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Reportaje:TECNOLOGÍA

El teléfono echa humo

Guillermo Abril

En junio de 2008, un usuario español de BlackBerry fue al congreso mundial de desarrolladores de Apple en San Francisco. El iPhone acababa de cumplir un año y, con seis millones de unidades vendidas, había sido nombrado "invento de 2007" por la revista Time. "Es el teléfono que ha cambiado los teléfonos para siempre", dijo Jobs en San Francisco sobre su criatura. Instantes después anunció, como un prestidigitador sobre el escenario, al hermano mayor: "Os presentamos el iPhone 3G". Aquel cacharrito táctil, con conexión a Internet permanente, abría sus fronteras a 70 nuevos países, España entre ellos. "Salvaje" y "lo mejor que había visto nunca" son algunas de las frases que el entonces usuario de BlackBerry emplea hoy para definir sus posibilidades. Un mes después, Apple anunció la apertura de una tienda virtual en la que se vendían ciertos elementos intangibles, denominados "aplicaciones" o apps, que aparecían después en forma de icono cuadrado en la pantalla. Prometían una vida más fácil, cómoda, o simplemente ayudaban a pasar el rato. Durante el tiempo que usted emplea en leer este reportaje -unos seis minutos, pongamos-, los clientes de iPhone de todo el mundo se habrán descargado de App Store cerca de 180.000 nuevas aplicaciones, a un ritmo de 1,8 millones de descargas por hora. La vida de ese bicho rectangular que se coló en nuestro bolsillo había cambiado para siempre. Y aquella ola la tomó Raimundo Alonso-Cuevillas, mallorquín, de 31 años, ex consultor tecnológico para Telefónica, exusuario de BlackBerry y comandante en jefe de Mobivery, una de las empresas punteras en desarrollo de aplicaciones móviles en España. Su iPhone 4 vibra de vez en cuando sobre la mesa.

"La idea en sí no vale nada. Lo importante es la ejecución. Tienes que ser rápido presentando tu proyecto"

La ola no siempre resultó larga y perfecta. Alonso-Cuevillas dice que al principio aquello era como "hablarle de marcianos a la gente". Después de firmar un par de contratos gordos, con Páginas Amarillas y el Grupo Prisa (empresa editora de este periódico), para desarrollar sus aplicaciones móviles, pasó una temporada de sequía. El mundo bajo la mordaza financiera y él con 16 empleados parados a su cargo. Fue así como se le ocurrieron cuatro pelotazos consecutivos. Baratos y directos a los primeros puestos de descargas: una aplicación de chistes para aquellos con mala memoria, un detector de radares y, poco después, Hold the button y su gemela Push the button, probablemente dos de las apps más absurdas hasta la fecha. Ambas suman cerca del millón de descargas. La primera consiste en la fatigosa tarea de mantener presionado el mayor tiempo posible un botón que aparece en el centro de la pantalla táctil. La competición es a nivel mundial con todos aquellos que posean la aplicación. Alonso-Cuevillas maneja sus dedos sobre la pantalla y dice: "Estaba mirando cuál es el record ahora...". La cifra sobrepasa las 14 horas. En Press the button, el reto se culmina en 30 segundos: se trata de ver quién pulsa más veces el botón en ese tiempo. El primero, un australiano, alcanzó 2.036 golpes digitales en medio minuto. Actualmente, la empresa Mobivery trabaja por encargo y no para.

Primero fue la Red. Hoy el acceso al mundo digital se produce pulsando un botón en el teléfono. "Recuerda a los inicios de Internet. Hasta puede convertirse en otra burbuja", comenta Óscar Hormigos, de la compañía Wake App y organizador de The App Date (una reunión mensual de desarrolladores en Madrid). Sitio hay. El sector, dice, demanda ingenieros como si no hubiera mañana. En los tres años de vida del App Store se han creado cerca de 500.000 aplicaciones diferentes para los usuarios de iPhone, iTouch y iPad. Las descargas en ese tiempo han superado los 14.000 millones, según datos de Apple, y se han repartido 2.500 millones de dólares (unos 1.750 millones de euros) entre los desarrolladores. Pero no solo de la compañía de la manzana vive el hombre. Google, que abrió poco después su mercado virtual de apps para los teléfonos inteligentes con sistema operativo Android, le va comiendo terreno: ofrece 300.000 aplicaciones y acumula 3.000 millones de descargas.

"Como ocurre con cualquier boom, todos quieren subirse al carro. Y eso también implica que se cree mucha morralla", dice Ricardo Llavador, de Grey Madrid, una empresa de publicidad con las miras puestas en la nueva tecnología. Es analista de aplicaciones sin sentido: supuestos detectores de metales, o de radiactividad, o de billetes falsos. "Da igual. Las posibilidades son maravillosas. Las apps son una nueva herramienta de comunicación", dice. Por ejemplo, Sit or squat (algo así como sentado o en cuclillas), una red social creada por una marca de papel higiénico para ubicar baños públicos.

La mayoría se paga y su precio medio se sitúa en 3,64 dólares (2,54 euros), según un análisis minucioso de CNN. Una de las más exitosas es Angry birds, un juego para tirar pájaros con un tirachinas; suma 275 días como la más descargada. Un juego "casual", como dice Alonso-Cuevillas: "Te entretienen un viaje en metro". Así son los taquillazos. También los hay con utilidad práctica, como WhatsApp: mensajería instantánea a coste cero. Similar al viejo Messenger de Internet, pero desde el móvil y en cualquier lugar con conexión 3G o wifi. Ya hay quien quiere desbancar el sistema. Se llama Jochen Doppelhammer, tiene 40 años, vive en Barcelona y comenta que vivió su "momento ajá" en Boston paseando por la calle. Curtido en la telefonía móvil -participó en el lanzamiento de Simyo en España-, ató cabos tecnológicos para conseguir un servicio de SMS gratuito. No solo entre quienes se descargan la aplicación. "Y no solo para los que poseen un smartphone", añade. La mayoría, de hecho, no lo tiene. La compañía Yuilop ya se ha lanzado en Alemania. Allí se colocó entre las cinco apps más descargadas. En España les restan algunos flecos burocráticos. Quizá porque su modelo de negocio asusta: "Mi sueño siempre fue crear una telecom gratuita", dice. La tecnología empleada tiene que ver en parte con un secreto y con una "suma de factores". En parte también con la publicidad. "La idea en sí no vale nada. El valor se encuentra en la ejecución. Tienes que ser rápido". El que primero llega se queda. O eso intenta.

"Lo malo de estas ideas es que no solo se te ocurren a ti", dice Jorge Muriel. La suya, Taksee!, desarrollada junto a Santiago López, es tan sencilla como pedir un taxi desde el teléfono sin llamar. Se pulsa un botón, se elige la ubicación actual en el mapa (a través del GPS), se marca el destino y a esperar. Muriel recuerda sus primeros días, sondeando a los profesionales del sector en la parada de la estación de Atocha, en Madrid. Y las llamadas por Skype a San Francisco, donde se encontraba trabajando entonces su hoy socio Santiago López. Fue allí donde se les ocurrió la idea. Con necesidad de desplazarse y sin tener ni idea de cómo hacerlo. Ningún taxi a la vista. Era el verano de 2008. Dos ingenieros perdidos en San Francisco. Unas semanas antes, Steve Jobs había dicho que su pequeña criatura había cambiado los teléfonos para siempre.

El hombre del dedo. Raimundo Alonso-Cuevillas, de Mobivery. Su empresa ha sido una de las pioneras, desarrollando más de 200 'apps'.
El hombre del dedo. Raimundo Alonso-Cuevillas, de Mobivery. Su empresa ha sido una de las pioneras, desarrollando más de 200 'apps'.ÓSCAR CARRIQUÍ

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.
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