Besos. ¿Qué hay detrás?
Kiki Hanafilia, una joven indonesia de 17 años, y Anis Saputra, de 24, paseaban como una pareja de enamorados por una hermosa zona boscosa tropical en Lhoong, Indonesia, el 22 de octubre de 2010, cuando un pescador local que caminaba por allí les vio besarse. El hombre corrió para avisar a los residentes locales, quienes acudieron al lugar de los hechos y comprobaron que la pareja se cogía de la mano y besaba. Kiki y Anis fueron llevados a juicio, acusados de violar la sharía o ley musulmana por comportamiento indecente. La sentencia llegó el 9 de diciembre de ese año y se cumplió un día después: ambos fueron sometidos a ocho latigazos frente a cientos de testigos, junto a la mezquita de Al Munawarah, en la localidad de Jantho. El fiscal general del tribunal que los juzgó, Deby Rinaldi, indicó a la agencia de noticias Jakarta Updates el agravante de la pena: ambos estaban casados. "El chico, Anis, tenía una esposa embarazada de siete meses; la mujer estaba casada, aunque su matrimonio había entrado en vías de separación".
"En China se ha llegado a decir que besar raya en el canibalismo"
"Hay pueblos africanos que no besan para evitar el robo del alma"
"También puede significar compasión y traición, como judas"
"El 60% no inicia la relación por el desencanto del primer beso"
"La sexualidad depende mucho de a qué huele y sabe el otro"
El beso en público está penado por la ley en Indonesia. Los extranjeros denunciados por besarse podrían enfrentarse a cinco años de cárcel; los locales, hasta 10 años, con multas de hasta 33.000 dólares, indica la novelista y actriz británica Lana Citron en su obra A Compendium of kisses (Harlequin Books). Y no es el único país. Charlotte Lewis, una británica de 25 años, fue sentenciada en 2010 a un mes de cárcel en Dubai por besar a un ejecutivo en público en la mejilla -según su abogado- y acariciarle la espalda. En la India, el beso en plena calle sigue siendo un tema tabú, y resulta extremadamente raro observar a las parejas besándose a la vista de todos. La multa en Delhi es de unos 12 dólares. Siendo el beso una de las manifestaciones más antiguas de la humanidad (las referencias escritas sobre los besos en la boca ya aparecen en los textos indios en sánscrito hace más de 2.000 años), resulta paradójico comprobar que no es universalmente aceptado. En China, el periódico Daily advirtió en 1990 a sus lectores que la costumbre de besar había sido traída por los "invasores europeos" y la describía como "una práctica vulgar rayana en el canibalismo". En Sudáfrica va contra la ley que los menores de 16 años hagan una manifestación pública de afecto. Los nepaleses no se besan. El beso a la vista de todos no está bien visto en Oriente Medio, aunque países como Turquía o Líbano son más tolerantes, indica Citron. En nuestra cultura occidental sí es habitual; besamos a nuestros hijos o a las personas que amamos, besamos los cuerpos de los familiares difuntos antes de ser enterrados, besamos en la mejilla como una forma cortés de saludo. Pero cuando se explora en profundidad, el beso humano y todo lo que le rodea se envuelve en un halo de misterio. No siempre ha sido así.
¿De qué estamos hablando exactamente? Hagamos el retrato robot de un beso. Primer paso: giramos la cabeza. Dos terceras partes de las personas lo hacen hacia la derecha antes de besar a su compañero o compañera en la boca, de acuerdo con los estudios. ¿Por qué? Según el psicólogo alemán Onur Gunturkun, el 80% de las madres acunan a sus hijos contra su costado izquierdo, sean diestras o zurdas, por lo que los bebés tienen que girar su cabeza hacia la derecha para encontrar el alimento y el contacto maternal. Segundo paso: juntamos y presionamos nuestros labios con los de él o los de ella. Claro que los labios humanos, en el reino animal, son muy raros, carnosos y vueltos hacia afuera. Y muy sensibles e inervados. En la corteza cerebral que recibe la información de los sentidos, la superficie dedicada a los labios y la lengua es más grande que la de los pies o los genitales. Tercer paso: un buen beso requiere todos los músculos faciales, en total 34, además de otros 134 músculos extra que configuran la postura en el resto del cuerpo. Una ópera llevada a cabo en la Universidad de Taiwán en 2007 por robots que se besaban requirió tres años de programación. En los besos con lengua (el llamado beso francés) hay, además, intercambio de saliva. Y en un solo mililitro de saliva anidan unos cien millones de bacterias, un intercambio superlativo de microbios (la saliva tiene también microbicidas que acaban con la mayor parte de estas bacterias ajenas). Este tipo de beso representa el erotismo que nos caracteriza, el juego para sublimar el mero acto sexual. Pero... ¿somos los únicos en practicarlo?
"No podría darle una respuesta concluyente", asegura Lana Citron a El País Semanal. "Los amantes de los animales están convencidos de que sus mascotas entienden el afecto y la comunicación con los humanos. Pero cuando nos preguntamos por qué besamos de forma tan sexual no podemos afirmar que suceda lo mismo en el mundo animal". Citron describe el caso de los bonobos, el chimpancé más cercano a nosotros en su comportamiento: ellos también saben lo que es besar usando la lengua como un instrumento de exploración. Practican el beso francés (además de muy variadas posturas sexuales, incluyendo la de cara a cara), y a veces sus intensos besos se prolongan doce minutos. Algunos investigadores han puesto en tela de juicio que el beso sexual de los bonobos sea innato, al haberse observado en cautividad. ¿Podrían haberlo aprendido de nosotros... detrás de los barrotes? Para el prestigioso antropólogo Frans de Waal, que ha estado observando a los bonobos desde hace años, estos monos son mucho más sofisticados. Usan el beso como un elemento de excitación sexual. Los otros chimpancés, en cambio, se besan casi de forma platónica e inocente después de una trifulca. El beso, escribe este experto en su libro La política de los chimpancés (Alianza Editorial), "se parece a una picadura. Parece que podrías hacer algo peligroso, cuando en realidad no es así, sino que te coloca en una posición muy vulnerable". Sí, los besos son etéreos y contradictorios y quizá surgieron como una forma de comunicación afectiva.
No sabemos si los primeros humanos se besaban ya hace un millón y medio de años, cuando surgieron los primeros Homo erectus en África. No hay nada parecido al fósil de un beso. Y sin embargo, según las encuestas, la gente recuerda el 90% de las cosas que ocurrieron con sus primeros besos con más precisión incluso que sus primeros encuentros sexuales. Los besos dejan una huella vívida en la memoria. Se ha argumentado que surgieron como una consecuencia de la técnica de alimentación que muchas aves y mamíferos tenían con su descendencia, despedazando el alimento entre sus picos o fauces para dejar los pedazos en la boca de sus crías. Pero el asunto evolutivo del beso es intrigante. Para el antropólogo Vaught Bryan, de la Universidad A&M, en Tejas (Estados Unidos), no es algo innato, sino aprendido. "Si así fuera, todo el mundo lo haría. Y no es el caso", indicó a la revista australiana Cosmos. Algunos pueblos africanos nunca se besan en la boca porque consideran que es la puerta de acceso al alma, por lo que uno podría robar el aliento vital durante un beso. Y los indígenas de la isla de Mangaia, en el Pacífico Sur, tenían fama de ser magníficos amantes, pero desconocían completamente el beso hasta que llegaron los europeos en el siglo XVIII. Igual que los aborígenes australianos.
En Europa se ha visto de muy distinta manera. "Las prácticas del beso cambian con la época, especialmente en Inglaterra. Cuando era una niña, el beso como saludo era algo desconocido. Y en Alemania, hace poco oí el argumento de que los alemanes no usaban el beso como saludo, pues no era una costumbre alemana, y hablaban incluso de prohibirlo en las oficinas. Al bucear en la historia descubrí que en Inglaterra el beso para saludar se daba directamente en los labios", explica Citron. Al igual que en el resto de Europa en los siglos XV y XVI. Una carta escrita en 1544 por el poeta italiano Annibale Caro describe cómo los hombres besaban a las mujeres en los labios en la recepción que el rey español Carlos I dio en Bruselas en honor de la reina francesa Eleonora. Dos siglos después, el saludo en los labios desapareció. "Tiene que ver con la manera en la que la Iglesia católica contemplaba el beso", asegura esta novelista británica. En el momento en el que las autoridades eclesiásticas restablecieron las leyes contra la homosexualidad, los besos de saludo entre los hombres en los labios quedaron prohibidos. Y aunque el Kamasutra oriental describe los tipos de besos más eróticos y hermosos, el beso sexual es relativamente más moderno en Occidente. "Antes, la mayoría de las personas tenían muy poca higiene dental, por lo que se entiende que no resultara tan atractivo besar tal y como lo entendemos ahora", dice Citron.
El beso en el catolicismo tiene una carga ritual y religiosa innegable: se besan los pies de Cristo y los de los antiguos papas, o su anillo, o los objetos sagrados; o el pontífice besa la tierra del país que visita... Su abanico de connotaciones abarca incluso la traición -el beso de Judas en la mejilla de Cristo para identificarle ante los soldados- o la compasión. El beso a los leprosos estuvo de moda ente los nobles y religiosos medievales europeos y alcanzó su apogeo entre los siglos XII y XIII. Se dice que los guerreros templarios en Jerusalén interrumpían sus matanzas para besar las manos de los leprosos, lo que les acercaba a Dios. "Culturalmente, el beso se extiende a lo largo de todo el espectro de lo bueno y lo diabólico, desde el beso que da la vida hasta el de la muerte", dice Citron. Como el llamado osculum infame, el beso de la culpa, asociado a las orgías, el canibalismo o los rituales de infanticidio, y el beso en el recto del diablo, que servía para catalogar a una mujer como bruja en los terribles manuales del siglo XV.
Pero, ¿por qué besamos? El beso es adictivo. Como una droga. Nos gusta. Las pupilas se dilatan. El cerebro se ilumina. Según la neurocientífica Wendy Hill, del Colegio Lafayette en Pensilvania, los niveles de cortisol descienden. Se aleja el estrés. Pero, ¿y si el primer beso no nos gusta? La relación romántica cae hecha pedazos. Un estudio mostró que el 66% de las mujeres y el 59% de los hombres no empezaron una relación romántica por el desencanto del primer beso. Así que es posible que el beso sirva para obtener información mutua. El intercambio de saliva podría permitir que el hombre pasase cantidades de testosterona a la mujer para estimularla y hacerla más receptiva al acto sexual. Los besos también podrían ser una forma de selección femenina mediante el olfato (el beso esquimal no consiste, como se suele creer, en rozar las narices, sino en olfatear las mejillas).
El biólogo Claus Wedeking, de la Universidad de Laussane, en Suiza, saltó a la fama por su clásico "experimento olfativo de las camisetas sudadas". Demostró que las mujeres preferían el sudor dejado por aquellos hombres cuyos genes inmunológicos (MHC) eran diferentes a los de ellas (lo que garantizaría hijos más sanos). En una repetición de este curioso experimento, Craig Roberts, de la Universidad de Liverpool, comprobó que las mujeres que tomaban regularmente la píldora ¡hacían justamente lo contrario! Les atraía el olor de los hombres cuyos genes MHC eran más parecidos a los suyos. Esta selección no funcionó "cuando ellas tomaban la píldora, ya que eso pervierte el instinto natural del cuerpo", indica Citron.
El propio Wedeking ha comentado que la píldora produce una simulación del embarazo, y que a las mujeres embarazadas les gusta rodearse de gente con el mismo ADN, un ambiente familiar donde encuentran más seguridad.
Lana Citron, que lleva un par de años investigando todos los asuntos relacionados con el beso, no lo duda: "Puedo decir de forma inmediata si un beso va a funcionar o no. Para mí, la sexualidad es algo muy dependiente de a qué huele y a qué sabe la otra persona".
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Sergi Pons, la actitud lo es todo
Hay fotógrafos que se pasan la vida perfeccionando un tipo de foto, y otros cuya obsesión corre en la dirección opuesta. Este último caso es el de Sergi Pons (Barcelona, 1970), devoto seguidor de Peter Lindbergh, los retratos de Avedon y la audaz visión de sus contemporáneos Mert & Marcus. "Yo prefiero que reconozcan mis fotos no porque tengan una luz muy definida, ni unas características técnicas concretas, sino por la actitud de los modelos y por transmitir un espíritu libre", declara. Esa disposición positiva y en constante dinamismo le ha convertido en una de las insignias para comprender la evolución de las revistas de moda y tendencias españolas en los tres últimos lustros.
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