La conexión marsellesa
El lema tiene arrogancia: Actibus immensis urbs fulget Massiliensis. Es decir, La ciudad de Marsella brilla por sus elevados hechos. Algún malvado puntualiza que, más que elevados, los hechos son sangrientos. Le milieu (el hampa) local es pródigo en ejecuciones, venganzas, matanzas. Caen traficantes, proxenetas, pistoleros, pero también un juez justiciero o algún poli que cambió de bando.
Perversamente, esa reputación de Chicago en el Mediterráneo potencia su atractivo. Florece un subgénero marsellés de novela negra que los bromistas denominan el polar bouillabaise. Cada septiembre se celebra la Semaine Noire, que tiene su expresión callejera con Les Terrasses du Polar.
Muchos debates. Para algunos críticos, los autores del polar marsellés pasaron de dar testimonio de la realidad social a vehicular estereotipos. El mantra de las autoridades: "Marsella no es más criminal que otras urbes; tenemos estadísticas para demostrarlo".
Bousquet potenció el legado de Django Reinhardt en los años sesenta Esa reputación de Chicago en el Mediterráneo le da más atractivo
Los escritores discrepan. Retratan una Marsella balcanizada, donde los clanes se ordenan por origen étnico o incluso por inclinaciones políticas. Todavía fastidia allí que la imagen romántica del marsellés sea la de un facho, Alain Delon, gracias a Borsalino y a la adaptación televisiva de la trilogía de Jean-Claude Izzo sobre el policía Fabio Montale.
Pero mi misión es otra. Quiero conocer el santuario de un olvidado guitarrista español: Étienne Patotte Bousquet, nacido en Figueras (1925). Digo "español" con todas las prudencias necesarias: las familias gitanas cruzaban fronteras sin pensarlo. Bousquet pasó la II Guerra Mundial animando locales nocturnos en el norte de África. Reapareció en Marsella tocando en un bal del que no se recuerda ni la dirección.
Una vida anónima, pues. Hasta que en 1959 se convirtió en la atracción fija de Au Son des Guitares, una boîte cercana al teatro de la Ópera. El nombre era un guiño a su público potencial: Al son de las guitarras (1936) fue un largometraje de Tino Rossi, la gran estrella salida de Córcega. Interpretaba a un pescador corso de voz prodigiosa que, seducido por una lagarta, prueba suerte en París, con resultados desastrosos; termina volviendo a su querida Ajaccio. Tengo vagos recuerdos de una película de Serrat con argumento similar.
Con Gerárd Cardi llevando la pompe (el ritmo) en la segunda guitarra, Bousquet actuó -¡todas las noches!- durante 16 años en Au Son des Guitares. Django Reinhardt ya había muerto y su herencia parecía desvanecerse. Bousquet la retomó con feroz energía, grabando para sellos regionales. Registró un homenaje a Django y un elepé de 25 centímetros, Au Son des Guitares, donde acompañaba a los cantantes corsicos habituales del local pero deslumbraba con barbaridades como un Tiger rag de 90 segundos.
Milagrosamente, Bousquet llamó la atención de los medios. Hay una grabación televisiva procedente del programa yeyé por excelencia, Age tendre et têtes de bois. Se le trata con reverencia: flanqueado por Françoise Hardy y Hughes Aufray, el presentador conecta con Marsella y vemos a Bousquet tocando al aire libre, con su camisa de lunares. Luego, aprovechando el dúplex, incluso interpreta temas de Django con la orquesta de Claude Bolling, en el estudio de París.
En las paredes del Au Son des Guitares podías ver una foto significativa: Bousquet y Cardi actuando ante la pareja real del pop francés, Sylvie Vartan y Johnny Halliday. Pero el impacto no se prolongó. Bousquet colgó su guitarra eléctrica. Se hizo chatarrero, vendió zapatos en mercadillos. La cadena se interrumpió: su hijo Antoine no quiso dedicarse al oficio musical, tan ingrato. La historia del jazz tsigane abunda en esos callejones sin salida, prodigios que se evaporan sin dejar casi rastros.
Mi ilusión por conocer Au Son des Guitares venía precedida por avisos: es un antro lúgubre, abre a medianoche, desconfían de los extraños, cuidado con las bebidas. Pero el aburguesamiento ha transformado el Vieux Port marsellés: Au Son... es ahora una alborotada discoteca, de puerta antipática y precios caros. Y no, nadie recuerda allí a Patotte Bousquet.
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