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Reportaje:

Atentos: hay nuevo actor en la escena

El Golfo Pérsico estrena protagonismo con receta japonesa: de la tradición directos a la modernidad

Ángeles Espinosa

Cuando Mohamed Alabbar le presentó al jeque Mohamed al Makhtum el proyecto para construir una torre de 99 pisos en el distrito financiero de Dubai, el gobernante le respondió: "¿Por qué 99 pudiendo hacer 100? ¿Y por qué 100 pudiendo llegar a 110?". Alabbar, presidente de Emaar Properties, una de las mayores promotoras inmobiliarias del emirato y del mundo, encontró un estudio japonés para el que 110 eran posibles, y siguió buscando. Hoy Burj Dubai (Torre Dubai) ha superado el récord mundial de 120 pisos, sus 707 metros casi doblan el Empire State (381 metros) y sigue creciendo. Emaar mantiene en secreto la altura final. El cielo es el límite.

Burj Dubai representa el espíritu de esta ciudad-Estado. Más grande, más alto, más lejos, el lema no escrito que ha inspirado su desarrollo en una región cuya imagen internacional está lastrada por las guerras, el terrorismo y la violencia sectaria. Nada de eso se ve en las calles de Dubai, el más dinámico de los siete miembros de la federación de Emiratos Árabes Unidos (EAU), donde los megarrascacielos crecen como champiñones y en sus centros comerciales se cruzan emiratíes cubiertas de negro de la cabeza a los pies, filipinas en vaqueros y rusas con exiguas minifaldas y escotes de vértigo.

Hay algo más que arte comprado a golpe de talonario: un proyecto de futuro
Son poblaciones multinacionales, con economías en auge y buena infraestructura

Ese modelo de convivencia, prosperidad y éxito, ha atraído a sus vecinos, esos pequeños países ribereños del golfo Pérsico de los que hasta hace unos años pocos conocían los nombres. De repente, Qatar sorprende albergando el Gran Premio de Qatar de Moto GP o inaugurado un Museo de Arte Islámico, cuyo edificio está firmado por Ieh Ming Pei. Abu Dhabi, el hermano mayor de Dubai, no les va a la zaga con sus acuerdos para llevar el Louvre, el Guggenheim y La Sorbona hasta sus arenas, y ya ha puesto en marcha un ambicioso proyecto para crear un distrito cultural en la isla de Saadiyat. Sólo es el principio.

Si Dubai se ha convertido en el centro comercial y financiero de la región, Abu Dhabi busca transformarse en faro de la cultura, y el independiente Qatar ha hecho de la educación el eje de sus aspiraciones. Más lentamente, otras monarquías vecinas empiezan a tomar nota. Pero ¿hay algo más detrás del boom arquitectónico? ¿Tienen alma las nuevas ciudades-Estado? ¿O sólo compran arte, educación y cultura para epatar?

Los más escépticos desestiman cada nuevo museo o centro artístico con un "es el dinero del petróleo". Para ellos, falta el acervo cultural que hizo posible el esplendor de ciudades como Damasco, Bagdad o El Cairo, a las que a menudo se hace referencia como inspiración. Predicen que una vez que se sequen los pozos y deje de manar el oro negro, la región volverá a un pasado beduino del que apenas acaba de salir. Imaginan un paisaje similar al que recorre Tim Robbins en Código 46, donde el resto del mundo vive en un futuro de aséptica tecnología, y la costa de los piratas, como un día se conocieron estas tierras, da refugio a los renegados del sistema.

"Los líderes tienen una visión", discrepa Moein Mokhtar, un consultor egipcio que reside en Abu Dhabi desde hace una década y antes lo ha hecho en Qatar y Dubai. En opinión de este observador, quieren que las nuevas generaciones sean ciudadanos del mundo. Al parecer, se han dado cuenta, sobre todo tras el golpe de imagen que les supuso el 11-S, de que su supervivencia, como países independientes (y sí, también, como familias gobernantes), depende de su integración en el concierto mundial. No sólo económica, sino también política, social y cultural. Y quieren probar que ellos, igual que Japón, también pueden mantener sus tradiciones y al mismo tiempo ser modernos y desarrollados.

No cabe duda de que las nuevas ciudades del Golfo tienen como otras grandes capitales del mundo, poblaciones multinacionales, economías en expansión y unas infraestructuras eficientes. Sin embargo, como escribía recientemente el periodista libanés Rami Khouri, les faltan aún tres elementos esenciales para lograr el peso y el esplendor que las haga perdurables: producción cultural, avances intelectuales y científicos, y pluralidad política.

"Abu Dhabi quiere liderar el arte contemporáneo y deseamos que los artistas emiratíes y árabes sean parte de ello", aseguraba el jeque Mohamed Khalaf al Mazrouei, director de la Autoridad para la Cultura y el Patrimonio de ese emirato, durante la reciente presentación de ArtParis Abu Dhabi. La mayor feria regional de arte moderno, celebrada por segunda vez en el emirato, es sólo uno de los numerosos eventos con los que se busca despertar el interés de la población local por el arte ante la construcción del distrito de Saadiyat. Allí van a levantarse cuatro museos, un centro de artes escénicas y 19 pabellones para exhibiciones temporales con una inversión de 20.000 millones de euros.

De momento, las exposiciones organizadas, la más reciente sobre Picasso, han atraído sobre todo a una minoría de expatriados. "Es normal, la población autóctona apenas alcanza el 20% del total y tampoco en Europa todo el mundo va a la ópera", declara Eckart Woertz, investigador del Gulf Research Center. "Sin duda, se trata de proyectos de prestigio ante el resto del mundo, pero hay que darles una oportunidad y ver cómo sale", añade tras precisar que "no existe una cultura de consenso". De los 5,6 millones de habitantes de EAU, apenas un millón pertenece a la clase media que potencialmente puede interesarse por las actividades artísticas y culturales, y por ahora "parecen más inclinados hacia la cultura del consumo tipo estadounidense".

"No es justo criticar que aquí no se aprecia el arte, porque simplemente no hemos tenido la oportunidad de disfrutarlo", explicaba Mubarak al Muhairi, el joven director general de la Autoridad del Turismo de Abu Dhabi cuando hace un par de años lanzaron el proyecto de Saadiyat. "Habrá que valorarlo dentro de 25 ó 30 años", sugería.

En Abu Dhabi, como en Qatar, se está trabajando no para cubrir una necesidad sino para crearla. Como dijo Fabrice Bousteau, el director de la revista de arte Beaux Arts durante la presentación de ArtParis, "no se trata tanto de arte como de Abu Dhabi". El empeño demuestra que se busca algo más que una exhibición de prosperidad. Transmite un mensaje sobre cómo les gustaría ser percibidos. Hay una parte de autoafirmación cultural ("estamos aquí y hay que contar con nosotros") y el deseo de que se les localice en el mapa.

Además, los gobernantes esperan que estas experiencias de fusión cultural sirvan de vacuna contra los extremismos y los estereotipos, ayudando a tender puentes en un momento en que las divisiones ponen en peligro la estabilidad regional. A día de hoy, estas ciudades-Estado han logrado esquivar la radicalización islamista.

"Hay un importante componente de seguridad pasiva, vigilancia electrónica y control de mezquitas, pero sobre todo no hay una base local porque no hay una juventud desencantada en la que pueda prender la mecha del extremismo", analiza Woertz, el investigador del Gulf Research Center. A la vez ese componente de seguridad contradice el deseo de crear una "arquitectura del ser humano", como Khouri califica al desarrollo del arte, la ciencia o la educación, en el que sus gobiernos están invirtiendo cientos de millones.

"Otros lo intentaron antes, pero sus travesías se vieron frustradas por la incapacidad de los modernos estados policiales árabes para permitir el libre flujo de ideas", recuerda el periodista libanés. Algunos gobernantes lo saben y han anunciado reformas (el jeque de Qatar, por ejemplo, ha prometido elecciones). Sin embargo, los pasos son aún muy tímidos. "Los países del Golfo han hecho escasos progresos hacia la democracia", advertía Saad al Barrak, vicepresidente del operador de telefonía móvil kuwaití Zain, en un reciente Foro Económico Mundial.

"No podemos juzgar el desarrollo actual de estas ciudades con nuestros criterios occidentales", opina por su parte Anibal el Boutrous, un arquitecto sirio residente en Dubai. "Es cierto que tienen que resolver la falta de derechos de los inmigrantes o la ausencia de debate político, pero hablamos de una sociedad aún en formación. Yo comparo la construcción de Dubai con la de Manhattan a principios del siglo pasado", explica convencido de que hay un proceso de transformación en marcha. "Al menos aquí se valora el esfuerzo personal frente al enchufismo de nuestros países de origen", resume.

La falta de historia tampoco parece preocupar a la mayoría de los jóvenes profesionales árabes que se ven atraídos por ese dinamismo. "¿De qué nos han servido 5.000 años de historia a los iraquíes? La historia no da de comer, y ¡mira dónde estamos!", espeta Hasan al Gharbawi, en el exilio desde los tiempos de Saddam Husein y que recientemente se ha instalado en EAU. "A nuestra generación no nos importa la historia. Es verdad que este país apenas tiene 50 años, pero sus líderes han hecho más por sus ciudadanos que los nuestros en siglos", añade.

A quienes residen en estas deslumbrantes ciudades no parece importarles tanto la falta de pluralismo político como la crisis financiera mundial. Aunque los responsables aseguran contar con instrumentos para amortiguar sus efectos, el contagio haría peligrar no sólo los sueños florentinos de los gobernantes, sino sus puestos de trabajo. Por ahora, aquellos mantienen su apuesta por la cultura y educación. A golpe de talonario, es cierto. Pero ¿en qué mejor podrían gastar los excedentes del petróleo? Sólo el tiempo dirá si tanta inversión ha servido para algo, o se ha quedado en un monumental despilfarro.

Imán de árabes modernos

La egipcia Salma M. y el iraquí Hasan al G. eligieron Dubai para vivir desde que decidieron casarse a principios de año. Egipto no nos ofrece futuro, explica Salma, de 29 años, que ya trabajaba aquí como ejecutiva en una multinacional. Y mi país estaba descartado, añade Hasan, de 32, que dejó su empleo en Canadá para incorporarse a una empresa que organiza congresos y exposiciones en el vecino Abu Dhabi. Aunque la mayoría de los inmigrantes de doscientas nacionalidades distintas que trabajan en EAU son obreros asiáticos, cada vez más, los jóvenes profesionales árabes se sienten atraídos por la oportunidad de llevar una vida moderna en un país islámico.

Es seguro, limpio y ofrece buenos servicios, declaran al alimón subrayando implícitamente las carencias de sus países de origen. Pero eso también hubieran podido encontrarlo en Europa o en América del Norte. Ambos se miran con complicidad y niegan con un gesto de la cabeza. Aunque dominan el inglés y tienen lazos familiares que les hubieran permitido establecerse en EE UU o Canadá, dudan de que hubiera sido igual de fácil.

Aquí no sentimos la discriminación que, sobre todo tras el 11-S, uno siente en Estados Unidos o en Europa, confía Anibal el Boutrous, un arquitecto sirio que desde hace dos años trabaja como interiorista en Dubai. Todos somos extranjeros, así que nadie pregunta de dónde vienes ni tienes que estar todo el día justificándote, señala tras recordar sus tiempos de estudiante en España donde se hartó de combatir tópicos. A veces terminaba diciendo que mi familia vivía en una jaima y montaba en camello para no desilusionar al interlocutor, relata divertido. Pero bajo su sentido del humor se aprecia una ligera amargura por el desencuentro en un país al que quiere tanto como al suyo.

Dudo si retirarme en Damasco o en Granada, pero profesionalmente aquí tengo más oportunidades que en Siria o en Europa, asegura mientras conduce su Jaguar XJ por el distrito financiero de Dubai. Habla de la meritocracia, de los servicios públicos y, sobre todo, del trato ejemplar de los funcionarios. Son todos emiratíes, pero se dirigen a ti con respeto, asegura. Los árabes estamos todo el día comparando. Si aquí se construye un puente en un año, ¿por qué en mi país la reforma de la plaza de al lado de mi casa lleva tres años y medio y aún no se ha terminado?, se pregunta.

No sólo comparan las obras públicas. También la libertad que ofrece poder tomarse una cerveza sin preocuparse de lo que opine el meapilas de la mesa de al lado. O en el caso de las mujeres solteras, poder salir a cenar o a divertirse con amigos sin la vigilancia de un hermano. La mezcolanza étnica que está construyendo el país ha conformado una sociedad diversa en la que la religión es una opción personal y pierde peso como elemento de identidad.

Difícilmente hubiera podido tener una experiencia similar en Occidente, apunta por su parte el sirio Bassem Terkawi, que se formó como abogado en Beirut y París, y ahora trabaja como relaciones públicas para la Tourism Development & Investment Company de Abu Dhabi. Ésta es una sociedad que está emergiendo, que crece con rapidez en lo económico, en los negocios, en lo social... y eso se refleja en los individuos, explica. Terkawi, de 35 años, lleva 12 en EAU y se siente en casa. Me gusta y no tengo intención de ir a ningún otro sitio, afirma tras contar que se ha comprado un chalet. No creo que la falta de nacionalidad afecte demasiado a mi posición. Mi país no me ha proporcionado tantas oportunidades, concluye.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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