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Maneras de Vivir
Columna
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Elogio del individualismo

Rosa Montero

Los tópicos son palabras muertas y pensamientos dormidos. Son trivialidades coreadas mecánicamente hasta la saciedad. A veces son perogrulladas, y a veces, falsedades que la gente repite como si fueran verdad. Hay tópicos muy persistentes que me ponen especialmente nerviosa. Como, por ejemplo, ese lugar común que asegura que hoy se lee menos que antes, cosa que, por fortuna, no es cierta: la lectura siempre fue una actividad minoritaria, y hoy esa minoría, los datos lo demuestran, es mayor que nunca en todo el mundo.

Otro tópico equívoco es la mala fama que tiene el individualismo. Cuando hablamos del individualismo de la sociedad moderna utilizamos siempre la palabra como un compendio de todo lo negativo, como sinónimo de la destrucción del tejido afectivo y de la solidaridad social. Se han escrito extensos trabajos sobre el tema, anatemizando el individualismo como base esencial del capitalismo más caníbal. A veces, en la furia de algunos de estos ataques me parece oír cierto eco de mis años adolescentes, en la época confusa y siniestra del franquismo, cuando el hecho de que te gustara la ópera, o ponerte perfume, o cualquier nadería semejante, podía hacer caer rápidamente sobre ti el sambenito de ser una pequeñoburguesa, una individualista sin suficiente conciencia ante las urgentes, heroicas, trascendentales demandas de la sagrada masa proletaria.

El caso es que la sociedad occidental ha ido siendo más y más individualista con el paso de los siglos; y, si estudiamos el pasado, se ve claramente que todas las conquistas de justicia social han sido impulsadas por el individualismo. Es la conciencia individual, al reaparecer en el siglo XII tras los años oscuros, la que impulsa la creación de organizaciones protodemocráticas, y las leyes contra el abuso de los nobles, y la orgullosa ambición de ser feliz frente al oscuro despotismo de los dioses. El individualismo es el motor de la Revolución Francesa, y del sufragio universal, y del concepto mismo de derechos humanos. Y del respeto a las minorías y a la diferencia. Por el contrario, las mayores tropelías sociales de la Historia han sido cometidas por regímenes que negaban la individualidad. Por tiranos que contemplaban a sus súbditos como meros esclavos, o por regímenes totalitarios que consideraban al individuo como algo sospechoso.

Y así, paradójicamente, resulta que aquellos sistemas de pensamiento que enaltecen al pueblo y que dicen defender por encima de todo a la colectividad, acaban siendo verdaderos mataderos colectivos y creando sociedades mucho más injustas que aquellas en las que impera el individualismo. Como sucedió con la pesadilla del nazismo, con las decenas de millones de víctimas de los soviéticos, con los jemeres rojos asesinando a la tercera parte de la población de su país. A mí lo que me da verdadero miedo no es el individualismo, sino esas grandes Ideas intocables que dicen hablar por el bien de todos y con las que se enardecen las masas ciegamente. Como decía Bioy Casares, "las ideas nacen inocentes y se vuelven feroces". Creo que la conciencia individual es una buena herramienta para evitar los abusos; y que es desde el individualismo desde donde se puede uno preocupar por los demás. De hecho, a lo largo de la Historia ha sido siempre así.

Claro que las sociedades individualistas nos asustan, porque, como contrapartida, uno cada vez está más solo ante la muerte. Y ante la vida. Y eso exige madurez y valor. Pero incluso ese aspecto también es relativo, porque nos vamos acostumbrando. Ya he contado alguna vez ese pasaje de la famosa biografía de Samuel Johnson hecha por Boswell. Johnson fue uno de los intelectuales más importantes del siglo XVIII inglés. Un hombre cultísimo, lúcido, moderno para su época. Pues bien, en el libro, Johnson y Boswell se lamentan amargamente de la aparición en Londres, en torno a 1770, de los primeros restaurantes con mesas individuales; hasta entonces se comía en grandes mesas corridas. A Johnson esa novedad le parece atroz, el síntoma de una disgregación social fatal, de un individualismo infame que acabará con la convivencia. Hoy, sin embargo, creemos que comer con intimidad con los amigos mejora la convivencia, y lo que nos parecería bárbaro y fatal es tener que compartir la mesa con quince extraños; y aún nos horrorizaría más ir a un hotel y dormir en la misma cama con dos desconocidos, como era lo habitual en las posadas del promiscuo Medievo. Ya ven hasta qué punto el desarrollo de nuestra civilización va emparejado con el individualismo.

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