Entramos en los lugares prohibidos de América
Vivimos con la idea de que las cosas que nos pueden afectar forman parte de una realidad que, de una u otra manera, nos resulta familiar. ¿Pero es de verdad así? Las amenazas a nuestra estabilidad y a la pequeña felicidad que hayamos podido construir, ¿proceden de ámbitos más o menos próximos, de los que tenemos noticia, sobre los que podemos intervenir? ¿Intervenir para así poder conjurar el peligro?
Lo que la fotógrafa estadounidense Taryn Simon propone en su serie An American index of the hidden and unfamiliar, una suerte de registro de cuanto nos es desconocido y nos suena poco familiar de su inmenso país, resulta particularmente inquietante. Quizá las cosas que puedan cambiarnos la vida sean justamente las que están ocultas, aquellas en las que no hemos reparado suficientemente, a las que no prestamos la debida atención.
¿Dónde ocurre lo verdaderamente relevante? ¿Hasta dónde somos dueños de nuestros destinos? ¿Cómo se producen los fenómenos que finalmente afectan a nuestras vidas? ¿Qué hay más allá de las ventanas que nos recortan el paisaje que vemos habitualmente? ¿De qué manera, gracias a qué procedimientos, siguiendo qué protocolos funcionan las cosas? Taryn Simon nos empuja a asomarnos a esas y otras preguntas.
Detrás de todo, como en tantas cosas que han ocurrido desde entonces, están los atentados del 11 de septiembre de 2001. Un avión irrumpe en el cielo de Nueva York, volando demasiado bajo, y se empotra en una de las Torres Gemelas. Pocos minutos después, lo que parecía un accidente totalmente inusual se repite de nuevo, y otro avión ejecuta la misma maniobra. Nada hasta entonces podría haber hecho pensar a los habitantes de Nueva York, y, por extensión, a los de Estados Unidos, que lo que les cambiaría la vida vendría de las alturas, y que respondería, casi punto por punto, a un guión de una película de ciencia-ficción.
Seguramente, en ese instante y frente a semejante catástrofe, muchos se dieron cuenta de que nada sabían de tráfico aéreo, de las normas que regulan los vuelos de los aviones, de las medidas que se adoptan para evitar cualquier tipo de sabotaje. ¿Qué falló, cómo pudo ponerse en marcha semejante horror? ¿Es que un mamotreto de esas dimensiones puede ser conducido por cualquiera? ¿Es fácil instruirse al respecto?, ¿hay cursos, puede apuntarse cualquiera? ¿Y cómo se pueden saltar los controles de seguridad, en qué consisten, qué tecnologías se requieren para que resulten eficaces? Lo que los atentados vinieron a sacar a la luz es que existen inmensas zonas de sombras en nuestras vidas, que hay realidades a las que no hemos prestado suficiente atención y que, sin embargo, nos afectan profundamente.
He ahí, por ejemplo, una de las imágenes de Taryn Simon a la que Salman Rushdie se refiere en el prólogo del libro que recoge esta serie de fotos. Lo que ahí está fotografiado son simplemente unos tubos de conducción de color naranja que desaparecen a través de unas aberturas en el suelo de una habitación desnuda. Hay una pequeña armadura metálica que les sirve de protección, nada más. ¿Qué es eso? ¿Qué pueden importarnos a nosotros los cables que esos tubos protegen? ¿Qué función tienen?
La imagen ha sido tomada en Nueva Jersey, en un centro internacional de comunicaciones, desde donde salen los cables subacuáticos de fibra óptica que llegan hasta el Reino Unido, después de recorrer el océano Atlántico. Gracias a esos cables se transmiten simultáneamente sesenta millones de conversaciones. ¿Que esos tubos anaranjados no nos conciernen en absoluto? Es difícil de creer. Sin esos sofisticados (e invisibles para el común de los mortales) cacharros no serían posibles las comunicaciones entre este y el otro lado del charco.
"Nos interesa el límite peligroso de las cosas", escribió en uno de sus poemas Robert Browning, y Rushdie recupera ese verso para aproximarse al trabajo de Taryn Simon. "El ladrón honesto, el asesino sensible / el ateo supersticioso", sigue diciendo Browning. Hay un punto en que las cosas dejan de ser lo que son y se transforman de forma abrupta y radical. Es ese límite, donde el hombre honesto se transforma en ladrón, el terreno que explora con su obra Taryn Simon. Por esos tubos anaranjados, que nada nos dicen, se agitan pasiones, dramas y tragedias que podrían conmovernos. De eso trata esta historia.
Taryn Simon nació en Nueva York en 1975. Su trabajo anterior, The Innocents, exploraba también un terreno pantanoso: el de aquellos que sufrían condena por delitos que no habían cometido. De nuevo ese límite donde lo que es (la inocencia) no lo parece (la cárcel). Una de las particularidades de su trabajo en An American index es que combina la imagen con una cartela explicativa. No tienen sentido una sin la otra. "Si las fotografías son como balones de helio, los textos son el plomo que las sujeta", comentaba Taryn Simon en una entrevista publicada en la revista del Foam, el centro internacional de fotografía que tiene su sede en Amsterdam. "Es en el espacio entre ambos donde ocurre algo. No ocurre ni en la imagen, ni en el texto, sino en el espacio que existe entre ambos". Y se refería al proceso al que sus imágenes invitan. Primero, el efecto estético que desencadena la imagen. Luego, el gesto de acercarse y leer lo que dice la cartela. Después, volver a mirar. Algo ha cambiado de manera drástica.
Lugares secretos, historias ocultas. Taryn Simon decidió empezar esta serie tras descubrir una fotografía que había hecho unos años antes. Se trataba del interior del Palacio de la Revolución de Cuba, un lugar al que sólo se permite el acceso a unos cuantos elegidos. Encontró algo en aquella imagen, en la que no había ninguna figura humana, que le resultó particularmente atractivo. "Su fuerza estaba inextricablemente unida a que se trataba de un lugar reservado a unos pocos". Esas zonas de sombra, esos lugares secretos que esconden historias ocultas y que terminan por revelar cómo es nuestro mundo, quiénes somos, qué tememos.
Hizo un listado de lugares de esas características, empezó su largo peregrinaje para conseguir los permisos. Las imágenes tienen una factura impecable, una cierta frialdad, una atmósfera inquietante (¿qué diablos quieren decir esos tubos anaranjados que se sumergen por debajo del suelo de esta habitación?). Así que nos acercamos a la cartela. Y la América desconocida emerge con toda su fuerza. Ahí está. Véanla ustedes mismos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.