_
_
_
_
Reportaje:

Sida, ¿Una enfermedad del siglo XIX?

Un instituto de investigación sobre el VIH.
Un instituto de investigación sobre el VIH.Raguet / Cordon Press

I. Enigmático origen

A Michael Worobey le gusta pensar que es arqueólogo. En vez de desenterrar vestigios de una civilización pasada, husmea el rastro de los fragmentos de ADN fósil dejado por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), desde el misterioso momento en que saltó de la jungla africana para infectar al ser humano. La arqueología molecular tiene una parte de laboratorio y otra de campo, y por ello no está exenta de peligros. Worobey viajó al Congo por primera vez en el año 2000, como estudiante graduado del equipo del eminente biólogo británico William Hamilton. El país estaba sumido en una guerra civil, pero el objetivo de Hamilton era analizar excrementos de chimpancé. El viaje le costó la vida, pues contrajo un tipo de malaria hemorrágica que lo mató poco después de regresar a Londres. Worobey también resultó herido. Se hincó una hoja de palma en la mano y desarrolló una infección en la sangre. Pero tuvo mucha más suerte. Durante los tres siguientes años volvería un par de veces a los bosques de Kisangani (la antigua Stanleyville), buscando nidos de chimpancé.

Hurgar en los excrementos de mono puede ser provechoso. Después de casi un centenar de análisis, Worobey y su equipo localizaron en 2004 los restos genéticos del virus de la inmunodeficiencia simia (SIV) en los chimpancés. Probaron, en cierta medida, que el SIV ya circulaba en las poblaciones de estos simios, pero que era genéticamente muy distinto a las variantes del tipo de VIH humano predominante, del grupo M (responsable del 95% de las infecciones en el mundo). Estas diferencias asestaron un duro golpe a la hipótesis que sugería que el virus había sido transmitido inadvertidamente a las poblaciones humanas en las campañas de vacunación oral contra la polio llevadas a cabo en África -especialmente en el Congo entre 1957 y 1960-, ya que la vacuna estaría preparada con tejidos de chimpancé. El misterio del origen de la epidemia permanece. ¿Cómo pudo suceder? ¿Y cuándo?

Una primera respuesta se ocultó en el interior de varios pedazos de hígado, bazo y cerebro pertenecientes a un chimpancé hembra bautizada como Marilyn. Habían pasado inadvertidos durante casi diez años en el fondo de una nevera del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos. El animal fue capturado en un lugar no especificado de África y enviado a la Base Holloman de la Fuerza Aérea en Nuevo México en 1963, un lugar donde sometía a los chimpancés a toda suerte de torturas dentro del programa de entrenamiento de vuelos espaciales. Muchos murieron, ninguno voló, pero los monos hicieron posible que el hombre llegase a la Luna seis años después. A Marilyn le debemos algo más. En 1985, cuando ya se sabía que el sida estaba ocasionado por un virus, los investigadores hallaron anticuerpos en la sangre de esta vieja mona, que aún vivía. Eso mereció que sus restos fueran conservados tras su muerte; en el futuro podrían resultar de alguna utilidad. Pero alguien se olvidó de ello. Hasta que un investigador limpió esa nevera, sospechó que esos pedazos de chimpancé podrían ser valiosos y se los envió a la investigadora Beatrice Hahn, actualmente en la Universidad de Alabama. Hahn lanzó una bomba científica en una conferencia de retrovirus celebrada en Chicago en 1999, y el mundo pensó que se había encontrado el eslabón perdido del sida: Marilyn había sido infectada por una variante del SIV tan parecida al VIH, que forzosamente compartían un antecesor común: el virus saltó desde los chimpancés a los humanos.

Hay otra pieza de este rompecabezas: un hombre africano que murió en 1959, al que ahora la ciencia le considera el primer enfermo constatado de sida. En 1998, los expertos analizaron 1.213 muestras de sangre que se habían recogido en África entre 1959 y 1982. La más antigua procedía de un hombre bantú que vivió en la antigua capital de Léopoldville -la actual Kinshasa-, en lo que entonces era el Congo belga, y contenía secuencias genéticas de un tipo de virus VIH tan antiguo, que forzosamente obligaron a los investigadores a pensar que el mismo virus había mutado posteriormente en otras cepas más modernas. A este insigne paciente se le ha añadido otro: una mujer que vivió por entonces en Léopoldville y que moriría tan sólo un año después, en 1960. Después de su trabajo con chimpancés, Worobey se embarcó en una búsqueda para pescar fragmentos antiguos del material genético del VIH en las muestras de tejidos humanos provenientes de África central -especialmente de Kinshasa- de hace 40 años.

Pero no es nada fácil obtener tejidos de africanos muertos hace cuatro décadas. Las neveras y la electricidad permanente no abundan ni siquiera hoy en algunos lugares de África. Los tejidos se salvaron de la destrucción al ser impregnados en cera de parafina -un método usado en la actualidad para preservar las biopsias-, y viajaron desde la universidad africana hasta el laboratorio de Worobey en Arizona. Pero resulta mucho más difícil rastrear un virus como el del sida y esperar recompensa. De los veintisiete bloques de tejido y cera, el equipo de Worobey cantó el bingo en uno sólo: 48 fragmentos genéticos del VIH tipo 1, del grupo M. Pero, ¿a quién pertenecían? "Tenemos una información muy limitada", explica este biólogo norteamericano de la Universidad de Arizona al otro lado del teléfono, desde su casa en Tucson, Estados Unidos. "Sabemos que era una mujer joven de unos 28 años, que en 1960 tenía alguna clase de anormalidad en sus nódulos linfáticos, y que acudió al doctor para que se le hiciera una biopsia. Y es interesante, ya que la hinchazón de estos nódulos suele ser el primer síntoma de que alguien ha sido infectado por el VIH, antes de que desarrolle el sida".

La nueva pieza de este puzzle cambia profundamente el retrato de una pandemia que hasta la fecha ha infectado a unos 60 millones de personas en el mundo y matado casi a la mitad. Hablamos del VIH, pero en realidad hay muchas variantes, todo un árbol de virus con muchas ramificaciones. Se conocen dos especies, el VIH-1, que es el predominante, y el VIH-2, más raro, propio de África occidental y menos contagioso. El VIH 1 se divide en tres grandes grupos (M, N y O). El grupo M, el más extendido, tiene a su vez varios subtipos, desde el A hasta el K. El que mató a la joven africana en 1960 (identificado como DRC60) difiere en un 12% del que causó la muerte del "paciente cero". Hombre y mujer vivían en Kinshasa, y sus virus son del grupo M, pero difieren: uno está más próximo al antecesor del subtipo A, mientras que el otro lo está del D. ¿Cómo es posible que en esa época ya hubiera dos cepas distintas circulando por la población? "Son dos virus muy diferentes, lo que nos indica, incluso ya en 1960, que el VIH había evolucionado en los humanos durante décadas", dice Worobey a El País Semanal. "Eso nos permite calibrar el reloj molecular para estimar cuándo apareció el antecesor". Su reloj del tiempo se detiene en 1908, con un error de una veintena de años arriba o abajo. Las conclusiones son espeluznantes. El sida podría haber dado su primer zarpazo en África tan pronto como en 1884, tan sólo dos años después de la muerte de Charles Darwin. Y posiblemente mataba a gente en los años en que se hundió el Titanic. Quizá empezara con unos pocos individuos hacia 1910, pero su crecimiento resultó exponencial. En 1960 ya circulaban varios tipos de virus que aniquilaban las defensas inmunológicas en África central a un ritmo relativamente reducido. En silencio, ocultándose tras la máscara de otras infecciones que aparecen cuando se derrumba el sistema inmune. "Quizá fueran unos cientos o unos pocos miles los que morían, pero la clave es que el virus mata al eliminar el sistema inmunológico, por lo que no hablamos de una sola enfermedad, hay un trasfondo de varias", dice Worobey. "La clave, desde mi punto de vista, es la tuberculosis. Incluso hoy día es la dolencia que mata a más infectados por el sida, y es difícil decir si alguien padece sólo tuberculosis o si la tiene por culpa de una infección del virus. Pudo haber mucha gente que muriera por tuberculosis derivada del sida, pero eso no habría llamado la atención". Léopoldville pudo actuar como el epicentro, pero no se sabe cuál es el lugar de procedencia de Marilyn. Se han encontrado virus simios más parecidos al VIH-1 en chimpancés que habitan en el sureste de Camerún, a unos 700 kilómetros. Quizá allí se encontrara el foco de contagio. Nadie lo sabe. Puede que nunca lo sepamos.

jared diamond, profesor de Geografía de la Universidad de Berkeley, ha sugerido que durante miles de años, los cazadores humanos que descarnaban a los chimpancés podrían haberse contagiado ocasionalmente con el virus. Pero hizo falta mucho más para que se produjera una pandemia como la actual. Según este experto, si el sida se ha establecido en las poblaciones humanas de forma definitiva en los últimos 50 años, es precisamente por el crecimiento de estas poblaciones hasta alcanzar los estándares modernos, lo que ha facilitado el contagio masivo. El VIH necesitaba cultivarse en una población numerosa, pero antes de 1900 no había en África ciudades grandes. Creció en silencio durante la primera mitad del siglo XX. Desde las profundidades de la selva, y aprovechándose de las barcazas que discurrían por el río Congo -el único medio de transporte en aquellos tiempos-, el virus podría haber alcanzado Léopoldville; posiblemente, a través de los cazadores de chimpancés que acudían a los núcleos urbanos para vender su carne o comerciar con ella. Es una especulación, desde luego. Pero el río Congo coloca a Léopoldville en una ruta de escape desde el sureste de Camerún.

II. El gran asalto: 1980

La segunda parte de esta historia comienza en el otoño de 1980. El doctor Michael Gottlieb, del Centro Médico de Los Ángeles de la Universidad de California, se las vio en su consulta con un paciente de 33 años: blanco, pálido, muy delgado, el joven tenía la boca llena de una sustancia pastosa blanca y dificultades respiratorias. Una broncoscopia reveló que sus pulmones estaban invadidos por un protozoo llamado Pneumocystis carinii, causante de una neumonía muy rara (PCP), a veces vista en grupos de ancianos o en niños prematuros. Los análisis de sangre mostraron que el enfermo tenía una proporción muy baja de las células T, las encargadas de avisar a las defensas humanas cuando se produce una infección. El hongo que le corroía la boca, Candida albicans, se contagiaba por vía sexual. El 3 de mayo de 1981, el paciente murió. Pero no fue el único caso. Un enfermo del doctor Joel Weisman, de la misma universidad, acudió a su consulta con los nódulos linfáticos hinchados. Poco después desarrolló una neumonía PCP. Como relata la escritora Laurie Garret en su obra The coming plague, Weisman se reunió con su colega Gottlieb, que ya tenía tres pacientes más con los mismos síntomas. ¿Qué estaba sucediendo para que hombres sin antecedentes clínicos, que apenas sobrepasaban los treinta, terminasen como esqueletos, con sus defensas derrumbadas sin que la ciencia médica pudiera hacer nada? Sólo tenían una cosa en común: eran gays; además, alguno se inyectaba drogas. La mayoría mostraba un tipo muy raro de cáncer de piel, el sarcoma de Kaposi. Los expertos de los CDC pidieron más fondos, pero empezaban a sufrir las consecuencias de la reaganomics, la política de recorte presupuestario de la nueva Administración de Reagan. El propio Curran, al frente de su departamento, sólo pudo conseguir 200.000 dólares para intentar realizar un estudio a escala nacional.

En las navidades de 1981 ya habían muerto 270 personas, aunque no todas eran homosexuales. Los Centros de Control de Enfermedades de Atlanta (CDC) bautizaron la nueva enfermedad como GRID (siglas en inglés de Gay Related Inmunodeficiency Disease, o inmunodeficiencia asociadas a los gays). En todos ellos las defensas inmunológicas se habían derrumbado. El GRID comenzó a aparecer en Europa. En 1981 se detectaron 36 casos; el primero fue diagnosticado en Francia. Pronto se vio que la enfermedad no se circunscribía al colectivo homosexual. Pese a todo, en los primeros 13 meses de investigaciones del GRID, los CDC gastaron menos de un millón de dólares.

A mediados de 1982, los investigadores averiguaron que el mal se extendía a través de los drogadictos que utilizaban las jeringuillas. Y en junio de ese mismo año, el equipo de Jim Curran ya tenía constancia de que uno de cada cuatro hombres con PCP era heterosexual. En los 152 casos que habían estudiado a fondo había ocho mujeres y ocho personas heterosexuales que no eran drogadictas ni usaban jeringuillas. También se había descubierto que la enfermedad había prendido con fuerza en Haití. En algunos casos diagnosticados las personas eran hemofílicas y habían recibido transfusiones de sangre del factor VIII, necesario para la coagulación.

En diciembre de 1982, Estados Unidos contabilizaba 788 casos confirmados por los CDC; el 42% no pertenecían a ningún grupo de riesgo, ni eran homosexuales, ni drogadictos, ni hemofílicos. El término GRID fue abandonado, y la enfermedad fue rebautizada como AIDS (siglas en inglés de Adquired Immune Deficiency Syndrome); en español, sida (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida). Existían sospechas de que un virus transmitido por la sangre podría ser el causante, y ese mismo año, los CDC anunciaron los casos de cuatro bebés a los que se les había diagnosticado sida. Ninguno había recibido transfusiones, pero sus madres tenían la enfermedad, o eran drogadictas que usaban jeringuillas por vía intravenosa. La enfermedad podría pasar de madre a hijo. Cambió la percepción de repente: todo el mundo podría ser susceptible de caer en las garras del sida. En mayo de 1983, John Maddox, director de la prestigiosa revista científica Nature, escribió un furioso editorial en el que el que comentaba la alarma de los expertos por una enfermedad "previamente no reconocida, y quizás de una condición no existente y tan alarmante, que la tentación de considerarla como una enfermedad de una sociedad decadente, una versión de última hora sobre el destino de Sodoma y Gomorra, se antoja irresistible". Maddox denunció la "patética promiscuidad de los homosexuales", calificándolos de "la amenaza más obvia para la salud pública".

¿Por qué el sida apareció antes en la comunidad homosexual? "Obviamente, el hecho de que sea uno gay no le hace a uno más candidato a infectarse, lo que cuenta es el número de contactos sexuales", responde Andrew Rambaut, investigador del Instituto de Biología Evolutiva de la Universidad de Edimburgo. Añade que el sexo anal conlleva más riesgo de transmitir el virus. "Lo que ocurrió en Estados Unidos es que el virus entró en un grupo muy promiscuo de gays y se extendió entre ellos. Con los drogadictos la propagación fue incluso más rápida por culpa de una red de intercambio de jeringas". De acuerdo con Rambaut, la enfermedad fue detectada cuando los pacientes gays en San Francisco mostraron a sus médicos una forma de neumonía muy rara, un hecho epidemiológico que no pasa desapercibido.

El virus no sería identificado hasta febrero de 1985, después de una histórica disputa científica entre el norteamericano Robert Gallo y su verdadero descubridor, el virólogo francés Luc Montagnier (reciente premio Nobel de Medicina y Fisiología 2008). Pero en 1985, la prensa norteamericana se las arregló para encontrar un culpable con nombre y apellidos: un asistente de vuelo canadiense llamado Gaetan Dugas, quien, según los investigadores, había mantenido cerca de 750 contactos sexuales entre 1978 y 1982. Dugas fue vilipendiado: paciente cero, quien introdujo la epidemia en Estados Unidos.

Una idea absurda. Un estudio publicado en 2007 en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), llevado a cabo por el equipo de Andrew Rambaut, analizó la sangre de cinco de los primeros enfermos en Estados Unidos que fueron diagnosticados de sida y que provenían de Haití, junto con 117 pacientes de todo el mundo. Del estudio genético surgió toda una suerte de árbol de distintas formas de VIH, y de su comparación se sacaron fascinantes conclusiones: el virus saltó desde África hasta Haití en 1966, y desde allí, hasta alcanzar Estados Unidos, con una probabilidad del 99,8%, en 1969; es decir, ya circulaba por varias ciudades norteamericanas 12 años antes de que Gottlieb se topara con su primer paciente. El virus encontró en una parte de la comunidad gay y en los drogadictos que intercambiaban jeringas una forma para propagarse con mayor rapidez.

III. ¿Futuro con vacuna?

Ha transcurrido un cuarto de siglo. Y para Fauci estamos aún en medio de la tormenta. "Hay 33 millones de personas que viven con el virus del sida. El año pasado hubo 2 millones de muertos y 2,7 millones de infectados", dice Fauci. Las mujeres contabilizan la mitad de las infecciones. En España se diagnosticaron 1.464 casos de sida en 2007, según el Instituto de Salud Carlos III, una tendencia a la baja que supone un 78% menos de los registrados en los últimos 11 años.

Las buenas noticias: el número de infectados en algunos países africanos como Zimbabue, Botsuana, Malaui o Zambia parece haberse estabilizado o está en descenso. Y ahora casi tres millones de personas están recibiendo tratamientos antirretrovirales en países en desarrollo -incluido el 33% de las madres con VIH que están embarazadas-, algo impensable años atrás. Este milagro se lo debemos a dos hombres bien diferentes: el multimillonario Bill Gates y el presidente norteamericano George W. Bush, cuya imagen política internacional es desastrosa, pero que en 2003 movilizó 48.000 millones de dó­lares para combatir el sida, la tuberculosis y la malaria, en un plan de emergencia que ha proporcionado antivirales este año a 1.641.000 personas en 15 países. En Botsuana, más del 90% de los infectados ya reciben tratamiento; en Namibia, este porcentaje de privilegiados pasó del 1% en 2003 al 88% en 2007, y en Ruanda, del 3% al 71% en ese periodo.

Las malas noticias siguen siendo muy malas: Suráfrica se lleva la peor parte de la epidemia, con más de seis millones de infectados. En los países de la Europa del Este, en Rusia y Ucrania, el virus se extiende por el uso de jeringuillas compartidas entre drogadictos y por el comercio del sexo mediante la prostitución, la esclavitud y la trata de blancas.

¿Para cuándo la vacuna? Hasta el momento, todos los intentos para lograrla han fracasado (la última y más sonada decepción es el proyecto STEP, patrocinado por Merck). Incluso los mejores científicos cometen errores de bulto. En 1984, un año antes de la determinación del VIH, Robert Gallo anunció en una rueda de prensa que una vacuna podría estar lista en ¡dos años!

Fauci concluye que estamos en la infancia de la investigación de la vacuna. "El problema es que el VIH es muy diferente de cualquier virus al que nos hayamos enfrentado", asegura. Hay que distinguir entre la vacunación clásica y la del VIH. En la primera, "la naturaleza nos enseña que el cuerpo genera la respuesta inmune, incluso con enfermedades tan terribles como la viruela y la polio. El cuerpo arma automáticamente una respuesta inmunológica que elimina la infección y permite una protección de por vida contra los siguientes desafíos". Sin embargo, con el VIH, las enseñanzas de la naturaleza no sirven. El virus (en realidad, muchas de sus variantes) se las arregla para resistir de una manera u otra dentro de nosotros y termina matando al huésped. La clave radica en averiguar por qué el cuerpo no lo logra. Es una cuestión de adquirir nuevos conocimientos. "Ahora no soy capaz de mostrar mi pesimismo o mi optimismo", asegura este experto. "Tenemos aún mucho que aprender".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_