El Hollywood que usted no ha visto
Cuando Alfred Hitchcock fue sorprendido por Leo Fuchs en una pausa del rodaje de Marnie, la ladrona (1964), es posible que el genio del suspense cinematográfico estuviera preguntándose qué clase de torturas podía añadir al repertorio de agravios a que sometió a Tippi Hedren en la anterior película que rodaron juntos, Los pájaros. Tranquila, ella aguanta su mirada sin que se le descuelgue el moño: sabe que, haga lo que haga, Hitch es una carta segura. La madre de Melanie Griffith tenía madera de superviviente. Su hija también, en otra onda. La madre, en otra foto, galopa felizmente en uno de los momentos en que la pobrecilla dejaba de ver rojo y de sentir la imperiosa necesidad de teñirse el pelo y robar.
"Rock Hudson es el amigo gay del que muchas disfrutamos"
"En un rodaje, una anciana francesa ofrece a Frank Sinatra un trago: ¿qué otra cosa podía ser?"
"Robert Mitchum helaba la sangre de una sola mirada"
"Fuchs tomó fotos en los paréntesis, con los grandes haciendo el ganso"
Todas las imágenes del pasado se presentan ante nuestros ojos enriquecidas por el correr del tiempo. En el álbum familiar que acariciamos íntimamente los cinéfilos durante nuestros momentos de nostalgia, la acumulación de calendarios se potencia con cuantos conocimientos hemos añadido desde que nos iniciamos como admiradores de aquellos mitos.
Era un mundo glamuroso con verdades ocultas, misterios de cama, crueldades secretas y enredos de todo tipo. Nada de leaks, a la sazón. El férreo control de los estudios sobre las cronistas-arpías de la época (Louella Parsons, Hedda Hopper, Sheilah Graham) no solo impedía que se filtrasen al público las peculiaridades de las estrellas y los directores; era también una fábrica de cortinas de humo. Solo cuando estallaban casos de crónica negra (asesinatos, orgías con resultado de muerte) se desataba el escándalo, con la consiguiente crucifixión pública del culpable. Todo lo demás se tapaba.
La foto de Rock Hudson vistiendo solo un abrigo de visón, descontextualizada de la correspondiente secuencia de Pijama para dos (Delbert Mann, 1961), muestra un momento de plumaza, cierto, pero también la forzada cautela en el rostro de alguien que no saldría oficialmente del armario hasta los ochenta. Por cierto: bonitas piernas.
Fuchs tomó muchas fotos en los paréntesis. Durante los descansos, con los grandes del cine enfrascados en trivialidades o ensimismados, haciendo el ganso o dedicados a ser ellos mismos. Tiene una espléndida serie con la pareja Doris Day-Rock Hudson, que filmaron juntos unas cuantas que, vistas hoy -y entonces, pero con ojos avezados-, nos proporcionan no pocos guiños aptos para una sublectura de índole sexual. Esa foto de la virginal dama y el viril caballero rodando en bicicleta delante de un forillo es la muestra de una complicidad que se forjó entre ambos y ganó al espectador. Si se acercan a www.leofuchs.com ampliarán el jardín delicioso de sus gamberradas. Son, verdaderamente, la mujer y el amigo gay del que muchas de nosotras disfrutamos.
El antes de aquellos ídolos es también nuestro pasado. Los vemos como los vimos, y además sabemos cómo terminó la cosa, cómo continuó. Es el ayer de estrellas que resultaron muy perdurables. De todo un Frank Sinatra, cargado con los aperos de su personaje en Cenizas bajo el sol (Delmer Daves, 1958), atendiendo amablemente a una anciana francesa que le ofrece un traguito -¿qué otra cosa podía ser?- durante el rodaje. De un muy motivado Montgomery Clift tenemos este momento fumador, durante el rodaje de El baile de los malditos (Edward Dmytryck, 1958). Del ensayo de una escena de cama con un bigotudo Marlon Brando en Su excelencia el embajador (George Englund, 1963), película a olvidar, salvo por él, queda ese instante, esa mano en la nuca de la muchacha. Como queda el rostro cansado, pero feliz de Tyrone Power, con sus hijas Romina y Taryn, en un descanso de Salomón y la reina de Saba (King Vidor, 1959), pocos días antes de caer fulminado por un infarto y de ser sustituido por Yul Brynner. Ocurrió en Madrid, y la imagen fue tomada en los legendarios Estudios Bronson.
También en España se rodó, en parte (en las Baleares), La mujer de paja (Basil Dearden, 1964), un convencional thriller en el que Sean Connery posó para Leo Fuchs luciendo el atractivo animal que, de joven, le hizo famoso, aprisionado, esta vez, por un traje de inglés de clase alta procedente de Saville Road. Compartía honores con Gina Lollobrigida -haciendo de ardiente mujer ajena-, quien, a su vez, tuvo la oportunidad de ser captada por el fotógrafo en Cuando llegue septiembre, encantadora comedieta en la que intervenía una de las parejas de oro de los sesenta, los juveniles Bobby Darin y Sandra Dee, recién casados. Gina vestía de novia y hablaba por teléfono entre tomas. También hacía punto: tejía prendas para su bebé Milko Skofic Jr., que por entonces tenía poco más de un añito.
En el otro extremo del patrón de belleza que ofrecía la Lollo, Audrey Hepburn da un paseo congoleño en su día libre de Historia de una monja (Fred Zinnemann, 1959). En el caso de Audrey, entre sus pies y su cerebro la línea era corta y recta. Posa con estilo y la modestia, consciente de que es una privilegiada en un entorno en que la gente tiene que luchar duramente. Décadas más tarde regresaría a África con Unicef, y con la misma discreción. Este momento de ayer contiene ya momentos del futuro.
Robert Mitchum. Cape fear (J. Lee Thompson, 1962: rebautizada El cabo del terror, primera versión de la de Martin Scorsese). Primer plano de un actor que, siete años atrás, había aprendido con Charles Laughton (La noche del cazador) a helar la sangre del espectador de una sola mala mirada. No sé a ustedes, pero a mí me convence mucho más la tranquila perversidad de Mitchum que el neurótico nerviosismo de Robert de Niro en la de Scorsese. Y siempre preferiré al abogado Gregory Peck antes que a Nick Nolte en el mismo papel.
De otro abogado también interpretado por Peck: una pausa en el rodaje de Matar un ruiseñor (1962), que le muestra como nuestro queridísimo Atticus Finch junto al director, Robert Mulligan. En otra imagen, la pequeña Mary Badham juega vigilada por la autora de la novela, Harper Lee, amiga de Truman Capote y premio Pulitzer por dicha obra. Badham tiene hoy 58 años, 22 más que la escritora en esta fotografía.
He dejado para el final, premeditadamente, mis fotos favoritas. Aquellas que pertenecen a san Billy Wilder, y la de Paul Newman. Las primeras nos traen el perfume y la gracia de una magnífica película que es todo un manifiesto contra la hipocresía y a favor del amor, hilarante, descreída y, sin embargo, llena de ternura. Gracias a Irma la Dulce (1963) tenemos a Jack Lemmon y a Shirley MacLaine asomándose a París, con la plaza Vendôme al fondo, en un generoso recodo de su talento y juventud. Nada desdeñable tampoco el arreglo por el maestro Wilder de los artilugios pectorales de Tura Satana, secundaria que poco después se convertiría en actriz de culto en películas de terror sexy.
Y acabemos como debemos acabar. Paul Newman en una pausa de Éxodo. La verdad es que no tengo palabras, pero seguro que ustedes las encuentran.
'Leo Fuchs: special photographer from the golden age of Hollywood' , editado por powerHouse Books.
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