Quiero mi polo de menta
Lo que más me gusta del verano son los polos de menta, el no encontrarme con nadie conocido -después de haber practicado los amenos rituales de los encuentros de despedida hasta la vuelta- y tener por delante mucho sudor y tiempo, sin la obligación de tomar decisiones. Ni equivocadas ni de las otras.
Me gustan los vestidos anchos, ligeros y sueltos, poder darme unas cuantas duchas rápidas al día y repetir ese gesto -levantar el brazo y olisquearme furtivamente el sobaco- que me impele a buscar un baño público, usar agua y jabón y sacar el desodorante del bolso. Me gusta llevar desodorante en el bolso, y me gusta que el bolso sea un capazo en el que pueden caber un iPad 2, un bañador y un gorro de goma, seis rotuladores, dos libros, varios cuadernitos, una bolsita con las tarjetas de identidad y de crédito y de donante de órganos, una chequera, un monedero para las perras chicas (eufemismo de otros tiempos: un euro es hoy más bien una oveja muerta), un abanico de colores y un chal por si hay que ir al cine; incluso unos calcetines, que las refrigeraciones a la saudí atacan también por el suelo.
"¿Me van a fastidiar ahora el verano con palabras como precipicio y abismo?"
Me gusta despatarrarme en una terraza y pedir horchata, o alcachofarme en un chiringuito y hacerme con una caña. Me gusta asomarme por las noches al balcón y aspirar el aroma de jazmín que aprendí a amar en Oriente y que no ha dejado de acompañarme por donde he pasado. Tengo uno en mi balcón de Barcelona. Que es, dicho sea de paso, la maceta predilecta para que mi Tonino esconda sus tesoros más preciados. Me gusta acodarme a las hechuras modernistas de la barandilla y sentir al perrito a mi lado, respirando hondo, igual que yo, el aire de la noche, flores de las fachadas y fritos de los restaurantes cercanos.
Bueno, pues todo esto que me gusta -y de lo que ustedes se están enterando, les interese o no, a punto de empezar la última semana de julio- se me ha reducido a virutas hoy -que para mí es 12 de julio- cuando he abierto la versión impresa de este diario y he leído un titular a cinco columnas: España e Italia se asoman al abismo. Ello no era todo. El euro, ante el precipicio, se llamaba el editorial. Del mismo perfil eran las informaciones de otros diarios, de las radios, de la tele.
¿Abismo, precipicio? Me siento autorizada para plantearles a ustedes las siguientes preguntas: "Eh, amigos, ¿están todavía ahí?". "¿Saben si yo sigo por aquí?". ¿Se ha ido Europa al carajo en el mientras tanto y estamos todos recogiendo trigueros silvestres en las cunetas?
Pero qué pereza más grande, demonios. Si al fin y al cabo ya tengo vestidos anchos y ligeros, algunos muy viejecitos, que los adoro y los apedazo; si poseo un capazo y cosas con las que llenarlo. Si tengo amigos que por las vacaciones se van a otro lugar -y nos despedimos- o que pasan por Barcelona camino de su destino -y nos despedimos-, y si además me gusta quedarme en mi ciudad para despatarrarme y alcachofarme y ducharme rápidamente y practicar el compulsivo arte del desodorante. ¿A mí, ahora mismo, en este verano, me van a fastidiar los planes con palabras como precipicio y abismo?
'Tonino' acaba de desenterrar su gallináceo de goma de la maceta del jazmín y huye hacia el otro extremo de la casa como si se hubiera hecho con el tesoro de Sierra Madre en la isla del Tesoro. Están brotando los jazmines que perfumarán mi noche, y ya se condimentan los fritos que les harán compañía. Hay gente en mi ciudad, y en las de ustedes, en cualquier destino veraniego en el que se encuentren, que hace planes y va a la playa, y queda para cenar. En alguna parte, una mujer se mira a un espejo y comprueba que su bronceado está mejorando. Niños que juegan al balón en la arena con el consiguiente cabreo de algunos bañistas. Hay castillos de arena, y jóvenes con música conectada directamente al sistema auditivo.
No quiero saber de abismos ni de barrancas ni de precipicios ni de caídas libres.
Quiero mi polo de menta. Y punto.
www.marujatorres.com
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