directores como Woody Allen, Darren Aronofsky o Christopher Nolan llamaron a su puerta. Bajo sus batutas protagonizó Scoop, La fuente de la vida y El truco final (El prestigio), respectivamente, y otras como Australia, junto a Nicole Kidman, o Deception, junto a Ewan McGregor. Pero ninguna triunfó. “Es cierto, no he estado en ninguna película candidata al Oscar, pero me siento bendecido por las oportunidades que me han dado. Y hay demasiadas cosas en este negocio que están fuera de mi control”.
Sin embargo, su suerte en Hollywood parece destinada a cambiar gracias a Los miserables, una película en la que Jackman lleva todo el peso y en la que no defrauda, como indican las quinielas de premios de la temporada. “En las audiciones sufrí porque realmente deseaba el papel. Hay pocos musicales que me gusten tanto y tan bien escritos como este. Y el papel de Jean Valjean es de los que te ponen retos como persona, porque, pese a ser alguien lleno de contradicciones, es un personaje ejemplar”.
Para Jackman, el poder universal de Los miserables reside en que Victor Hugo analizó conflictos que siguen de actualidad. “Hugo denunció la dureza y la brutalidad del tratamiento de niños, mujeres y reclusos, que en aquel momento sufrían por efecto de unas normas. Pero las normas a menudo van en detrimento de la humanidad y del amor. La frialdad y la dureza de corazón de Javert, el antagonista de Valjean, se producen porque él quiere cumplir con sus obligaciones como policía sin tener en cuenta nada más”. Desgraciadamente, en el siglo XXI el mundo sigue dominado por los Javert, y las normas que imperan siguen sin dejar mucho espacio al concepto de humanidad por el que abogaba Valjean y a quien Jackman aspira a emular. “Te recuerda lo que uno podría hacer o llegar a ser”.
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