"Se ha roto el ciclo, porque el salario del trabajador ya no permite mantener el consumo"
La socióloga, filósofa y economista holandesa, que acuñó el término "ciudad global" y que fue elegida por los lectores de Foreign Policy uno de los 100 personajes del año 2011, esconde, tras su brillantez profesional, una vida de penurias y osadía. Nació en La Haya en 1949, creció en Buenos Aires y se formó en EE UU. Habla seis idiomas. Atiende nuestra cita en Fráncfort, donde participó, junto a su marido, el sociólogo urbanista Richard Sennett, en un congreso organizado por Audi para analizar el futuro del coche en la ciudad.
¿La economía urbana ha pasado de valorar a las personas como consumidores a tratar de expulsarlas porque sobran? Este proceso de expulsión se da en muchos sitios. En el campo también, porque compran las tierras y sobran quienes las cuidaban. En la ciudad, los hogares y los comercios modestos quedan desplazados del centro. Además, en esta generación, la cuarta tras la Segunda Guerra Mundial, la clase media está perdiendo poder. Se está empobreciendo en países altamente desarrollados como Francia, EE UU y Reino Unido. La nueva generación adquiere menos educación formal, menos ingresos, y tiene menos posibilidades de comprar una casa. Eso es una especie de expulsión de un proyecto de vida.
"Al generar redes, la ciudad hace presentes, visibles, a los 'sin poder"
¿Creíamos que cada generación avanzaría respecto a la anterior? Parecía parte de un contrato social, pero esa trayectoria ha sido interrumpida en países como Chile o Argentina, donde fue brutal lo que le pasó a la clase media tras la crisis.
¿Por qué ha sucedido? Es un nuevo sistema. Parece una continuación del antiguo, pero no lo es. La lógica financiera ha invadido todos los sectores económicos. Hay una organización del sistema que nace en los años ochenta y se establece en los noventa. Hoy vivimos sus consecuencias. Y el cambio fundamental es que, en la época del keynesianismo, la base económica era la manufactura de masa y el consumo de masa: la construcción de espacios suburbanos de masa con las correspondientes carreteras e infraestructuras. Es decir, una serie de procesos económicos que implicaron que el consumo importara muchísimo. Hoy, el sistema financiero ha inventado modos de multiplicar la renta sin pasar por el consumo de masa.
Construir suburbios se convirtió en un gran negocio... Cada hogar suponía una nueva nevera, una nueva televisión, nuevos muebles... Todo nuevo. Se generó un ciclo vicioso positivo. Teníamos un sistema basado en el consumo. Fuera o no necesario, era vital seguir consumiendo.
¿Ya no es así? Se ha roto la cadena. El salario del trabajador ya no hace posible mantener el consumo. Se ha roto la cadena, porque se ha terminado la construcción en masa. Ahora vivimos en un ciclo muy distinto.
¿Qué sucede con la gente que vive en las ciudades y ya no puede consumir? No es solo un tema de desigualdad y exclusión social, aunque ambos existen. El nuevo elemento es que muchos de los desempleados de hoy no tienen posibilidad de volver a tener una vida normal de trabajo. Tanto en Reino Unido como en Estados Unidos, la población de presos ha aumentado muchísimo, y a mí me parece que si bien algunos de estos prisioneros son asesinos, la gran mayoría no lo son y no deberían estar en prisión. La cárcel es una especie de almacén de gente que el sistema no puede absorber porque no puede emplear. Viven expulsados del sistema, almacenados y sin posibilidad de reinsertarse.
Otro tema que usted toca es el de países que compran grandes cantidades de terreno en otros países, como China en Zambia, y que generan expulsiones masivas de población. ¿Cómo es posible eso, adónde va esa gente? Agencias de Gobierno y firmas financieras compraron 70 millones de hectáreas entre 2006 y 2010 en África, Rusia, América Latina, Vietnam, Ucrania y Camboya. Entre los grandes países compradores están China, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes, Corea del Sur y Suecia. Pero en los últimos años los mayores compradores en África subsahariana han sido... las firmas financieras de alto riesgo. ¡Imagínese!
¿Para qué? Es tierra para el cultivo agrícola. Y tierra con altos niveles freáticos. Compran tierra con agua.
¿Compran en previsión del incremento del precio de los alimentos o para convertir las cosechas en combustible? En general, uniformizan los cultivos. Este año, J. P. Morgan compró 40.000 hectáreas de tierra en Ucrania, pero los fondos de inversión especulativos son los que han comprado más. La tierra representa comida y agua, pero también puede representar biocombustibles y también tierras raras. ¿Sabe lo que son?
No. Hay 17 componentes que Mendeleyev identificó en su tabla periódica como elementos que no sabía para qué podían servir. Ahora lo sabemos. Las pilas ecológicas requieren algunos. Los americanos decidieron importarlos de los chinos y no desarrollaron la tecnología para obtenerlos. Y ahora China es el principal país exportador con casi el 90%, y Japón, EE UU y otros están aterrorizados con que pueda suspender exportaciones. Cuando un país como China compra 3 millones de hectáreas en el Congo y 2,8 millones en Zambia para plantar palma, o sea, para plantar un único cultivo, eso es una manera de empobrecer la tierra. Además de expulsar especies de flora y fauna y pueblos enteros, expulsan a los pequeños agricultores. ¿Adónde se van? A las ciudades. Lo mismo pasa en India. En los últimos 30 años, los pequeños agricultores han sido expulsados. Estos pequeños propietarios no son estúpidos. Saben que la tierra produce. Pero los agricultores pierden esa batalla.
Expulsados hacia las ciudades, ¿y si allí no hay trabajo para ellos? El sistema económico, el auge de las finanzas, ha hecho crecer a un sector intermediario que se ha vuelto estratégico. Pero este sistema no distribuye los beneficios del crecimiento económico. Al contrario, los concentra más y más. Hoy, en las ciudades sobra gente. Ya no hacen falta.
Pero muchas ciudades no dejan de crecer... La ciudad todavía absorbe a gente, todavía es atractiva. En una época como la nuestra, de grandes inestabilidades, se da una mayor apertura mental, hay grandes oportunidades y, por tanto, grandes desilusiones. La ciudad es el territorio de lo posible, pero no del progreso asegurado.
Vamos a la ciudad a probar fortuna. Ahí voy. En el campo queda poco. La tierra está privatizada en manos de grandes empresas y de grandes agencias de Gobierno, como las de China... Nuestras ciudades son mutantes, pero las reconocemos a pesar de sus cambios. La sociabilidad, el contacto físico que ofrece la ciudad, es insustituible. Los centros hacen que la gente se vea. Gente muy distinta se tropieza, habla. Y esos encuentros en un centro urbano no generan violencia. Los centros urbanos son fascinantes por esa capacidad de mezclar sobrepoblación y paz.
¿El centro de la ciudad hoy, en tiempo de grandes inestabilidades, es un espacio de civilización? Es de todos. Un inmigrante o un turista se sienten bien en el centro de la ciudad. Los barrios suburbanos son otra cosa; la misma mirada de la gente puede expulsar. Con tanta gente desesperada por tener un empleo y una vida con más posibilidades, es el contacto físico de diversas clases sociales lo que da la sensación de potencial en las ciudades.
Eso sucede cuando los centros son lugares con vida. Cuando la gentrificación expulsa a los pobres de los centros y los uniformiza con una única clase social, ¿se pierde ese civismo? Se pierde el motor de la ciudad. Mi hijo Hillary, que es escultor, vive en Londres en una zona que mezcla todo tipo de razas y religiones. El denominador común es la falta de dinero. En ese barrio, por la noche, aparece el mundo. En las ciudades ocurren cosas como que los jóvenes se encuentran. Mi hijo llegó a Londres desde Nueva York y ocupó un edificio con otros amigos. Si ocupas un edificio, la policía te debe dar un aviso de expulsión tres meses antes de echarte. Están fuera del sistema, pero mientras viven en esos edificios montan exposiciones que reciben críticas y reseñas en la prensa. Eso es interesante. Estás fuera de la ley, pero estás protegido. En Berlín Este sucedió algo parecido tras la caída del Muro. Todos esos mecanismos permiten sobrevivir y tener un proyecto de vida. No es cómodo, pero es posible.
Pero su hijo probablemente no sea un ejemplo de pocos recursos. Tiene una madre académica. Es verdad. Pero él quería su propio proyecto de vida. Se trata de poder pertenecer al mundo. Lo hizo con 22 años. Hoy, con 30, tiene un apartamento con una habitación, pero su entrada fue al margen de la ley. Esa posibilidad de llegar fuera de la ley es buena. Algunos suburbios, como las favelas, son algo más que zonas de miseria. Desarrollan sus propias economías.
¿Está diciendo que para sobrevivir en las ciudades hay que hacerlo de manera marginal? Lo que quiero remarcar es que la gente sin recursos puede hacerlo así y sentirse parte de la ciudad, sentir que esa también es su ciudad, que la ciudad le pertenece un poco. Yo entré en EE UU de inmigrante ilegal y sentí eso, sentí que Nueva York también era mi ciudad, my city... Es un hacer colectivo. No es un milagro, la ciudad lo permite.
Nacida en Holanda, crecida en Argentina, nómada después por Europa... ¿Por qué tanto traslado? Mi familia vivió 14 años en Buenos Aires. Llegó a principios de los cincuenta. En la posguerra... Hay dos o tres cosas que se mezclan... Mis padres eran jóvenes, aventureros. El Estado holandés tomó medidas progresistas cuando decidió acomodar a los refugiados de Europa del Este tras la Segunda Guerra Mundial. Facilitaron la emigración de holandeses bajo la idea: "Ustedes son holandeses, les van a recibir en todo el mundo, y aquí necesitamos sitio". Hoy hay nueve millones de holandeses fuera del país.
¿Sus padres decidieron ceder su sitio? Bueno... Le explico el contexto. Mi papá era periodista, y mi abuelo era el alcalde de una ciudad bellísima del sur de Holanda, Hertogenbosch. Al ser invadida por los nazis, le dijeron que o colaboraba o le bombardeaban la ciudad... No entregó a ningún judío. No había judíos allí. Pero colaborar significaba que uno hacía un pacto. Después de la guerra, a mi abuelo lo llevaron a prisión. Y mi papá había estado con los nazis como periodista... Pero quizá fuera mejor dejar este tema...
No, por favor. Mi papá, que era un aventurero total, se trasladó al frente, se hizo corresponsal de guerra. Goebbels había creado un batallón para los corresponsales de guerra. Eran todos periodistas; y fumaban, bebían. Nada de disciplina. Era un batallón cómico. Aun así, mi padre estuvo en el frente en Rusia... Incluso fue herido. Luego Goebbels lo metió en prisión. El general odiaba a mi padre y mi padre odiaba a Goebbels. Pero mi padre también se volvió muy antisoviético. Yo, en cambio, me hice comunista con 13 años; hasta estudié ruso. Y me fui de mi casa porque no aguantaba más. Pero todo es más complejo... La familia de mi padre era de grandes propietarios de minas. Y los católicos del sur de Holanda odiaban a los británicos, porque consideraban que estaban robándoles... El problema de hablar de estos temas es que, al decir que estaban contra los británicos, la gente tiende a calificarte de pronazi. En Nueva York no puedo hablar de este tema. Terminarían diciéndome: "Lo que sucede es que usted es antisemita". No me ha pasado, pero podría pasarme. Por eso no hablo mucho de esto...
¿Y su madre? Mi madre llevaba una vida bohemia. Tengo fotos de mis padres con escritores. Después de vivir en Irlanda, seguían siendo antibritánicos. Eso se pierde luego en Europa por oposición generalizada al Holocausto. Esa nueva negativa domina a la anterior antibritánica. Así es que mis padres decidieron embarcarse.
Cuando llegan a Argentina, ¿qué hace su padre? Bueno, él... él se hizo amigo de todos los grandes dictadores de América Latina: de Perón... Pero siempre tuvo algo que por ahí era el socialismo. Estaban las dictaduras militares, pero también los sindicatos... reuniones clandestinas en Mar del Plata. Y siempre nos llevaba. Éramos nenas; creo que servíamos de camuflaje.
¿Todo esto lo ha entendido después? Eso de no entender me marcó. Pero la política dominaba mi vida. Yo era comunista y me enfrenté a mis padres. Quise irme. Ahorré dinero. Les pedí un préstamo y tomé un barco a Hamburgo. Experimenté la pobreza y pasé hambre. En París, en Turín, donde en invierno llegué a un acuerdo con el dueño de una trattoria para que cada noche me diera un plato de sopa. En Estados Unidos, donde me dediqué a limpiar casas. He tenido una vida paralela.
Usted va a menudo contra los conceptos establecidos. Por ejemplo, defiende que la inversión en los países menos desarrollados aumenta la emigración porque devasta las economías tradicionales. Eso hoy está comprobado. Puede parecer contradictorio, y por eso me interesa. Uso la ciudad para entender una realidad más allá de lo urbano.
Se repite que las movilizaciones del mundo árabe no hubieran sido posibles sin Internet, pero tampoco se podrían haber producido sin las ciudades. ¿Hasta qué punto la ciudad es clave para movilizar a la gente? Cuando hay mucha transformación urbana, el individuo pobre se vuelve multitud y puede hacer historia. Eso no les da necesariamente poder, pero les da capacidad de hacerse presentes. Creo que la ciudad tiene la capacidad de generar redes y hacer presentes, visibles, a los sin poder. No es el viejo modelo de protestar delante de las casas del poder y caer en la dialéctica dueño/esclavo. Los indignados no buscan solamente estar ahí y que el poder los vea. Hacen red. Ahí se ve la capacidad de la ciudad de volver compleja la falta de poder.
La ciudad global, la justicia social
Esta mujer nómada, experta en análisis rompedores sobre las ciudades, nació en La Haya en 1949. Vive a caballo entre Nueva York y Londres; viaja continuamente para explicar sus teorías sobre las urbes y la globalización. Su libro 'La ciudad global' (1991) le dio reconocimiento mundial .
Nació en Holanda, pero sus padres se trasladaron a Argentina cuando era muy pequeña (más o menos por la época de la foto), y allí vivió 16 años. Estudió economía, sociología y filosofía en Francia, Italia, Argentina y EE UU. Pero sus pilares sobre justicia social los ha aprendido sobre todo viviendo; ha trabajado como inmigrante ilegal en Europa y EE UU. Y recientemente reconoció en este periódico que La rebelión de las masas (Ortega y Gasset) le cambió la vida: "El libro marcó mi visión de lo social". Tenía 13 años; se hizo comunista.
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