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Reportaje:PERSONAJES

La mujer más peligrosa del mundo

El 17 de julio de 2008, los hombres salen en masa por la tarde de la mezquita Bazazi de Ghazni, al sur de Kabul. De repente detienen el paso. Han visto a una mujer cubierta con un burka azul que permanece en cuclillas. Hay dos pequeños bolsos junto a ella y agarra de la mano a un chico que tendrá unos 12 años. Podría ser que esa extraña mujer esconda una bomba bajo el burka. Poco después, a 11.000 kilómetros de distancia, suena el teléfono en la central del FBI en Washington. Alguien tacha el nombre de Aafia Siddiqui del cartel de sospechosos en busca y captura y escribe encima: arrestada.

Dos semanas más tarde, la detenida vuela desde la base de la fuerza aérea estadounidense en Bagram (Afganistán) rumbo a Nueva York. Tiene dos heridas de bala en el estómago, pesa 40 kilos y mide 1,63 metros de estatura. El 11 de agosto comparece ante el Tribunal Federal de Manhattan en silla de ruedas y con la cabeza cubierta con un chal. No dice una sola palabra. En octubre llega al Carswell Psychiatric Center de Fort Worth, Tejas, para ser sometida a un reconocimiento psicológico.

Aafia Siddiqui nació el 2 de marzo de 1972, es ciudadana paquistaní y madre de tres hijos. Durante cuatro años se convirtió en la mujer más buscada del planeta. La prensa estadounidense la bautizó como la Mata Hari de Al Qaeda, el "genio femenino" de la organización. Se sospechaba que había reunido fondos para Al Qaeda a base de recaudar donativos y llevar a cabo contrabando de diamantes. "Es la captura más importante de los últimos cinco años", comentó al hilo de su detención John Kiriakou, antiguo cazador de terroristas de la CIA. Pero lo más extraño es que por ahora Siddiqui no ha sido acusada como cómplice de atentados terroristas, sino por el intento de asesinato de soldados estadounidenses y agentes del FBI a los que supuestamente atacó con un arma en Afganistán. Un delito penado con hasta 20 años de cárcel.

La mujer que ostenta estos cargos procede de una familia burguesa paquistaní y pasó más de 10 años en universidades de élite de Estados Unidos. Estudió biología como becaria en el Institute of Technology de Massachusetts y realizó una tesis doctoral en la Universidad Brandeis, donde se le consideraba una científica destacada. Hasta que, hace más de cinco años, desapareció en Karachi, su ciudad natal, junto con sus tres hijos: Ahmed, de siete años, Mariam, de cinco, y Suleman, de seis meses (los dos mayores, de nacionalidad estadounidense). Ella afirma que fue secuestrada, recluida en una cárcel secreta y torturada por estadounidenses. Y que le quitaron a sus hijos, dos de los cuales todavía siguen desaparecidos. La CIA niega que sus agentes organizaran la desaparición de Siddiqui. Michael Scheuer, que de 1996 a 1999 formó parte de una unidad para cazar a Osama Bin Laden, comenta: "Jamás hemos arrestado ni tenido prisionera a una mujer. Es una embustera".

Tras la detención el 1 de marzo de 2003 de Rawalpindi Chalid Sheikh Mohammed, acusado de ser el cerebro de los atentados del 11-S, se produjo una cascada de arrestos. Mohammed debió de mencionar el nombre de Siddiqui, y cualquier persona que nombrara era considerada por la CIA como importante terrorista de Al Qaeda. Justo ese mismo 1 de marzo, ella envió un correo electrónico desde Karachi a su profesor Robert Sekuler, de la Universidad Brandeis de Boston, para solicitar trabajo. "Lo que más me gustaría es trabajar en Estados Unidos", escribe. En Karachi no hay ningún puesto para una mujer con su formación. Pocos días después, desaparece. Sale por la mañana de casa de sus padres, con sus tres hijos, con intención de tomar un vuelo a Islamabad.

Ella asegura que fue secuestrada ese día camino del aeropuerto. Y que sus captores le arrebataron a Ahmed y Mariam, así como al niño de pecho. Sintió un pinchazo en el brazo, y cuando volvió a recobrar el conocimiento se encontraba en una celda; cree haber estado recluida en una base militar en Afganistán, porque escuchaba aviones despegar y aterrizar. Permaneció incomunicada durante cinco años y siempre fue interrogada por los mismos estadounidenses. De Suleman nunca volvió a saber nada; de Ahmed, su hijo de siete años, le enseñaron una foto en la que se le veía tumbado en medio de un charco de sangre. A la única que le dejaron ver de vez en cuando fue a Mariam, como una sombra detrás de un cristal opalino. La abogada Elaine Whitfield Sharp, que representa a esta familia desde el año 2003, está convencida de que Aafia Siddiqui fue considerada una prisionera muy valiosa y pasó cinco años en uno de los blak sites de Bagram, en un agujero negro de la legalidad.

Pero, ¿quién es realmente esta mujer? Su hermana Fauzia tiene ante sí varios álbumes de fotos. Nos recibe en la terraza de un oasis en medio de la ciudad de Karachi. Los Siddiqui son una familia paquistaní modélica, moderna y devota al mismo tiempo. El padre era cirujano; la madre es ama de casa. Los tres hijos estudiaron en el extranjero. Mohammed vive en Houston, donde trabaja como arquitecto; Fauzia es médico. "Mi hermana es inocente, no podría hacerle daño a nadie. Tiene que haber un error". Acto seguido abre los álbumes, donde aparece una mujer joven que adora los trajes de seda de vivos colores y rara vez lleva la cabeza cubierta con un pañuelo. ¿Es posible que alguien así sea "la mujer más peligrosa del mundo"?

Aafia Siddiqui llevaba en Boston una vida no sólo entre dos países, sino entre dos mundos, que colisionaron en 1995 cuando sus padres concertaron su matrimonio. La novia no vio nunca a su marido antes de la boda; se casaron por teléfono, ella, en Boston, y él, en Karachi. Su marido, Amyad Jan, anestesista, se trasladó a Boston. Tuvieron dos hijos, Ahmed y Mariam. Amyad pegaba a su mujer y a los niños. Poco después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, ella regresó con los niños a Karachi. Meses más tarde estaba de nuevo en Boston. El matrimonio deshizo la casa, regaló los muebles. El 26 de junio de 2002 volaron de regreso a Pakistán. Pocas semanas después, Amyad Jan se separaba de su mujer, embarazada de Suleman, aunque en esas circunstancias es imposible separarse según el derecho islámico.

Ella realizó un doctorado en ciencias neurológicas. Ahí tenemos a una Aafia Siddiqui, la inteligente académica y paciente esposa. Pero existe también otra Aafia, la moralista devota y diligente recaudadora de donativos.

Cuando era una joven estudiante de biología hacía propaganda del islam. Conoció a varios islamistas convencidos a través de la asociación estudiantil musulmana del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Por ejemplo, a Suheil Laher, el imán de la asociación que antes del 11-S abogaba abiertamente por la islamización y la yihad. Aafia recolectaba dinero para huérfanos de guerra bosnios. Había encargado carretadas de ediciones en inglés del Corán y de literatura religiosa, que guardaba en una mezquita y repartía por las prisiones. No existen indicios de que se entregara a la causa de la guerra contra los infieles.

Pero sí existen acusaciones graves, la mayoría conocidas tras su desaparición. Entre otras, hay una que convierte definitivamente a la misionera musulmana en terrorista: supuestamente, en junio de 2001, pocos meses antes de los atentados de Nueva York, Siddiqui viajó a Monrovia, la capital de Liberia, por encargo de la cúpula de Al Qaeda, para traficar con diamantes por un valor de 19 millones de dólares que sirvieron para la financiación de la organización terrorista. Alan White, el antiguo investigador jefe de la ONU que rastreaba el comercio con diamantes de guerra, jura todavía hoy que Siddiqui era la mujer que apareció en Monrovia el 16 de junio de 2001 bajo el nombre de Fahrem. Uno de los testigos de la identificación fue su chófer.

Estas acusaciones son una mezcla de hechos y conjeturas. Lo único seguro es que hasta ahora no se ha conseguido probar ninguna de ellas, o, de lo contrario, Aafia Siddiqui estaría inculpada de terrorismo. Pero sí han bastado para caer en las redes de los cazadores de terroristas durante los años dominados por el pánico desatado a raíz del 11-S. La abogada Elaine Whitfield Sharp dice que el que estuvo bajo sospecha en Estados Unidos desde el primer momento fue el marido, quien, según su familia, se encuentra en Arabia Saudí.

Los policías que la detuvieron aquel 17 de julio de 2008 junto a la mezquita de Afganistán no encontraron material explosivo, sino pequeñas botellas de plástico con productos químicos, un soporte de datos, así como documentos escritos en urdu y en inglés en los que se habla de bombas sucias, armas biológicas y reclutamiento de terroristas. Siddiqui llevaba desaparecida desde marzo de 2003 y explica así su presencia frente a la mezquita: tenía que seguir un plan, el viaje a Ghazni era la condición para su liberación. Sus guardianes le habían pertrechado con los documentos y los productos químicos. Su abogada habla de partida amañada. Posiblemente, los estadounidenses ya no sabían qué hacer con su prisionera, así que... ¿Planearon todo para que la policía de Ghazni la matara a tiros? Disposal order, orden de eliminación; así es como lo llaman en la CIA. "Habría sido el asesinato perfecto", opina la abogada.

Concurren muchos factores extraños en torno a esta detención. Aquel día llegó a Ghazni una unidad antiterrorista de la que formaban parte 10 o 12 estadounidenses. Entraron en la estancia, donde sólo había una puerta. Un afgano que quiere permanecer en el anonimato dice que uno de los estadounidenses se encaminó inmediatamente hacia Siddiqui y pocos segundos después sonaron unos disparos. Ella cuenta que perdió el conocimiento. Fue conducida, herida de bala, a la unidad médica de la base estadounidense de Bagram; allí fue operada y sobrevivió de milagro.

La acusación de la Fiscalía de Nueva York asegura que ella se apoderó del fusil de asalto M4 de uno de los soldados estadounidenses, le quitó el seguro y disparó varios tiros, aunque sin dar en el blanco, en pocos segundos. Entonces, un soldado le disparó en legítima defensa. Pero es necesario conocer el funcionamiento de un M4 para quitarle el seguro. Además, ¿dejaría un soldado estadounidense el arma a su lado cuando tiene cerca a una buscadísima terrorista de Al Qaeda?

El dictamen sobre su estado psicológico está en poder del juez de Nueva York desde principios de noviembre. En él se dice que la acusada no está en condiciones de defenderse en el juicio. Si a pesar de todo se celebra el proceso y el tribunal acepta la versión de la acusación, no se hará mención de las supuestas implicaciones terroristas y no hará falta demostrarlas.

Pero entonces jamás se resolverá el enigma de por qué Aafia Siddiqui, la inteligente científica, llegó a ser considerada alguna vez como la mujer más peligrosa del mundo.

© Der Spiegel.

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