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Reportaje:

Exploradores de océanos

Tras navegar durante siete meses y recorrer 32.000 millas náuticas, la expedición Malaspina 2010 ha rendido al fin tributo a la legendaria aventura científica emprendida por el oficial italiano Alejandro Malaspina a las órdenes de la corona española, en 1789. Ciento catorce científicos de diferentes procedencias han participado en las diversas fases del proyecto y cuentan sus experiencias a bordo del Hespérides y el Sarmiento de Gamboa.

Charles Darwin escribió en su diario sobre el viaje del Beagle que las aguas centrales e intertropicales del Atlántico "hierven de pterópodos, crustáceos y radiados, junto con sus enemigos los peces voladores y los bonitos y albácoras", y cuando alcanzó el sur del cabo de Hornos se maravilló ante "las ballenas y focas, los petreles y albatros que son numerosísimos en esta parte del océano" (Diario de un naturalista, Espasa). El propio Malaspina relataba su encuentro con tiburones, delfines, peces voladores, medusas, bonitos y holoturias.

Doscientos años después, el mar parece haberse vaciado de grandes animales
"El 'espíritu Malaspina' nos unía de tal manera que parecíamos un solo ser"
Los océanos del mundo pierden oxígeno y tienen mucho plástico

Doscientos años después, el mar parece haberse vaciado de grandes animales, si atendemos al relato del investigador Carlos Duarte, coordinador y cabeza más visible de Malaspina 2010, a bordo del Hespérides. "Siempre nos sorprende que durante meses cruzando cuencas oceánicas, raramente vemos algún animal. Ni ballenas, ni tiburones, ni peces grandes. Y cuando uno pasa tantas horas, días, semanas y meses en el océano, eso llama la atención". Los científicos a bordo del Sarmiento de Gamboa, que partió desde las islas Canarias hasta Santo Domingo, tuvieron más fortuna: observaron boquiabiertos una manada de nueve o diez ballenas frente a las costas americanas.

El 'Hespérides', el barco que estuvo más tiempo en la mar, transitó por los llamados "desiertos oceánicos" del Atlántico y Pacífico, pobres en nutrientes, que no albergan animales grandes como ocurre en lugares más ricos en alimentos como el propio cabo de Hornos o las regiones más frías, el Ártico o la Antártida. Duarte, profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados, tiene una dilatada experiencia en expediciones oceánicas. Ha observado criaturas majestuosas en el Ártico y la Antártida, y percibe que algo va mal. "Esa ausencia de organismos grandes en el océano no es natural, es una consecuencia de la extraordinaria presión de la pesca. Si Darwin o el propio Malaspina hubieran navegado por donde fuimos nosotros, no solo habrían visto muchos más peces, mamíferos y organismos grandes, sino que se habrían ido alimentando durante su navegación de la pesca. Eso ahora es imposible. Lo más que hemos llegado a ver en siete meses de navegación es alguna tortuga marina, algún pez luna, algún tiburón, peces ballesta y aves".

¿Hasta qué punto hemos alterado el rostro de los océanos? Malaspina 2010 y sus 114 científicos han recogido más de 120.000 muestras de agua, aire y plancton (un 70% más de lo previsto) en busca de una respuesta. Las muestras fueron recogidas en aguas océanicas entre Cádiz, Río de Janeiro, Ciudad del Cabo, Sidney y Perth (Australia), Auckland (Nueva Zelanda), Honolulú (Hawai), Cartagena de Indias (Colombia) y Cartagena (España), el derrotero seguido por el Hespérides y el Sarmiento de Gamboa.

Organizada por el CSIC y la Armada española, con financiación del Ministerio de Ciencia e Innovación y la Fundación BBVA, la aventura ha resucitado aquella fructífera tradición española de expediciones militares con fines científicos, políticos y humanísticos, como ocurrió con Alejandro Malaspina o la expedición filantrópica de la vacuna del médico Xavier Balmis. El investigador Eugenio Fraile, del Instituto Español de Oceanografía y coordinador del bloque de oceanografía física de Malaspina 2010, resume cinco meses de navegación a bordo de los dos buques. "Ha sido una de las experiencias más enriquecedores de mi vida. Todos y cada uno de los participantes del proyecto nos contagiamos de lo que bautizamos como espíritu Malaspina. Nos unía de tal manera que parecíamos un solo ser vivo. Y los problemas, que los había, y muchos, se solucionaban a velocidades vertiginosas. Nadie dio la espalda".

El día a día fue duro, con jornadas de trabajo de hasta dieciocho horas. Duarte recuerda cuando el Hespérides partió en diciembre de Cádiz, rumbo al sur del Atlántico. "Nos encontramos mar gruesa, y aunque el buque aguanta bien la mala mar, tuvimos dificultades para desplegar los equipos. Durante los primeros cinco días estuvimos a punto de perder equipos importantes que hubieran dado al traste con la expedición". Un barco de 86 metros con 4.000 metros de cable oceanográfico desplegados y conectados a sondas e instrumentos zarandeado por las olas. Pudo ser un desastre. La entrega del equipo superó esas dificultades.

Luego fue una prueba de resistencia diaria. "Todos los días miraba a los ojos a cada uno de mis compañeros y decidía cuál de ellos tenía que ir a la cama. No era infrecuente ver a algunos llorar y tener que ir a consolarlos para recuperar el ánimo". También hubo momentos divertidos, como cuando en el Hespérides celebraron el 4 de julio para dar una sorpresa a dos compañeras norteamericanas al ritmo de Born in the USA, de Bruce Springsteen.

Eugenio Fraile admite que era el propio océano quien levantaba la moral del grupo con amaneceres y atardeceres de colores alucinantes. "Salir a cubierta para cargar energía era un acto obligatorio, y cada uno tenía su propio ritual. Unos salían por la mañana y simplemente dejaban que la vista se perdiera en la inmensidad del océano, y otros salían cada noche para sentir la brisa bajo un espectacular manto de estrellas".

El océano es monótono. Hasta que deja de serlo. El cielo se ennegrece, los vientos empiezan a girar, las aguas se alborotan. La tormenta tropical puede transformarse en un huracán. Duarte recuerda el momento en el que uno de los grandes se formó encima del Hespérides en el Pacífico. Las aguas hierven. "Uno sabe que tiene que salir de ahí". El Hespérides evitó cuidadosamente cualquier tormenta, pero en su derrotero atravesó una de las zonas más profundas del Pacífico, la fosa de Tonga (10.882 metros de profundidad), frente a las costas de Nueva Zelanda.

¿Qué se siente cuando uno sabe que bajo la quilla del barco se derrama una formidable cadena de montañas submarinas, con elevaciones de kilómetros, y ve el fondo mediante el sonar y las cartas náuticas? "Teníamos que estar muy atentos. Aunque estuviéramos en océano abierto, la zona estaba plagada de bajos, que pasaban de seis mil metros de profundidad a solo uno o dos metros. Las cartas estaban plagadas de avisos". Mientras navegaban desde Nueva Zelanda hasta Honolulú, en el Pacífico Sur, en el cinturón de tifones, descubrieron, en palabras de Fraile, el paraíso. "Pasamos por delante de una maravilla de la naturaleza, un atolón coralino de 5.000 metros de altura que nace del lecho oceánico y aflora en superficie solo unos metros, el Nukunono, de las islas Tokelau, con un lago en su interior".

Una parte de las muestras de Malaspina 2010 no se tocará. Será una cápsula de tiempo destinada a los oceanógrafos del futuro. Pero la ciencia avanza sorpresas. El plástico se las arregla para alcanzar los lugares más remotos del océano. "En el Atlántico Sur", explica el investigador Josep Gasol, del departamento de biología marina y oceanografía del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC en Barcelona, "encontramos grandes cantidades de trocitos de plástico en la superficie del mar, en una zona bastante alejada de la circulación de los barcos". Hasta cuatro veces ha aumentado la concentración de plástico en el océano entre los años setenta y noventa. Preocupante. Deprimente, si tenemos en cuenta que esos trocitos no se degradan y permanecen durante centenares de años en las aguas.

Gasol fue el jefe científico de la expedición en la etapa entre Río de Janeiro y Ciudad del Cabo (Sudáfrica), y coordinó el grupo de microbiología. Una de las misiones fue recolectar bacterias del agua superficial, en los primeros cien metros, y también del mar profundo, entre 2.000 y 4.000 metros. ¿Qué interés puede tener el estudio de las bacterias marinas? "La mayor parte de los ciclos geoquímicos, la utilización y reciclaje del carbono, de los nutrientes, depende al final de la actividad de las bacterias", responde Gasol. Si el hombre amenaza con convertir los mares en cloacas, descargando toneladas de fosfatos, la capacidad de regeneración podría estribar en lo que las bacterias pueden lograr. Estos minúsculos artesanos encierran la clave a los gigantescos problemas medioambientales que hemos creado. Sus enzimas, un tipo de proteínas, les permiten transformar las cosas.

"Las bacterias no son bonitas de ver", continúa Gasol, "parecen todas iguales. Pero su diversidad es metabólica. Son los organismos más antiguos que existen sobre la Tierra. Y a lo largo de la evolución han ido acumulando distintas formas de utilizar la materia orgánica, los nutrientes, de fijar carbono, oxidar amonio, reducir los nitratos, mediante sus enzimas". De estos inquilinos de aguas profundas no se sabe prácticamente nada, sobre todo del océano Índico, de donde el Hespérides ha tomado muestras. El mar es una mina de nuevos genes con un potencial enorme para la biotecnología. La diversidad del mundo marino microbiano sobrepasa las expectativas. En cinco litros de agua de mar se han encontrado hasta 4.000 especies de bacterias. Ellas son las reinas del mar.

El océano actúa como una cinta transportadora de calor que lleva la energía desde los trópicos hasta las latitudes altas. Discurre en gran parte a lo largo del paralelo 24,5º N del Atlántico. Según Eugenio Fraile, este calor se puede equiparar al que podrían suministrar "más de medio millón de centrales eléctricas trabajando de manera conjunta durante un año". ¿Hasta qué punto el calentamiento global se refleja en los océanos?

Durante los dos meses y medio que duró el trayecto desde las islas Canarias hasta Santo Domingo a bordo del Sarmiento de Gamboa, el equipo de Fraile no encontró un aumento de la temperatura a lo largo de este paralelo en la última década, pero sí se observó un cambio de comportamiento del océano: las aguas desde África hasta la mitad del Atlántico se calientan, mientras que a partir de ahí hasta la República Dominicana el océano se enfría. Otro hecho realmente grave es que los océanos del mundo están perdiendo oxígeno disuelto a una velocidad considerable.

Además, ¿hasta qué punto los mares están absorbiendo el exceso de CO2 que emitimos? A bordo del Hespérides, los investigadores han ensayado un aparato diseñado para las misiones marcianas de la NASA que mide las cantidades de dióxido de carbono disuelto en el agua y que, a partir del análisis de las muestras, podrá determinar qué parte del gas es de origen natural o qué parte procede de los tubos de escape de nuestros coches y de las centrales térmicas.

Otro hallazgo significativo es la mortalidad del plancton marino registrada en el Pacífico Sur, cerca de Samoa, precisamente por culpa de la radiación ultravioleta, capaz de penetrar en esas aguas, las más transparentes del océano, hasta 60 metros de profundidad. La disminución de la capa de ozono y la falta de nutrientes podrían explicarlo, de acuerdo con el equipo de Susana Agustí, profesora de investigación del CSIC que coordinó el grupo sobre producción y óptica marina y fue jefe científica en las dos etapas que transcurrieron desde Perth (Australia) hasta Honolulú (EE UU).

El plancton encierra un mundo desconocido de formas, colores y diseños biológicos que inspiran la mente del artista. A la manera clásica de las grandes expediciones, que llevaban soberbios dibujantes a bordo, como los hermanos Franz y Ferdinand Bauer, el ilustrador e investigador del CSIC Miguel Alcaraz plasmó con acuarelas y lápices las formas que iba observando al microscopio. Describe su emoción ante la espera de la primera muestra. Ese mundo de organismos microscópicos suspendidos en una columna de agua, de formas y colores extraordinarios, contiene "una variedad que supera cualquier imaginación. Es como si el barroco se hubiera metido en la vida del plancton", asegura.

Alcaraz estuvo dibujando activamente en el trayecto australiano que comprendía Sidney, Nueva Zelanda hasta Hawai, a razón de unas tres ilustraciones diarias. En una era digital de cámaras de alta definición, ¿cuál es la función de un ilustrador que usa técnicas del siglo XVIII y XIX? "Un dibujo a mano después de una observación minuciosa es más cálido y personal que una fotografía. Y en muchas ocasiones la fotografía no permite destacar los rasgos característicos de una especie determinada. La muestra puede estar estropeada o faltarle un apéndice, y sabemos cómo suplirlo". A veces, el color se esfuma con rapidez y entonces es preciso acudir a un código de colores para marcar las partes y después colorearlas. "La fotografía no empezó a usarse en oceanografía hasta la expedición del Challenger en 1872. En la expedición de Malaspina iban ilustradores de los de antiguo cuño, que trabajaban un poco como yo lo hice en esta campaña". Así se ha cerrado un círculo que empezó hace 200 años.

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